La “conciliación” o “encuentro” entre
los opuestos a través del “diálogo”, que es en realidad una operación de la
dialéctica hegeliana, lleva a anular la categoría de individuo –en términos
kierkegaardianos- indispensable para ser auténtico cristiano, aunando en un
Absoluto –la Superreligión sincretista del Nuevo Orden Mundial- a los hombres
como masa, es decir, como número. La cuantificación de la “fe” vertida a través
de los medios masivos de difusión es una clara exposición de este proceso. De
igual modo empieza a verificarse esta práctica en la neo-FSSPX, donde ya no
queda espacio para la auténtica libertad de los hijos de Dios, sino que se
impone un férreo sometimiento de los miembros y fieles al “espíritu de cuerpo”,
donde el menor disenso es tomado como desobediencia y rebeldía contra la
Autoridad y/o la Congregación. Y el número aplastante de la mayoría se impone
como criterio concluyente y condenatorio de los“resistentes”.
Eliminando o reduciendo el “espíritu de
no contradicción”, la neo-iglesia (y la neo-Fraternidad) tienden a reducir y
desaparecer la intransigencia de la verdad, en aras de una unidad superadora.
De este modo, el gnosticismo –del que Kierkegaard acusaba a Hegel- viene a
triunfar en la iglesia conciliar y en la FSSPX conciliar.
El lenguaje se vuelve equívoco, ambiguo,
lavado, inclusivo. La Misa tradicional se llama ahora “forma extraordinaria”
del rito romano. El “saber” humano determina hasta dónde llega la sabiduría
divina, la cual es “tolerada” de forma extraordinaria, mientras no perjudique
la “forma ordinaria” en que el hombre decide hacer su religión.
La diferencia con el hegelianismo puro
es que el modernismo no presenta un cuerpo sistemático y cerrado, sino que se
muestra abierto, super abarcativo, de allí su mayor alcance en el engaño. Su
eficacia consiste en hacer prevalecer la cantidad sobre la calidad, lo
abstracto sobre lo concreto, la masa sobre el individuo, el hombre sobre Dios.
Los cristianos “estéticos” prevalecen sobre los “éticos”, y los “éticos” sobre
los “religiosos”.
Los primeros se quedan en la inmediatez
de la impresión, hacen de los medios fines, y con mantener las apariencias de
la religión se los mantiene cautivos. Son los cristianos exteriores o de
“cartelito”. Los segundos descubren que tienen que esforzarse, pero el término
de su impulso reside o concluye en sí mismos. Dice Kierkegaard: “En el fondo,
toda la doctrina pagana concluye (en contraste con la que astutamente se
confunde con el cristianismo) que el saber (el conocimiento) es virtud.
Esta proposición ya la presentó Sócrates, y después todos los socráticos. La
doctrina cristiana es lo contrario: es la virtud el saber. De aquí la
expresión ‘hacer la verdad’” (“Postilla conclusiva…”).
El coraje de cumplir el propio deber de
estado –en tanto que individuo en relación a la verdad que es Dios- lleva el
grado ético hasta el heroísmo. Mas esta categoría o cumplimiento de una misión
sólo puede ser sostenida –en su tender hacia lo trascendente- por el estadio
religioso. La esfera ética se encuentra subordinada –en su determinación hacia
la exitosa consecución de su último fin-a la esfera religiosa, y es ésta, por
lo tanto, la que ha sido fundamentalmente atacada (Chesterton decía que para
restaurar el matrimonio primero había que restaurar la institución monástica).
De allí toda la caída posterior de los estamentos inferiores. La esfera
religiosa es la de la interioridad. Para falsificar la misma la dialéctica
hegeliana del diálogo implementada por los modernistas pone a la interioridad
en necesidad de salir para “encontrarse” con otras expresiones que aunque
opuestas, se vuelven indispensables para lograr la“unidad” de las diversas
“sensibilidades” a que la neo-iglesia conduce. Así es como la interioridad
religiosa no cree en la Verdad de la que parecía haberse apropiado en su
relación de intimidad con Dios, y se lanza con apariencias de“libertad” a ser
presa del proceso dialéctico donde no reina la verdad, sino la mentira del
hombre como fin de todas las cosas. Ese hombre puede ser dueño y custodio de
las formas, de exterioridades que son prueba de la interioridad religiosa. Pero
esas exterioridades están vaciadas, porque ya no las nutre la única y exclusiva
verdad, sino la verdad como parte de una unidad de divergencias en camino hacia
la gran Unidad. Y seguir ese camino no conlleva ningún riesgo. Como dice
Kierkegaard: “Sin riesgo no existe la fe”. Pero agregaba que para conservar la
fe “deberé siempre procurar mantenerme en la incertidumbre objetiva”. ¿Coincide
en esto con Francisco, cuando este critica a los que piden una “seguridad
doctrinal”? Parecería que sí en cuanto a que importa más el cómo se relaciona
el sujeto con la verdad que el qué de esa verdad. Pero según Cornelio Fabro,
“Kierkegaard termina por olvidar precisamente aquel concepto de criatura que está
en la base de toda su obra, la distinción entre finito e infinito que atribuye
a Dios la verdad por esencia y a la criatura la verdad por participación. Sólo
Dios es la verdad mientras que la criatura tiene o puede llegar a tener la
verdad. La tesis del hombre como‘medida de la verdad’ pertenece a la antigua y
moderna sofística de Protágoras y Feuerbach, de Sartre y Camus, y debería estar
en las antípodas de la de un espíritu de la religiosidad de Kierkegaard” (cit.
