martes, 18 de septiembre de 2018

RECUERDOS DOLOROSOS DE UN SUPERVIVIENTE DEL SEMINARIO




Escrito por un sacerdote fiel

Nota del editor: Si es doloroso leer el siguiente testimonio, imaginen lo doloroso que habrá sido escribirlo. El padre solicitó que su nombre no fuera revelado a los lectores, pero no a mí. He conocido a este buen y santo sacerdote durante muchos años, y sé que su testimonio es absolutamente cierto. Ojalá no lo fuera. Dios nos ayude. MJM

Éramos jóvenes—muy jóvenes; éramos inocentes—bastante inocentes; y todos teníamos algo más en común; queríamos ser sacerdotes. A la tierna edad de trece años y ni bien salimos de la escuela primaria, yo junto con otros 40 adolescentes que sentimos el llamado, abandonamos nuestros hogares para explorar la posibilidad de llegar a tener una vocación para el sacerdocio. El seminario estaba aislado y lejos, y teníamos pocas ocasiones de visitar a la familia. Recuerdo que mi padre recalcó al dejarme en el seminario, “parece una prisión.” Lo era–¡e incluso peor!

Mis padres me amaban y me habían protegido del daño físico y espiritual. Si hubiesen sabido que esos sacerdotes religiosos del seminario eran verdaderos depredadores de niños, jamás les habrían confiado mi cuidado. Pero eran padres católicos devotos y orgullosos de que su pequeño niño pudiera convertirse en sacerdote. ¿Cómo iban a saber ellos u otros padres que éramos ovejas para el matadero?

Las intenciones depredadoras de los sacerdotes y hermanos religiosos del seminario no solo no nos resultaban conocidas al ser adolescentes, sino que la sola idea de que un hombre pudiera hacerle esas innombrables cosas sexuales a un chico era inimaginable. La mayoría de nosotros no había recibido educación sexual en la escuela y en casa la televisión estaba rigurosamente custodiada. En aquellos días la revolución sexual ya había comenzado pero no se había implementado del todo.

Las tácticas del ahora infame Tío Ted (el cardenal McCarrick) también estaban entre las empleadas por estos clérigos, pero nuestros abusadores preferían ser llamados “hermano” y “padre” en lugar de “tío” y, a su vez, se referían a sus víctimas preferidas como “Suckees” en lugar de “sobrinos.” Competían por víctimas de entre los estudiantes del seminario y aún me pregunto si los nudos en sus cinturones no serían utilizados para contar víctimas en lugar de oraciones, como agujeros en el cinturón.

Quizás, los más temidos entre los depredadores eran los preceptores, que imponían la disciplina. Qué irónico y conveniente que aquellos a cargo de la disciplina y el comportamiento de los estudiantes también fueran depravados. El jefe de los preceptores, quien tenía responsabilidad sobre los seminaristas más pequeños, era un depravado. En nuestra inocencia, nos preguntábamos por qué venía tantas veces sin anunciarse al área de duchas comunitarias y los escusados. Siempre lo hacía bajo el pretexto de apurar nuestro aseo. También deambulaba por el gran dormitorio durante la noche, deteniéndose en algunas ocasiones a observar a un joven o dos mientras dormían.

Si bien estaba a cargo de nuestro bien moral, este preceptor era un corruptor de la moral. Cuando se enfrentaba con algún muchacho particularmente bueno en su conducta, lo seleccionaba para corromperlo. Por ejemplo, si bien en aquel tiempo muchos de los empleados del seminario fumaban, esto estaba prohibido para los seminaristas jóvenes. Sin embargo, este preceptor invitaba a los buenos seminaristas a su oficina privada –que era también su dormitorio—y ofrecía cigarrillos a estos seminaristas para que fumaran en su presencia. Luego, mandaba a algunos de sus Suckees a espiar a aquellos seminaristas, esperando encontrarlos fumando en otra parte del campus.

¿Cuál era el castigo por fumar? El mismo que por cualquier otra infracción de las normas: al equipo de trabajo. El equipo de trabajo significaba tres horas de trabajo manual realizado por seminaristas los sábados por la tarde. Típicamente, era algo que reportaba un beneficio al seminario, tal como trabajos de jardinería. Pero para los seminaristas que asistían a la escuela los sábados por la mañana, significaba que la recreación del fin de semana quedaba arruinada. Dicho sea de paso, décadas más tarde, cuando este seminario cerró ante inminentes juicios por abuso sexual infantil, fue alquilado como centro de detención para abusadores sexuales jóvenes. Qué irónico. No solo eso, el castigo empleado para estos abusadores sexuales jóvenes no era el equipo de trabajo, sino mandarlos a sentarse en un rincón. Qué patético.

