lunes, 1 de mayo de 2017

EL P. PHILIPPE FRANÇOIS FSSPX: ¡ CLARO Y VALIENTE SERMÓN CONTRA EL ACUERDO !


EL PADRE PHILIPPE FRANÇOIS ES UN ANTIGUO Y DESTACADO SACERDOTE DE LA FSSPX. FUE ORDENADO EN 1975 Y TIENE 69 AÑOS DE EDAD.








"No hay paz posible con la Iglesia conciliar."

"No podemos -non possumus- entrar en una estructura canónica sometiéndonos a una autoridad modernista."

"Es nuestro primer deber con Nuestro Señor y su Santa Iglesia. Nosotros no tenemos derecho de exponernos a hacer la paz con aquellos que los traicionan... es nuestro deber respecto a los fieles que han recurrido a nuestro ministerio. No tenemos el derecho de conducirlos suavemente a los pastos envenenados del Vaticano II."



FUENTE: MPI

Les presentamos la transcripción del sermón pronunciado por el P. Philippe François, en la fiesta de Pascua 2017, el 16 de abril, en el Monasterio de Trévoux. El Padre ejerce la función de capellán de las Pequeñas Hermanas de San Francisco.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Reverendas hermanas,
Estimados hermanos,
Nuestro Señor ha resucitado. Resucitó tal y como Él lo dijo: “Resurrexit sicut dixit”. Y cantaremos al momento del Credo: “Et resurrexit tertia die secundum scripturas – Resucitó al tercer día según las Escrituras”. San Juan nos dice en su primera Epístola: “He aquí la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (Juan 5, 4). Pues si Cristo no resucitó como lo predijo, nuestra fe es vana; pero Él resucitó al tercer día. Sólo Dios es el amo de la vida y de la muerte. Él resucitó, por lo tanto Él es Dios. Y he aquí la prueba de la divinidad de nuestra santa religión. Es el misterio de este día de Pascua, es la alegría del aleluya. Esta debe ser la gracia de la fiesta de Pascua. ¿Qué gracia particular aporta a nuestras almas, como toda fiesta? Pues bien, reforzar nuestra fe en Nuestro Señor Jesucristo, reforzar nuestra fe en el Reino de Nuestro Señor Jesucristo, reforzar nuestra fe en el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. Él es verdadero Dios y verdadero Hombre. Porque Él es verdadero Hombre, pudo sufrir y morir. Porque Él es verdadero Dios, Él retomó su vida ofrecida para rescatarnos del infierno eterno. Así Pascua fortalece nuestra fe en Nuestro Señor, el verdadero Rey. Y si nuestra fe en Nuestro Señor es fortificada, por lo mismo se fortifica también nuestra fe en su Esposa única tan amada, la Santa Iglesia católica romana.
Y ésta es muy necesaria en los tiempos de prueba que vivimos.
Hace quince días, como ustedes se enteraron, Roma dio, bajo ciertas condiciones, la jurisdicción a los sacerdotes de la FSSPX para celebrar los matrimonios. Buena noticia me dijo mi zapatero, nos acercamos a la salida del túnel. En realidad, esta jurisdicción nos la da la Iglesia en los principios de derecho que se aplican en tiempos de crisis, en el estado de necesidad en el que nos encontramos. Desde hace casi cincuenta años, los matrimonios celebrados en los Prioratos se de la FSSPX y en la Tradición son válidos. Pero si aceptamos la decisión de Roma, debemos aceptar el nuevo código de derecho canónico y los tribunales conciliares que aplican este nuevo código. Pero este nuevo código destruye el matrimonio. Cambia la definición de matrimonio. Este sacramento ya no tiene como primer fin la procreación y la educación católica de los hijos, sino que pone en primer lugar la ayuda mutua y la armonía entre los esposos. Y esta definición, miren ustedes, ha conducido a declarar nulos decenas de miles de matrimonios desde hace cuarenta años porque, como los esposos ya no se entienden, los jueces eclesiásticos conciliares dicen que no hubo matrimonio. Y estas declaraciones de nulidad de matrimonios que se realizaron válidamente y que se han declarado nulos, se han acelerado por el procedimiento que el mismo papa ha establecido hace un año y medio y que las facilitan todavía más.
Esto fue hace quince días, y antes, hace casi dos años, fue lo de los poderes de confesar dados a los sacerdotes de la Fraternidad como si no los hubieran tenido. Pero estos poderes de confesar válidamente la Iglesia los otorga a sus sacerdotes en la crisis, porque el derecho canónico prevé eso en las circunstancias excepcionales que vivimos: la jurisdicción de suplencia. Mons. Lefebvre nos recordaba frecuentemente uno de los grandes principios del código de derecho canónico de san Pío X: “la salvación de las almas es la suprema ley de la Iglesia”.
