sábado, 25 de mayo de 2019

DEL “SUEÑO DE DAKAR” A LA “PESADILLA DE MENZINGEN”

  


Las Actas del último Capítulo general de la FSSPX, que recientemente hemos podido conocer, están en perfecta continuidad con la línea acuerdista que se ha venido implementando en la congregación muy particularmente desde el año 2012. Sin embargo, cada vez más encontramos que el lenguaje ambiguo y las actitudes evasivas, se refinan.

En el prefacio a su “Itinerario espiritual”, libro que es considerado el testamento espiritual de Mons. Lefebvre, éste escribía:

“Si el Espíritu Santo permite que redacte estas consideraciones espirituales antes de entrar, si Dios quiere, en el seno de la Bienaventurada Trinidad, me habrá permitido realizar el sueño que me hizo entrever un día en la Catedral de Dakar: frente a la degradación progresiva del ideal sacerdotal, transmitir en toda su pureza doctrinal y en toda su caridad misionera, el sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo transmitió hasta mediados del siglo veinte.

¿Cómo realizar lo que me parecía entonces la única solución para renovar la Iglesia y la Cristiandad? Era todavía un sueño, pero en el cual se me presentaba ya la necesidad, no solamente de transmitir el sacerdocio auténtico, no solamente la “sana doctrina” aprobada por la Iglesia, sino también el espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano, ligado esencialmente a la gran oración de Nuestro Señor que expresa eternamente su sacrificio de la Cruz.

La verdad sacerdotal depende totalmente de esta oración; y por eso he estado siempre obsesionado por este deseo de señalar los caminos de la verdadera santificación del sacerdote según los principios fundamentales de la doctrina católica de la santificación cristiana y sacerdotal.

De buen grado uso las palabras siempre tan expresivas de San Pablo: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; que a nosotros mismos nos consideramos como esclavos vuestros por causa de Jesús” (II Cor. 4, 5). Y también: “Acordaos de quienes os conducen, los cuales os hablaron la palabra de Dios; de quienes, considerando el remate de su vida, imitad la fe. Jesucristo ayer, y el mismo es hoy, y por todos los siglos” (Heb. 13, 7).

¡Esta es su fe!

Justamente porque el reino de Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la actividad de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del sacerdocio católico, y ya no podemos seguirlos.

Mons. Lefebvre afirma allí que su sueño de transmitir “en toda su pureza doctrinal y en toda su caridad misionera, el sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo transmitió hasta mediados del siglo veinte” se había cumplido, al legar esa enseñanza como herencia a la congregación que él había fundado, la FSSPX. Había peleado el buen combate, como decía San Pablo, dejando una gran obra que, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, había hecho sobrevivir el Sacerdocio católico, y por tanto la Santa Misa y la continuidad de la Tradición. Tarea cumplida con honores. Incluso el honor de ser estigmatizado por los enemigos de la Iglesia que la habían ocupado, como “excomulgado”. Signo de que realmente había dado el golpe donde debía darlo.

Las actas del último Capítulo general de la FSSPX, realizado el año pasado, comienzan recordando este llamado “sueño de Dakar”:

1.      La misión de la Fraternidad es la de formar sacerdotes y contribuir a la santificación del clero. En la medida en que cada uno de sus miembros se esfuerce en cumplirla, el "sueño de Dakar" de Mons. Lefebvre, nuestro venerado fundador, se vuelve realidad: la solución a la crisis de la Iglesia, su renovación y la restauración de la cristiandad a través del reinado de Nuestro Señor Jesucristo.

En efecto, en la medida en que cada sacerdote de la FSSPX es fiel al mandato de Mons. Lefebvre, se cumple su ideal sacerdotal (que no es otro que el de la Iglesia). Pero en la medida en que cada sacerdote es infiel al mandato de Mons. Lefebvre, traiciona a Cristo, a la Iglesia y a su fundador.

Ahora bien, a continuación de lo del “sueño de Dakar”, Mons. Lefebvre citaba estas palabras de San Pablo:

“Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; que a nosotros mismos nos consideramos como esclavos vuestros por causa de Jesús” (II Cor. 4, 5).

