El papado desacreditado
Fragmentos
escogidos del «magisterio» bergogliano
por
Alexandre Marie y Dominicus
Pronto
serán dos años que Francisco fue elegido papa (13 de marzo de 2013). Al
transcurrir los meses, él ha multiplicado las declaraciones ambiguas, las
pequeñas frases inquietantes, las declaraciones escandalosas, las entrevistas
revolucionarias, las excentricidades de un gusto dudoso, las filípicas acerbas y voluntariamente provocadoras contra su clero y la Curia romana, sin hablar de
las acciones de graves consecuencias (nominaciones de prelados indignos y
progresistas, los escándalos de las JMJ de Río, “canonizaciones” fabricadas, el
sínodo sulfuroso sobre la familia, maniobras judaizantes en Tierra santa,
“turquerías” en Turquía, reprimendas políticas en el Parlamento europeo, desquicio
programado de la Curia, etc.).
Adulado
por los medios de comunicación por su lenguaje y sus gestos no conformistas,
Francisco es juzgado como fino político por unos, mientras que otros ven en él
a un peligroso iconoclasta que borra las líneas. Después del entusiasmo de los comienzos,
voces discordantes comenzaron a hacerse oír en los medios romanos y hasta en
los rangos del Sacro Colegio, donde algunos cardenales se quejan de que este
papa fuera de las normas, se aleja de la enseñanza, no de la Roma eterna, sino
de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI, convertidos, como por
encanto, ¡en papas conservadores y tradicionalistas!
Por
lo tanto, estos análisis que llenan los periódicos, son frecuentemente
superficiales. El fondo de las cosas es que, alternando avances y retiradas, la
revolución conciliar continúa su marcha irresistible, acomodándose a todas las
situaciones y actuando de diversas formas: un paso adelante, dos pasos atrás;
un golpe a la derecha, un golpe a la izquierda… La santa Iglesia y el papado
salen cada día un poco más desfigurados y desacreditados. Paulo VI, en un momento
de lucidez, habló hace mucho tiempo de la “autodemolición” de la Iglesia. Con
Francisco, la autodemolición toma una velocidad vertiginosa.
Nosotros
nos vemos reducidos a gemir y a orar con el salmista: «Salvum me fac, Domine, quoniam defecit sanctus, quoniam diminutæ sunt veritates
a filiis hominum – ¡Sálvanos Señor, pues ya no hay más santidad; pues las
verdades son disminuidas por los hijos de los hombres! » (Ps 11, 2).
Para
ilustrar esta disminución de las verdades –verdades de la doctrina, en el orden
especulativo, pero también verdad de la vida, en el orden práctico, he aquí
algunos fragmentos escogidos del “magisterio” bergogliano, agrupados por temas
y completados por algunos comentarios.
Le Sel
de la terre.
¡Cada
vez más y más apertura!
La
apertura y el diálogo son tal vez las palabras claves de este extraño pontificado,
el cual, antes que todo, se quiere práctico y renovador.
La cultura del diálogo
El
papa Francisco se ha hecho el promotor incondicional del diálogo:
La cultura del encuentro, la cultura del diálogo, es el único camino para la paz. [Ángelus del 1º de Septiembre de 2013].
Un
poco de tiempo atrás, durante las JMJ de Río, él explicó que el diálogo es una
condición necesaria para el progreso:
«Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi respuesta es siempre la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta, disponible y sin prejuicios, yo la definiría como “humildad social”, que es lo que favorece el diálogo. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y en el respeto de los derechos de cada una. » [Discurso a los representantes de las culturas y de la sociedad civil de Brasil, el 27 de julio de 2013, en el teatro de Rio]
No encerrarse en las interpretaciones
dogmáticas invariables.
Pero
¿qué es dialogar? Francisco responde:
Dialogar significa estar convencido que el otro tiene algo bueno que decir, darle lugar a su punto de vista, a sus proposiciones. Dialogar no significa renunciar a sus propias ideas y tradiciones, pero sí a la pretensión de que sean únicas y absolutas. [Mensaje para la 48 Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 1º de junio de 2014]
¿Cómo
es que la Iglesia podría renunciar a «la pretensión» de que las
verdades que ella predica son «únicas y absolutas»? ¿Qué no dijo Jesús:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6); “El que crea y fuera
bautizado será salvo, el que no crea será condenado” (Marcos 16, 16)? Y cuando
Nuestro Señor habla de creer, quiere decir: creer en Él, porque Él es el único Salvador. Es lo que San Pedro afirmó
en el Sanedrín que lo conminaba a callar el nombre de Jesús: “No hay bajo del
cielo ningún otro nombre que haya sido dado a los hombres, por medio del cual
podamos salvarnos” (Hechos 4, 12).
Pero,
para Francisco, el católico no debería apegarse a fórmulas fijas de contenido
absolutamente invariable:
«No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable.» [Evangelii Gaudium § 129]
Una
tal declaración ¿no es inconciliable con este canon del Vaticano I: “Si alguno dijere que es posible que en algún
momento, dado el avance del conocimiento, pueda asignarse a los dogmas [las fórmulas
dogmáticas] propuestos por la Iglesia un
sentido distinto de aquel que la misma Iglesia ha entendido y entiende: sea
anatema”?
No
solamente Francisco ataca la inmutabilidad de las verdades dogmáticas, sino que
también denigra “la seguridad doctrinal” y la certeza, como siendo solamente
una forma de “legalismo” estático, opuesto a la apertura:
«Un cristiano restauracionista, legalista, que lo quiere todo claro y seguro, no va a encontrar nada. La tradición y la memoria del pasado tienen que ayudarnos a reunir el valor necesario para abrir espacios nuevos a Dios. Aquel que hoy buscase siempre soluciones disciplinares, el que tienda a la “seguridad” doctrinal de modo exagerado, el que busca obstinadamente recuperar el pasado perdido, posee una visión estática e involutiva.» [Entrevista publicada en la revista Études, del 19 de septiembre de 2013, pág. 18]
Y
más:
«Este buscar y encontrar a Dios en todas las cosas deja siempre un margen a la incertidumbre. Ésta debe existir. Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien. Yo tengo esto por una clave importante. Si uno tiene respuestas a todas las preguntas, estamos ante una prueba de que Dios no está con él. Quiere decir que es un falso profeta que usa la religión en bien propio. (…) El riesgo que existe, pues, en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas, son los deseos de ser demasiado explícito, de decir con certeza humana y con arrogancia: “Dios está aquí”. Así encontraríamos sólo un Dios a medida nuestra » [Ibid. Pág. 21-22].
Seguramente
que puede haber falsas certitudes humanas. Pero el contexto muestra que la
certitud que ataca aquí el papa Bergoglio es la certitud de la fe, a la cual puede y debe aspirar todo católico. Francisco
hace aquí la apología del relativismo. Además, declara explícitamente:
«El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma. Tenemos que acercarnos a los conflictos sociales, a los nuevos y a los viejos, y tratar de dar una mano de consuelo, no de estigmatización y no sólo de impugnación.» [Entrevista al periódico argentino La Nación, el 5 de octubre de 2014]
Continúa...