“Están pues muy equivocados los
que creen y esperan para la Iglesia un estado permanente de plena tranquilidad,
de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder,
sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos que se
engañan pensando que lograrán esta paz efímera disimulando los derechos y los
intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados,
disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo ‘en donde domina
enteramente el demonio’, con el pretexto de simpatizar con los fautores de
la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la
luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos,
alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados
cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores,
que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el
enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres” (San Pío X,
encíclica Communium Rerum).