Las Actas del último Capítulo general de la
FSSPX, que recientemente hemos podido conocer, están en perfecta continuidad
con la línea acuerdista que se ha venido implementando en la congregación muy
particularmente desde el año 2012. Sin embargo, cada vez más encontramos que el
lenguaje ambiguo y las actitudes evasivas, se refinan.
En el prefacio a su “Itinerario espiritual”,
libro que es considerado el testamento espiritual de Mons. Lefebvre, éste
escribía:
“Si el Espíritu Santo permite que redacte estas consideraciones
espirituales antes de entrar, si Dios quiere, en el seno de la Bienaventurada
Trinidad, me habrá permitido realizar el sueño que me hizo entrever un día en
la Catedral de Dakar: frente a la degradación progresiva del ideal sacerdotal,
transmitir en toda su pureza doctrinal y en toda su caridad misionera, el
sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus
apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo transmitió hasta mediados del siglo
veinte.
¿Cómo realizar lo que me parecía entonces la única solución para
renovar la Iglesia y la Cristiandad? Era todavía un sueño, pero en el cual se
me presentaba ya la necesidad, no solamente de transmitir el sacerdocio auténtico,
no solamente la “sana doctrina” aprobada por la Iglesia, sino también el
espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano,
ligado esencialmente a la gran oración de Nuestro Señor que expresa eternamente
su sacrificio de la Cruz.
La verdad sacerdotal depende totalmente de esta oración; y por eso
he estado siempre obsesionado por este deseo de señalar los caminos de la
verdadera santificación del sacerdote según los principios fundamentales de la
doctrina católica de la santificación cristiana y sacerdotal.
De buen grado uso las palabras siempre tan expresivas de San
Pablo: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor;
que a nosotros mismos nos consideramos como esclavos vuestros por causa de
Jesús” (II Cor. 4, 5).
Y también: “Acordaos de quienes os conducen, los cuales os hablaron la
palabra de Dios; de quienes, considerando el remate de su vida, imitad la fe.
Jesucristo ayer, y el mismo es hoy, y por todos los siglos” (Heb. 13, 7).
¡Esta es su fe!
Justamente porque el reino de
Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la actividad
de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del
sacerdocio católico, y ya no podemos seguirlos.
Mons. Lefebvre afirma allí que su sueño de
transmitir “en toda su pureza doctrinal y en toda su caridad misionera, el
sacerdocio católico de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo transmitió a sus
apóstoles, y tal como la Iglesia romana lo transmitió hasta mediados del siglo
veinte” se había cumplido, al legar esa enseñanza como herencia a la congregación
que él había fundado, la FSSPX. Había peleado el buen combate, como decía San
Pablo, dejando una gran obra que, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, había
hecho sobrevivir el Sacerdocio católico, y por tanto la Santa Misa y la
continuidad de la Tradición. Tarea cumplida con honores. Incluso el honor de
ser estigmatizado por los enemigos de la Iglesia que la habían ocupado, como
“excomulgado”. Signo de que realmente había dado el golpe donde debía darlo.
Las actas del último Capítulo general de la FSSPX,
realizado el año pasado, comienzan recordando este llamado “sueño de Dakar”:
1.
La misión de la
Fraternidad es la de formar sacerdotes y contribuir a la santificación del
clero. En la medida en que cada uno de sus miembros se esfuerce en cumplirla,
el "sueño de Dakar" de Mons. Lefebvre, nuestro venerado fundador, se
vuelve realidad: la solución a la crisis de la Iglesia, su renovación y la
restauración de la cristiandad a través del reinado de Nuestro Señor
Jesucristo.
En efecto, en la medida en que cada sacerdote de la
FSSPX es fiel al mandato de Mons. Lefebvre, se cumple su ideal sacerdotal (que
no es otro que el de la Iglesia). Pero en la medida en que cada sacerdote es
infiel al mandato de Mons. Lefebvre, traiciona a Cristo, a la Iglesia y a su fundador.
Ahora bien, a continuación de lo del “sueño de Dakar”,
Mons. Lefebvre citaba estas palabras de San Pablo:
“Porque no nos predicamos a
nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; que a nosotros mismos nos
consideramos como esclavos vuestros por causa de Jesús” (II Cor. 4, 5).
