Dado que el 8 de septiembre es la
fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, voy a leer a
continuación unos pasajes del libro “El Secreto Admirable del Santo Rosario”,
de San Luis María Grignon de Montfort:
El Rosario completo,
con sus 3 coronas, consiste en una repetición de Avemarías. Es una serie de 153
Avemarías, más 16 Padrenuestros y Glorias. La Santísima Virgen reveló que es señal
probable de condenación tener negligencia, tibieza y aversión al Avemaría; y
que los que -por el contrario- sienten devoción a esta oración poseen una gran señal de predestinación. Todos los herejes,
que son hijos del diablo, y que llevan las señales evidentes de la condenación,
tienen horror al Avemaría; aprenden el
padrenuestro, pero no el Avemaría y preferirían llevar sobre sí una
serpiente antes que un Rosario. Entre los católicos, los que
llevan el signo de la reprobación apenas se interesan en el Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con
fastidio y precipitadamente.
Predicando Santo Domingo el Rosario en Carcasona (al
Sur de Francia, a comienzos del s. XIII), le llevaron un hereje poseso; el santo lo exorcizó en presencia de más de doce mil
personas. Los demonios que poseían a
este miserable estaban obligados a responder las preguntas del santo, y
confesaron:
Que eran quince mil demonios los que había en el
cuerpo del poseso, porque había atacado los quince misterios del Rosario. Que con el Rosario que él predicaba llevaba el terror y el espanto a todo el infierno (esto
es, las huestes infernales), y que era el hombre que más odiaban en todo el
mundo a causa de las almas que les quitaba con la devoción del Rosario.
Santo Domingo
arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del
cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. A esta pregunta los demonios prorrumpieron en
gritos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra sobrecogida
de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, lloraban y se lamentaban
de un modo tan conmovedor que muchos de los asistentes lloraban también por
compasión. Los demonios decían por boca del poseso con voz lastimera: "¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de
nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño!"
El Santo, sin
inmutarse por estas dolientes palabras, respondió a los demonios que no cesaría
de atormentarlos hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron los diablos
que responderían, pero en secreto y al oído. Insistió el santo, ordenándoles
que hablasen muy alto. Los diablos no quisieron decir palabra. Entonces santo
Domingo, puesto de rodillas, hizo a la Santísima Virgen esta oración: "Oh excelentísima Virgen María, por la
virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que
contesten a mi pregunta."
Los diablos exclamaron: "Domingo,
te rogamos, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su santa Madre y
los de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir nada,
porque los ángeles, cuando tú quieras, te lo revelarán. Nosotros somos
embusteros. ¿Por qué quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de
nosotros." "Desgraciados sois" dijo santo Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta nueva oración a la
Santísima Virgen: "Oh dignísima
Madre de la Sabiduría,… te ruego, para la salud de los fieles aquí presentes,
que obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad
completa y sincera”.
Apenas había
terminado esta oración, vio cerca de él a la Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles, que con una
varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al endemoniado, diciéndole: "Contesta a la pregunta de mi
servidor Domingo."
Entonces los
demonios comenzaron a gritar, diciendo: "¡Oh
enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a
atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos
obligados -a pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de
nuestra humillación y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes
de las tinieblas! ¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un
sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras
intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras
tentaciones. Nos vemos obligados a
confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros.
Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que
todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a
todos los bienaventurados juntos y nada
podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que
la invocan al morir y que deberían condenarse según las leyes ordinarias, se
salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta -así la llamaban en su
furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo
habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la
infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y
precisión -obligados por la violencia que nos hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque
Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados,
para que los confiesen y alcancen el perdón de ellos."
Entonces Santo
Domingo hizo rezar el Rosario a todo
el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada Avemaría que el santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!-
salían del cuerpo de este desgraciado una gran multitud de demonios en forma de
carbones encendidos. Este milagro fue causa de la conversión de gran número de
herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario, como
sucedió con el poseso.
Termino
con otra cita de ese gran apóstol del Rosario que fue san Luis María Grignón de
Montfort: “créanme que recibirán la corona que no se marchitará
jamás si se mantienen fieles en rezar (el Rosario) devotamente hasta la muerte… No obstante la enormidad de sus
pecados, aunque estuvieran ya al borde del abismo…, se convertirán tarde o
temprano y se salvarán, siempre que, lo repito, recen devotamente, todos los
días hasta la muerte el Santo Rosario con el fin de conocer la verdad y alcanzar la contrición y perdón de los
pecados”.