Fuente: Sí Sí No No vía Adelante la Fe
La denuncia de San Pío X
San Pío X, en la encíclica Pascendi contra el modernismo denunció que los fautores del error se escondían ahora «en el mismo seno de la Iglesia» y que sus «consejos de destrucción» los agitaban, «no… fuera de la Iglesia, sino dentro de ella; por lo cual el peligro se esconde como en sus mismas venas y en sus vísceras».
Con Motu Proprio del 18 de noviembre de 1907, el santo Pontífice, añadía a la encíclica Pascendi y al decreto Lamentabili contra el modernismo «la excomunión para aquellos que contradigan estos documentos». En aquella ocasión, el Papa se dirigía a los Obispos y a los Superiores Generales de todo el mundo en estos términos:
«Nos volvemos a recomendar vivamente a los Ordinarios diocesanos y a los Superiores de los Institutos Religiosos que velen con toda diligencia sobre los profesores, especialmente de los Seminarios; y cuando los vean infectados de errores modernistas y de malsanas novedades, esto es, menos sometidos a las prescripciones de la Santa Sede, de cualquier modo publicadas, los alejen absolutamente de la enseñanza. De igual modo,excluyan de las sagradas Ordenaciones a aquellos jóvenes que arrojen la más pequeña duda de ir detrás de doctrinas condenadas o dañosas novedades» (Motu Proprio del 18 de noviembre de 1907).
Finalmente, a distancia de tres años, en el Motu Proprio del 1 de septiembre de 1910, San Pío X hacía esta gravísima denuncia: «Los modernistas, aun después de que la encíclica Pascendi les ha quitado la máscara bajo la que se escondían, no han abandonado sus diseños de turbar la paz de la Iglesia. No han dejado, en efecto, de buscar nuevos adeptos y de reunirlos en asociación secreta» (en latín: «Haud enim intermiserunt novos aucupari et in clandestinum foedus ascire socios»).
Por tanto, San Pío X sabía que el modernismo buscaba sus adeptos sobre todo en los Seminarios y en las casas de formación de los Religiosos y que allí iba organizándose secretamente en una especie de secta: «clandestinum foedus».
La denuncia del padre Garrigou-Lagrange O. P.
En 1946, el padre Garrigou-Lagrange O. P., en su magistral y hoy actualísimo artículo «La nouvelle théologie où va-t-elle?» (¿Dónde va la nueva teología? Respuesta del gran teólogo dominico: «Vuelve al modernismo») denunciaba, a su vez, la obra de corrupción doctrinal en acto por todos los medios entre el clero y los intelectuales católicos: «folios dactilografiados… son distribuidos (algunos desde 1934) al clero, a los seminaristas, a los intelectuales católicos; se encuentra en ellos las más singulares aserciones y negaciones sobre el pecado original y la presencia real» y sobre todas las demás verdades de fe (negación de la eternidad del infierno, poligenismo, etc.). El padre Garrigou-Lagrange citaba amplios fragmentos de ellos, donde se encuentran, por adelantado, todas las «novedades» heréticas de este postconcilio. Sólo una prueba:
«Una convergencia general de las religiones hacia un Cristo universal, que, en el fondo, satisface a todas: tal me parece la única conversión posible para el Mundo y la única religión imaginable para una Religión del futuro». Es la esencia del actual ecumenismo, que quiere hacer converger a todas las religiones en Cristo, separado de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia católica. «“Lumen Gentium”, luz de los gentiles, de los paganos es Cristo, no su Iglesia» explicó repetida y agotadoramente de Lubac (cfr. sì sì no no del 15 de octubre de 1991, pp. 1 ss.).