Este es un pasaje importantísimo y que, según
creemos, ha sido olvidado o desvirtuado. ¿Por qué?
Porque la FSSPX, desde que ha decidido alcanzar un
“reconocimiento” o “acuerdo” con la Roma conciliar, no hace sino, una y otra
vez, “predicarse a sí misma”.
De hecho, a sus propios ojos, la FSSPX se ha tornado
indispensable para alcanzar esta “recuperación” y “renovación” de la Iglesia.
Podría sintetizarse así:
-La
solución a la crisis de la Iglesia está en la concreción de “el sueño de
Dakar”.
-La
materialización de ese “sueño” es la obra de la FSSPX.
-La
FSSPX llevará la solución a la crisis de la Iglesia.
En una entrevista por más de un motivo desdichada, y
para nosotros con cierto grado de presunción, el obispo Mons. Tissier de
Mallerais, preguntado acerca de qué era lo esencial en la acción de Mons.
Lefebvre, respondía:
“¡Pues
veamos! ¡Es la Fraternidad! La coronación de su vida, y la obra de un genio;
sí, la síntesis de varias ideas geniales. ¿No lo ve usted?”
Pasaba a enumerar a continuación los indudablemente
muy meritorios elementos con que Mons. Lefebvre dotó a la FSSPX para alcanzar
sus objetivos de formar santos sacerdotes.
Sin embargo, hay una sobrevaloración, un apego
exagerado y una falta de autocrítica notorias, respecto de la propia
congregación. Basta revisar con atención los sitios oficiales en Internet de la
FSSPX, sus publicaciones, e incluso saber que ha contratado una empresa para
“mejorar su imagen” haciendo de la misma “una marca comercial” (branding), para darse cuenta de esto.
Para comprender que esa “obra de un genio” ha sido retocada, maquillada y aggiornada, hasta desfigurarla y hacerle
perder el rumbo. Basta incluso escuchar a sus sacerdotes para percibir que es
el sentir general de los mismos que hablan de la FSSPX como un “bastión”, un
“baluarte”, algo de lo que no dejan de estar sumamente orgullosos.
Lógicamente,
este “baluarte” hay que conservarlo a cualquier precio, pues de eso depende el
que la Iglesia pueda redescubrir su Tradición.
De
allí que incluso alguien tan lúcido como el Obispo Tissier, llegara a
traicionar sus propias palabras y afirmar, en la citada entrevista, algo que
contradice al mismísimo Mons. Lefebvre. Recordémoslo:
“Pero ahora hay a todas luces, por parte del
papa Francisco, una disposición favorable a reconocernos sin esas condiciones.
Nosotros decimos “¡un momento!”, porque las cosas avanzan y hace falta que
sigan avanzando.
Mons. Lefebvre no estableció nunca, como
condición de nuestro nuevo reconocimiento por Roma, que Roma abandonase los
errores y las reformas conciliares. Aunque dijera algo parecido a André Cagnon
en 1990, no lo habría hecho, porque ésa no había sido nunca su línea de
conducta, su estrategia con la Roma modernista. Era firme en la fe, no cedía en
sus posiciones doctrinales, pero sabía ser dúctil, paciente, prudente, en la
práctica. Para alcanzar sus fines, su prudencia le hacía empujar al adversario,
hostigarle, hacerle recular, persuadirle, sin bloquearle, no obstante, con
exigencias que resultasen todavía inaceptables. No rechazaba el diálogo y
estaba dispuesto a aprovechar cualquier puerta abierta por el interlocutor. En
ese sentido se ha subrayado en él un cierto oportunismo, se ha hablado de
“pragmatismo” y es verdad: es una pequeña virtud aneja a la virtud cardinal de
la prudencia: la sagacidad, una sabiduría práctica, vecina de la sollertia,
de la cual hablan Aristóteles, santo Tomás (2-2, q. 48, a. unicus) y el
“Gaffiot” [célebre diccionario latín-francés], que es la destreza en encontrar los
medios para alcanzar los fines.
Mons.
Lefebvre pedía con sagacidad “que seamos al menos tolerados”: “Eso sería un
avance considerable”, decía. Y “que seamos reconocidos tal como somos”, es
decir, con nuestra práctica que deriva de nuestras posiciones doctrinales. Pues
bien, hoy comprobamos por parte de Roma una disposición favorable a soportar
nuestra existencia y nuestras posiciones teóricas y prácticas. Digo “soportar”
para evitar “tolerar” ¡ya que se tolera un mal!
