CONCLUSIONES TEOLÓGICAS
En los dos capítulos siguientes estudiaré históricamente
estas relaciones entre judíos y cristianos. Lo indispensable aquí es dejar
consignadas las conclusiones teológicas a cuya luz debe interpretarse la
historia.
El
pueblo judío, cuyo destino fue traernos a Cristo, tropezó en Cristo. Parte del
pueblo creyó en Cristo y se edificó sobre Él para formar la raíz y el tronco de
la Oliva que es la Iglesia. Otra parte del pueblo cayó y renegó de Él invocando
el orgullo carnal de la raza y de la nación judaica. Esta parte de Israel fue
rechazada y lleva sobre sí la sangre de Cristo como maldición. Esta parte forma
el Judaísmo propiamente dicho, que es herencia y continuación de los Rabinos
que rechazaron a Cristo.
Después
de Cristo no hay, para los descendientes de Abrahán, sino dos caminos: o ser
cristianos adhiriéndose a Cristo, o ser judíos. El que a sabiendas no se
convierte sinceramente al cristianismo, es judío con todas las perversidades
satánicas de la raza estigmatizada.
El
Judaísmo es un enemigo declarado y activo de todos los pueblos en general, y de
modo especial de los pueblos cristianos. Desempeña el papel de Ismael, que
perseguía a Isaac; de Esaú, que buscaba matar a Jacob; de Caín, que dio muerte
a Abel. San Pablo, en su 1ª Carta a los Tesalonicenses, dice que los judíos son
enemigos de todos los pueblos (2, 15). Observemos que esto es tremendo e importantísimo.
Son enemigos teológicos. Es decir, no es una enemistad local, o de sangre, o de
intereses. Es una enemistad dispuesta por Dios. Los judíos, si son judíos, es
decir, si no se han convertido sinceramente al cristianismo, aunque no quieran
buscarán con mentiras hacer daño, perder y corromper a los cristianos,
apoderarse de sus bienes y sujetarlos como a viles esclavos. Desempeñan en ello
una función teológica como la desempeña el diablo, de quien son hijos, en
expresión de Jesucristo, quien decía de los fariseos: Vosotros sois hijos del
diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida desde el
principio, y no permaneció en la verdad porque no hay verdad en é!; cuando
habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira. (Juan,
8, 44).
Si
los judíos son enemigos teológicos, esta enemistad debe ser universal,
inevitable y terrible. Universal, porque debe extenderse a todos los pueblos,
ya previniendo al Cristianismo, ya acompañándole, y así vemos que donde va el
cristianismo van los judíos. No hay modo de evitarlo, porque es teológico. El
Cristianismo y el Judaísmo han de encontrarse en todas partes sin reconciliarse
y sin confundirse. Representan en la historia la lucha de Lucifer contra Dios,
de las tinieblas contra la Luz, de la carne contra el Espíritu. Representan en
el tiempo el cumplimiento espiritual y el cumplimiento carnal de la Escritura.
La Letra tiene que estar en todas partes para ser sirvienta del Espíritu, y por
esto Santo Tomás de Aquino enseña que el judío es sirviente de la Iglesia.
Enemistad
terrible, porque es teológica. En el judío hay un misterio de iniquidad, como
enseñan San Jerónimo y San Justino haciéndose eco de Jesucristo y de la
predicación Apostólica. No os fiéis del judío porque ejerce la enemistad
simulando que os beneficia. Jesucristo los anatematiza llamándoles infinidad de
veces hipócritas y mentirosos. El judío hace daño sin mostrar la mano. Los
judíos obran detrás de los bastidores, insinúa el gran judío Disraeli. Y en
ello no hacen sino perpetuar lo que un día hicieron con el Cristo: ellos
tramaron contra Él la conjura secreta, pero sus planes los ejecutaron los
gentiles. Así la acción judaica sobre el mundo se realiza en la sombra de los
concilios secretos, y los personajes que parecen regir los pueblos no son más
que títeres manejados por estos hijos de la iniquidad.
Después
que Cristo fue levantado en alto sobre el monte Calvario, el mundo ha quedado
entregado a dos fuerzas verdaderamente opuestas: la judía y la cristiana.
En el mundo actual, en todas las
manifestaciones de la vida no puede haber más que dos modos verdaderamente
fundamentales, dos polos de atracción: el cristiano y el judío. Sólo dos
religiones: la cristiana y la judía. Sólo dos internacionalismos: el cristiano
y el judío. Todo lo que no sea de Cristo y para Cristo se hace en favor del
judaísmo. De aquí que la descristianización del mundo corra paralelamente con
su judaización.