Este es un pasaje importantísimo y que, según creemos, ha sido olvidado o desvirtuado. ¿Por qué?

Porque la FSSPX, desde que ha decidido alcanzar un “reconocimiento” o “acuerdo” con la Roma conciliar, no hace sino, una y otra vez, “predicarse a sí misma”.

De hecho, a sus propios ojos, la FSSPX se ha tornado indispensable para alcanzar esta “recuperación” y “renovación” de la Iglesia.

Podría sintetizarse así:

-La solución a la crisis de la Iglesia está en la concreción de “el sueño de Dakar”.
-La materialización de ese “sueño” es la obra de la FSSPX.
-La FSSPX llevará la solución a la crisis de la Iglesia.

En una entrevista por más de un motivo desdichada, y para nosotros con cierto grado de presunción, el obispo Mons. Tissier de Mallerais, preguntado acerca de qué era lo esencial en la acción de Mons. Lefebvre, respondía:

“¡Pues veamos! ¡Es la Fraternidad! La coronación de su vida, y la obra de un genio; sí, la síntesis de varias ideas geniales. ¿No lo ve usted?”

Pasaba a enumerar a continuación los indudablemente muy meritorios elementos con que Mons. Lefebvre dotó a la FSSPX para alcanzar sus objetivos de formar santos sacerdotes.  

Sin embargo, hay una sobrevaloración, un apego exagerado y una falta de autocrítica notorias, respecto de la propia congregación. Basta revisar con atención los sitios oficiales en Internet de la FSSPX, sus publicaciones, e incluso saber que ha contratado una empresa para “mejorar su imagen” haciendo de la misma “una marca comercial” (branding), para darse cuenta de esto. Para comprender que esa “obra de un genio” ha sido retocada, maquillada y aggiornada, hasta desfigurarla y hacerle perder el rumbo. Basta incluso escuchar a sus sacerdotes para percibir que es el sentir general de los mismos que hablan de la FSSPX como un “bastión”, un “baluarte”, algo de lo que no dejan de estar sumamente orgullosos.

Lógicamente, este “baluarte” hay que conservarlo a cualquier precio, pues de eso depende el que la Iglesia pueda redescubrir su Tradición.

De allí que incluso alguien tan lúcido como el Obispo Tissier, llegara a traicionar sus propias palabras y afirmar, en la citada entrevista, algo que contradice al mismísimo Mons. Lefebvre. Recordémoslo:

Pero ahora hay a todas luces, por parte del papa Francisco, una disposición favorable a reconocernos sin esas condiciones. Nosotros decimos “¡un momento!”, porque las cosas avanzan y hace falta que sigan avanzando.

Mons. Lefebvre no estableció nunca, como condición de nuestro nuevo reconocimiento por Roma, que Roma abandonase los errores y las reformas conciliares. Aunque dijera algo parecido a André Cagnon en 1990, no lo habría hecho, porque ésa no había sido nunca su línea de conducta, su estrategia con la Roma modernista. Era firme en la fe, no cedía en sus posiciones doctrinales, pero sabía ser dúctil, paciente, prudente, en la práctica. Para alcanzar sus fines, su prudencia le hacía empujar al adversario, hostigarle, hacerle recular, persuadirle, sin bloquearle, no obstante, con exigencias que resultasen todavía inaceptables. No rechazaba el diálogo y estaba dispuesto a aprovechar cualquier puerta abierta por el interlocutor. En ese sentido se ha subrayado en él un cierto oportunismo, se ha hablado de “pragmatismo” y es verdad: es una pequeña virtud aneja a la virtud cardinal de la prudencia: la sagacidad, una sabiduría práctica, vecina de la sollertia, de la cual hablan Aristóteles, santo Tomás (2-2, q. 48, a. unicus) y el “Gaffiot” [célebre diccionario latín-francés], que es la destreza en encontrar los medios para alcanzar los fines.

Mons. Lefebvre pedía con sagacidad “que seamos al menos tolerados”: “Eso sería un avance considerable”, decía. Y “que seamos reconocidos tal como somos”, es decir, con nuestra práctica que deriva de nuestras posiciones doctrinales. Pues bien, hoy comprobamos por parte de Roma una disposición favorable a soportar nuestra existencia y nuestras posiciones teóricas y prácticas. Digo “soportar” para evitar “tolerar” ¡ya que se tolera un mal!

