Nos dice San Pablo en la Epístola: sed imitadores de Dios como hijos muy queridos y proceded con amor, a ejemplo de Cristo que nos amó y se ofreció a Sí mismo a Dios... Porque en otro tiempo erais tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Se refiere a la luz de la fe. Estamos en la verdad, nos ha sido dado el tesoro de la fe, y tenemos el gravísimo deber de conservar en su integridad esta luz divina para salvar nuestras almas. Porque el Símbolo de San Atanasio hace esta severa advertencia:
“Todo el que quiera
salvarse, ante todo es necesario que mantenga la fe católica; y el que no la
guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.”
Y la Epístola de
hoy termina así: Proceded, entonces, como hijos de la luz. El fruto de la luz consiste en
toda bondad, justicia y verdad. El
amor a la verdad implica necesariamente el odio al error. Si no se odia
ardientemente el error, la mentira, la herejía, la ambigüedad en la confesión
pública de la fe; no se ama ardientemente a Cristo, que es la Verdad.
¿Odiar lo que se
opone a la verdad? ¿No será esto intransigencia excesiva y -en el fondo- más
bien dureza y falta de caridad? Enseña el P. Sardá y Salvany en su inmortal obra "El Liberalismo es
Pecado", que “la suma intransigencia
católica es la suma caridad católica. Y porque hay pocos intransigentes, hay hoy
día pocos caritativos de verdad. La caridad liberal que hoy está de moda es en
la forma de halago y condescendencia y afecto; pero en el fondo es desprecio de
los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de
Dios”.
Alguien podrá
pensar que con tal intransigencia se perjudica la unidad. No hay que temer preferir siempre la verdad a la unidad. Es
más, el santo Obispo antiliberal Ezequiel Moreno nos advierte contra el
indebido énfasis que ponen los liberales en la unidad: “Antiguamente -dice- la
táctica de Lucifer era desunir a los católicos, envidiando que fueran una sola
alma para servir a Dios, y tuvieran ellos un solo corazón para amarle; pero hoy
ha mudado de táctica, y trata de unir a los que deben estar separados, porque
conoce perfectamente que cada paso que avance el liberalismo en el campo
católico, es nueva conquista para él... Cuanto más lejos nos coloquemos del
error, menos peligros tendremos de caer en él”. Y en la misma línea,
escribía Mons. Lefebvre poco antes de morir, en 1990: “Es un deber estricto para todos los… que quieran permanecer
católicos, separarse de esta Iglesia conciliar mientras ella no regrese a la
tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe Católica” (Itinerario Espiritual). No es algo opcional: ¡es un deber
estricto!
Y, en fin, Dios nos
manda por medio de San Pablo: No os unáis bajo un yugo desigual con los
infieles, pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O qué sociedad
puede existir entre la luz y la tinieblas? ¿O qué acuerdo puede haber
ente Cristo y Belial? (2 Cor 6 14-15).
¿Pero qué hemos
visto, de qué hemos sido testigos en los últimos años? Pues de un intento, por
parte de las autoridades de la FSSPX, de llegar a un acuerdo, de aceptar un acuerdo,
con los liberales y modernistas de Roma, destructores de la Iglesia; acuerdo
entre Cristo y Belial, paz abominable, falsa e injusta. Y para ello, los dilapidadores
de la herencia de Mons. Lefebvre han recurrido muy frecuentemente a la ambigüedad, que es la misma arma que con
gran eficacia ha blandido el demonio en su Concilio Vaticano II, la peor
catástrofe de toda la historia de la Iglesia Católica.
“Para practicar la política de la conciliación cueste lo que costare con los adversarios y a veces con los peores enemigos -decía un prelado antiliberal-, los conciliadores recurren a métodos muy amplios, a exposiciones complacientes. Es conocida su terminología: tregua a las divisiones (...) comprensiva flexibilidad, silencio sobre los puntos discutibles (...). Y nada corrige sus ingenuas ilusiones, ni las mofas ni los chascos ni los fracasos. Casi han perdido el sentido de la afirmación y del hablar francamente, y el miedo de chocar y de desagradar al adversario (...) les impide decir un no categórico” (Monseñor Harscouët).
Y Jesús dijo (a los judíos, en el Evangelio de hoy): Todo reino dividido será desolado, será destruido. ¿Pero quién ha causado la división en el Tradicionalismo y en la Iglesia? Los malos pastores. Y no cesan de fomentarla sembrando la cizaña, porque teniendo la sagrada obligación de dar el alimento de la Verdad incontaminada a las almas, a las ovejas, a los hijos; están dando constantemente las piedras, los escorpiones y las serpientes de la ambigüedad. ¡Qué lejos están esas autoridades, con sus palabras astutas, sus diplomacias cobardes y mundanas, y sus cálculos políticos, del sí sí no no de Cristo!
Cuando un hombre valiente guarda armado la entrada de su casa -sigue diciendo el Evangelio- , todas las cosas que posee están seguras. Pero si otro más fuerte que él le vence, le arrebatará todas sus armas, en las que confiaba, y repartirá sus despojos. Comentando estos versículos, San Beda dice que la astucia y el engaño son las armas con que el diablo vence nuestras armas, si estamos dormidos. ¡Vigilad y orad! ¡Vigilad y orad!
Estimados hermanos: no nos dejemos engañar, no nos dejemos despojar de la luz de la fe, no nos separaremos nunca y en nada de Cristo, no aceptemos jamás ninguna sujeción a los liberales destructores de la Iglesia, no nos dejemos arrastrar suave y gradualmente a la apostasía. ¡Fuera ilusiones! O estamos con los liberales o estamos con Cristo. ¿Qué acuerdo puede haber ente Cristo y Belial? ¡Ninguno! ¡Jamás! El que no está conmigo, está contra mí.