sábado, 22 de agosto de 2015

CARTA A LOS SACERDOTES DE LA FSSPX


Publicamos la traducción de una carta del P. Rioult en la que se analizan las palabras de Mons. Fellay en el último Cor Unum (boletín interno de la FSSPX)

LA SAPINIÈRE

La carta del P. Rioult a sus antiguos cofrades de la FSSPX realiza un análisis del último texto de Mons. Fellay en el boletín interno de la FSSPX. Y esto vale la pena.

La Sapinière alienta a los fieles a hacer circular esta carta en formato papel entre los sacerdotes que pudieran aprovecharla en los diferentes prioratos del distrito de Francia.


Estimados cofrades:

Ustedes leyeron, como yo, el texto de su Superior general en el Cor unum de junio de 2015.

¿Se han dado cuenta del uso de la inversión acusatoria?

Es fácil sustraerse a su deber de estado, pretender resolver los grandes problemas de la humanidad por medio de razonamientos terminantes, herir a la santa Iglesia por juicios mordaces […] mientras que se omiten sistemáticamente los recordatorios sobre el deber de estado, proponiendo a los fieles un alimento completamente inadecuado para sus necesidades, se descuida el apoyo del cual tanta necesidad tienen para salvarse allí donde están, con sus problemas concretos […]. Nuestra prédica se hace caricaturesca si se limita a fustigar cada domingo los errores del Vaticano II. Ciertamente no se trata de descuidar la gravedad y las consecuencias trágicas de este Concilio, sino más bien de estimar correctamente los medios que necesitan nuestros fieles para trabajar por su salvación y de procurárselos efectivamente (Mons. Fellay).

El peligro que acecha a la Fraternidad sería entonces el de combatir demasiado el Vaticano II. Pero ¿quiénes son los cofrades que “se limitan a fustigar cada domingo los errores del Vaticano II”? ¿No es esto lo caricaturesco? Se combate un defecto que no existe pues, en nombre de una pretendida fidelidad a la gracia y al deber de estado, se justifican implícitamente los silencios oficiales y escandalosos sobre ciertas“consecuencias trágicas del Concilio”. 

Mons. Lefebvre, que aprovechaba las fiestas litúrgicas más grandes del año para alejar a los fieles del veneno conciliar, ¿tenía una “prédica caricaturesca”?

Los hombres de Iglesia que ocupan los puestos claves han tomado una orientación claramente opuesta a la Tradición, o al Magisterio oficial de la Iglesia. […] Ellos han dado la espalda a la verdadera Iglesia de siempre, le han dado nuevas instituciones, un nuevo sacerdocio, un nuevo culto, una nueva enseñanza siempre en búsqueda, y esto siempre a nombre del Concilio. […] Por lo tanto es indispensable desmitificar este concilio que lo quisieron pastoral en razón de su horror instintivo por el dogma, y para facilitar la introducción oficial en un texto de la Iglesia de las ideas liberales” [1].

Nuestro deber de estado conlleva también el deber de destruir el Vaticano II, y Mons. Fellay hubiera hecho mejor al reprender a los cofrades que omiten sistemáticamente el predicar contra este concilio cismático. Y respecto a las debilidades en el deber de estado, del cual “es tan fácil sustraerse”, Mons. Fellay hubiera hecho mejor al abordar ciertos “problemas concretos” que perjudican la salvación de nuestros fieles, como la modestia cristiana que cada vez desaparece más de nuestros medios.

¿Un Francisco inactivo? 

Mons. Fellay también les escribió algunas contra-verdades. La primera, respecto a la moral católica, dijo“el soberano pontífice que, siempre dejando la puerta abierta a la inmoralidad, no toma posición en este debate, provoca un inmenso escándalo”.

Francisco besa la mano de un sacerdote activista homosexual y declara que los esposos cristianos no deben procrear “como conejos”, ¿pero él no “toma posición en este debate”? Mons. Fellay ¿ha olvidado lo que nos escribió en el Cor unum n° 110 de marzo de 2015? Él citó la conferencia del “cardenal Rodríguez Maradiaga, cercano al papa Francisco, y coordinador del grupo de cardenales encargados de aconsejar al soberano Pontífice en las reformas que prepara”.