Doctrinalmente,
ya, ha dejado de forzársenos a admitir “todo el Concilio” y la libertad
religiosa; ciertos errores que denunciamos están empezando a considerarse por
nuestros interlocutores como materia de libre discusión, o de discusión
continua. Es un progreso. Discutimos, pero hay que confesar que nosotros no
cambiamos y es improbable que cambiemos. Y en la práctica, les pedimos a esos
romanos: “Reconoced nuestro derecho a reconfirmar fieles bajo condición”, y aún
más: “¡Reconoced la validez de nuestros matrimonios!” Vea usted, son serias
manzanas de la discordia. Hará falta que se nos reconozcan esas cosas. Si no
¿cómo sería soportable nuestro reconocimiento?”
(Ib.)
Podrían decirse unas cuantas cosas sobre esas
declaraciones de Mons. Tissier.
En principio, vale recordar a Mons. Lefebvre cuando
en el mismo texto de “Itinerario espiritual”, dice estas palabras inequívocas, enteramente
libres de toda ambigüedad:
“Es
un deber estricto, para todo sacerdote que quiera permanecer católico, el
separarse de esta iglesia conciliar, en tanto que ella no regrese a la
tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica.”
Primero, Mons. Lefebvre no dice “separarse de esta
iglesia conciliar en tanto ella no nos reconozca o no nos tolere”, sino “en
tanto ella no regrese”, es decir, el foco está puesto en Roma y el regreso de
ella a la Tradición.
Segundo, es un mandato –habla de “deber”- que se
basa en un principio de doctrina pero también en lo prudencial, pues tiene en
cuenta las circunstancias –“en tanto ella no regrese”- para cambiar el mandato.
De manera tal que traza un programa mismo de acción. Si el verdadero prudente
no teme cambiar de juicio práctico y por lo tanto rectificar el mandato u
orden, Mons. Lefebvre ya daba la condición para modificar este mandato, y lo
hacía de manera inequívoca: cuando Roma regresase a la Tradición. Por lo tanto,
la “sagacidad” de Mons. Lefebvre, utilizada para “saber lo que en un momento
dado se puede esperar de alguno” (Catecismo de la Suma Teológica, P. Pegues),
no era de un “oportunista” (Oportunismo: Actitud que consiste en aprovechar al máximo las circunstancias que se
ofrecen y sacar de ellas el mayor beneficio posible.
DRAE), sino que le ha servido para llegar a darse cuenta que de los modernistas
romanos no podía sino esperar el engaño, la falsedad y la astucia serpentina.
La actitud de Mons. Lefebvre ha sido siempre de
buscar el interés general de la Iglesia y su fin el de que ella regresase a la
Tradición, no una mezquina intención de favorecer la propia congregación para
crecer en “prestigio”, “reconocimiento” o “poder”. Esto es más propio del
astuto. Decía Joseph Pieper:
“La
astucia (astutia) es la más típica
forma de falsa prudencia. El término alude a esa especie de sentido simulador e
interesado al que no atrae más valor que el “táctico” de las cosas y que es
distintivo del intrigante, hombre incapaz de mirar ni de obrar rectamente. (…) El
concepto de astutia aflora repetidas
veces en las cartas del Apóstol Pablo como contrapuesto, en antagonismo
alumbrador de su sentido, a la “manifestación de la verdad” (manifestatio veritatis, 2 Cor. 4,2), a
la “claridad” y a la candorosa “simplicidad” de espíritu (simplicitas, 2 Cor. 11,3). El concepto de simplicitas figura asimismo en el lema que encabeza este libro: “si
tu mirada es pura (simplex), tu
cuerpo entero se inundará de luz” (Mt. 6,22).
