Los beneficios inmensos que hemos recibido de la pasión de Cristo:
1) El primero de todos, haber sido redimidos del pecado. Nos amó y nos absolvió de nuestros pecados por la virtud de su sangre (Apoc 1,5). Y San Pablo: Os vivificó con Él, perdonándoos todos vuestros delitos, borrando el acta de las decretos que nos era contraria, que era contra nosotros, quitándola de en medio y clavándola en la cruz (Col 2,13-14).
2) En segundo lugar, nos rescató de la esclavitud del demonio. El mismo Jesús afirma en el Evangelio de San Juan: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a Mí (Jn 12,31-32).
3) Además, pagó el débito que habíamos contraído por nuestros pecados, ofreciendo el sacrificio más aceptable y grato a Dios; nos reconcilió con su Padre, volviéndonosle aplacado y propicio.
4) Por último, borrado el pecado, nos abrió las puertas del cielo que la culpa de nuestros primeros padres había cerrado. El Apóstol lo afirma explícitamente: Tenemos, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el santuario (He 10,19).
Todos estos frutos habían sido ya preanunciados en el Antiguo Testamento con diversos símbolos y figuras. Cuando, por ejemplo, se dice en el libro de los Números que nadie podía volver a la patria antes de la muerte del sumo sacerdote, quería significarse que a ninguno - por justo y santo que fuere - le era posible entrar en el cielo antes que hubiera muerto el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo (84). Después de su muerte, en cambio, quedaron abiertas las puertas del cielo para todos aquellos que, purificados por los sacramentos y adornados por las tres virtudes teologales, participen de los frutos de su pasión.
Todos estos preciosos y divinos dones fueron fruto maduro de la muerte dolorosa de Jesucristo:
a) Ante todo, porque Cristo satisfizo ínteqra v perfectamente a su Eterno Padre por nuestros pecados. El precio que paqó por ellos no sólo igualó, sino que sobrepasó cumplidamente el débito contraído.
b) Además, fue muy del agrado del Padre aquel sacrificio. Al ofrecerse el Hijo sobre el ara de la cruz, quedaron aplacadas su ira e indignación divinas. San Pablo escribe: Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave (Ep 5,2). Y el Príncipe de los Apóstoles hablando de la redención: Habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro. corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha (1P 1,18-19 Ap 5,9). Y de nuevo San Pablo: Cristo nos redimió de la maldición de la ley haciéndose por nosotros maldición (Ga 3,13).
Fuente: Catecismo de Trento