Este cardenal constataba que “después del concilio Vaticano II, los métodos y el contenido de la evangelización cambiaron. La liturgia cambia, la perspectiva misionera cambia, la acción social cambia. En aras de la coherencia cristiana, ciertos cambios institucionales y de organización son contemplados simultáneamente […] el Papa quiere llevar a cabo esta renovación de la Iglesia hasta un punto irreversible. […] La renovación de las instituciones y de las funciones de la Iglesia requiere una renovación de su dimensión mística. Y en la raíz de la mística, está la misericordia”.

Poco después de haber citado las “declaraciones profundamente escandalosas e incluso blasfemas” del cardenal, Mons. Fellay comenta“lo que se llama “misericordia” no tiene nada que ver con el verdadero Amor de Dios que se inclina sobre el pecador para retirarlo del pecado. Manifiestamente, bajo las palabras vergonzosas de “nuevo matrimonio” o de “familias reconstituidas”, hay que comprender la realidad del adulterio erigido en situación de hecho y finalmente de derecho, ¡y esto a pesar de las afirmaciones explícitas de Nuestro Señor mismo! He aquí cómo es presentado el espíritu de las reformas del papa Francisco, según uno de sus más íntimos colaboradores. No es necesario reflexionar mucho para afirmar que nunca nos entenderemos con estos falsarios del Evangelio que abusan de las funciones más sagradas que ellos ocupan”.

Muy bien, pero ¿por qué escribe que Francisco, “siempre dejando la puerta abierta a la inmoralidad, no toma posición en este debate”? Por qué torcer así los hechos si no es para evitar concluir que Francisco “desea integrar a la iglesia a los divorciados vueltos a casar, en el marco de una política más amplia que responde a los desafíos relativos al matrimonio y a la familia en la sociedad” (AFP). Esta obstinación de exculpar a Francisco ¿no es una manera de abandonar la promesa hecha de “oponerse públicamente a los errores y a los fautores de errores, sean quienes fueren” [2]?

¿Un Francisco ignorante?

La segunda contra-verdad concierne a la Misa“Sobre la misa tradicional, se manifiesta que Francisco apenas se preocupa, y que no comprende por qué los jóvenes sacerdotes pueden volverse hacia ella”.

¿Quién gobierna? ¿Quién nombra? ¿Quién ha permitido la explosión de la comunidad conciliar de los Franciscanos de la Inmaculada cuyo gran crimen era difundir la misa de san Pío V? ¿Por qué no tener en cuenta lo que el mismo Francisco declara: “Y luego hay cuestiones particulares como la liturgia según el “Vetus Ordo”. Creo que la decisión de Papa Benedicto fue prudencial, vinculada a la ayuda de algunas personas que tienen esta particular sensibilidad. En cambio, creo que es preocupante el peligro de ideologización del “Vetus Ordo”, su instrumentalización” [3].?

La posición de Mons. Lefebvre

La tercera contra-verdad concierne a la posición de Mons. Lefebvre“Ante este análisis, algunos quisieran que rompiéramos toda relación con la Santa Sede. Pero esta nunca fue la posición a seguir de Mons. Lefebvre y que él trazó para su Fraternidad”.

Fue necesaria una cierta imprudencia para atreverse a escribir estas líneas. Mons. Lefebvre dio sus condiciones, no para un acuerdo, sino para retomar las discusiones. ¡Y la diferencia es enorme! Mons. Fellay enterró estas condiciones, pero usted ¿ya las olvidó?

“Suponiendo que de aquí a un determinado tiempo Roma haga un llamado, que quiera volver a vernos, reanudar el diálogo, en ese momento sería yo quien impondría las condiciones. No aceptaré más estar en la situación en la que nos encontramos durante los coloquios. Esto se terminó. Plantearía la cuestión a nivel doctrinal: “¿Están de acuerdo con las grandes encíclicas de todos los papas que los precedieron? ¿Están de acuerdo con Quanta Cura de Pío IX, Immortale Dei, Libertas de León XIII, Pascendi de Pío X, Quas Primas de Pío XI, Humani Generis de Pío XII? ¿Están en plena comunión con estos papas y con sus afirmaciones? ¿Aceptan aún el juramento antimodernista? ¿Están a favor del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo? Si ustedes no aceptan la doctrina de sus predecesores es inútil hablar. Mientras que no se acepte reformar el concilio considerando la doctrina de los papas que los han precedido, no hay diálogo posible. Es inútil Así las posiciones serían más claras” [4].

