lunes, 24 de septiembre de 2018

A PROPÓSITO DE ACUERDOS TRAIDORES


(...) la Iglesia de Cristo renueva en sí cada vez más la vida de su divino Fundador, que tanto padeció, de modo que en cierta forma complete "aquello que falta a la pasión de Cristo" (Col 1, 24). Por lo que su condición de militante en la tierra es la de vivir entre luchas y dificultades e incesantes aflicciones, para poder de este modo "entrar en el reino de Dios... por medio muchas tribulaciones" (Hech 14, 21) y unirse al fin con la Iglesia Triunfante del cielo.

Así desarrolla Anselmo, sobre esta materia, aquel lugar de San Mateo: "Jesús obligó a sus discípulos a subir la barca": Según la interpretación mística se describe aquí el estado de la Iglesia desde la venida del Salvador hasta el fin del mundo... La barca, pues, era batida por las olas en medio del mar mientras Jesús permanecía en la cumbre del monte, porque desde que el Salvador subió al cielo, la Santa Iglesia ha sido sacudida en este mundo con grandes tribulaciones, dispersada con muchas tempestades de persecuciones, vejada de diversas maneras por la perversidad de hombres malvados, y tentada de infinitos modos por los vicios. Pues el viento le era contrario debido a que el soplo de los espíritus malignos siempre le es adverso para que no pueda llegar al puerto de la salvación; se esfuerzan por hundirla en las olas de las adversidades del siglo, levantando contra ella todas las dificultades que les son posibles. (Horn 3).

Están pues muy equivocados los que para la Iglesia creen y esperan un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo "todo sujeto al maligno" (1 Jn 5, 19), con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres.

A vosotros, Venerables Hermanos, a quienes la divina Providencia ha constituido pastores y guías del pueblo cristiano, incumbe la obligación de procurar resistir con todo empeño a esta funestísima tendencia de la sociedad moderna, de adormecerse en una vergonzosa inercia mientras recrudece la guerra contra la religión, procurando una cobarde neutralidad e interpretando falsamente los derechos divinos y humanos, por medio de rodeos y acuerdos, y sin acordarse de aquella categórica sentencia de Cristo: "el que no está conmigo está contra mí" (Mat 12, 30). (...)

San Pío X, carta encíclica Communium rerum, 21 de abril de 1909.