Doctrinalmente, ya, ha dejado de forzársenos a admitir “todo el Concilio” y la libertad religiosa; ciertos errores que denunciamos están empezando a considerarse por nuestros interlocutores como materia de libre discusión, o de discusión continua. Es un progreso. Discutimos, pero hay que confesar que nosotros no cambiamos y es improbable que cambiemos. Y en la práctica, les pedimos a esos romanos: “Reconoced nuestro derecho a reconfirmar fieles bajo condición”, y aún más: “¡Reconoced la validez de nuestros matrimonios!” Vea usted, son serias manzanas de la discordia. Hará falta que se nos reconozcan esas cosas. Si no ¿cómo sería soportable nuestro reconocimiento?”
(Ib.)

Podrían decirse unas cuantas cosas sobre esas declaraciones de Mons. Tissier.

En principio, vale recordar a Mons. Lefebvre cuando en el mismo texto de “Itinerario espiritual”, dice estas palabras inequívocas, enteramente libres de toda ambigüedad:

“Es un deber estricto, para todo sacerdote que quiera permanecer católico, el separarse de esta iglesia conciliar, en tanto que ella no regrese a la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica.”

Primero, Mons. Lefebvre no dice “separarse de esta iglesia conciliar en tanto ella no nos reconozca o no nos tolere”, sino “en tanto ella no regrese”, es decir, el foco está puesto en Roma y el regreso de ella a la Tradición.

Segundo, es un mandato –habla de “deber”- que se basa en un principio de doctrina pero también en lo prudencial, pues tiene en cuenta las circunstancias –“en tanto ella no regrese”- para cambiar el mandato. De manera tal que traza un programa mismo de acción. Si el verdadero prudente no teme cambiar de juicio práctico y por lo tanto rectificar el mandato u orden, Mons. Lefebvre ya daba la condición para modificar este mandato, y lo hacía de manera inequívoca: cuando Roma regresase a la Tradición. Por lo tanto, la “sagacidad” de Mons. Lefebvre, utilizada para “saber lo que en un momento dado se puede esperar de alguno” (Catecismo de la Suma Teológica, P. Pegues), no era de un “oportunista” (Oportunismo: Actitud que consiste en aprovechar al máximo las circunstancias que se ofrecen y sacar de ellas el mayor beneficio posible. DRAE), sino que le ha servido para llegar a darse cuenta que de los modernistas romanos no podía sino esperar el engaño, la falsedad y la astucia serpentina.

La actitud de Mons. Lefebvre ha sido siempre de buscar el interés general de la Iglesia y su fin el de que ella regresase a la Tradición, no una mezquina intención de favorecer la propia congregación para crecer en “prestigio”, “reconocimiento” o “poder”. Esto es más propio del astuto. Decía Joseph Pieper:

“La astucia (astutia) es la más típica forma de falsa prudencia. El término alude a esa especie de sentido simulador e interesado al que no atrae más valor que el “táctico” de las cosas y que es distintivo del intrigante, hombre incapaz de mirar ni de obrar rectamente. (…) El concepto de astutia aflora repetidas veces en las cartas del Apóstol Pablo como contrapuesto, en antagonismo alumbrador de su sentido, a la “manifestación de la verdad” (manifestatio veritatis, 2 Cor. 4,2), a la “claridad” y a la candorosa “simplicidad” de espíritu (simplicitas, 2 Cor. 11,3). El concepto de simplicitas figura asimismo en el lema que encabeza este libro: “si tu mirada es pura (simplex), tu cuerpo entero se inundará de luz” (Mt. 6,22). 
(“Las virtudes fundamentales”, Ed. Rialp, tercera edición, págs. 54-55)

Pero, ¿estamos hablando de simulación, de intriga y de falta de rectitud en la FSSPX? Eso mismo. Fijémonos que esa falta de luz de la FSSPX –ya convertida en Neo-FSSPX- viene de la falta de simplicidad, es decir, de un corazón doble, que la ha llevado a tener un lenguaje doble, ambiguo, transigente.  Recordemos que la famosa carta titulada “Cuarenta años de fidelidad”, suscripta por los Profesores del Seminario de La Reja en los comienzos de 2009, decía por ejemplo (las negritas son nuestras):