¿Ser reconocido como católico por gente que ya no es católica?

Mons. Fellay se queja también, extrañamente, de que haya “prelados e incluso Papas que no corresponden a nuestra legítima expectativa” y afirma que “no hay que temer el reclamar con toda justicia, por parte de las autoridades de la santa Iglesia, el ser reconocidos y considerados como católicos”.

Tales incoherencias son el signo de una gran confusión de espíritu. Pues por principio, si “las autoridades de la santa Iglesia” no los consideran como católicos, ¿será porque ustedes no son católicos? ¿A menos que las pretendidas “autoridades de la santa Iglesia” ya no sean, en realidad, católicas? Estos calificativos respetuosos hacia la Roma actual y los calificativos afectuosos hacia sus “queridos miembros”, “queridos sacerdotes”, “nuestro venerable fundador” son solamente un doble juego que es, por definición, una doble traición. En los hechos, Mons. Fellay se burla de los miembros de la Fraternidad así como de su Fundador que confiaba seis semanas antes de su muerte:

“Entonces, ¡son ellos los católicos! ¿Por qué? Porque ellos están en las sedes de los obispos… ¡esa no es una razón! Como dijo San Atanasio: -¡Ustedes tienen las iglesias, nosotros tenemos la fe!... ¡Ellos tienen las sedes episcopales, nosotros tenemos la fe! Somos nosotros los católicos, ¡es evidente[5]

Una firmeza teatral

Para cubrir las enormidades que acaba de decir, Mons. Fellay alterna su discurso entre firmeza aparente y apertura suicida:

“Está muy claro que nosotros todavía rechazamos, como siempre hemos rechazado, el nuevo espíritu que se introdujo “por algunas fisuras en el templo de Dios” a favor del concilio… […] No abandonaremos el combate bajo el pretexto que sería humanamente inútil. Eso no es verdad, como lo muestran los encuentros que tuvieron lugar los últimos meses con algunos obispos”.

He aquí cómo Mons. Fellay justifica hábilmente el hecho de haber introducido a los lobos modernistas en el aprisco de los seminaristas. ¿Y qué quiere decir rechazar “el espíritu” cuando se reconoce “la letra” del Vaticano II en un “95% [6]” y que se preocupa de que se hagan los errores del concilio “super-herejías” [7]?

Mons. Lefebvre nos pedía rechazar la letra misma del concilio:

Pero si dejamos a Dios y a los futuros verdaderos sucesores de Pedro juzgar estas cosas, no deja de ser cierto que el Concilio ha sido desviado de su fin por un grupo de conjurados y que nos es imposible entrar en esta conjuración, aunque habría muchos textos satisfactorios en este Concilio.
Pues los buenos textos han servido para hacer aceptar los textos equívocos, minados, entrampados. Nos queda una sola solución: abandonar a esos testigos peligrosos para aferramos firmemente a la Tradición, o sea, al Magisterio oficial de la Iglesia durante veinte siglos
” [8].

Palabras muy claras…

El ilogismo de su Superior general llega a su paroxismo con el siguiente pasaje:

"Nosotros ponemos como condición “sine qua non”, antes de toda regularización canónica, la aceptación por parte de estas autoridades de nuestra identidad católica, con la garantía que no se nos obligará a adoptar este espíritu y estas reformas”.

¿Quién podrá hacer un análisis coherente de este pasaje? La serpiente se muerde la cola a sí misma. Una persona sana de espíritu no puede exigir como condición para la resolución de un problema la solución misma de este problema. No tiene sentido. Esta incoherencia muestra también que Mons. Fellay es incapaz de actuar prudentemente por la simple y sencilla razón que él ya no tiene una clara visión de la situación.