Estos dos acontecimientos y otros, nos muestran que un proceso de regularización canónica está en marcha desde Benedicto XVI y con el papa Francisco respecto a la FSSPX, pero también de toda la familia de la Tradición.
Este proceso de regularización canónica actualmente en curso puede compararse con el proceso de encendido de un tronco de leña verde. Cuando lanzamos un tronco de madera verde al fuego, es incapaz de encenderse pues hay un obstáculo: la savia. Cuando ésta sale, el tronco se enciende. Igualmente en nuestro caso, habría un obstáculo al estatuto canónico: la desconfianza recíproca entre el mundo conciliar y nosotros. Los gestos de “benevolencia” de parte del papa tienen el papel de hacer caer este obstáculo. Estos gestos no implican formalmente la dependencia canónica hacia las autoridades romanas. Con el obstáculo de la desconfianza ya caído, nada impedirá la concesión del estatuto definitivo, que es el estatuto de la prelatura personal, en discusión desde hace seis años entre los superiores de la FSSPX y la Santa Sede. Habría entonces un otorgamiento de esta prelatura personal, esta vez con dependencia efectiva de la Santa Sede. Especialmente, el obispo superior de la prelatura personal será nombrado por el papa y también podrá ser removido por el Soberano Pontífice.
Entonces se plantea la pregunta: ¿Podemos entrar en esta estructura canónica?
Para responder a esta pregunta, queridos hermanos, hay que preguntarnos si la situación en Roma ha cambiado a tal punto que podríamos contemplar hoy una solución canónica, cosa que mirábamos como imposible hasta hace poco. Desgraciadamente debemos constatar que nada esencial ha cambiado. Los actos del Papa son cada vez más graves. La acumulación de los escándalos durante los cuatro años de su pontificado nos permite verdaderamente pensar que en él el modernismo se ha hecho carne. La reacción de algunos cardenales conservadores o de prelados, si bien valiente y merecedora de gratitud, no cuestiona los principios de la crisis; al contrario, se aferran siempre al concilio Vaticano II, supuestamente bien interpretado por el papa Benedicto XVI. La actitud de la Santa Sede respecto a lo que es tradicional no es bondadosa, sino que está lejos de eso. La experiencia de los Franciscanos de la Inmaculada nos lo recuerda, así como el tratamiento sufrido por el cardenal Burke y los otros cardenales que se opusieron, en ocasión del sínodo, a la declaración Amoris laetitia. Finalmente, las exigencias de Roma respecto a nosotros siempre son fundamentalmente las mismas. Siempre, incluso si lo piden con menos insistencia, hay que aceptar el concilio con su libertad religiosa, su ecumenismo y su colegialidad.
Entonces, ¿cuáles son precisamente los fundamentos de nuestros anteriores rechazos a un acuerdo con Roma?  Más exactamente, ¿podemos aceptar un acuerdo con una Roma neomodernista? Esta aceptación nos haría entrar en el pluralismo conciliar. Haría callar nuestros ataques contra los errores modernos y pondría nuestra fe en un peligro próximo. En consecuencia, la solución canónica no se puede contemplar más que con una Roma convertida doctrinalmente, la que probaría su conversión actuando en pro del reinado de Nuestro Señor Jesucristo y luchando contra los adversarios de este Reino.
Poniéndonos entre las manos de las autoridades romanas, pondríamos en peligro nuestro bien particular no menos que el bien común de la Iglesia.
Nuestro bien particular primero: pues nosotros somos responsables de nuestra alma y por lo tanto de nuestra fe. Y sin la fe no podremos salvarnos (Hebreos, 11, 6) y nadie puede descargar esta responsabilidad en los otros.
