Este
texto, escrito hace algunos años por un sacerdote de la Fraternidad San Pio X,
fue dirigido a aquellos de sus cofrades que han dejado la FSSPX para recibir un
estatus canónico oficial de la iglesia conciliar. El trata de encontrar la
razón que explicaría su evolución doctrinal.
Existe
una distorsión importante entre las declaraciones más claras, las más
constantes y las más antiguas de Mons. Lefebvre sobre la reforma litúrgica, la
libertad religiosa y el concilio Vaticano II, y las posiciones actualmente
sostenidas por ustedes.
En tal situación, sólo tres hipótesis son posibles: sea que ustedes no conocieron las
posiciones reales de Mons. Lefebvre y de la FSSPX y ustedes siguieron al prelado
y su obra por ignorancia; sea que conociéndolas y no aprobándolas, ustedes
hipócritamente dieron la apariencia de permanecer con Mons. Lefebvre y la
FSSPX; o sea que la diferencia se explica por su evolución doctrinal sobre este
problema, entre el período de antes de las consagraciones episcopales y después
de éstas.
La
hipótesis de la ignorancia me parece sicológicamente imposible, e incluso absurda. Es evidentemente imposible que ninguno de ustedes
haya leído jamás ninguna obra de Mons. Lefebvre, no haya asistido a ninguna de
sus predicaciones, no haya nunca escuchado hablar de sus posiciones más
constantes y más oficiales. La ignorancia en esta materia debe rechazarse
absolutamente.
La
hipótesis de la hipocresía puede ser posible. Sin embargo, ella me parece muy
poco probable dado el número de personas involucradas y su calidad moral. Además, esta
hipótesis representa una injuria tan grave, que solo una declaración explícita
en este sentido de las personas involucradas, podría hacerme admitirla. Es por
eso que descarto la hipocresía como causa explicativa de su evolución.
Por lo tanto, si ustedes conocen la posición de
Mons. Lefebvre sobre la reforma litúrgica, la libertad religiosa y el concilio
Vaticano II (se descarta la ignorancia); si ustedes no eran opositores
clandestinos y mentirosos (se descarta la hipocresía); entonces la tercera
hipótesis es la buena forzosamente; su
cambio de posición se explica por una evolución doctrinal sobre este problema.
¿Pero
de dónde proviene esta evolución doctrinal?
Aquí, dos hipótesis son posibles: sea que la causa
es de orden puramente doctrinal, sea que ésta es de orden moral y sicológico.
La
hipótesis de una evolución puramente intelectual parece apuntar más a un
milagro que a la historia.
Habría que imaginar un súbito cambio de los espíritus, una iluminación
intelectual sobre la bondad de la reforma litúrgica, sobre la verdad de la
declaración Dignitatis humanæ, sobre la oportunidad del concilio
Vaticano II. Un historiador serio no puede más que recusar una hipótesis tan
poco probable.
La única hipótesis válida es por lo tanto la de una
causa moral y sicológica, es decir, que se origina por circunstancias
exteriores. Por lo tanto, solo una causa
es posible: son sus negociaciones con Roma y con los obispos diocesanos.
En efecto, todos sus interlocutores romanos y
diocesanos están a favor de la reforma litúrgica, de la declaración Dignitatis
humanæ y del concilio Vaticano II. Por lo tanto es evidentemente
natural e históricamente cierto que, cuando ustedes negocian con Roma y los
obispos y reclaman ciertas concesiones, ustedes están en la obligación de
callarse, de ablandar o de hacer desaparecer su oposición a la reforma
litúrgica, a la declaración Dignitatis humanæ y al concilio, bajo
pena de encontrarse en una situación sicológica insostenible. Esta es la única y verdadera causa de su
evolución doctrinal: el peso moral de sus interlocutores y su propio deseo de
lograr resultados tangibles en las difíciles negociaciones donde ustedes
están en una posición minoritaria. Tal situación los obliga a hacer
concesiones, por lo menos verbales.
Yo no afirmo que ustedes hagan estas concesiones por
cobardía. Simplemente que, llegando a este punto de su evolución, ustedes
estiman posible y necesario atemperar
ciertas oposiciones con el fin de obtener resultados más importantes. Pero,
considerando objetivamente su actitud actual, estoy obligado a notar una
retirada sobre los puntos que siempre han sido considerados como vitales en el
combate tradicionalista.
La conclusión es por lo tanto extremadamente clara:
a pesar de su buena voluntad y su deseo inicial de permanecer fieles a la
Tradición, les ha sido imposible mantener firmemente su oposición a la reforma
litúrgica, a la libertad religiosa y al concilio, y al mismo tiempo continuar las
negociaciones con interlocutores que mantienen firmemente su apoyo a esta
reforma litúrgica, a esta libertad religiosa y a este concilio.
En el estado actual de las cosas, las negociaciones
y los acuerdos con Roma y con los obispos diocesanos deben terminar
necesariamente, tarde o temprano, en el abandono de las posiciones sostenidas
desde siempre por la Tradición y notablemente por Mons. Lefebvre.
Dicho de otro modo, la Roma actual no tiene más que
una finalidad: llevar a todos los que negocian con ella hacia los errores del
concilio y hacia la reforma litúrgica. He aquí la cruda verdad: Roma no apoya
realmente a la Tradición, es por eso que ella no ha mantenido sus promesas, es
por eso que ella sinceramente no quiere que las negociaciones tengan éxito.
***
El autor del texto precedente ha evolucionado
también, como lo muestra esta declaración de diciembre de 2014 en una revista
de gran difusión:
Nosotros
deseamos con todo nuestro corazón, lo más rápido posible, una “reconciliación”
que sea buena para unos y para otros, y en general para toda la Iglesia. Las
dificultades son objetivas, ellas no dependen de los individuos, pero podemos
pedir siempre que el Señor “reúna a todos en la unidad”. Es lo que pedimos
todos los días con fervor.
La Roma conciliar no se ha convertido. El peligro
sigue siendo el mismo.