“No somos nosotros los que debemos firmar algo. Son ellos que deben firmar,garantizar que aceptan la doctrina de la Iglesia. Ellos quieren nuestra sumisión, pero no nos dan la doctrina” (Mons. Lefebvre) [9])

Una piadosa ficción…

La cuarta contra-verdad concierne al juicio de los romanos respecto a las reformas conciliares:

Todos nuestros interlocutores admiten que se trata (nueva misa, libertad religiosa, ecumenismo, nueva eclesiología) de cuestiones abiertas, de enseñanza no definida y por lo tanto no obligatorias… Si un día la autoridad confirmara oficialmente esta posición, sería un paso gigantesco para llevar al concilio al simple nivel de la opinión. Tal etapa sería necesaria, antes de que la autoridad pueda pasar a la etapa siguiente: la condenación de los errores. Pero todavía estamos demasiado lejos”.

Había que atreverse, pero Mons. Fellay se atrevió: Vaticano II no sería obligatorio, a juicio del cardenal Brandmüller y de Mons. Schneider. Se debe hacer la elocuencia política: siempre afirmar, jamás probar. Mons. Fellay toma sus deseos por la realidad y da prueba de una memoria corta, selectiva y parcial.

Benedicto XVI, el 10 de marzo de 2009, escribió a los obispos que “el hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad no tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia.  No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad”.

Cuatro días después del acuerdo trunco del 13 de junio de 2012, Mons. Fellay escribió a Benedicto XVI: “desgraciadamente, en el contexto actual de la Fraternidad, la nueva declaración no pasará [10]”. El 30 de junio siguiente, Benedicto XVI le dirigió a Mons. Fellay la respuesta siguiente:

La Declaración doctrinal en cuestión, preparada por la Congregación para la Doctrina de Fe, así como por la Comisión Pontifical Ecclesia Dei y aprobada explícitamente por mí antes de entregarla a usted, integra los elementos juzgados indispensables para estar en condiciones de pronunciar la Profesión de fe  y el Juramento de fidelidad para asumir un cargo ejercitado a nombre de la Iglesia, garantes de la plena comunión eclesial. Estos elementos son esencialmente la aceptación:
·                     Del Magisterio como intérprete auténtico de la Tradición apostólica;
·                     Del concilio Vaticano II como parte integrante de la dicha Tradición, quedando a salvo la posibilidad de una discusión legítima sobre la formulación de puntos particulares de los documentos conciliares;
·                     De la validez y licitud del Novus Ordo Missae.
         
 En el momento en que se abra el Capítulo general de vuestra Fraternidad, no puedo sino alentar a esta asamblea a aceptar estos puntos como necesarios para una reconciliación en el seno de la comunión de la Iglesia una, santacatólica y apostólica [11]”.

Y Francisco no afirma otra cosa:

“El concilio Vaticano II, que ha sido una puesta al día, una relectura del Evangelio en la perspectiva de la cultura contemporánea. Ha producido un movimiento irreversible de renovación que viene del Evangelio. […] Sí, hay líneas de hermenéutica de continuidad y discontinuidad; sin embargo hay una cosa muy clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada en el hoy que fue propia del Concilio es absolutamente irreversible [12]”.

Mons. Fellay no parece leer los mismos textos que nosotros, a menos que se trate de un problema del color de los anteojos. Se dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Un fuera de tema, para manipular mejor…

Viene enseguida una referencia histórica cuya exposición parcial permite a Mons. Fellay negar la realidad para preferir su angelismo habitual.

“En su época, los santos no abandonaron la Iglesia. Ellos combatieron el error hasta el punto de rechazar la comunión con los herejes, por lo tanto ellos no rechazaron todo contacto con la autoridad, sabiendo bien que Dios permite la indignidad de los ministros, y que a través de ellos todavía hace pasar Su gracia”. (Mons. Fellay)

En la época del arrianismo, Hilario, Eusebio de Verceil, Lucifer de Cagliari… consagraron obispos para dar pastores a los católicos amenazados por los lobos arrianos ocupando las sedes católicas. ¿Por qué Mons. Fellay no se alegró entonces por la consagración de Mons. Faure?

