Tornielli con el papa Fracisco
Tornielli, el más influyente vaticanista y notable promotor del acuerdo entre Roma y la FSSPX, defiende al depredador sodomita McCarrick (e indirectamente de Francisco, entonces), adhiriendo a la ridícula tesis del "clericalismo" como causa del los abusos (homo)sexuales en la Iglesia -mentira impuesta por el papa como explicación oficial-, y llegando también al extremo insólito de negar la homosexualidad activa de McCarrick.
Andrea Tornielli: “McCarrick no mantuvo relaciones
homosexuales”
El vaticanista tenido por más cercano al Papa, Andrea Tornielli,
responsable de Vatican Insider, en el diario La Stampa, ha sorprendido a
propios y extraños con una orwelliana negativa: McCarrick nunca tuvo relaciones
homosexuales, el problema de los abusos no es la homosexualidad, sino el
‘clericalismo’. El mismo día, en La Nuova Bussola Quotidiana, el cardenal
Brandmüller defiende la tesis contraria y explica cómo se ha llegado a esta
situación.
En el ataque
a las tesis del arzobispo Carlo María Viganò hemos oído tesis relativamente
delirantes en defensa de la versión papal: el núcleo del problema está en un
nunca bien definido ‘clericalismo’. Desde ofensivas contra los motivos o la
catadura moral de Viganò, sobre su vulneración de la grave obligación de secreto
o su tendencia a exagerar o malinterpretar los datos, estamos acostumbrados a
leer todo tipo de explicaciones más o menos elaboradas y creíbles. Pero la de
Andrea Tornielli, el periodista al que se considera más cercano al Papa
reinante, desarrollada en su sección Vatican Insider, las supera a todas:
McCarrick no mantuvo relaciones homosexuales.
Es
prodigioso, porque ese extremo es universalmente reconocido incluso por los más
acérrimos enemigos del famoso testimonio, y la discusión se centraba más bien
en si sus numerosos ‘affairs’ con seminaristas y jóvenes sacerdotes eran o no
suficientemente conocidos por los prelados que, debido haber denunciado, no lo
hicieron. Pero sus palabras son literales: “No, McCarrick no mantuvo relaciones
homosexuales. Acosó y abusó de seminaristas en nombre del poder, haciéndoles
comprender que ir con él a la casa de la playa (…) era un paso obligatorio para
que le conociera mejor y les permitiera ordenarles”.
Suena al ya
viejo chiste moderno de que todo es sexo, salvo el sexo, que es poder. O, si se
prefiere usar la palabra de moda, ‘clericalismo’. Resulta un gambito retórico
algo desesperado para apartar la atención de lo aparatosamente obvio, lo que
sobresale como una gigantesca anomalía en todo este escándalo: que en más del
ochenta por ciento de los casos de abusos denunciados la víctima era varón, y
que en una proporción aún mayor se trataba de individuos que habían alcanzado
la pubertad, no ‘niños’.
No es fácil
escapar del dilema. La población homosexual en cualquier sociedad según los
estudios más recientes y exhaustivos no supera el tres por ciento de la
general. Así que, ¿qué prefieren, pensar que un tres por ciento de sacerdotes
homosexuales han sido responsables del ochenta por ciento de los casos -lo que
indicaría una propensión al abuso por parte de la población homosexual
exponencialmente superior a la heterosexual, lo que sería vigorosamente
contestado por todos los medios y considerado intolerablemente homófobo, o
concluir que la proporción de homosexuales en el clero supera con mucho la de
la población en general? Cualquiera de las dos conclusiones, o una combinación
de ambas, supone un dato explosivo y enormemente significativo que es imposible
pasar por alto, por más que se dediquen esfuerzos a intentarlo.
La versión
más razonable es la que acepta como hipótesis indudable el cardenal Brandmüller
en su contribución a La Nuova Bussola Quotidiana: existe una extensa
penetración en el clero y la jerarquía eclesiástica de redes homosexuales que
son causantes en buena medida de la crisis que sufre la Iglesia.
Brandmüller,
uno de los dos supervivientes, junto con el americano Leo Burke de los cuatro
cardenales que presentaron al Papa sus ‘Dudas’ sobre el Capítulo VIII de
la exhortación Amoris Laetitia, busca la raíz de este alarmante fenómeno en “la
teología moral de las últimas décadas”, caracterizada por un “liberalismo
extremo”.
Para el
cardenal, “algunos líderes de opinión han abandonado la idea clásica del
derecho natural y de la teología de la revelación y han proclamado nuevas
teorías. Una moral autónoma, que no quiere reconocer las normas comúnmente
vinculantes, un consecuencialismo que juzga la calidad ética de una acción en
base a sus consecuencias, o una moral situacional que hace depender el
bien o el mal de un acto de las circunstancias relativas concretas de la acción
humana: todas estas nuevas tendencias en teoloría moral las han defendido
profesores en las aulas de teología y en los seminarios, y naturalmente también
se aplican a la moral sexual. De ahí se puede pintar también la homosexualidad
como moralmente aceptable, y su clara condena por parte de la Sagrada Escritura
como algo ligado a la época y ya superado”. [Téngase en cuenta que tal desviación doctrinal no explica suficientemente la verdadera infestación sodomita que padece el clero católico desde el Vaticano II. En efecto, el estudio de una teología moral errónea no es algo capaz de convertir a legiones y legiones de seminaristas en homosexuales. La causa es más profunda: es un terrible castigo divino por esa grandísima traición a Cristo que fue el Vaticano II. Ver acá]
Fuente: INFOVATICANA