(“Las
virtudes fundamentales”, Ed. Rialp, tercera edición, págs. 54-55)
Pero, ¿estamos hablando de simulación, de intriga y
de falta de rectitud en la FSSPX? Eso mismo. Fijémonos que esa falta de luz de
la FSSPX –ya convertida en Neo-FSSPX- viene de la falta de simplicidad, es
decir, de un corazón doble, que la ha llevado a tener un lenguaje doble,
ambiguo, transigente. Recordemos que la
famosa carta titulada “Cuarenta años de fidelidad”, suscripta por los
Profesores del Seminario de La Reja en los comienzos de 2009, decía por ejemplo
(las negritas son nuestras):
“La
Fraternidad Sacerdotal San Pío X agradeció a Roma el decreto sobre las
excomuniones, siendo que éste no las declaraba nulas por injustas, como hubiera
debido, y a algunos les parece que así ha dado a entender que las considera
válidas. Sería cierto si esta fuera la única vez que la Fraternidad se
hubiera manifestado respecto a este asunto, pero no sólo las declaró nulas
desde el principio y mil veces lo ha repetido, sino el accionar mismo de la
Fraternidad lo declara a voz en cuello”.
(Revista
Tradición Católica N° 222, Julio-agosto 2009; leer acá: http://hispanismo.org/crisis-de-la-iglesia/9588-carta-de-los-padres-del-seminario-de-la-reja-fsspx.html )
Interesante: “la Fraternidad lo declara a voz en
cuello” salvo cuando tuvo que hacerlo a voz en cuello ante las autoridades
romanas. En ese momento, cuando más falta hacía, dio a entender que consideraba
las excomuniones válidas. Ahí está escrito, los Padres lo admiten. Si la
Fraternidad jamás hubiese hablado del tema, pero lo hubiese hecho esa única vez
–reiteramos, ante las autoridades romanas- todo el mundo entendería con razón
que las consideraba válidas. ¿Por qué este doble lenguaje? ¿Por qué esta falta
de honestidad –y de caridad- frente a las autoridades romanas? No por
prudencia, sino por astucia. Y así, como dicen después los Profesores en la
Carta, “Les agradecimos lo poco que podían darnos, y tanto ellos como
nosotros entendemos lo que decimos”.
Como un lenguaje en código, cada uno sabe que el otro
dice una cosa cuando está pensando otra, pero eso era lo conveniente, porque
“no se podía dar más”. “Todo bien”.
Como decía el liberal figurado por Sardá y Salvany
en uno de sus artículos para Propaganda católica: “Pero las circunstancias
engendran a veces terribles compromisos: quiérase o no, hay que seguir en algo
la moda y no hacerse el intransigente”. ¡Qué compromiso!
Continuaba diciendo Joseph Pieper en la página
citada:
“También
se puede llegar a un fin recto por caminos falsos y torcidos. Pero el sentido
propio de la prudencia es cabalmente que no sólo el fin de las operaciones
humanas, sino también el camino que a él conduzca, han de ser conformes a la
verdad de las cosas reales. Lo que a su vez implica un nuevo supuesto: el que
los “intereses” egoístas del sujeto sean llamados al silencio, a fin de que
deje sentir su voz la verdad de las cosas reales y, merced al informe brindado
por la propia realidad, se precisen con nitidez los contornos del camino
adecuado. El sentido, o más bien el sin-sentido, de la astucia, estriba, por el
contrario, en que la vocinglera, y en consecuencia sorda (pues sólo aquel que
calla puede oír), subjetividad del “táctico” desvíe el camino de la acción de
la verdad de las cosas reales. “No es lícito llegar a un fin bueno por vías
simuladas y falsas, sino verdaderas”, dice Tomás. Por donde se patentiza, de
alguna manera, el parentesco que une a la prudencia con la magnanimidad, virtud
de rutilante mirada. La simulación, los escondrijos, el ardid y la deslealtad
representan el recurso de los espíritus mezquinos y de los pequeños de ánimo.
Pero de la magnanimidad leemos en la Summa Theologica del Doctor Universal de
la Iglesia, como también en la Ética a Nicómaco, de Aristóteles, que gusta en
todo de lo manifiesto.
Con
esta afirmación, sorprendente como más arriba apuntamos, pero profunda hasta lo
insondable, desenmascara Tomás de Aquino el velado origen de la astucia: todas
esas seudoprudencias y prudencias que se pasan de listas nacen de la avaricia,
con la que guardan esencial parentesco”.
(Ibídem).