En su época del arrianismo, los santos rechazaron “la comunión con los herejes”… Es exactamente lo que nosotros hacemos, y particularmente durante el Santo Sacrificio: rechazamos la comunión con el anticristo Francisco [13]

En su época, los santos «no rechazaron por lo tanto todo contacto con la autoridad». Que Mons. Lefebvre sea un santo o no, su Itinerario espiritual, que hace las veces de testamento, dice:

Es pues un deber estricto para todo sacerdote que quiere permanecer católico el separarse de esta Iglesia Conciliar, mientras ella no reencuentre la Tradición del Magisterio de la Iglesia y de la Fe católica” [14]

“Nuestros verdaderos fieles, aquellos que han comprendido el problema y que nos han ayudado a seguir la línea derecha y cerrada de la Tradición y de la fe, temían las gestiones que yo hacía con Roma. Ellos me dijeron que era muy peligroso y que perdía mi tiempo. Sí por supuesto, esperé hasta el último minuto que en Roma mostraran algo de lealtad. Nadie puede reprocharme de no haber hecho todo lo que pude. Y ahora, a los que vienen a decirme “usted debe llegar a un acuerdo con Roma”, creo que puedo decirles que incluso fui más lejos de lo que debí haber ido. No hemos terminado de luchar. Cuando yo muera, mis sucesores tendrán que seguir combatiendo[15].

Mons. Fellay es incapaz de salir de la trampa y del golpe maestro de Satanás: la subversión por la autoridad.

« Es el ABC del modernismo el doblegar a los fieles por el chantaje de la virtud y del amor de Dios, y la abolición, en nombre de la virtud, de los medios indispensables de formación y de conservación. El modernismo hace caminar a sus víctimas en nombre de la obediencia, gracias a la sospecha de orgullo sobre toda crítica de las reformas, en nombre del respeto al Papa, en nombre del celo misionero, de la caridad y de la unidad” (P. Calmel, carta del 8 de agosto de 1973).

¿Armisticio antes de la rendición?

Gracias a Mons. Fellay, quien acolla ante el misterio de iniquidad y que practica la ambigüedad con un talento remarcable, la Fraternidad se ha hecho incapaz de decir bajo Francisco lo que decía bajo Juan Pablo II:

“En cambio, nosotros nunca quisimos pertenecer a este sistema que se califica a sí mismo de Iglesia conciliar y que se define por el Novus Ordo Missae, el ecumenismo indiferentista y la laicización de toda la sociedad. Sí, no tenemos parte alguna, nullam partem habemus, con el panteón de las religiones de Asís [16]”.

Ningún honor es comparable al de sufrir la violencia injusta por una causa justa.

La arbitrariedad en las nominaciones es cada vez más patente. Buenos sacerdotes son juzgados ineptos para ejercer funciones de mando. Los acuerdistas y la juventud sin experiencia y fácilmente servil, gobiernan cada vez más a la FSSPX. El conjunto de los fieles permanece inerte y piensa sobre todo en su tranquilidad. La tiranía de Menzingen aparta, aísla, persigue e invita a partir… a los espíritus lúcidos. Si es poco dudoso que la mayoría de los sacerdotes desaprueban la política de Mons. Fellay, de allí no se sigue que todos contemplen arriesgar su plaza para combatirla.

El teniente coronel de La Chapelle, condenado a siete años de detención por su participación en el golpe de estado de Argelia, respondió al presidente mostrándole la pretendida gravedad de sus errores: “Señor presidente, se juzga una política por sus efectos, no se juzga el honor por sus resultados…”
Se nos reprocha no haber sino razonables ni realistas.

Defender una causa ciertamente es menos fácil que seguir la razón del momento y conservar un marco de vida cómodo y confortable. Al exigir la conversión de Roma, nosotros careceríamos de realismo y de sentido prácticoHay en efecto un realismo que paga inmediatamente, el que se alía con la política más fácil. Y hay otro, que sobrepasa las miras personales y las generaciones. Este se construye sobre la fe en Cristo Rey.

Por el momento ustedes han elegido la disciplina, pero ¿no temen ustedes haber favorecido así los vergonzosos compromisos y un lento abandono del combate? Verdaderamente, algunos cofrades, por haber aceptado y a veces facilitado la ilusión, el equívoco y el engaño de Menzingen, se resignaron así a vivir mezquinamente, si no vilmente. Cuanto todo esté perdido, ¿podrá usted conservar la frente en alto? ¿Cuáles habrán sido sus sacrificios para conservar íntegramente el bueno, pero trabajoso, combate de la fe?

¡Sean bienvenidos a la ermita!