“La Fraternidad Sacerdotal San Pío X agradeció a Roma el decreto sobre las excomuniones, siendo que éste no las declaraba nulas por injustas, como hubiera debido, y a algunos les parece que así ha dado a entender que las considera válidas. Sería cierto si esta fuera la única vez que la Fraternidad se hubiera manifestado respecto a este asunto, pero no sólo las declaró nulas desde el principio y mil veces lo ha repetido, sino el accionar mismo de la Fraternidad lo declara a voz en cuello”.
(Revista Tradición Católica N° 222, Julio-agosto 2009; leer acá: http://hispanismo.org/crisis-de-la-iglesia/9588-carta-de-los-padres-del-seminario-de-la-reja-fsspx.html )

Interesante: “la Fraternidad lo declara a voz en cuello” salvo cuando tuvo que hacerlo a voz en cuello ante las autoridades romanas. En ese momento, cuando más falta hacía, dio a entender que consideraba las excomuniones válidas. Ahí está escrito, los Padres lo admiten. Si la Fraternidad jamás hubiese hablado del tema, pero lo hubiese hecho esa única vez –reiteramos, ante las autoridades romanas- todo el mundo entendería con razón que las consideraba válidas. ¿Por qué este doble lenguaje? ¿Por qué esta falta de honestidad –y de caridad- frente a las autoridades romanas? No por prudencia, sino por astucia. Y así, como dicen después los Profesores en la Carta, “Les agradecimos lo poco que podían darnos, y tanto ellos como nosotros entendemos lo que decimos”.  Como un lenguaje en código, cada uno sabe que el otro dice una cosa cuando está pensando otra, pero eso era lo conveniente, porque “no se podía dar más”. “Todo bien”.

Como decía el liberal figurado por Sardá y Salvany en uno de sus artículos para Propaganda católica: “Pero las circunstancias engendran a veces terribles compromisos: quiérase o no, hay que seguir en algo la moda y no hacerse el intransigente”. ¡Qué compromiso!

Continuaba diciendo Joseph Pieper en la página citada:

“También se puede llegar a un fin recto por caminos falsos y torcidos. Pero el sentido propio de la prudencia es cabalmente que no sólo el fin de las operaciones humanas, sino también el camino que a él conduzca, han de ser conformes a la verdad de las cosas reales. Lo que a su vez implica un nuevo supuesto: el que los “intereses” egoístas del sujeto sean llamados al silencio, a fin de que deje sentir su voz la verdad de las cosas reales y, merced al informe brindado por la propia realidad, se precisen con nitidez los contornos del camino adecuado. El sentido, o más bien el sin-sentido, de la astucia, estriba, por el contrario, en que la vocinglera, y en consecuencia sorda (pues sólo aquel que calla puede oír), subjetividad del “táctico” desvíe el camino de la acción de la verdad de las cosas reales. “No es lícito llegar a un fin bueno por vías simuladas y falsas, sino verdaderas”, dice Tomás. Por donde se patentiza, de alguna manera, el parentesco que une a la prudencia con la magnanimidad, virtud de rutilante mirada. La simulación, los escondrijos, el ardid y la deslealtad representan el recurso de los espíritus mezquinos y de los pequeños de ánimo. Pero de la magnanimidad leemos en la Summa Theologica del Doctor Universal de la Iglesia, como también en la Ética a Nicómaco, de Aristóteles, que gusta en todo de lo manifiesto.

Con esta afirmación, sorprendente como más arriba apuntamos, pero profunda hasta lo insondable, desenmascara Tomás de Aquino el velado origen de la astucia: todas esas seudoprudencias y prudencias que se pasan de listas nacen de la avaricia, con la que guardan esencial parentesco”.
(Ibídem).