¿Por
qué no puede haber más que estos dos modos? Porque éstos son los únicos
queridos por Dios. Son los únicos teológicos. Dios ha repartido el mundo entre
Isaac e Ismael, entre Jacob y Esaú, entre Caín y Abel, entre el Cristo y el
Anticristo. Todas las fuerzas humanas tienen que plegarse en uno u otro frente.
De
aquí que a los pueblos gentiles, a nosotros, a quienes se nos ha propuesto la
vocación a la fe cristiana, no nos queda más que dos caminos: o cristianizarnos
o judaizarnos. O formar en la Oliva de la Iglesia o en la Vid estéril del
Judaísmo; o ser hijos de Sara la libre, o de Agar la esclava.
Los
pueblos gentiles, si quieren ser libres y grandes, no tienen otra solución que
adherirse humildemente a la Iglesia; no tienen otra grandeza en la libertad que
la grandeza incomparable de las naciones cristianas de la Edad Media, que forjó
los santos y los héroes, que levantó las catedrales, que educó al pueblo en la
contemplación de los santos, que le dio el sentido de la belleza en el canto
gregoriano y en los frescos del Angélico y del Giotto, que sublimó su
inteligencia con la Suma Teológica del doctor Angélico. Si los pueblos
gentiles, repudiando esta grandeza como obscurantista y sombría, quieren ser
grandes con la grandeza carnal de Babilonia, podrán serlo, sí, pero como
sirvientes del judaísmo. Porque los judíos tienen la superioridad en el dominio
de lo carnal.
Y
he aquí que la historia nos dice (Werner Sombart hace la comprobación) que la
decantada grandeza del capitalismo inglés y norteamericano no es más que una
creación judaica. Grandeza carnal incomparable, pero que es cl trabajo de
millones de cristianos en beneficio de un puñado de judíos.
La
única defensa y protección de los pueblos gentiles para no caer en la
esclavitud judaica es la vida cristiana. Porque Cristo, únicamente, es la Salud
del hombre. De aquí que la Edad Media no ha sufrido la dominación de los
judíos. Los judíos han asechado, pero sin lograr jamás la dominación.
La
Iglesia, reconociendo la perversidad teológica que hay en ellos, sabía
sujetarlos con leyes sabias y con vigilancia alerta para que no inficionasen a
los cristianos. Sin embargo, la Iglesia jamás ha odiado al judío. Al contrario,
ha orado y ha hecho orar por ellos; los ha defendido de las vejaciones y
persecuciones injustas, de tal suerte que cuando el Sanedrín judío se reunió
públicamente, por vez primera después de siglos, en Francia en 1807, convocado
por Napoleón, rindió homenaje público a la benevolencia de los Pontífices en
documentos que se conservan. (Collection des Actes de l’Assemblée des Israelites de
France et du royaume d’Italie, par Diogène Tama).
Los
Diputados Israelitas del Imperio de Francia y del Reino de Italia en el Sínodo
hebraico decretado el 30 de mayo último, penetrados de gratitud por los
beneficios sucesivos que el clero cristiano ha hecho en los siglos pasados a
los Israelitas de diversos Estados de Europa;
Llenos
de reconocimiento por la acogida que diversos Pontífices han hecho en
diferentes tiempos a los Israelitas de diversos países, cuando la barbarie, los
prejuicios y la ignorancia reunidos perseguían y expulsaban a los judíos del
seno de las sociedades; declaran:
Que
la expresión de estos sentimientos será consignada en el proceso verbal de este
día para que quede para siempre como un testimonio auténtico de la gratitud de
los Israelitas de esta Asamblea por los beneficios que las generaciones que les
han precedido han recibido de los Eclesiásticos de los diversos países de
Europa.
Los
cristianos, que no pueden odiar a los judíos, que no pueden perseguirlos ni
impedirles vivir, ni perturbarlos en el cumplimiento de sus leyes y costumbres,
han de precaverse, no obstante, contra la peligrosidad judaica.
Precaverse
como quien se precave de los leprosos. Tampoco se puede odiar ni perseguir ni
perturbar a los leprosos, pero hay que tomar precauciones contra ellos para que
no inficionen el organismo social. Dura cosa es, no hay duda; pero es
irremediable. Así los cristianos no han de trabar relaciones comerciales, ni
sociales, ni políticas con esa casta perversa que hipócritamente ha de buscar
nuestra ruina. Los judíos deben vivir separados de los cristianos porque así se
lo ordenan a ellos sus Leyes, como veremos más adelante, y además porque son
“infecciosos” para los demás pueblos.
