La
noticia está confirmada. El superior general de la Fraternidad San Pío X acaba
de comunicar a los Capuchinos de Morgón su
negativa a conferir el sacerdocio a los dos diáconos capuchinos que iban a
ser ordenados en junio.
Desgraciadamente,
no es la primera vez.
Ya
en 2012, Mons. Fellay había prohibido la ordenación de los candidatos de los
Dominicos de Avrillé y de los hijos de San Francisco. La razón: su actitud
"no confiada" respecto al
preámbulo doctrinal que debía avalar el ralliement
de la FSSPX a la Roma conciliar, un preámbulo que Mons. Fellay retiró unos
meses después...
La
razón dada para la denegación del 2018 es, otra vez, un problema de confianza.
Ya en junio de 2016, los Capuchinos habían comunicado su desacuerdo a las
autoridades de la Fraternidad, las que buscan concluir un acuerdo puramente
canónico con Roma. Tal acuerdo no toma en consideración las gravísimas divergencias
doctrinales, que obligan a considerar a las actuales autoridades romanas como
sospechosas de herejía.
Poco
antes, en marzo de 2016, el Padre Antoine, Guardián del convento de Morgón,
declaró en un vídeo hecho por MPI-TV, que no podía "celebrar y participar
en este Jubileo de la Misericordia", ya que éste celebraba, a la vez, una
falsa misericordia y el 50º aniversario del Concilio Vaticano II. Semejante
declaración había desagradado a Menzingen, quien alentó públicamente esta
celebración.
Lo
que también ha enfurecido mucho a los Superiores de la Fraternidad es un intolerable acto de caridad por parte
de esta orden mendicante, que se ha atrevido a acoger, más bien recoger, simplemente
ayudar a veces; a algunos cofrades que estaban en malos términos con su
superior general, por no compartir la línea "acuerdista" de
Menzingen.
Pero
el detonante fue el apoyo de las comunidades tradicionales amigas a los siete
decanos. Recordemos cómo expresaron sus reservas, en mayo de 2017, sobre el
"asunto de los matrimonios": no fue tanto Roma la que reconoció
nuestros matrimonios sino la FSSPX, que
colocó todos los matrimonios de la Tradición bajo el nuevo código canónico, que
es inaceptable en esta materia. Una vez más, lo que no se tomó en
consideración fue sustancial: la verdadera naturaleza del estado de necesidad
engendrado por la crisis de la Iglesia. De ahí el apoyo unánime de las
comunidades amigas a los siete decanos.
Algunos
pensaban que la "gira electoral" de Mons. Fellay a finales de octubre
de 2017 por todas las comunidades amigas era un signo de pacificación, o al
menos de una tregua, en espera del Capítulo General de julio de 2018. El P.
Bouchacourt, que acompañó a Monseñor Fellay en esta visita, lo había
manifestado claramente. Podemos ver que no es el caso, a pesar de las
alegaciones de este último, que hoy exige con fuertes decibeles "¡lealtad, lealtad, lealtad, quiero
lealtad!
Que
tenga la seguridad de que la falta de
lealtad no es culpa de los capuchinos de Morgón, ni de los sacerdotes que no
comparten las recientes opciones de Ménzingen. Para convencerse basta con
volver a lo que es la verdadera lealtad, tan bien descrita recientemente por el
General de Villiers ("Servir", prólogo):
"La verdadera lealtad es decir la verdad a
su jefe. La verdadera libertad es ser capaz de hacerlo, independientemente de
los riesgos y consecuencias. Lyautey afirmó: "Cuando escucho los golpes
de tacos [los militares, para manifestar que van
a cumplir una orden, adoptan la posición “firme” mediante un golpe de talones.
Nota de NP], veo que los espíritus se
cierran". La verdadera obediencia se burla de la obediencia ciega. Esa la
obediencia de la amistad. [...] La lealtad no espíritu de corte ni asentimiento
permanente a lo que puede ser útil para ser bien visto. El silencio a veces se acerca a la cobardía. La lealtad pierde su legitimidad
cuando comienza el legalismo”.
Volviendo a nuestros
queridos capuchinos, ellos, como siempre, no se quejarán.
Aceptarán
esta nueva humillación como una pequeña participación a la Pasión Nuestro Señor, que se aproxima. Ellos no caerán tampoco en la grosera
trampa que les tendieron: esperarán, en lugar de solicitar la ayuda de
“otro obispo”, y así, en Menzingen, no podrán decir “ya lo ven, se los dijimos: son ellos los que rompieron con nosotros”.
Porque
el hilo [de la trampa. Nota de NP] es un poco grueso, más grueso que el cordón
que lleva nuestros queridos religiosos; es, de hecho, tan grueso, que incluso
el pequeño Marcelino “Pan y Vino”, lo hubiera visto sin problemas…
Christian
LASSALE