Las tácticas depredadoras de otros sacerdotes y hermanos variaban de acuerdo a sus tareas particulares dentro del sistema del seminario. Un hombre religioso más agradable que los preceptores y también más exitoso a la hora de acumular jóvenes víctimas era el jefe del almacén del seminario, quien vendía golosinas y útiles escolares. En aquellos días, los niños rara vez teníamos dinero y lo poco que teníamos se guardaba en una cuenta, controlada por—acertaron,–¡el jefe de los preceptores! Era esa estrategia de colocar una zanahoria por delante para facilitar el acoso sexual infantil, y lamentablemente funcionó para unas pobres víctimas desafortunadas. A lo largo de los años, el número de niños abusados en el almacén aumentó tanto que finalmente se cerró.

¿Los obispos que habilitaron a estos abusadores clericales todavía quieren tener un Sínodo sobre la Juventud en octubre?

Uno de los peores depredadores fue un sacerdote que se dedicaba a—sorpresa—los campamentos y el entrenamiento de varones. Décadas después, tras la implementación del Carta Estatutaria de Dallas para la protección de menores, este sacerdote admitió bajo declaración jurada que había abusado a muchos niños durante muchos años y en diferentes ámbitos. También afirmó bajo juramento que si alguien le hubiera dicho que tocar las partes privadas de los niños estaba mal, él jamás lo habría hecho.

Otra táctica de abuso de los depredadores era favorecer a sus siguientes víctimas con regalos y privilegios. Uno de los hermanos tenía un cachorro y cultivaba a sus Suckees dándoles el derecho exclusivo de pasear, alimentar, y bañar a su cachorro. Otros hermanos trabajaban en áreas particulares del seminario y el monasterio, y permitían a sus Suckees ganar dinero extra como alumnos trabajadores. Eso también les daba acceso a los jóvenes.

Más allá de las tácticas de seducción más sutiles utilizadas por estos depredadores, algunos de ellos eran violadores manifiestos, especialmente de los adolescentes más grandes y los casos difíciles. Un compañero de clase y amigo cercano fue víctima de esa violación. El religioso utilizaba una clásica movida al estilo Tío Ted, invitando a mi amigo a una cabaña remota sobre un lago, con una sola cama. Mi amigo puso reparos a la oferta de compartir la cama con el depredador, y durmió en el suelo. Lamentablemente, a pesar de sus mejores esfuerzos, el depredador le había introducido un narcótico que lo dejó nocaut. Cuando despertó supo, por el terrible dolor que sentía, que había sido sodomizado durante la noche mientras permanecía inconsciente.

¿Entonces, qué sucedió con esos 40 jóvenes seminaristas—y tantos otros—que querían ser sacerdotes?

De esta clase particular de 40, solo dos fueron ordenados y solo uno permanece en el ministerio activo. Respecto a los demás de muchas clases dentro del seminario que fueron blanco y sujeto de abuso sexual, la mayoría perdió el interés en el sacerdocio y muchos abandonaron el catolicismo; algunos se volvieron a las drogas y al alcohol y al comportamiento criminal; otros terminaron en matrimonios arruinados. Y un pequeño número continuó en la orden religiosa que los había abusado y ellos mismos se convirtieron en abusadores; vampiros homosexuales en un aquelarre.

Mientras tanto, en Roma…

(“No podemos permitir que nuestros mares y océanos estén cubiertos por interminables campos de plástico flotante. Nuestro compromiso activo es necesario para enfrentar esta emergencia”.)

Mientras tanto, en la FSSPX...

("El Nuncio apostólico en El Congo no encuentra candidatos adecuados para el episcopado". Ver acá)

Así se hace, pastor

No obstante, hay muchos otros que pasaron a tener vidas equilibradas como católicos fieles. Nuestras experiencias pueden informarnos como afectarnos, pero por la gracia de Dios no pueden condenarnos a sacar mal del mal.

Podría escribir mucho más y proveer ejemplos sórdidos del abuso sexual de seminaristas adolescentes pero esto basta. Si este relato de primera mano sobre el abuso sexual de seminaristas adolescentes, que llevó décadas, no los convence de que la depredación del Tío Ted McCarrick de seminaristas y sacerdotes jóvenes no les extraña, ¿qué lo hará? Que este relato sea una advertencia para padres católicos en particular, de que algunas veces los lobos se visten de pastores. Sí, hay sacerdotes buenos y santos que imitan al Buen Pastor, pero no son todos.

Por eso, ahora sumamos nuestra voz a la del ex nuncio y la de otros que abogan por la renuncia de prelados, incluyendo el prelado de Roma, por haber protegido a los depredadores en lugar de a las ovejas. ¡Vergüenza para los homosexuales asalariados, que mantienen el silencio ante la masacre! ¡Fuera, malvados lobos, que abusan de las pequeñas ovejas!

Escrito honradamente,

Un sacerdote fiel y sobreviviente del seminario