Había pasado que la imprudente FSSPX había
solicitado a Roma lo que Roma no estaba dispuesta a dar. Y habiendo la astuta
serpiente romana falseado el don, la orgullosa FSSPX no podía admitir que había
caído en una trampa. Tenía que seguirle el juego a los tramposos romanos. Y
entonces, a la par de ellos, ponerse por fuera del camino de la verdad. Y usar
toda la sabiduría acumulada en tantos años de estudios para intentar justificar
mediante argucias y sofismas, el porqué de tal actitud. Dice Pieper que la
avaricia debe ser entendida en el caso mencionado como “el desmesurado afán de poseer
cuantos “bienes” estime el hombre que puedan asegurar su grandeza y su dignidad
(altitudo, sublimitas). En este sentido la avaricia delata esa angustia
proverbial de los viejos, hija de un espasmódico instinto de conservación que
no repara ya en nada que no brinde seguridad y garantía” (Ib. pág. 56).
Sí, el filósofo alemán parece haber dado en el
clavo. Nos lo recuerdan las constantes peticiones de las autoridades de la
FSSPX para obtener “un reconocimiento” al que “tenemos derecho”. Una FSSPX que
se volvió “conservadora” cuando llegó a los cuarenta años de edad, que
confundió la ensoñación con el sopor, y que desde entonces pide a sus enemigos
“libertad”, “seguridad” y “garantías”. “Esa angustia proverbial de los viejos”
necesita disimularse detrás de la grandilocuente propaganda mediática. Pero el
silencio ya no engaña ni entusiasma. Porque “no es ni el bienestar ni siquiera
la libertad lo que exalta la energía de la juventud: es el espectáculo de las
grandes cosas, es la actividad universal, es la pasión desarrollada por el
combate”, como decía Henri Massis.
Cuenta Dom Vital Lehodey en su excelente obra “El
santo abandono”:
“San Ignacio de Loyola,
habiendo con tantos trabajos levantado la Compañía de Jesús, de la que veía
tantos hermosos frutos y los preveía para el porvenir, tuvo, sin embargo, el
valor de prometer que, si la veía desaparecer, lo cual sería el mayor disgusto
que podría recibir, después de media hora se habría ya resuelto y conformado a
la voluntad de Dios” (…)
Yo
me figuro siempre a nuestra Congregación, escribía San Alfonso, como un barco
en alta mar combatido por vientos contrarios. Si Dios quiere sepultarlo en
medio de todo esto en el fondo de los abismos, digo ahora, y repetiré siempre:
¡Bendito sea su santo nombre!”.(…)
Y
el piadoso Obispo de Ginebra añade: “¡Qué dichosas son tales almas, osadas y
fuertes en las empresas que Dios las inspira, dóciles y dispuestas a
abandonarlas cuando así El lo dispone! Estas son señales de una indiferencia
muy perfecta, cesar de hacer un bien cuando ello agrada a Dios, y volverse en
la mitad del camino cuando la voluntad de Dios, que es nuestra guía, así lo
ordena”. ¡Cuánto glorifica a Dios y a nosotros enriquece abandono semejante!”.
Lamentablemente, tenemos en la FSSPX un ejemplo
contrario. Y no sólo no hay ya más un “santo abandono”, sino que se ha
abandonado la proclamación del Reino de Cristo. Así, en el mismo texto, en su
parte final, el prefacio de Mons. Lefebvre
a su “Itinerario espiritual” dice lo siguiente:
[Justamente porque el reino
de Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la
actividad de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del
sacerdocio católico, y ya no podemos seguirlos].
Y esta es la característica principal de la nueva
orientación de la FSSPX: el corazón del
combate ya no es más el Reinado de Cristo.
En el punto 4 de las Actas, dice:
“Sin
embargo, cuando llegue el momento, los verdaderos derechos de la
Fraternidad serán reconocidos y codificados canónicamente”
¿Y los derechos de Cristo Rey? Ni palabra. Parece
que hablar de eso ya no está de moda.
Y bien, como siempre han explicado los Dominicos
de Avrillé, el combate de los Papas de antes del Vaticano II era especialmente el
combate por Cristo Rey, ya que la Revolución lo ha descoronado. La Realeza de Cristo
es el centro del combate entre la Iglesia y la Contra-iglesia. Mons. Lefebvre ha
continuado la misma línea. Por eso ha escrito “Lo destronaron”. Cristo Rey es
el corazón del combate. Sin embargo, si bien la FSSPX no lo niega, ha cambiado
la orientación del combate, centrándolo todo en la Misa. Así están la entrevista
de Mons. Fellay a DICI del 6 de diciembre de 2013, su discurso en el Congreso
del Courrier de Rome en diciembre de 2014, y tantos otros documentos que lo
atestiguan. También la falta de distinción entre la Roma eterna y la Roma neo-modernista,
que es parte sustancial de la distinción entre amigo-enemigo.
