En esta gran fiesta de Corpus Christi es conveniente recordar, aunque sea de modo muy
sintético, una de las principales verdades relativas a la Eucaristía: la presencia real de Cristo en la
Eucaristía.
Enseña la Iglesia que la Eucaristía es un sacramento en el cual, por la conversión del pan en
el Cuerpo de Jesucristo y del vino en su Sangre, se contiene verdadera, real y
sustancialmente, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo
Jesucristo, bajo las especies (apariencias) de pan y de vino.
Se contiene -dice el catecismo- el Cuerpo de Cristo, pero no sólo su
Cuerpo, sino también su Sangre. Y no
solamente lo físico o material de Cristo
hombre (Cuerpo y Sangre), sino que también se contiene lo inmaterial del hombre: el Alma.
Cuerpo, sangre y alma son las tres cosas que
componen a todo hombre, son la humanidad,
en este caso, la Humanidad de
Cristo; pero además de su Humanidad, en este sacramento se contiene la Divinidad: no sólo está presente como
hombre, sino también como Dios.
En la Eucaristía está verdaderamente presente el mismo Jesucristo que está en el cielo y
que en la tierra nació de la Santísima Virgen.
La hostia, antes de la consagración, es pan de trigo. Pero después de la
consagración, ella es el verdadero Cuerpo
de nuestro Señor Jesucristo bajo las apariencias de pan. En el cáliz, antes de la consagración, hay vino de uvas con unas gotas de agua. Pero después de la consagración está en el
cáliz la verdadera Sangre de nuestro
Señor Jesucristo bajo las apariencias de vino.
La conversión
del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre de Jesucristo se produce cuando en
la santa Misa el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. Esta milagrosa conversión, se llama transustanciación.
Hasta acá esta breve síntesis de la doctrina católica sobre la presencia
real.
Contra la verdad salvadora, el demonio,
que siempre pretende destruir la obra redentora de Cristo, ha puesto dentro de
la misma santa Iglesia esos hombres infernales, esos ministros del diablo que
son los herejes modernistas.
La bestia
modernista nace a fines del siglo XIX, es derrotada por San Pío X, se repliega, mal herida pero
no muerta, a sus guaridas subterráneas hasta el Vaticano II, y es en este conciliábulo donde nuevamente levanta su
venenosa cabeza, apoderándose de Roma y
de toda la Jerarquía católica hasta el presente. Por eso el Vaticano II es la derrota más grande la
Iglesia en toda su historia, porque por medio de él -cosa nunca vista ni
imaginada- una herejía ha logrado inficionar
todo el Cuerpo Místico de Cristo, desde el Papa hasta el último de los laicos.
Suscitados por el enemigo del
género humano, jamás han faltado
-dice San Pío X en la encíclica Pascendi- hombres de lenguaje perverso, decidores de
novedades y seductores, sujetos al error y que arrastran al error. Pero es
preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el
número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes enteramente
nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de
la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de
Jesucristo. Son los peores enemigos
de la Iglesia -sigo citando al Papa santo-
porque ellos traman la ruina de la
Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro.
Y así, para los herejes modernistas, la Eucaristía es
sólo un signo de una
cierta presencia espiritual de
Cristo: Cristo está presente de manera meramente espiritual o simbólica en la
hostia consagrada. La hostia consagrada no es Cristo, sino que
simboliza a Cristo, como la bandera no es la patria sino que simboliza a la patria.
Si los herejes modernistas moderados (llamados
“conservadores”) siguen hablando de transustanciación, de acuerdo al astuto proceder de su instigador, el diablo, cambian más o menos sutilmente el sentido de
este término. Los herejes modernistas más extremos (conocidos como
“progresistas”) ya no hablan de transustanciación sino de transfinalización, pretendiendo que después de las palabras de la
consagración, sólo hay un pan con un fin distinto; o hablan de transignificación,
para expresar que después de la consagración hay un pan con un significado
distinto.
Me he limitado a dar sólo un par de ejemplos de los
errores con los que los modernistas intentan destruir la fe sobre este
Sacramento, sólo dos entre los muchísimos resbaladizos tentáculos y las mil
caras (algunas, a veces, bastante simpáticas) de la maldita bestia modernista.
Estimados fieles: siempre a prudente distancia de esta
peste y de los que la esparcen, nosotros defendamos la verdad sobre la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, mantengamos la fe de la Iglesia
sobre este Sacramento hasta el fin, teniendo en cuenta aquellas graves palabras
del Credo de san Atanasio: “todo aquél que quiera salvarse, ante todo
es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e
inviolada, sin duda perecerá para siempre”.
Que la Virgen Santísima, la destructora de todas las
herejías, conserve íntegra e inviolada la fe
en las almas de estos niños que en unos minutos recibirán a Cristo
Sacramentado. Que dé sabiduría a sus padres para saber educarlos cristianamente
y conducirlos al Cielo en un mundo cada vez más anticristiano. Que a todos nos
preserve de caer en las redes del error y la herejía. Y que aplaste pronto a la
serpiente modernista que desde el fatídico Vaticano II está envenenando y asesinando a las
almas católicas.