Si
los demás pueblos rechazan estas precauciones, tienen que atenerse a las
consecuencias, o sea a ser lacayos y parias de esta raza, a la que le
corresponde la superioridad en el reino de lo carnal.
En
la vida errante y despreciable del judío, que se prolonga, al menos, durante
dieciocho siglos, hay que descubrir el misterio cristiano. Así lo demuestra
magníficamente el abbé Joseph Léhmann, judío convertido, en su libro L’Entrée
des Israelites dans la société française. (pág. 3).
El
judío había llenado de oprobio al Justo. Le había puesto un manto de burla
sobre sus espaldas, una corona de espinas sobre su cabeza, una caña en su mano,
golpes, escupidas, insultos, injurias, vergüenzas de toda clase le había
prodigado, y nada le perdonó de cuanto es oprobioso. Y al final le vendió por
el precio vil de treinta monedas.
Estos
oprobios se han encontrado después, como castigo y pena de talión, en la vida
del pueblo judío. Ya lo había anunciado Moisés: Seréis burla y risa de todos
los pueblos adonde os conducirá el Señor. (Deut. 28, 37).
a)
Venta en remate como animales de los judíos después de la mina de Jerusalén. Se
había vendido al Justo por treinta dineros, y en la feria de Terebinto, en la
llanura de Mambré, se llegó a dar treinta judíos por un dinero.
b)
Prohibición, durante siglos, de venir a llorar sobre las ruinas de Jerusalén.
c)
Exclusión de los judíos de los rangos de la sociedad, en pago de que el judío
había excluido a Cristo como leproso de todo trato de hombres.
d)
La cachetada que en Tolosa, Béziers y otras partes estaba obligado a recibir un
diputado de la comunidad judía, públicamente, el viernes santo.
e)
La rueda o estrella amarilla que debía llevar en su pecho o en su sombrero para
ser reconocido como judío.
f)
Los barrios o juderías donde debían vivir amontonados.
g)
La obligación en ciertas ciudades de pagar hasta el aire que respiraban, como
en Augsburgo, donde pagaban un florín por hora, y en Bremen un ducado por día.
h)
Prohibición de aparecer en público desde el Domingo de Ramos hasta el día de
Pascua.
i)
Los insultos al judío errante.
j)
La desconfianza o creencia de una malicia perpetua del judío, aun en las causas
entre ellos. En Puy, las diferencias que surgían entre dos judíos eran
sometidas a monaguillos, a fin de que la extrema inocencia de los jueces
pusiese en descubierto la extrema malicia de los litigantes.
k)
En Alemania y en Suiza se colgaba al judío al lado de un perro, en burla,
porque éste era símbolo de fidelidad.
l)
Permiso dado a todo oficial público para usar epítetos infamantes contra los
judíos.
m)
Expulsión, todas las tardes, de ciertas ciudades, al toque de trompeta de los
judíos.
n)
Prohibición de bañarse en las playas donde se bañaran los cristianos.
o)
Interdicción de pasearse en paseos públicos. En ciudades de Alemania se
colocaba esta inscripción: Prohibición a los judíos y a los perros de entrar
aquí.
p)
El peaje, que era un derecho que se cobraba por la entrada de todo judío a la
ciudad.
¿Hasta
cuándo ha de prolongarse esta enemistad tremenda entro judíos y cristianos?
Hasta que la misericordia de Dios disponga el tiempo de la reconciliación.
San
Pablo nos enseña que día vendrá en que Israel reconozca a Aquél a quien ha
negado (Rom. 11).
25.
Mas no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, que la ceguedad ha venido
en parte a Israel hasta que haya entrado la plenitud de las gentes.
26.
y que así todo Israel se salve.
Cuando
llegue esa hora, que está en las manos de Dios, Esaú se reconciliará con Jacob,
esto es: los judíos se convertirán en cristianos, y entonces se cumplirá la
palabra del Profeta Ezequiel, dicha 500 años antes de Cristo:
21.
He aquí yo tomaré a los hijos de Israel de en medio de las naciones, a donde
fueran; y los recogeré de todas partes, y los conduciré a su tierra.
22.
Y los haré una nación sola en la tierra, en los montes de Israel, y será sólo
un rey que los mande a todos; y nunca más serán dos pueblos, ni se dividirán en
lo venidero en dos reinos.
27.
Y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (Ez., 37).
Entonces
todos “en el Cristo” serán una sola cosa, porque los judíos dejarán de ser
“judíos” y los cristianos serán cristianos de verdad, y la paz se realizará
como fruto de la justicia y de la caridad en Aquél, el Prometido de Abrahán, a
Isaac y a Jacob, que es Jesucristo, la Bendición de todos los siglos.
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