El contexto
es el siguiente: esta Declaración aparece el 15 de abril, luego de la carta del
cardenal Levada del 16 de marzo, en respuesta a nuestra carta del 12 de enero.
En su respuesta, el cardenal Levada expresa el rechazo por parte de las autoridades
romanas de nuestra proposición de reemplazar su Preámbulo doctrinal por la Profesión de fe tridentina acompañada
con la adhesión a Pastor aeternus y
al n° 25 de Lumen gentium comprendido
a la luz del Magisterio preconciliar (“según el juramento anti-modernista”). El
cardenal Levada añadió que nuestro rechazo del Preámbulo doctrinal aprobado por Benedicto XVI equivalía a una
ruptura de la comunión con el Pontífice romano, lo que provoca sanciones
canónicas incurridas por el cisma.
Desde el
principio, lo que nos guía en nuestras relaciones con Roma, es el principio de
la fe: sin la fe es imposible agradar a Dios (cf. Hebreos, 11,15). No podemos
aceptar que se nos arrebate, ni siquiera que se nos debilite nuestra fe
recibida en el bautismo. Si nosotros queremos permanecer católicos, este es el
principio al cual debemos sujetarnos y sobre el cual nosotros basamos toda
nuestra acción. Poner en la balanza este principio para obtener cualquier
ventaja práctica, incluso un reconocimiento canónico, siempre ha estado excluido.
Evidentemente,
algunos no prestaron atención al hecho que yo siempre expresé que un acuerdo práctico
jamás hubiera tenido lugar si las condiciones sine qua non emitidas por nosotros varias veces, tanto en las
diferentes tomas de posición como en la segunda respuesta a la Congregación
para la Doctrina de la Fe (12 de enero de 2011), que retomaba las mismas
palabras de Monseñor Lefebvre, no fueran realizadas. Y que, incluso si el
documento de abril hubiera sido aceptado, esto no hubiera sido suficiente para
la conclusión de una normalización canónica. Uno de los puntos capitales de
estas condiciones sine que non fue y
sigue siendo el libre ataque y la denuncia de los errores en la Iglesia,
comprendiéndose aquellos que provienen del Concilio.
En el
momento de entregarnos la carta del 16 de marzo, el cardenal Levada nos hizo
comprender que las autoridades romanas pensaban que la Fraternidad rechazaba
completamente el magisterio de todos los papas, así como todos los actos del
magisterio, desde 1962. Porque según él, no le otorgábamos ningún valor a estos
actos en los hechos, a pesar de todo lo que pudiéramos decir. Esta acusación es
falsa y es importante refutarla, ya que así como aceptamos ser injustamente
condenados por nuestra fidelidad a la tradición bimilenaria, no aceptamos ser
acusados de una ruptura con Roma, lo que nuestro fundador siempre rechazó. Esta
es la línea de cresta que nos fijó, por encima de la tentación de una adhesión a
los errores conciliares (lo que nosotros descartamos en la carta del 12 de
enero, y de la que no se libró el cardenal Levada), pero también por encima de
la tentación sedevacantista (que fue lo que intentamos hacer en esta
declaración doctrinal).
Este
contexto muestra que la declaración doctrinal no pretendió ser la expresión
exhaustiva de nuestro pensamiento sobre el Concilio y el magisterio actual.
Ella no sustituye nuestra posición doctrinal, tal como fue expuesta durante los
dos años de conversaciones doctrinales, quería solamente complementarla en un punto
en particular: la acusación de cisma. Es por esto que esta declaración se
esforzó en dar ejemplos de nuestra sumisión a la autoridad magisterial en sí
(in se), pero manteniendo nuestra posición a muchos de los actos planteados por
ella actualmente (hic et nunc). Para
mostrar nuestro reconocimiento de la autoridad romana, concerniente a las
reformas conciliares, hemos retomado varios puntos del texto de Monseñor
Lefebvre, en 1988, porque no quisimos retomar los del “preámbulo doctrinal” del
cual rechazamos el contenido en nuestra respuesta del 12 de enero, como el
cardenal Levada lo reconoció en su carta del 16 de marzo.
