FUENTE (negrita agregada por NP)
Viernes 31 de marzo de 2017
Estimado doctor
Gnocchi,
Sigo frecuentemente
los sitios y publicaciones vinculados a la Tradición. A menudo asisto también a
conferencias y siempre me ha dado la impresión que usted critica su
propia casa sin objetivo alguno, en lugar de aliarse contra el enemigo común. En
resumen, creo queeste es el momento en que es necesario unir y no dividir,
centrarse en lo que nos une y no sobre lo que no se está de acuerdo. Yo
sé que usted no piensa así. ¿Por qué?
Gracias.
Francesco Sabelli
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Estimado Francesco:
No tengo que nada añadir, y sobre todo nada que suprimir de lo que he
dicho hasta hoy, evidentemente sin resultados, al menos por cuánto le concierne
y debo decir por honestidad a otros lectores.
En su carta, amabilísima, evita calificarme como hipertradicionalista,
ultracatólico y divisionista. Todas medallas a lucir ante los católicos tradicionalistas demasiado temerosos
de verse señalados con los prefijos "híper", "ultra", y
-por nada- con el infamante sello de "divisionista".
Se lo digo sin rencor, querido Francesco: no venga a
importunarme con esta tontería de unir en lugar de dividir. Basta ya, por
favor. Este es el momento en que hace falta tener el valor de dividir y
también el atrevimiento de quedarse solos. En los momentos de caos, la
claridad hace temblar y aterroriza aquellas almas bellas que les encanta hacer
el extremista, cuando para serlo basta con decir ¡caramba! ¡caray! Y, ahora,
allá van, todos juntos apasionadamente aunque piensen, o tal vez crean, cosas
diversas. Lo importante es no permanecer solos. Ovejitas reunidas por el temor
del lobo, no por el llamado del pastor. Ovejitas que, fatalmente, terminan
siempre pensando, y hasta creyendo, lo que no molesta al lobo.
¿El Vaticano II? A leer de rodillas, con tal que sea aplicado según su
verdadero espíritu. ¿La misa nueva? Un manantial inagotable de gracias, siempre
que sea celebrada sin aquellos terribles abusos. ¿El tizzone d’inferno [delincuente,
malvado. N de NP] Bergoglio? No hay nada que temer porque por la
suerte de la Iglesia vela Benedicto XVI, el verdadero Papa. ¿La moral en los
tiempos del aborto, de la homosexualidad y de los hijos de probeta? No tiene
que asustarse, basta con ir a la plaza para el Family Day y hacer un guiño al
Fertility Day.
Basta ya por favor, estimado Francesco. Ya no me importune. Me
he cansado de escribir que el Vaticano II es para echarlo en la basura en lugar
de intentar leerlo a la luz de la Tradición, porque haciendo así se acaba
fatalmente por leer la Tradición a la luz del Vaticano II. Que la misa
nueva envenena las almas y hace pesado el espíritu de quien quiera mirar
realmente hacia el cielo, y que el birritualismo tiene por padre el pensamiento
doble y por madre la esquizofrenia espiritual. Que Bergoglio sólo es la
continuación, por otros medios, de Ratzinger y de quien a éste ha
precedido. Qué los cuadriláteros [de boxeo. N de NP], los estadios
y los gimnasios son los lugares en que el poder concede de buena gana a sus
súbditos el permiso de manifestar un disenso que contenta todavía más a los
amos antes que a los siervos.
Le ruego, no me importune más con el fantasma de la división. Usted
está aterrorizado por la realidad, estimado Francesco. Este es el momento
en que el similar va en búsqueda de su propio similar y descubre que son pocos.
Los demás son farsantes, una desgracia peores que los enemigos declarados.
La prueba sobrenatural a la que estamos llamados en estos tiempos es la
soledad o, si nos va bien, la compañía de unos pocos hermanos verdaderos, tal
vez titubeantes e intimidados por constatar que están aislados. No se la
afronta escondiéndose entre la multitud elogiosa, en las camarillas
puntillosas, en las élites de la opereta. Más bien, se abraza la
soledad porque es la condición natural y sobrenatural en que cada
cristiano siempre ha afrontado la única batalla que cuenta realmente, la de la
vida eterna. No se va al Paraíso en comitiva, estimado Francesco. Y para
prepararse a morir solo, hace falta aprender a vivir solo.
Por favor, pare usted con el mantra de la unidad. ¿Sabe
usted qué cosa une verdaderamente? El odio. La muchedumbre nunca está tan unida
como cuando deben abatir a un enemigo. Me importa de veras poco que se unan en
torno a la oposición a Bergoglio. Éramos dos, Mario Palmaro y yo, cuando nos
levantamos por primera vez a decir “este Papa no nos gusta”. Y los dos nos
quedamos a soportar las consecuencias mientras muchos amigos nos dieron alguna
sonrisa de fachada pero, a nuestras espaldas, dijeron que no era el tiempo, que
no era el modo y que teníamos lo que merecámos. Dos, solos y libres. La
muchedumbre antibergogliana que se abreva del Vaticano II y celebra la misa de
Bugnini, si se formaran, estarían sentados cómodamente en cualquier palacete o
en cualquier megabit de la web. Yo estoy en otro lugar.
Pero es el amor, estimado Francesco, el amor por la Verdad que divide y
separa. En el Calvario, a los pies de la Cruz, estaban la Virgen
María, María de Cleofás, María Magdalena y Juan. El Evangelio ni siquiera dice
que estaban en contemplación, sino sólo que "estaban" allí. Separados
del mundo, abandonados de la turba que se unió para matar al Hijo de Dios.
Divididos por amor de todos los que tenían en su corazón el odio. Esa
era la Iglesia, estimado Francesco: "He ahí a tu hijo", "He ahí
a tu madre". En el ADN espiritual de todo cristiano está impreso
el cromosoma de la soledad y de la separación. Eliminarlo significa asumir el
ADN mundano del laico [en el sentido de "sin religión". N
de NP].
Amar, pero no con amor del mundo, significa morir por el amor de quien
nos ama. Hace unos días vi el filme del Triduo pascual predicado por don
Divo Barsotti en Desenzano del Garda en 1991. Habla de la llamada a hacerse
consumir por amor de Dios. El momento más alto es cuando Barsotti se dirige
personalmente a quienes están sentados en la primera fila: “¿Usted quiere
consumirse en Su Amor? ¿Usted? ¿Usted?”, interroga a uno por uno. Instantes
terribles pues son altísimos instantes de amor eterno, de soledad respeto de
los hombres que introduce a la intimidad con Dios.
¿Queremos nosotros consumirnos por Su Amor? Esta es la verdadera
pregunta que debemos plantear, no la de la unidad o la división. ¿Quiere usted,
estimado Francesco, consumirse por Su Amor? ¿Quiero yo, Alessandro Gnocchi,
consumirme por Su Amor? ¿Entiende que, después de la única respuesta que puede
dar el cristiano, todo lo demás no cuenta para nada?
Ciertamente, luego también vendrá el momento de estar juntos. Pero
entonces será fácil, porque los similares se reconocerán al instante y no
necesitarán encontrarse en un congreso para comprender cuánto se parecen. No
sé decirle si esto corresponda a un nuevo inicio de la civilización.
Ciertamente será el fin de la barbarie.
Alessandro Gnocchi
Alabado sea Jesucristo.
Alabado sea Jesucristo.