Desde luego, ya no se habla de “los hermanos
mayores”. Con la expulsión de Mons. Williamson eso quedó en el pasado.
Pero ¿qué nos dice Mons. Lefebvre, acerca de la
actitud que tenemos que tener ante aquellos que ya no están centrados en
defender los derechos de Cristo Rey, sino sus propios derechos a la
supervivencia y a ser “soportados” o “tolerados” (¡como Ud. prefiera, Mons.
Tissier!) por los destructores de la Iglesia católica?
Mons. Lefebvre es claro:
“Justamente porque el reino
de Nuestro Señor ya no está en el centro de las preocupaciones y de la
actividad de quienes son nuestros “præpositi”, pierden el sentido de Dios y del
sacerdocio católico, y ya no podemos
seguirlos”.
Ya no podemos seguirlos.
Pero los que sí pueden seguirlos son
los ecuménicos liberales, como el obispo Huonder, que acaba de instalarse en el
seno de la FSSPX “con alfombra roja”.
Esto ha sido ocasión para, nuevamente,
dejar hablar a la diplomacia y la ambigüedad.
El comunicado “conjunto” de Mons.
Huonder y el P. Pagliarani, dice (las negritas son nuestras):
“Según
un deseo formulado desde hace mucho tiempo, Mons. Huonder se retira en una casa
de la Fraternidad San Pío X. El único
propósito de este obrar es consagrarse a la oración y al silencio, celebrar
exclusivamente la Misa tradicional, y trabajar por la Tradición, único
medio para la renovación de la Iglesia.
La
Fraternidad San Pío X valora la valiente decisión de Mons. Huonder y se alegra
de poder proporcionarle el marco espiritual y sacerdotal que tanto desea. Ojalá
que este ejemplo sea imitado, para "restaurar todo en Cristo".
De acuerdo a este comunicado, Mons. Huonder va a
trabajar, ahora sí, fuera de Roma, por la Tradición.
¡Ay! Sin embargo, en una carta a los fieles de su
diócesis, Mons. Huonder afirma:
"Como ya se sabe, me instalaré en la Casa
Sacerdotal del Instituto Santa María de Wangs, en el cantón de San Gallen. Este
instituto pertenece a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. En línea con
el Santo Padre Francisco, me comprometo a contribuir a la unidad de la Iglesia,
no a marginar, sino a discernir, acompañar y ayudar a integrar".
Ni una palabra de Tradición. Por el contrario, dice
actuar “en línea con el Santo Padre Francisco”. Y esto para “ayudar a
integrar”. ¿A Roma a la Tradición? No, puesto que actúa “en línea con el Santo
Padre Francisco”, que no es alguien que precisamente ame la Tradición (…por lo
menos la católica). Por lo tanto…no vamos a sacar la conclusión que el lector
por sí solo es capaz de sacar.
Esto es un timo.
Casualmente un día como hoy en que escribimos estas
líneas, 24 de mayo, pero de 1998, Mons. Salvador Lazo, Obispo filipino, en una
iglesia de la FSSPX, leyó una Declaración de fe, donde decía lo siguiente:
“Soy
partidario de la Roma eterna, la Roma de los Santos Pedro y Pablo. No quiero
seguir a la Roma masónica. (…) No acepto tampoco a la Roma modernista (…) No
sirvo a la Roma controlada por los masones, que son los agentes de Lucifer,
Príncipe de los demonios”.
(Revista
Iesus Christus N° 59, Septiembre/Octubre de 1998).
Monseñor Lazo fue recibido con los brazos abiertos
en la FSSPX de entonces. La Neo-FSSPX, en cambio, primero expulsó a Mons.
Williamson, y luego le abrió los brazos a Mons. Huonder, delegado de Francisco
para “acompañar y ayudar a integrar”. Se acerca la ansiada prelatura.
El
sueño de Dakar se transformó en la pesadilla de Menzingen.
Quien
pueda despertar, que despierte.
Epafras