Estimados cofrades, ¿cuánto tiempo más soportarán que los engañen, que se burlen de ustedes?

Una reflexión de Tixier-Vignancour sobre “De Gaulle” podría convenirle a “Fellay”:

“Si tú eres Gaullista e inteligente, no eres sincero. Si eres Gaullista y sincero, no eres inteligente. Si eres inteligente y sincero, no eres Gaullista”.

Me permito escribirles pues en el pasado, ustedes compartieron conmigo la carta del 28 de febrero de 2013 dirigida a Mons. Fellay recordándole su “deber en justicia de decir la verdad, de reparar las mentiras y retractar los errores” y deseando que “la Historia” no recuerde a Mons. Fellay como “el hombre que desfiguró y mutiló la FSSPX”.

Nosotros les hablamos a nuestro nombre, pero no creemos traicionar la forma de pensar de nuestros cofrades, sean de la USML o de otra parte: ustedes son bienvenidos aquí, a la Ermita San Agobardo o en otra parte.

Ustedes son bienvenidos, pero no sin condición. ¿Piensan ustedes todavía que:
 “La instauración de esta “iglesia conciliar” imbuida de los principios de 1789, de los principios masónicos hacia la religión y las religiones, hacia la sociedad civil, es una impostura inspirada por el infierno para la destrucción de la religión católica, de su magisterio, de su sacerdocio y del sacrificio de Nuestro Señor [17]

Y que,

 “La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la reforma conciliar” [18]?

Si es así, que Dios los bendiga.

P. Olivier Rioult,

San Agobardo
22 de agosto de 2015.
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[1] Mons. Marcel Lefebvre, Paris, el  27 agosto 1976, Prefacio del libro Yo acuso al concilio.
[2] Mons. Fellay, Declaración del 27 junio de 2013.
[3] Entrevista de Francisco a las revistas culturales jesuitas, realizada por el P. Antonio Spadaro, SJ, agosto-septiembre de 2013.
[4] Mons. Lefebvre, entrevista, Fideliter n° 66, noviembre-diciembre de 1988, págs. 12-13
[5] Mons. Lefebvre, penúltima conferencia espiritual a los seminaristas de Ecône, el 11 de febrero de 1991.
[6] 11 de mayo de 2001, el periódico de Valais La Liberté publicó una entrevista a Mons. Fellay, reproducida por DICI n° 8, en la cual leemos: “Aceptar el concilio no es problema. […] Nosotros conservamos el 95%. Es más un espíritu al que nos oponemos, a una actitud ante el cambio llevado como postulado: todo cambia en el mundo, por lo tanto la Iglesia debe cambiar”.
[7] “En la Fraternidad, se está haciendo de los errores del concilio súper herejías, este se convierte en el mal absoluto, peor que todo, de la misma manera que los liberales han dogmatizado este concilio pastoral”. Respuesta del Consejo General a los tres obispos, Menzingen, 14 de abril de 2012.
[8] Mons. Lefebvre, París, 27 de agosto de 1976, Prefacio del libro Yo acuso al concilio.
[9] Conversaciones con Mons. Marcel Lefebvre por el R.P. Tomás de Aquino, suplemento al Boletín del Monasterio de la Santa Cruz, Brasil, 2011.
[10] Cor Unum n° 104 de marzo 2013.
[11] Carta de Benedicto XVI a Mons. Fellay, 30 de junio de 2012.
[12] Entrevista a las revistas culturales jesuitas, 19 y 23 de agosto de 2013.
[13] Mons. Lefebvre, carta de agosto de 1987 “La sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma ocupados por anticristos.
[14] Mons. Lefebvre, Itinerario Espiritual, 1990, pág. 31.
[15] Mons. Lefebvre, entrevista en Fideliter n° 79 de enero-febrero de 1991.
[16] Carta abierta de los Superiores de la Fraternidad a Su Eminencia el Cardenal Gantin Prefecto de la Congregación de los Obispos. Ecône, 6 julio 1988, Fideliter n° 64, Julio-Agosto 1988, págs. 11-12.
[17] Mons. Lefebvre, Itinerario Espiritual, Las Perfecciones de Dios.
[18] Mons. Lefebvre, Declaración del 21 de noviembre de 1974.