¿No
es esta la hora de Jesús?
Una
babel como la actual en el mundo y en la Iglesia creo que no se ha visto nunca.
Autoridades de la Iglesia que callan ante legisladores que legalizan aquello de
lo que incluso los antiguos paganos se avergonzaban; que proponen instituir las
“diaconisas”; los mejores católicos “martilleados” muy a menudo; conocidos
anticlericales y sin Dios señalados como modelos… y otras cosas extravagantes.
Sacerdotes y obispos que han reducido su predicación a menos que la educación
cívica; el Credo católico y la Moral sacudidos por un documento que se
llama Amoris laetitia, pero que debería llamarse Amoris
malitia, todo esto y más todavía deja a la gente todavía honesta y amiga de
la Verdad sin palabras, sorprendida, alucinada.
Sabemos
de reuniones de sacerdotes que compiten a ver quién dice más despropósitos.
Ante todos está el vacío de las iglesias y de los seminarios, causado por al
menos tres generaciones dejadas sin catequesis verdadera, pero de esto se culpa
sólo a la secularización, al descenso de los nacimientos, como si los hombres
de Iglesia no tuvieran ninguna culpa, cuando desde hace más de 50 años nos han
cambiado la Religión y hoy tenemos un Pastor que ya no sabemos lo que es. La
gente, que cree o no cree ya, dice una sola cosa: “Ya no hay nada, se
ha desmoronado todo, ya no hay certezas ni puntos de referencia. Ya no hay
guías, ya no hay jefes, ya no hay direcciones de marcha, en una palabra, ¡ya no
hay nada!”.
Desgraciadamente
es cierto, ciertísimo. ¿Recordáis, amigos, cuando a la cabeza de la Iglesia
había un Papa como el Venerable Pío XII, “el Cristo” convertido
verdaderamente en “romano”, y, en un perdido pueblo del Gargano, San Giovanni
Rotondo, un pobre fraile de nombre padre Pío dirigía almas de
humildes fieles, de intelectuales, de sacerdotes, de obispos, y daba la certeza
de ver a Cristo vivo en él? Entonces no faltaban las guías, ni siquiera
entre los obispos: Schuster, Siri, Dalla Costa, para quedarnos sólo en Italia.
Hoy,
nada de nada. ¿A quién miramos? ¿a quién vamos? ¿quiénes estamos todavía? ¿en
qué abismo debemos hundirnos todavía?
Pero
una cosa es cierta: esta hora nuestra de la historia podría ser una
hora maravillosa para Cristo, el Rey de los reyes, ¡el único Rey! Pero es
necesario que alguien se levante – un hombre o varios hombres
de Iglesia, o incluso un laico o un grupo de laicos verdaderamente católicos –
no a “dialogar” con este o aquel a la búsqueda de no se sabe qué, sino con
riqueza de fe y de amor en Él, sin miedo de ir contra corriente o de parecer
superados; se levante, decía, a proclamar que sólo Jesucristo es el
Guía y el Jefe verdadero, sólo Él es el Salvador y el único Rey de la humanidad,
que sólo en Él hay salvación y que sólo en Él puede renacer la civilización
verdadera, que sólo Él es la respuesta definitiva y adecuada a todo problema.
¿Quién
será este Hombre de Iglesia o bien este christifidelis
laicus? ¿Un papa docto y santo? O bien un Santo que en su fisonomía haga
ver, como Francisco de Asís y Domingo Savio, el Rostro radiante de Jesús?
Pidámoslo
a la Virgen con el Rosario, postrados por tierra, pero desde hoy,
comencemos a serlo nosotros. ¡El mundo, la Iglesia, espera a
Jesucristo y a un santo, un apóstol – aunque sea pequeño – que se lo anuncie y
se lo haga ver! ¡Sí, esta es la hora de Jesús!
A
la espera de que alguien se despierte de la borrachera de los “valores” humanos
puestos en el lugar de Jesucristo, ¿qué hacer para custodiar nuestra Fe
católica en su integridad? Una sencilla cosa, posible para todos: poner
sobre la propia mesa, sobre la mesita de noche, el Evangelio de Jesús y el
Catecismo de San Pío X y leerlos y meditarlos, y orar y orar más
todavía, y seguirlos sólo a ellos, que resumen la Palabra de Dios y
la Tradición de la Iglesia. Basta esto para custodiar la fe, porque de
otras novedades no queremos saber nada.
Insurgens
(Traducido
por Marianus el eremita/Adelante la Fe)