Luego, pondríamos en peligro el bien común de la Iglesia. En efecto, nosotros no somos los amos de la fe en el sentido de que no podemos modificarla a nuestro gusto. La fe es el bien de la Iglesia, pues es por la fe que ella vive de la vida de su divino Esposo. La fe es un bien común no solamente porque es común a todos los católicos, sino también porque es necesaria la colaboración de todos, aunque no en la misma medida, a fin de conservarla. La confirmación los ha hecho soldados de Cristo. Todo cristiano debe estar dispuesto a exponerse para defender la fe. Y el carácter sacerdotal, unido a la misión de la Iglesia, da a los sacerdotes el deber sagrado de predicarla y defenderla públicamente combatiendo al error. Nosotros estamos en la Iglesia militante que es atacada desde todas partes por el error. No levantar públicamente la voz contra éste, es convertirse en su cómplice. Y esto es lo que vivimos en la Tradición, notablemente desde el 2011. En 2011 se renovó el escándalo abominable de Asís y las autoridades de la Fraternidad, desgraciadamente -nosotros lo deploramos- callaron. En 2015 tuvo lugar la inconcebible canonización de Juan Pablo II y las autoridades de la Fraternidad callaron.
Por lo tanto, nos es imposible ahora ponernos, por una solución canónica, en las manos de las autoridades neomodernistas a causa de su neomodernismo. Este es el verdadero obstáculo a nuestro reconocimiento por estas autoridades.
Haciendo esto -nótenlo bien estimados fieles- lejos de cuestionar la autoridad del papa, nosotros estamos convencidos de darle el primero de los servicios, que es el de la verdad. Por nuestras oraciones, suplicamos al Corazón Inmaculado de María obtenerle al Soberano Pontífice la gracia de la conversión doctrinal, a fin de que de nuevo “confirme a sus hermanos en la fe” (Luc. 22, 32). Pues nosotros somos católicos, nosotros somos entonces romanos, somos católicos romanos apegados indefectiblemente a la Sede de Pedro, a la enseñanza infalible de todos los sucesores de Pedro hasta el concilio Vaticano II. Nosotros somos de la Roma eterna, que es enemiga irreconciliable de la Roma neoprotestante y neomodernista. No hay paz posible con la Iglesia conciliar.
Y nosotros oramos también todos los días por los superiores de la FSSPX, para que ellos no caigan en la trampa que le han tendido a nuestra querida Fraternidad. ¡Que ellos reencuentren la prudencia, la intrepidez y la firmeza de Mons. Lefebvre en su combate por Cristo Rey!
Por lo tanto no podemos -non possumus- entrar en una estructura canónica sometiéndonos a una autoridad modernista.
Lo decimos porque es nuestro deber. ¿Cómo es eso?
Es nuestro primer deber con Nuestro Señor y su Santa Iglesia. Nosotros no tenemos derecho de exponernos a hacer la paz con aquellos que los traicionan.
Luego es nuestro deber por nosotros mismos, porque nosotros tenemos que salvar nuestra alma y no podemos salvarnos sin la fe íntegra.
Finalmente es nuestro deber respecto a los fieles que han recurrido a nuestro ministerio. No tenemos el derecho de conducirlos suavemente a los pastos envenenados del Vaticano II.
Mis estimadas hermanas, estimados hermanos: en la tormenta de la confusión actual, debemos permanecer fieles a los principios católicos auténticos y permanecer enraizados en ellos. Y a fin de que ellos sean la luz que nos ilumina y la guía de nuestros pasos, debemos sacar las consecuencias prácticas y aplicarlas rigurosamente en nuestra vida de todos los días y en nuestras actitudes cotidianas. La coherencia y la no contradicción son la consecuencia lógica de la adhesión plena y completa a la Verdad, que es Nuestro Señor Jesucristo. Como decía el Cardenal Pie, la caridad, que es el lazo de la perfección, debe ser dictada y regida por la verdad y es en este espíritu de caridad que debemos actuar.
Entonces en este domingo de Pascua, la hora presente es la hora de la hermosa virtud de la esperanza, pues nosotros vemos, tal vez con más lucidez, la insuficiencia de los medios humanos. Pero Nuestro Señor sale hoy de la tumba, como ayer, ¡y con Él su Iglesia!
Que la Santísima Virgen María, que Nuestra Señora de la Santa Esperanza, que sola, en la mañana de Pascua, supo conservar la esperanza; que la Santísima Virgen María mantenga también en nuestro corazón la divina esperanza, la Santa Esperanza, la que agrada a Dios, la que no será decepcionada por toda la eternidad.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Así Sea.