en “Un sendero en el bosque”por Mariano Fazio). Pero esto no llega a ser así
porque “las afirmaciones de tendencia racionalista de la Apostilla sobre la fe
son tomadas como fruto de su discutible gusto por las paradojas y los juegos de
palabras” (Id, p. 187).
El Padre Castellani –no sin sentido
polémico- parece haber entendido mejor el planteamiento de Kierkegaard: “El
mundo actual está demasiado dispuesto a aceptar esto, sobre todo el mundo
protestante: la indiferencia o no importancia de los dogmas: lo que vale es la
buena voluntad; la “unidad en la caridad”dicen. El mundo católico al contrario
pone toda la fuerza en la unidad rigurosa de la doctrina, aunque sea sin mucha
caridad: la unidad en la fe. Con ninguna de las dos cosas solas se puede
conseguir la unidad que Cristo mandó, en la fe y en la caridad.
“Mucho menos con esa mazamorra sin fe ni
caridad que llaman ahora ‘ecumenismo’; o sea una especie de arreo general de
ovejas, cabras, vacas, avestruces y chanchos, como los que hacen en la iglesia
de ‘Fátima’ (Martínez).
“Lo que quiere decir K. es: lo que
interesa y lo que salva es la fe sobrenatural que termina en un Dios
trascendente; aunque tenga por contenido un solo artículo del Credo, digamos.
Él se topaba con asombro con gentes que creían (o creían creer) los 14
artículos, o por lo menos los recitaban de memoria; y no veía en ellas ni pizca
de religión. ¿Qué importancia tiene pues la dogmática? La dogmática tiene la
importancia de suscitar de suyo la fe sobrenatural. El dogma no es indiferente;
pues hay dogmáticas que de suyo impiden o destruyen la fe sobrenatural; como el
culto de la diosa Kali, o el mono Ahrumán o el culto de la Humanidad de Augusto
Comte. Es obligación del hombre abrazar la religión que llamamos “verdadera” en
cuanto la conozca; sin negar que habrá o puede haber en las otras
religiones artículos o fragmentos o bocetos de la verdad divina, aferrándose a
los cuales puede un hombre volverse justo –más difícilmente por cierto.
“A esto le llaman el dogma del “Alma de
la Iglesia”. Lo que hizo K. fue llamar la atención sobre la otra cara del
dogma, sobre los que están en el “Cuerpo” de la Iglesia, y acaso no están en el
alma. ¡Ah, un mahometano puede salvarse porque puede adorar a Jesucristo en
espíritu y en deseo! (el mártir Al Hallaj). Pero ¡ah! Un cura puede perderse
porque puede adorar a Cristo como si fuese Mahoma:“los que hacen de la fe
granjería”, que dice San Pablo” (De Kirkegord a Tomás de Aquino, págs. 82-83).
Aclarado el punto, está también claro
que es en la religión falsificada de Francisco donde “el hombre como medida de
la verdad” viene a hacerse explícito, por ejemplo en una de sus tantas
entrevistas donde relativiza el sentido moral, reduciendo la idea de bien y mal
a lo que cada uno determine en su mente (en esto demostraría además ser
Francisco kantiano). También esa mirada de la fe como lo “absurdo” se ha
manifestado en Francisco, por ejemplo al no ofrecer respuesta alguna ante el
problema del dolor (ya Benedicto había caído en tal falta de respuesta cuando
su visita a Auschwitz).
Si la preocupación esencial de K. era
cómo ser verdaderamente cristiano en un lugar donde todo el mundo creía serlo
(esa preocupación lo llevó a K. a convertirse en anti-protestante, e incluso
devoto de la Sma. Virgen, no llegó a ser católico porque antes se murió), la
preocupación de los modernos ecumenistas es cómo ser cristiano según el hombre.
Entonces la relación personal e íntima entre el individuo y Dios queda
desplazada por la relación exterior del hombre con la multitud que tiende hacia
la concreción de un nuevo Cristo (tal vez llamado Cristo-cósmico de Teilhard).
La fe ya no es la relación entre el hombre y Dios sino entre el hombre y el
dios al que cada uno le reza, que sería el mismo pero enseña cosas diferentes.
