Prometeo
– II
El
Concilio puso la religión de cabeza,
Con Dios sirviendo ahora al hombre, y al hombre la corona.
Con Dios sirviendo ahora al hombre, y al hombre la corona.
En
su libro “Prometeo, la religión del hombre”, el P. Álvaro Calderón
presenta el Vaticano II esencialmente como un humanismo, disfrazado de
catolicismo por los oficiales de la Iglesia. Este disfraz dio una autoridad sin
precedentes al humanismo y requirió una habilidad sin precedentes para
montarlo. Ahora bien, el humanismo surgió en el siglo XIV para defender los
valores puramente humanos frente a las exigencias supuestamente inhumanas de la
pobreza, la castidad y la obediencia de la Edad Media católica, y también
frente a la autoridad eclesiástica que supuestamente trataba a los seres
humanos como niños. Así que para afirmar la dignidad humana, el humanismo
afirmará la libertad humana, y dará lugar al liberalismo en los siglos XVII y
XVIII, al súper-liberalismo en los siglos XX y XXI. A la falsa libertad de este
súper-liberalismo, el Vaticano II se esforzará por adaptar la verdadera Iglesia
de Dios. De este modo, el Concilio “liberará” la mente del hombre mediante el
subjetivismo, su voluntad mediante la “conciencia” y su naturaleza haciendo que
sea servida por la gracia en vez de levantada por la gracia.
El
subjetivismo es el error de hacer la verdad independiente del objeto, y
dependiente en cambio del sujeto humano. En última instancia, esto resulta en
una pura locura, que el Vaticano II quería evitar, pero quería suficiente
subjetivismo como para garantizar la libertad de pensamiento. Así que recurrió
a la “insuficiencia de las fórmulas dogmáticas”. Ahora bien, es verdad que
ninguna palabra humana puede decir o expresar la plenitud de
las realidades divinas, pero las palabras pueden decir algo, por
ejemplo “Dios existe” es verdadero, mientras que “Dios no existe” es falso. Por
lo tanto, las palabras no son totalmente inadecuadas para expresar dogmas, y de
hecho, si creo en una serie de dogmas expresados en palabras, como la Iglesia
exige de todo católico, puedo salvar mi alma. Pero el Vaticano II (Dei
Verbum) dice que Dios se revela, no una doctrina en palabras, sino que Él
mismo es conocido por la experiencia subjetiva, no por palabras objetivas. Así
las doctrinas pueden ir y venir sin tocar las realidades detrás de ellas, ¡y
así el Vaticano II puede cambiar los dogmas sin apartarse supuestamente de la
Verdad o la Tradición! ¡Por lo tanto, todo tipo de teología es lícita, y todo
tipo de religiones! ¡Así que la superioridad del cristianismo es meramente
cultural!
Entonces,
¿cómo libera el Vaticano II la voluntad? Ya está liberada. Si no hay más verdad
o falsedad, entonces es igualmente cierto o falso que robar y mentir están mal.
En última instancia, de nuevo, esta posición termina en pura locura, así que
¿cómo afirmará el Vaticano II la libertad de la mente y, sin embargo, se
mantendrá alejado de la disolución de toda la moral? Por la “conciencia”.
Dentro del corazón de cada hombre, pero sin palabras, habla Dios por una
inclinación moral hacia el bien y lejos del mal de una manera que ninguna
palabra puede ser adecuada, pero con una sustancia inalterable a lo largo de
todas las épocas. Así que mi voluntad no está encadenada por los Diez
Mandamientos desde fuera de mí, sino que me inclinaré libremente desde dentro,
permaneciendo así libre para hacer lo que es correcto. Pero en realidad, ¿lo
haré? – ¿qué hay del pecado original? En realidad, la moral es objetiva, es
racional, y puede y debe expresarse en reglas universales. La mera “conciencia”
subjetiva es demasiado débil para hacer frente al pecado original.
Finalmente,
¿cómo pone el Vaticano II la gracia de Dios abajo, en vez de arriba, de la
naturaleza del hombre? La “gracia perfecciona la naturaleza” es un principio
católico clásico, así que la gracia perfecciona al hombre al reparar su más
alta cualidad, su libertad, la cual es esclavizada por el pecado. Así la gracia
de Cristo libera y sirve a la naturaleza del hombre, revelando al hombre a sí
mismo (Gaudium et Spes, #24), por la Encarnación. ¿Pero la Encarnación no
reveló primero a Dios al hombre?
En
conclusión, el P. Calderón muestra cómo el Vaticano II, aunque fundamentalmente
humanista, embellece el humanismo con decoraciones católicas: ¡libertad, sí,
pero a imagen de Dios! ¡El subjetivismo, sí, pero de la verdad interior,
incluido el misterio de Dios, que revela el propio misterio del hombre!
¡Conciencia, sí, pero participando naturalmente de la Ley Eterna, para que los
hombres la cumplan naturalmente, para que la voluntad de Dios esté en línea con
la voluntad del hombre! ¡Gracia, sí, pero perfeccionando la naturaleza del
hombre liberándonos de la esclavitud del pecado! Así pues, ¡cuánto más bello es
el humanismo decorado por la riqueza y herencia de la Iglesia!
Kyrie
eleison.