“Fiel no es quien solamente cree que Dios es Todopoderoso, sino el que cree que lo puede todo con Dios” San Juan Clímaco.
El Evangelio nos habla de la confianza en Dios. La confianza profunda en Dios es una de las cosas más difíciles de encontrar en las almas, aun en las almas buenas, pero una de las más necesarias. De su falta proviene la preocupación, la angustia, la inquietud, la tristeza y la consiguiente imposibilidad de avanzar en la virtud. Se puede decir que la confianza es la clave de la santidad.
Os digo: no andéis preocupados por vuestra vida en cuanto a qué comeréis, ni por vuestro cuerpo en cuanto a con qué os vestiréis. ¿Pero es que acaso no necesitamos todo eso? Sí, y se nos manda trabajar o esforzarnos, pero evitando la preocupación, dice San Jerónimo. Debemos estar ocupados pero no preocupados, esto es, ocupados antes de tiempo con temores y angustias. Sobre el necesario equilibrio entre confianza y esfuerzo o acción, hay una máxima de San Ignacio que dice: “actúa como si todo dependiera de ti, pero sabiendo que todo depende de Dios.”
Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en graneros; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? Junto a nuestros cuidados, esfuerzos o diligencias está la divina providencia. Debemos creer eso.
¿Y por qué andáis preocupados por el vestido? Considerad los lirios del campo cómo crecen, no trabajan ni hilan: os digo, pues, que ni Salomón con toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Si Dios cuida tanto de las flores, cuya vida es muy breve, ¿abandonará acaso a los hombres a los que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente? Porque el alma es inmortal. No debemos pensar que seremos abandonados por un Dios que “nos amó hasta el extremo” y se entregó a la muerte por nosotros.
Dice "hombres de poca fe", porque es muy pequeña y limitada aquella fe que no está segura aun de las cosas mínimas, como la comida y el vestido. Y nosotros solemos caer en lo mismo…
Cristo no quiere la preocupación y anima a la confianza que proviene de creer verdaderamente que Dios es Dios: que es Bueno, Omnipotente y Providente. Somos “hombres de poca fe”, pues aunque no negamos los dogmas de la fe católica, desconfiamos de la bondad y de la omnipotencia divinas.
"No os preocupéis, pues, diciendo qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos, porque los gentiles se afanan por estas cosas, y vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todas ellas”. Comenta San Juan Crisóstomo que no dijo “sabe Dios”, sino “sabe vuestro Padre”, para inspirarnos más confianza. Si es padre no podrá despreciar a sus hijos.
Nuestro señor nos da el remedio contra la preocupación: fundarnos en la confianza que surge de la fe, de la esperanza y de la caridad, y que aumenta en nosotros esas virtudes. Por eso dice "buscad primero el reino de Dios y su justicia". Debemos buscar primero “el reino de Dios y su justicia” como nuestro verdadero bien y fin; y “lo demás” como necesario para esta vida, vida que, a su vez, es un medio para alcanzar la otra (San Agustín). “El reino de Dios” es el premio de las buenas obras (el Cielo), y “su justicia” el camino de piedad por el que se va al reino (la vida devota, la santidad).
No debemos preocuparnos por “la añadidura” si buscamos primeramente el Reino de Dios y su justicia, porque "lo demás se nos dará por añadidura", esto es, lo recibiremos si no ponemos impedimento, dice San Agustín. ¿Y cómo ponemos impedimento? Si buscamos “la añadidura” como teniendo igual o mayor importancia que “el reino de Dios y su justicia”; o incurriendo en la preocupación. Ahora bien, como estas cosas se nos dan por complemento o añadidura, el Médico Divino -dice San Agustín- a quien todos nos hemos confiado, sabe cuándo debe concedernos la abundancia, y cuándo la escasez, según lo que nos conviene en cuanto a riqueza o pobreza, salud o enfermedad, alegría o tristeza, fervor o aridez, etc. Y si alguna vez sufrimos carencias en cuanto a las cosas necesarias para la vida, creamos que eso lo permite el Señor para nuestra prueba, para que obtengamos el reino buscado.
Santa Teresa del Niño Jesús nos enseña la confianza en Dios. Ella, que fue “la santa más grande de los tiempos modernos”, según palabras de San Pío X. Grande por haberse hecho muy pequeña en las manos de Dios, como un niño en los brazos de su madre, por medio de una confianza llena de humildad, de fe, de esperanza y de caridad. "Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza absoluta", decía.
Frecuentemente los fieles se quejan de que les parece que les falta amor a Dios. En una carta escrita a su hermana, Santa Teresita dice: "la confianza, y nada más que la confianza, es lo que debe conducirnos al amor” (al amor perfecto, a la caridad ardiente). En esas pocas palabras resume su mensaje, nos revela la clave de su gran santidad y el motor de su existencia. Si la fe abre el alma a Dios como el arado abre la tierra, la confianza la abre enteramente y hace posible el fruto. Es por la confianza Dios queda libre para hacer su voluntad en el alma. Esa voluntad se cumple en la medida de la confianza que Dios encuentra en el alma. Antes de que Dios dé la confianza a los que se la piden, Él estará presente en el alma, aunque limitado, como encadenado y “pequeño”. Pero “pequeños” debemos ser nosotros, no Él. Si nosotros somos pequeños -por la confianza- Él será grande en nuestras almas. Es el gran mensaje de la santa más grande de nuestro tiempo.
“Fiel no es quien solamente cree que Dios es Todopoderoso, sino el que cree que lo puede todo con Dios” dijo San Juan Clímaco. La falta de confianza en Dios es una cierta infidelidad. Un ejemplo: los fieles que saben que los pecados veniales se perdonan de varios modos, además de la absolución sacramental, pero en la práctica no están dispuestos a prescindir de las “seguridades” de la confesión. No comulgan porque tienen pecados veniales, aunque aprendieron en el catecismo que la comunión sacramental se los perdona. Además de desconfianza, también puede haber algo de orgullo en eso, si en el fondo piensan que la comunión es un premio para los perfectos, cuando en realidad es un remedio para los pecadores.
Otro ejemplo de falta de confianza en Dios: “ceder a la tentación de utilizar medios impuros para lograr la victoria en una guerra justa” (P. Calmel). Eso es exactamente lo que pasó y pasa con la FSSPX. Se ha querido hacer uso de medios menos rectos o francamente retorcidos para lograr la “normalización” o “regularización” de la congregación y la conversión de Roma: violación de la decisión del capítulo del 2006, secreto indebido, expulsiones injustas, diplomacia mundana, concesiones inaceptables en algunos puntos de doctrina, uso constante de un leguaje confuso, pusilánime, doble, ambiguo; etc.
El Corazón Inmaculado de nuestra Madre está lleno de confianza. A Ella, que todo lo consigue de Dios, recurramos pidiendo la santa confianza mediante el Rosario diario