¿A
Dónde, la “Resistencia”? –I
Resistentes,
por ningún motivo pueden desistir.
¿Qué salva a la Iglesia hoy? ¡Aquellos que resisten!
¿Qué salva a la Iglesia hoy? ¡Aquellos que resisten!
Si alguien todavía se pregunta qué tiene que hacer
el movimiento de la “Resistencia” católica, los recientes acontecimientos en
los Estados Unidos lo hacen más obvio que nunca – ¡debe mantener la Fe! Con la
publicación oficial el mes pasado por el Estado de Pennsylvania, EE.UU, de un
documento de 800 páginas que prueba más allá de toda duda la culpabilidad de
eclesiásticos católicos de alto rango en crímenes abominables contra la ley de
la tierra y la ley de Dios, millones de católicos se verán tentados, y no sólo
en los Estados Unidos, a dudar de la fe y a abandonar la Iglesia. Un lector de
estos “Comentarios” menciona tres alarmantes enlaces de Internet, y escribe:
“Me duele el corazón. Jesús no enseñó esto. Estoy
llorando amargamente. Soy un hombre duro y no lloro con mucha frecuencia. No
puedo aceptarlo. Lo siento, pero si esto continúa, tendré que volverme ortodoxo
oriental o definitivamente perderé la cabeza. Ya no soporto esta monstruosidad.
Tengo dolor físico porque esto me provoca dolor en el pecho. Voy a perder la
cabeza. Todas las oraciones y misas son en vano, si es que todavía las hacen
los que participan en las oraciones y misas. ¡Nuestro Señor está siendo puesto
de cabeza por estos herejes! ¡No puedo soportarlo!”
Ahora bien, el pecado sucede, y el pecado continuará
sucediendo hasta el fin del mundo, aún entre sacerdotes y obispos porque Dios
no les quita su libre albedrío, y ningún legislador sabio en la Iglesia o el
Estado confía en la mera legislación para abolir el pecado. Sólo la gracia de Nuestro
Señor Jesucristo puede limpiar las almas de pecado (Rom. VII, 24, 25). Es por
eso que el Estado es básicamente impotente para sanar los problemas humanos más
profundos de los sacerdotes, de las familias, o de las naciones. Está obligado
a hacer todo lo posible para proteger a sus ciudadanos, pero todos los
estadistas inteligentes y honestos reconocen que sólo la Iglesia católica posee
plenamente los medios para alcanzar la curación en lo profundo de las almas
humanas. Por eso favorecerán a la Iglesia lo mejor que puedan por el bien del
Estado, y protegerán lo mejor que puedan la reputación de obispos y sacerdotes,
y dejarán que la Iglesia se ocupe de sus propios criminales, si así lo
desea. Pero si la Iglesia se niega a tratar con sus criminales, entonces el
Estado tiene que intervenir.
Lo que es tan escandaloso en la actual plaga de
abusos por parte de los eclesiásticos contra adolescentes y niños es el alcance
de los abusos, el encubrimiento sistemático de los abusos por parte de los
eclesiásticos de alto rango, y la altura del rango de algunos de ellos,
llegando hasta la cumbre de la Iglesia. De hecho, el escándalo ha sido conocido
en los EE.UU. durante decenas de años, y es totalmente imposible que no fuera
conocido de todos también en Roma. Durante décadas, sin embargo, una red de
homosexuales ha tenido un inmenso poder dentro de la estructura y la jerarquía
de la Iglesia, hasta el punto de que ejercen un control de gran alcance en Roma
respecto a la designación de los obispos, y en las diócesis respecto a la
elección de los seminaristas. Puede ser cada vez más difícil llegar a ser
obispo o sacerdote sin pertenecer personalmente a esa red.
Pero, ¿qué puede explicar tal desastre entre tantos
eclesiásticos? La única explicación proporcionada es la pérdida de fe desatada
por el Concilio Vaticano II (1962–1965), tras la cual el gran protector de la
perseverancia del sacerdote, su Breviario, y el propósito de su existencia, la
Misa, quedaron mutilados y discapacitados ( Sacrosanctum Concilium,
Capítulos II y IV). Quite a cualquier hombre el propósito de su existencia, y
él estará obligado a buscar satisfacción en otra parte. Por lo menos un
comentarista americano culpa al satanismo por el desastre, un pecado que ataca
directamente a Dios y, como tal, mucho más grave que los pecados de la carne.
Pero los hombres sólo se vuelven a Satanás cuando se han apartado, o han sido
apartados, de Dios. El Vaticano II abrió la puerta para que al parecer toda la
Iglesia se alejara de Dios.
Kyrie eleison.