Prioridad de la
Tradición
La palabra
“Magisterio”, que viene del latín para “maestro” (“magister”), significa en la
Iglesia tanto la autorizada enseñanza de la Iglesia como sus autorizados
Maestros. Ahora bien, así como el maestro es superior a lo enseñado, así estos
Maestros son superiores al pueblo católico que recibe la enseñanza. Pero los
Maestros católicos tienen libre albedrío y Dios los deja libres para errar.
Entonces, si ellos yerran gravemente, ¿puede el pueblo hacer frente
resueltamente a ellos y decirles, por muy respetuosamente que sea, que ellos
están equivocados? La pregunta es contestada por la verdad. Es solamente cuando
la mayoría de los hombres han perdido la verdad, como hoy en día, que la
pregunta puede devenir confusa.
Por un lado, por cierto
Nuestro Señor dotó a Su Iglesia con autoridad enseñante para enseñarnos a
nosotros, seres humanos falibles, esa Verdad que es la única que nos pueda
llevar al Cielo – “Pedro, confirma a tus hermanos”. Por otro lado, Pedro
solamente debía confirmarlos en esa fe que Nuestro Señor le había enseñado –
“Pero Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez
convertido, confirma a tus hermanos” (Lc. XXII, 32). En otras palabras, esa fe
es la que gobierna a Pedro cuya función es solamente guardarla y expandirla
fielmente, tal como fue depositada con él, el Depósito de la Fe, para ser
transmitido por siempre como la Tradición. La Tradición le enseña a Pedro quien
a su vez enseña al pueblo.
El Vaticano I (1870)
dice la misma cosa. Los Católicos deben creer “todas las verdades contenidas en
la palabra de Dios o transmitidas por la Tradición” que la Iglesia propone, por
medio de su Magisterio Extraordinario o Universal Ordinario, como divinamente
reveladas (uno recuerda que sin Tradición en su sentido más amplio, no habría
“palabra de Dios” o sea Biblia). Más aún, el Vaticano I dice que este
Magisterio está agraciado con la infalibilidad de la Iglesia, pero esta
infalibilidad excluye que cualquier novedad sea enseñada. Entonces, la
Tradición en su sentido más amplio gobierna lo que el Magisterio pueda decir
que ella es y, si bien el Magisterio tiene autoridad para enseñar lo que se
halla dentro de la Tradición, no tiene autoridad para enseñar al pueblo nada
que se halle fuera de la Tradición.
No obstante, las almas
ciertamente necesitan un Magisterio viviente que les enseñe las verdades de la
salvación dentro de la Tradición Católica. Estas verdades no cambian así como
no cambia Dios ni Su Iglesia, pero las circunstancias del mundo en el cual la
Iglesia debe operar están cambiando constantemente y de allí que, de acuerdo a
la variedad de estas circunstancias, la Iglesia necesita Maestros vivientes que
varíen constantemente la presentación y la explicación de estas verdades
invariables. Por consiguiente, ningún Católico razonable refuta la necesidad de
los Maestros vivientes de la Iglesia.
Pero, ¿qué pasa si
estos Maestros sostienen que algo está dentro de la Tradición cuando no lo
está? Por un lado, ellos son hombres letrados, autorizados por la Iglesia para
enseñar al pueblo y el pueblo es relativamente ignorante. Por otro lado, está
por ejemplo el famoso caso del Concilio de Éfeso (428) donde el pueblo se
levantó en Constantinopla para defender la Maternidad divina de la Santísima
Virgen María contra el Patriarca herético Nestorio.
La respuesta es que la
verdad objetiva está por encima de los Maestros y del pueblo igualmente, de
manera que si el pueblo tiene la verdad de su lado, es superior a sus Maestros
si los Maestros no tienen la verdad. Por otro lado, si el pueblo no tiene la
verdad, no tiene derecho a levantarse contra los Maestros. Breve, si él está en
la verdad, tiene el derecho. Si él no está en la verdad, no tiene el derecho.
Y, ¿qué es lo que dice si el pueblo está en la verdad o no? Ni los Maestros
(necesariamente) ni el pueblo (menos necesariamente aún) sino la realidad, aún
cuando los Maestros o el pueblo o ambos, conspiren para sofocarla.
Kyrie eleison.