Por lo tanto la fe en Cristo ya no es un escándalo ni locura para griegos y
judíos. Una fe que no escandaliza a quien no la tiene ya no es más católica. Ya
no es más un don sobrenatural de Dios sino una invención humana. Es ahora una
fe en el hombre. Por eso dijo Francisco que no hay un Dios católico. Este Dios
en el que cree, esta nueva fe trasciende lo católico. Pueden ahora hacer de
Cristo un Mahoma o lo que se les ocurra, bajo el amparo de la “libertad
religiosa”.
La pregunta ahora es: ¿puede esta fe en
el hombre que tiene la neo-iglesia, no escandalizarse de la fe católica? La
dialéctica hegeliana puede asimilarla en su diversidad de la fe modernista, en
tanto y en cuanto esta fe católica esté dispuesta –disponible- a cumplir la
demanda de no ser exclusiva y excluyente con respecto a la fe no católica.
Pero, en ese caso, luego de la confluencia de la tesis con la antítesis, la
síntesis termina disolviendo esa fe católica, que pasa así a integrarse o
fundirse en la unidad de otra cosa. En ese proceso dialéctico está actualmente
la neo-iglesia y hacia esa espiral tramposa que va a devorarla se dirige la
antítesis que pide ser reconocida como tal: la neo-Fraternidad.
Los verdaderos cristianos –enseñó S.K.-
son los testigos de la verdad. Y la verdad no puede conciliarse o fundirse con
su opuesto, la mentira. La verdad no puede ser disminuida en nombre de la
caridad, ya que de ser así no sería verdadera caridad. La caridad sin verdad
disminuye la caridad. La verdad sin caridad disminuye la verdad. Cuando
hablamos de disminución decimos perder eficacia, perder fuerza, y abrir
entonces la posibilidad al enemigo de acabar con ellas. Para que haya
cristianismo deben estar ambas a la vez. Eso exige aceptar la cruz del rechazo.
El verdadero testigo de Cristo es el que sufre por la verdad. Y ¿qué vemos hoy
en la Nueva FSSPX? Acomodo, silencio, cobardía, complicidad, disimulo,
obsecuencia, etc. En definitiva, un desecamiento de la fe por falta de caridad,
la cual termina finalmente afectando la pureza de la doctrina. Si la verdad es
despreciada, Cristo es despreciado. Ese es el drama actual, lo único
importante, que no podemos dejar de ver y de decir. Aquello a lo que se debe
mirar y contra lo que debemos luchar.
Castellani explica a Kierkegaard. “Si
un Rey se enamora de una sirvienta naturalmente va a sufrir; pero ¿si una
sirvienta se enamora de un Rey? Mas volviendo la vista a la Prometida de
Cristo, la Iglesia, ve que ella no sufre, lejos de eso, anda muy campante, en
politiquerías y apariencias, cómoda, confortable, acomodada. Va a bendecir el
Congreso de los Ferroviarios”. Eso es la iglesia conciliar, ahora más
“dicharachera” y “divertida” que nunca con el papa (¿?) tanguero y futbolero
que “misericordea” con los judíos. En realidad no “misericordea” sino que
“miserabiliza” la fe. Si K. dijo que “El protestantismo es el aliado del
plebeyismo” entonces Bergoglio es todo un protestante.
Este apunte que releo debe hacernos
pensar en la posibilidad de que ninguno de nosotros está exento de caer en
tales vicios:
Tres sugerencias para progresar espiritualmente (Padre
Pío):
“1. Debes tener cuidado de no pelear ni
competir con nadie. Si en cambio lo haces, despídete de la paz y de la caridad.
El excesivo apego a tus propias opiniones invariablemente es la fuente y el
comienzo de la discordia. San Pablo nos exhorta a tener un mismo pensamiento
con respecto a este vicio despreciable.
2. También debes estar atenta a no caer
en la vanidad, que es un vicio muy común en las personas devotas. Ella nos
conduce sin que nos demos cuenta a sentirnos superiores a los demás. San Pablo
también advierte sobre esto a sus queridos filipenses. Este gran santo, lleno
del Espíritu del Señor, vio claramente el mal que surgiría entre esos santos
cristianos si este feo vicio entraba en sus almas. Los advirtió diciéndoles:
’No hagan nada por rivalidad o vanagloria’(Flp.2, 3)
3. Por último, procuremos dar prioridad
a lo que beneficia a los demás y no a lo que creemos que es ventajoso para
nosotros”.
(Carta a Raffaellina Cerase, 4-11-1914)
“…sin ser piadoso no se puede ser
verdaderamente sabio”.
Vico, Ciencia nueva
“Si en el curso de los siglos una masa
enorme de dolores y aún de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en
la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría”.
Castellani,“Cristo y los fariseos”.
Juan Augurio Stancovic