"La teoría del milenarismo tuvo sus raíces en la literatura judía, obsesionada siempre con la idea de un Mesías reinando gloriosamente sobre la tierra"
Cita del libro Le Sens Mystique de l’Apocalypse, por Dom Jean de Monléon OSB (*), Edit. Nouvelles, Paris, 1948, pags. 325-329 (hemos destacado ciertos pasajes en negrita):
El reino de los mil años
(...) el Anticristo tendrá la pretensión de imponer a sus súbditos
un rito análogo al del bautismo, donde los nuevos cristianos son marcados en la
frente con el sello de Jesucristo. Todos estos servidores permanecen fieles a
Dios a pesar de la persecución, son muertos, es verdad, a los ojos de los
hombres: pero, en realidad, habiendo franqueado las puertas del otro mundo,
ellos encontraron, en la unión de su alma con su Creador, una vida nueva mucho
más perfecta que la de aquí abajo. Y ellos reinaron mil años con Cristo.
Estas
últimas palabras requieren algunas explicaciones, pues es por ellas que se
introdujo la doctrina llamada del milenarismo; doctrina rechazada por la Iglesia
desde hace siglos y que sin embargo ve, de vez en cuando, levantarse nuevos
campeones a su favor, bajo el falaz pretexto que cuenta con la opinión
favorable de varios Padres auténticamente ortodoxos. Sus partidarios, los
milenaristas, llamados también quiliastas, sostienen que antes del día de la
resurrección general, los justos retomarán sus cuerpos y resucitados, reinarán mil años en esta tierra, en Jerusalén
restaurada, con Cristo. Luego vendrá la segunda revuelta de
Satanás, el combate supremo contra la Iglesia llevado a cabo por Gog y Magog,
la aniquilación de los rebeldes por Dios, y finalmente la resurrección
universal seguida del Juicio final. Habría así dos resurrecciones sucesivas,
separadas por un intervalo de mil años: la de los mártires primero, luego el
resto de la humanidad.
La
teoría del milenarismo tuvo sus raíces en la literatura judía, obsesionada
siempre con la idea de un Mesías reinando gloriosamente sobre la tierra.
Retomada, en tiempos de San Juan, por el heresiarca Cerinto, es exacto que en
los siglos II y III de la era cristiana, algunos Padres, y no los menores, lo adoptaron
bajo formas diversas y más o menos atenuadas. Podemos citar entre ellos a San
Justino, san Ireneo, Tertuliano, etc. …
Pero el parecer de estos escritores no puede de ninguna manera ser mirado como
representativo de la creencia de la Iglesia: para que el testimonio de varios
Padres pueda ser considerado como la expresión de la Tradición católica, es
necesario, dicen los teólogos, “que no sea impugnado por otros”. Esta
condición no existe en este caso: el mismo San Justino reconoció que la teoría
milenarista estaba lejos de ser admitida por todos; Orígenes la reprobó y la
trató de necedad judaica. San Jerónimo rompió deliberadamente con ella:
Nosotros
no esperamos, escribió, con las fábulas que los judíos decoran con el nombre
de tradiciones, que una
Jerusalén de perlas y de oro desciendan del cielo; nosotros no nos someteremos
de nuevo a la injuria de la circuncisión, a ofrecer carneros y toros como
víctimas, y a dormir en la ociosidad del Sabbat. Hay demasiados de
nosotros que han tomado en serio estas promesas, notablemente Tertuliano en su
libro titulado De la esperanza de los fieles; Lactancio, en su séptimo libro de
las Instituciones; el obispo Victoriano, de Pettau, en numerosas disertaciones
y, últimamente, nuestro Sulpicio Severo en el diálogo al cual dio el nombre de
Gallus. En cuanto a los Griegos, cito el primero y el último, Irineo y Apolinar.