Nuestra
posición es ciertamente delicada, ya que no queremos ser ni heréticos, ni
cismáticos, por lo que propusimos un texto dividido en dos partes, la primera
enunciando los principios generales y condicionando total y absolutamente la
segunda parte que abordó los puntos particulares del concilio Vaticano II y de
las principales reformas que salieron de él. Para impedir cualquier ambigüedad
en esta segunda parte –ambigüedad que ya habíamos denunciado en nuestra
respuesta del 12 de enero de 2012 (ver
Cor Unum 103 pág. 52 y siguientes), - parecía suficiente recordar
fuertemente que el magisterio no puede de manera alguna apoyarse sobre sí mismo
o sobre la asistencia del Espíritu Santo para poder enseñar una novedad
contraria al magisterio constante de la Iglesia.
Estando excluida
la posibilidad de la novedad o de la contradicción con la enseñanza anterior, por
lo mismo toda ambigüedad quedó descartada en cuanto a nuestro juicio sobre el
Concilio, comprendiendo la famosa “hermenéutica de la reforma en la continuidad”,
inaceptable. En retrospectiva, constatamos que nuestro pensamiento no fue comprendido
en este sentido por varios miembros eminentes de la Fraternidad, quienes vieron
una ambigüedad, una adhesión a la tesis de la hermenéutica de la continuidad,
que nosotros siempre hemos rechazado.
Por
su parte, las autoridades romanas no vieron en esta declaración una adhesión a
la hermenéutica de la continuidad. Es por eso que, después de haber establecido
en un documento de trabajo una tabla comparativa precisa de las divergencias
entre su Preámbulo del 14 de
septiembre de 2011 y nuestra declaración del 15 de abril de 2012, ellas
desplazaron y modificaron el sentido de los añadidos que nosotros habíamos
aportado y que juzgamos indispensables, luego ellas añadieron pasajes que
nosotros suprimimos y que juzgamos inaceptables. Este es el texto que nosotros
enviamos el 13 de junio de 2012.
Podemos
notar así, entre lo que fue desplazado y modificado: en el n° III-6, en donde
nosotros reconocemos la validez del NOM en sí y la legitimidad o legalidad de
la promulgación (como Monseñor Lefebvre en 1988), encontramos en el texto del
13 de junio el reconocimiento de la validez y de la licitud del NOM y de los
sacramentos desde Paulo VI y Juan Pablo II.
Entre lo que
ha sido añadido, se notarán múltiples referencias tanto al nuevo catecismo como
a la hermenéutica de la continuidad; así en el N° III-5, lo que nosotros
escribimos de la libertad religiosa: “cuya formulación es difícilmente conciliable con
las afirmaciones doctrinales precedentes del Magisterio” se convierte en: “cuya formulación podría parecer a algunos difícilmente conciliable…”.
En el mismo número III-5, la explicación teológica de las expresiones del
Concilio que no parecen conciliables con el Magisterio anterior de la Iglesia
se convierte en una explicación “notablemente para ayudar a comprender su
continuidad con el Magisterio anterior de la Iglesia”, excluyendo así toda
crítica.
Después de
haber enviado a Roma los textos del Capítulo general de julio pasado, conocí a
Monseñor Di Noia el 28 de agosto de 2012, y le informé que yo retiré nuestra
proposición del mes de abril, la cual en lo sucesivo ya no podía servir como
base de trabajo. Queda el Preámbulo
doctrinal del 14 de septiembre de 2011 retomado en sustancia el 13 de junio
de 2012, y nuestra doble respuesta: las cartas del 30 de noviembre de 2011 y la
del 12 de enero de 2012 por una parte; la declaración del capítulo del 14 de
julio de 2012 con las condiciones requeridas antes de todo reconocimiento
canónico por la otra parte.
+ Bernard
Fellay