Palabras de Monseñor Lefebvre pronunciadas en su sermón por los
funerales de Sor María de la Cruz, 22 de diciembre de 1990. (Extracto)
Ella fue un ejemplo notable, tal vez único, y ciertamente, para
mí, único en su género. Creo que ustedes conocen todas las circunstancias en
las cuales nuestra querida sor María de la Cruz creyó que debía dejar, en
conciencia y ante el Buen Dios, su
monasterio. Monasterio que ella amaba. El Monasterio de Collombey, al cual
había entrado desde hacía muchos años, pues ella murió a los 86 años y llegó
aquí hace 14. Por lo tanto, tenía 72 años cuando dejó su monasterio. 72 años,
eso representa más de cincuenta años en su monasterio. No es poca cosa. Estaba
muy apegada a su familia religiosa, a esta vida de familia.
Y entonces, desgraciadamente, este
convento ciertamente ferviente y admirable antes del concilio, dejó entrar las
influencias conciliares y particularmente la influencia ecuménica.
Y sucedió un día que la Madre abadesa
quiso traer un pastor protestante al interior del monasterio para impartir una
conferencia a las religiosas.
La hermanita María de la Cruz decidió ese día: Yo no me quedo en
este monasterio, no puedo tolerar que un pastor protestante me enseñe. Soy
católica y quiero permanecer católica.
Y tomó la decisión de abandonar su
monasterio. Y se lo dijo sin ambages a su Superiora, sin vacilar. Y desde ese
día empezó a ser vigilada. Se le prohibió cualquier salida. Pero en su voluntad
firme de conservar la fe católica, tomo medidas increíbles, inimaginables, que
son medidas que solo los héroes o heroínas pueden tomar para conservar la fe.
Ella advirtió a amigos que vinieran a
buscarla, y como no podía salir por la puerta del convento, les pidió que
trajeran una escalera doble para colocarla por encima de la clausura.
Y un día que las hermanas asistían a
misa solemne, ella atravesó el jardín, subió los peldaños de la escalera que le
habían colocado desde afuera, y bajó por la segunda escalera, y es así como
quiso proteger su fe, con toda simplicidad…
Sí, así abandonó su monasterio y vino a pedir refugio aquí en
Ecône. Ciertamente que nosotros se lo dimos gustosamente, y he aquí que durante
14 años permaneció en esta casa de Ecône.
¡Qué ejemplo, mis queridísimos hermanos y también para ustedes,
queridos seminaristas! Qué ejemplo para aquellos que tengan cualquier duda. Esto
es en definitiva lo que hemos hecho los tradicionalistas. Hemos querido
conservar la fe y dejar ese medio que tendía a hacernos protestantes, que
tiende a hacernos cambiar nuestra Santa Religión.
Entonces, huyamos; huyamos para conservar la fe y reunámonos donde
podamos, donde el Buen Dios o la Providencia nos indique, un lugar donde
podamos reunirnos para conservar la fe.