Fuente: Adelante la Fe
Los que piensan que «han vencido» son los neomodernistas fieles a la línea (si así puede llamarse) de los padres fundadores de la «nouvelle théologie» o «nueva teología» y, especialmente, a la línea (tortuosa y oscura) trazada por el jesuita Henri de Lubac y por el ex-jesuita Hans Urs von Balthasar. «Se exaltan los exponentes de la nueva teología como si fueran ellos la piedra angular de la Iglesia» escribió con razón el pensador don Julio Meinvielle («De la cábala al progresismo», ed. Calchaquí, Salta (Argentina), 1970).
Antes de presentar a estos «santos padres» del mundo católico postconciliar, es, sin embargo, oportuno ilustrar aquí brevemente la esencia de la «nueva teología».
El principio simple de una herejía compleja
El sacerdote y teólogo alemán Johannes Dörmann, en su óptimo libro «L’étrange théologie de Jean-Paul II et l’esprit d’Assise» (Ed. Fideliter, Eguelshardt (Francia), 1992) [Ed. en castellano: «Itinerario teológico de Juan Pablo II hacia la jornada mundial de oración de las religiones en Asís», Fund. San Pío X, Madrid, 1994], escribe:
«La “nouvelle théologie” se presenta bajo dos aspectos, pero es simple en su principio, y, por esto, pueden agruparse sus múltiples formas bajo el mismo nombre. Sus diferentes formas tienen en común el repudio de la teología tradicional» (p. 55).
Lo que significa el repudio de la «teología tradicional» lo explica el Autor concisa y eficazmente a propósito del último Concilio, que consideró deber renunciar por motivos «pastorales» al lenguaje escolástico: «Los teólogos manipuladores vieron perfectamente que en esta cuestión del lenguaje se trataba la cuestión, toda la cuestión de la teología y de la fe. Porque el lenguaje escolástico estaba indisolublemente vinculado a la filosofía escolástica, la filosofía escolástica a la teología escolástica y esta última finalmente a la tradición dogmática de la Iglesia» (p. 52). Y, por tanto, el adiós al lenguaje escolástico se habría resuelto en último análisis en el adiós a la Tradición divino-apostólica custodiada fielmente por la Iglesia.
«El abandono por parte de los padres del “lenguaje escolástico” – escribe aún Dörmann – era para ellos [los teólogos manipuladores del Concilio] la condición sine qua non de la ruptura con la antigua dogmática, para instalar la “nueva teología” después de haber dejado de utilizar la “antigua” y haberse despedido de ella» (p. 53).
La utopía
¿Y cómo estuvo y está motivada esta «despedida» de la teología tradicional, es decir, de la teología católica tout court, indisolublemente vinculada a la Tradición dogmática de la Iglesia? Con «esta simple y seductora idea: una “nueva teología” en la perspectiva del carácter científico moderno y de la imagen moderna del mundo y de la historia»(p. 55). En otros términos, con la antigua y siempre renaciente utopía de la Iglesia conciliada con el «mundo moderno», es decir, con el pensamiento filosófico moderno, con el cual Pío IX (cfr. Syllabus, proposición octogésima) declaró que la Iglesia no puede ni debe conciliarse, dado su carácter esencialmente anticristiano:
«Los hombres [modernos] son en general extraños a las verdades y a los bienes sobrenaturales y creen poder satisfacerse sólo en la razón humana y en el orden natural de las cosas y poder conseguir en ellas su propia perfección y felicidad» (Vaticano I, esquema preparatorio de doctrina catholica).
«Para los miembros de la “nouvelle théologie” – continúa Dörmann – el lema “aggiornamento” significaba la decidida apertura de la Iglesia al pensamiento moderno [extraño a la verdad y a los bienes sobrenaturales] para llegar a una teología totalmente diferente de la cual debería nacer una nueva Iglesia [secularizada] adaptada a su época» (op. cit., p. 54). Es la idéntica utopía del modernismo. «¿Dónde va la nouvelle théologie? Vuelve al modernismo» escribía el padre Garrigou-Lagrange O. P.
«Por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía»
Y, en efecto, excavando más a fondo, bajo el principio simple de la nueva teología (el adiós a la «antigua» y, por ello, envejecida teología) encontramos la misma perversión de la noción de verdad que es el fundamento del modernismo:
«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre ya que ella evoluciona en él, con él y para él» (San Pío X, decreto Lamentabili, proposición quincuagésima octava). Por lo que el padre Garrigou-Lagrange O. P., no profetizando, sino simplemente extrayendo las lógicas conclusiones, escribía en 1946:
«¿Dónde irá esta nueva teología con los nuevos maestros en los que se inspira? ¿Dónde sino por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum 23, 1946, pp. 136-154).
