miércoles, 17 de marzo de 2021

JUGANDO CON LAS TINIEBLAS


, el 16.03.21 a las 5:24 PM

Es obvio que la situación del catolicismo es dramática. Le parecía dramática a San Pío X, que ya en 1907, en su carta encíclica Pascendi, sobre las doctrinas de los modernistas, declaraba«en estos últimos tiempos ha crecido, en modo extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo (n. 1). 

Es evidentísimo que las potestades sombrías han continuado creciendo, arrebujadas con la madre tierra, nueva diosa de culto, y el pansincretismo, como nunca soñaron los krausistas, ni los pedantes luterofílicos, ni los bienintencionados domesticadores de herejías.

El aumento ha sido, además, favorecido por el abuso de cierta vaga teología privada, que llaman del misterio pascual, que rebaja en secreto la importancia de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, como si lo verdaderamente importante fuera, tan sólo, su resurrección. Y así ni se santiguan ni quieren cruces ni crucifijos, porque sólo soportan caramelos y parabienes.

Y así, a día de hoy, a casi nadie suena habitual el Sacrificio de Cristo, ni los méritos de su Pasión, sino una supuesta benevolencia indiferente del Padre, que a todos amaría, dicen, pequen o no, y a todos habrá de resucitar, o sea salvar (es que confunden resurrección y salvación).

En esta maraña se enredan tonteando con el numen moderno, que de tanto odiar el Calvario inventó el humanismo, para que no fuera tan necesaria la cruz, salvo como muestra desinteresada de solidaridad. Sí, San Pío X tenía y tiene razón: han aumentado de forma impresionante los enemigos de la Cruz de Cristo.

La situación, decimos, es dramática. Algunos, o más bien muchos, no quieren darse cuenta, y para salvar la autoridad condenan la verdad, como si el que manda fuera un productor del bien y del mal, y la caída original no fuera con todos.

Asistimos atónitos a un juego multitudinario que ofende al cielo. Quienes están obligados a la verdad completa, a la que el Espíritu nos ha de guiar (Cf. Jn 16, 13), se sienten obligados, primero, a la potestad del que manda, sin importar, acaso, si es falsa o verdadera la cosmovisión que anuncia. Consideran, muchos, muchísimos, que lo católico es justificar cualquier doctrina que emane de la autoridad, como si ésta estuviera legitimada para saltarse toda regla. 

Y es que desde que la inmensa mayoría de católicos, sin saberlo, y como de la noche a la mañana, se han vuelto liberales inconscientes, el mundo eclesial se ha polarizado en dos, y como el alma de Fausto, se volvió infinitesimal y burguesa. Por una parte, todo católico liberal es progresista, en mayor o menor medida, porque ha perdido el sentido de la tradición. Y por mucha fidelidad creativa que invoque, ha perdido el vínculo venerable y tremendo que le unía al legado, a sus antepasados, a su patria, a la terribilidad de un Dios antimoderno y celoso, como en verdad es nuestro Dios.

Por otra parte, todo católico liberal es conservador, en mayor o en menor medida, porque aunque se dé cuenta del mal de ir demasiado rápido, y no tener fronteras, y de romper con casi todo; quiere, como contrapartida, guardar un tanto de la tradición y un tanto de 1789. Y así cree poder abrir la Caja de Pandora sin que las tempestades se desaten y arrasen con todo. Lo están haciendo. 

Es una dinámica esquizofrénica de tira y afloja, de ahora lo antiguo y ahora lo moderno, como si fuera posible arrejuntar luz y tinieblas, y Nuestro Señor no hubiera dicho: conmigo o contra Mí.

Desde el momento en que se entreabrió una rendija y penetró el humo satánico del liberalismo, la bestia bifronte, con su derecha y su izquierda, comenzó a fragmentar y politizar la religión de Cristo. Su Iglesia dejó de ser la católica, para ser tan sólo una subsistencia; como un altar al hombre en el retablo de la conciencia, el diablo tentó al catolico con novedades y un renovado concepto de libertad, que llamaron religiosa; y donde estaba Cristo se colocó al hombre, y donde estaba el ser se puso el devenir.

Lo que antes era un deber terrible ahora, ya, es sólo una opción entre otras, una elección a proteger por las constituciones liberales de este mundo. Las sociedades, renegando de su unidad católica, se convirtieron en hijas de la ira en plural, y abortos, eutanasias, adulterios, divorcios, sectas y pachamamas se unieron como tempestades a los vientos de Pandora.

Se abanderó, como un derecho, estar contra Cristo. Y así nos va. Dando tanto cuartelillo al enemigo que lo tenemos, ya desde antes de 1907, tan dentro que ni lo vemos.

Y en estas estamos, todavía, desde aquel grito de San Pío X. No sé que destino espera al catolicismo, pero si algo está claro, es que nadie, nadie, podrá ayudar a la Iglesia de Cristo, que es la católica, si quiere seguir jugando a conformarse a este siglo.

David González Alonso Gracián