Había pasado que la imprudente FSSPX había solicitado a Roma lo que Roma no estaba dispuesta a dar. Y habiendo la astuta serpiente romana falseado el don, la orgullosa FSSPX no podía admitir que había caído en una trampa. Tenía que seguirle el juego a los tramposos romanos. Y entonces, a la par de ellos, ponerse por fuera del camino de la verdad. Y usar toda la sabiduría acumulada en tantos años de estudios para intentar justificar mediante argucias y sofismas, el porqué de tal actitud. Dice Pieper que la avaricia debe ser entendida en el caso mencionado como “el desmesurado afán de poseer cuantos “bienes” estime el hombre que puedan asegurar su grandeza y su dignidad (altitudo, sublimitas). En este sentido la avaricia delata esa angustia proverbial de los viejos, hija de un espasmódico instinto de conservación que no repara ya en nada que no brinde seguridad y garantía” (Ib. pág. 56).

Sí, el filósofo alemán parece haber dado en el clavo. Nos lo recuerdan las constantes peticiones de las autoridades de la FSSPX para obtener “un reconocimiento” al que “tenemos derecho”. Una FSSPX que se volvió “conservadora” cuando llegó a los cuarenta años de edad, que confundió la ensoñación con el sopor, y que desde entonces pide a sus enemigos “libertad”, “seguridad” y “garantías”. “Esa angustia proverbial de los viejos” necesita disimularse detrás de la grandilocuente propaganda mediática. Pero el silencio ya no engaña ni entusiasma. Porque “no es ni el bienestar ni siquiera la libertad lo que exalta la energía de la juventud: es el espectáculo de las grandes cosas, es la actividad universal, es la pasión desarrollada por el combate”, como decía Henri Massis.

Cuenta Dom Vital Lehodey en su excelente obra “El santo abandono”:

“San Ignacio de Loyola, habiendo con tantos trabajos levantado la Compañía de Jesús, de la que veía tantos hermosos frutos y los preveía para el porvenir, tuvo, sin embargo, el valor de prometer que, si la veía desaparecer, lo cual sería el mayor disgusto que podría recibir, después de media hora se habría ya resuelto y conformado a la voluntad de Dios” (…)
Yo me figuro siempre a nuestra Congregación, escribía San Alfonso, como un barco en alta mar combatido por vientos contrarios. Si Dios quiere sepultarlo en medio de todo esto en el fondo de los abismos, digo ahora, y repetiré siempre: ¡Bendito sea su santo nombre!”.(…)
Y el piadoso Obispo de Ginebra añade: “¡Qué dichosas son tales almas, osadas y fuertes en las empresas que Dios las inspira, dóciles y dispuestas a abandonarlas cuando así El lo dispone! Estas son señales de una indiferencia muy perfecta, cesar de hacer un bien cuando ello agrada a Dios, y volverse en la mitad del camino cuando la voluntad de Dios, que es nuestra guía, así lo ordena”. ¡Cuánto glorifica a Dios y a nosotros enriquece abandono semejante!”.

Lamentablemente, tenemos en la FSSPX un ejemplo contrario. Y no sólo no hay ya más un “santo abandono”, sino que se ha abandonado la proclamación del Reino de Cristo. Así, en el mismo texto, en su parte final, el prefacio de Mons. Lefebvre  a su “Itinerario espiritual” dice lo siguiente:

[Justamente porque el reino de Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la actividad de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del sacerdocio católico, y ya no podemos seguirlos].

Y esta es la característica principal de la nueva orientación de la FSSPX: el corazón del combate ya no es más el Reinado de Cristo.

En el punto 4 de las Actas, dice:

“Sin embargo, cuando llegue el momento, los verdaderos derechos de la Fraternidad  serán reconocidos y codificados canónicamente”

¿Y los derechos de Cristo Rey? Ni palabra. Parece que hablar de eso ya no está de moda.

Y bien, como siempre han explicado los Dominicos de Avrillé, el combate de los Papas de antes del Vaticano II era especialmente el combate por Cristo Rey, ya que la Revolución lo ha descoronado. La Realeza de Cristo es el centro del combate entre la Iglesia y la Contra-iglesia. Mons. Lefebvre ha continuado la misma línea. Por eso ha escrito “Lo destronaron”. Cristo Rey es el corazón del combate. Sin embargo, si bien la FSSPX no lo niega, ha cambiado la orientación del combate, centrándolo todo en la Misa. Así están la entrevista de Mons. Fellay a DICI del 6 de diciembre de 2013, su discurso en el Congreso del Courrier de Rome en diciembre de 2014, y tantos otros documentos que lo atestiguan. También la falta de distinción entre la Roma eterna y la Roma neo-modernista, que es parte sustancial de la distinción entre amigo-enemigo.