San
Agustín se pronunció en el mismo sentido: si al principio tiene ciertas dudas,
enseguida lo vemos, en La
Ciudad de Dios, condenar
claramente el quiliasmo, y esta opinión es la que prevaleció a partir de
entonces, tanto en Oriente como en Occidente,
en la Iglesia. A partir del siglo IV, no encontramos ningún escritor católico
digno de consideración, que defienda el milenarismo, y el parecer unánime
de los teólogos, entre los más importantes hay que citar a Santo Tomás y San
Buenaventura, lo desecha resueltamente.
Sin
duda, en la Edad Media, escribe el Padre Allo, Joaquin de Fiore y su escuela
enseñaron una doctrina que era una especie de milenarismo espiritual, pero que
no hay que confundir con quiliasmo antiguo. Éste no perseveró más que en
ciertos luteranos o en las oscuras sectas protestantes; muy raros son los
exegetas católicos que se esfuerzan en renovarlo bajo una forma atenuada y
conciliable con la ortodoxia. Aunque el quiliasmo no haya sido calificado como
herejía, el parecer común de los teólogos de todas las escuelas ve allí
una doctrina errónea a la que ciertas condiciones de los tiempos primitivos
pudieron arrastrar a algunos antiguos Padres.
La
expresión: Y ellos reinaron
mil años con Cristo, debe
entonces, como ya lo indicamos, entenderse en un sentido místico. Los mil años
designan todo el período que comprende entre el día en que Cristo, por su
Resurrección, abrió el reino de los cielos, franqueando las puertas con su
Santísima Humanidad, hasta el día que, gracias a la resurrección general, los
cuerpos de los elegidos entrarán a él. Pero las almas de los bienaventurados ya
están allí, estrechamente unidas a Aquél que es su verdadera vida; ellas
participan en la gloria de Cristo, ellas constituyen su corte, ellas reinan con Él.
(...)
¿En qué consiste esta
primera resurrección? En salir, por la penitencia, del estado de pecado, en apartarse de la muerte espiritual, a recobrar la vida de la gracia. Todos
aquellos que sabrán tomar parte en ella y perseverar, serán un día
bienaventurados y santos: bienaventurados porque ellos obtendrán la beatitud
saliendo de este mundo; santos, porque ellos serán establecidos y confirmados
en la gloria, de tal manera que la segunda muerte, es decir, la condenación
eterna, no tendrá ningún poder sobre ellos. Ellos serán los sacerdotes de Dios
y de Cristo, ellos ofrecerán sin cesar el sacrificio de alabanza a Dios autor
de todo bien, y al mismo tiempo que a Cristo, obrero de nuestra Redención; y
sus almas reinarán en el cielo con Él durante mil años, es decir: hasta el día
en que sus cuerpos les serán devueltos.
(*) Otras obras del P. Monleón:
Le Cantique des Cantiques
La Fête du Christ-Roi
Les Patriarches (Histoire Sainte 1)
Moïse (Histoire Sainte 2)
Josué et les Juges (Histoire Sainte 3)
Le prophète Daniel (Histoire Sainte 4)
Le roi David (Histoire Sainte 5)
Les instruments de la perfection (commentaire ascétique sur le chapitre IVe de la Règle de S. Benoît)
Commentaire sur le Prophète Jonas
Les noces de Cana
L’Oraison
Les XII degrés de l’humilité (commentaire ascétique sur le chapitre VIIe de la Règle de S. Benoît)
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Le Cantique des Cantiques
La Fête du Christ-Roi
Les Patriarches (Histoire Sainte 1)
Moïse (Histoire Sainte 2)
Josué et les Juges (Histoire Sainte 3)
Le prophète Daniel (Histoire Sainte 4)
Le roi David (Histoire Sainte 5)
Les instruments de la perfection (commentaire ascétique sur le chapitre IVe de la Règle de S. Benoît)
Commentaire sur le Prophète Jonas
Les noces de Cana
L’Oraison
Les XII degrés de l’humilité (commentaire ascétique sur le chapitre VIIe de la Règle de S. Benoît)