Una utopía culpable
Lo veremos. A nosotros nos interesa aquí subrayar que el intento de conciliar a la Iglesia con el «mundo moderno» (es decir, con la filosofía moderna subjetivista e inmanentista y la «cultura» embebida de subjetivismo e inmanentismo que promanó de ella) no es una utopía inculpable. A tal intento, en efecto, cerró repetidamente el camino el Magisterio de los Romanos Pontífices, especialmente Gregorio XVI con la Mirari Vos (1832), Pío IX con el Syllabus (1864), San Pío X con la Pascendi (1907) y, en los umbrales del último Concilio, Pío XII con la Humani Generis (1950). En esta última Encíclica, desatendida y después desautorizada y sepultada por los mismos a quienes ella había condenado, Pío XII, ilustrando el clima precedente al Concilio, señala «con ansiedad» y claridad los peligros de la «nueva teología», que, buscando su fundamento fuera de la filosofía perenne, pone en peligro todo el edificio del dogma católico. Sobre todo, Pío XII no deja de subrayar el desprecio al Magisterio que se advierte bajo tal actitud:
«[…] la razón será debidamente cultivada: si […] ella se nutrirá de aquella sana filosofía que es como un patrimonio heredado de las precedentes edades cristianas y que posee una más alta autoridad porque el mismo Magisterio de la Iglesia confrontó con la verdad revelada sus principios y sus principales aserciones puestas a la luz y fijadas lentamente a través de los tiempos por hombres de gran ingenio. Esta misma filosofía, confirmada y comúnmente admitida por la Iglesia, defiende el genuino valor de la cognición humana, los inquebrantables principios de la metafísica – esto es, de razón suficiente, de causalidad y de finalidad – y finalmente sostiene que se puede alcanzar la verdad cierta e inmutable.
En esta filosofía hay ciertamente muchas cosas que no se refieren a la fe y a las costumbres, ni directa ni indirectamente, y que, por esto, la Iglesia deja a la libre discusión de los competentes en esta materia; pero no existe en ella la misma libertad respecto a muchas otras, especialmente respecto a los principios y a las principales aserciones de las que ya hablamos [valor del conocimiento humano, inquebrantables principios de la metafísica, etc.] […].
La verdad en toda su manifestación filosófica no puede estar sujeta a cotidianas mutaciones especialmente tratándose de los principios de por sí conocidos de la razón humana o de aquellas aserciones que se apoyan tanto en la sabiduría de los siglos como también en el consenso y en el fundamento de la Revelación divina […].
Por esto debe deplorarse más que nunca que hoy la filosofía confirmada y admitida por la Iglesia sea objeto de desprecio por parte de algunos, de modo que, con imprudencia, la declaran anticuada por la forma y racionalista por el proceso de pensamiento. […].
Sin embargo, mientras que desprecian esta filosofía, exaltan las demás, tanto antiguas como recientes, tanto de pueblos orientales como de los occidentales, de manera que parecen querer insinuar que todas las filosofías u opiniones, con el añadido – si es necesario – de alguna corrección o de algún complemento, se pueden conciliar con el dogma católico. Pero ningún católico puede poner en duda cuánto todo esto es falso, especialmente cuando se trata de sistemas como el inmanentismo, el idealismo, el materialismo tanto histórico como dialéctico, o también como el existencialismo, cuando profesa el ateísmo o cuando niega el valor del razonamiento en el campo de la metafísica. […].
Sería verdaderamente inútil deplorar estas aberraciones si todos, también en el campo filosófico, fueran respetuosos con la debida veneración hacia el Magisterio de la Iglesia, que, por institución divina, tiene la misión no sólo de custodiar e interpretar el depósito de la Revelación, sino también de velar sobre las mismas ciencias filosóficas para que los dogmas católicos no reciban ningún daño por opiniones no rectas».
Queda así confirmado cuanto desde hace años llevamos repitiendo y documentando: aun siendo miembros de la jerarquía católica, los neomodernistas son y permanecen siendo unos desobedientes al Magisterio constante y, por esto, infalible de la Iglesia, y la «obediencia» que de facto ellos imponen al nuevo curso eclesial se concretiza en una imposición de desobediencia a la Iglesia.
Verdadera y falsa «restauración»
De cuanto se ha dicho más arriba se sigue que la auténtica restauración recorrerá el camino inverso al que ha llevado a la ruptura con la Tradición doctrinal de la Iglesia: vuelta a la filosofía perenne y por tanto a la teología escolástica y por tanto a la tradición dogmática de la Iglesia, en obediencia a las directivas constantes del Magisterio Pontificio.
Los neomodernistas fieles a la «línea» de de Lubac y de von Balthasar se las dan hoy de «moderados» e incluso de «restauradores», pero no intentan repudiar en absoluto la «nueva teología», de la cual – lo quieran o no – es hija la crisis que paraliza en nuestros días la vida de la Iglesia. «Nuestra línea – decía “seguro” el padre Henrici S. J. a 30 Giorni(diciembre de 1991) – es la de extremo centro. Ni excesiva atención [sic!] al Magisterio, ni contestación. Ni derecha ni izquierda. Adhesión a la tradición [que, en el lenguaje de de Lubac y de los «nuevos» teólogos, no es – lo veremos – la Tradición dogmática de la Iglesia] en la línea de la théologie nouvelle de Lyon [sede de de Lubac y de otros «padres fundadores»], que subrayaba la no contraposición [léase: identificación] entre naturaleza y sobrenaturaleza, entre fe y cultura, y que se convirtió en la teología oficial del Vaticano II».
¡«Théologie nouvelle» que Pío XII, en la Humani Generis, había condenado como un cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los fundamentos de la doctrina católica»! Es, por tanto, más que nunca, necesario saber qué hay detrás de la «moderación» de estos neomodernistas de «extremo centro», sí, pero, no obstante, neomodernistas.
(continúa)
Hirpinus
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