Desde luego, ya no se habla de “los hermanos mayores”. Con la expulsión de Mons. Williamson eso quedó en el pasado. 

Pero ¿qué nos dice Mons. Lefebvre, acerca de la actitud que tenemos que tener ante aquellos que ya no están centrados en defender los derechos de Cristo Rey, sino sus propios derechos a la supervivencia y a ser “soportados” o “tolerados” (¡como Ud. prefiera, Mons. Tissier!) por los destructores de la Iglesia católica?

Mons. Lefebvre es claro:

“Justamente porque el reino de Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la actividad de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del sacerdocio católico, y ya no podemos seguirlos”.

Ya no podemos seguirlos.

Pero los que sí pueden seguirlos son los ecuménicos liberales, como el obispo Huonder, que acaba de instalarse en el seno de la FSSPX “con alfombra roja”.

Esto ha sido ocasión para, nuevamente, dejar hablar a la diplomacia y la ambigüedad.

El comunicado “conjunto” de Mons. Huonder y el P. Pagliarani, dice (las negritas son nuestras):

“Según un deseo formulado desde hace mucho tiempo, Mons. Huonder se retira en una casa de la Fraternidad San Pío X. El único propósito de este obrar es consagrarse a la oración y al silencio, celebrar exclusivamente la Misa tradicional, y trabajar por la Tradición, único medio para la renovación de la Iglesia.

La Fraternidad San Pío X valora la valiente decisión de Mons. Huonder y se alegra de poder proporcionarle el marco espiritual y sacerdotal que tanto desea. Ojalá que este ejemplo sea imitado, para "restaurar todo en Cristo".

De acuerdo a este comunicado, Mons. Huonder va a trabajar, ahora sí, fuera de Roma, por la Tradición.

¡Ay! Sin embargo, en una carta a los fieles de su diócesis, Mons. Huonder afirma:

"Como ya se sabe, me instalaré en la Casa Sacerdotal del Instituto Santa María de Wangs, en el cantón de San Gallen. Este instituto pertenece a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. En línea con el Santo Padre Francisco, me comprometo a contribuir a la unidad de la Iglesia, no a marginar, sino a discernir, acompañar y ayudar a integrar".

Ni una palabra de Tradición. Por el contrario, dice actuar “en línea con el Santo Padre Francisco”. Y esto para “ayudar a integrar”. ¿A Roma a la Tradición? No, puesto que actúa “en línea con el Santo Padre Francisco”, que no es alguien que precisamente ame la Tradición (…por lo menos la católica). Por lo tanto…no vamos a sacar la conclusión que el lector por sí solo es capaz de sacar.

Esto es un timo.

Casualmente un día como hoy en que escribimos estas líneas, 24 de mayo, pero de 1998, Mons. Salvador Lazo, Obispo filipino, en una iglesia de la FSSPX, leyó una Declaración de fe, donde decía lo siguiente:

“Soy partidario de la Roma eterna, la Roma de los Santos Pedro y Pablo. No quiero seguir a la Roma masónica. (…) No acepto tampoco a la Roma modernista (…) No sirvo a la Roma controlada por los masones, que son los agentes de Lucifer, Príncipe de los demonios”.
(Revista Iesus Christus N° 59, Septiembre/Octubre de 1998).

Monseñor Lazo fue recibido con los brazos abiertos en la FSSPX de entonces. La Neo-FSSPX, en cambio, primero expulsó a Mons. Williamson, y luego le abrió los brazos a Mons. Huonder, delegado de Francisco para “acompañar y ayudar a integrar”. Se acerca la ansiada prelatura.

El sueño de Dakar se transformó en la pesadilla de Menzingen.

Quien pueda despertar, que despierte.

                       Epafras