La confirmación
La confirmación de la traición y de la larga desobediencia al Magisterio viene hoy, a años de distancia, en la euforia del efímero triunfo, de los mismos exponentes de la «nueva teología». Así, en la revista Communio(patrocinada por el card. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) nov.-dic. De 1990, en el artículo La maduración del Concilio – Experiencias de teología en el preconcilio, el jesuita Peter Henrici, que nació en 1928 y estudió en Suiza, Alemania, Francia y Bélgica, nos hace saber que:
1) en los escolasticados de los Jesuitas de dichos Países (el «Rin», que, con el Vaticano II, desembocará en el «Tíber» contaminándolo: véase R. M. Wiltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre), con claro desprecio de las directivas y de la obligación impuesta por todos los Romanos Pontífices de «seguir religiosamente la doctrina, el método y los principios de Santo Tomás» (véase can. 1366 n. 2 del Código de Derecho Canónico entonces en vigor y la Carta al card. Bisleti de Pío XI en mayo de 1923; Humani Generis de Pío XII), los estudios escolásticos oficiales eran solo una fachada: «el manual del antiguo estilo (escolástico) – escribe el jesuita Henrici – […] como mucho era solamente hojeado» (y así la teología católica fue despreciada y combatida por los «innovadores» sin ser ni siquiera conocida: «Nosotros – escribía en 1946 el padre Garrigou-Lagrange – no pensamos que los escritores de quienes hemos hablado [de Lubac, Bouillard, etc.] abandonan la doctrina de Santo Tomás; ellos no la siguieron jamás porque nunca la comprendieron bien. Y esto es doloroso e inquietante»: La nouvelle théologie: où va-t-elle?);
2) tras la fachada de los estudios oficiales, se difundía clandestinamente entre los mejores alumnos el modernismo, cuyas instancias iban emergiendo de nuevo en la «nouvelle théologie» (véase P. Parente, La teologia, ed. Studium, Roma, 1952, p. 62): «A quienes tenían intereses especialmente sobresalientes – escribe Henrici – el prefecto de estudios les aconsejaba como primera lectura los dos primeros capítulos delSurnaturel de Henri de Lubac – ¡el más prohibido de los “libros prohibidos”! – y después su Corpus Mysticum y esto con el fin de llegar a adquirir una sensibilidad para el hecho de que enunciados teológicos iguales en tiempos diferentes pueden tener un significado diferente»(y así, ¡adiós inmutable Tradición divino-apostólica! ¡adiós desarrollo homogéneo del dogma! ¡adiós verdad inmutable! Con toda razón los teólogos romanos y en particular el padre Garrigou-Lagrange, acusaron a la «nueva teología» de amenazar a la Iglesia con su relativismo dogmático, «privándola de su sana Tradición»: véase sì sì no no del 15 de abril de 1992, p. 5);
3) estos desobedientes, para los cuales el Magisterio pontificio era menos que nada, fueron premiados en su desobediencia por el «prurito de novedad» que prevaleció en el Concilio:
«para el “aggiornamento” – escribe Henrici – los Padres conciliares tuvieron que apoyarse (no pudiendo hacer de otra manera, se podría decir) en el trabajo desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio» o, en otros términos y mejor, aquellos Padres que se dejaron fascinar por la sirena del “aggiornamento”, acabaron apoyándose en el trabajo de aquellos que, despreciando las directivas de la Iglesia, habían cultivado una «nueva teología» en oposición y ruptura con la teología católica;
4) muchos de estos Padres conciliares en realidad no conocían la «nueva teología», hasta aquel momento cultivada clandestinamente y en círculos cerrados, e, ignorantes y engañados, le dieron con los textos del Concilio «una especie de autenticación eclesial»:
«Si estos textos – escribe Henrici – pudieron parecer nuevos, es sólo por el hecho de que el trabajo de los teólogos [nuevos] y el estado de la teología católica [nueva] al final de los años 50 eran ampliamente desconocidospara aquellos no encargados de los trabajos [sic!] (y, entre estos, deben citarse no pocos Padres conciliares), o también porque ahora parte de los resultados de este trabajo, que hasta hacía poco tiempo habían sido objeto de censura, era reconocida como ortodoxa».
El testimonio de un veterano
Los mismos tonos triunfalistas en el «testimonio» dado por un veterano de la «nouvelle théologie», el jesuita Henri Bouillard, con ocasión de la inauguración (30-31 de marzo de 1973) del Centro de Archivo Maurice Blondel en el Instituto superior de Filosofía de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica).
Después de haber reconocido el influjo sobre la «nouvelle théologie» de la filosofía de Blondel, que «contribuyó de la manera más decisiva a la renovación [léase: vuelco] de la teología fundamental» (Journées d’inauguration 30-31 mars 1973: Textes des interventions, p. 43), el jesuita Bouillard declara que «el pensamiento blondeliano, progresivamente y en sus tesis esenciales, condujo a la victoria»: las tesis (ortodoxas) descartadas por Blondel están «hoy caducadas, perimées» y los errores sostenidos hoy por él «nos parecen ir por sí mismos [¡por fuerza! Impuestos con el prestigio de la autoridad – ¡y qué Autoridad! – están exentos ipso facto de toda demostración]».
El Concilio
La prueba contundente de la «victoria» es para Bouillard el… Concilio Vaticano II: «se dejó de concebir el orden natural y el orden sobrenatural como dos estadios superpuestos sin vínculo interno. El esfuerzo por descartar tal concepción indujo incluso a algunos teólogos actuales a restringir lo más posible el uso de estos términos. El concilio Vaticano II evitó, en sus principales documentos, el uso del término “sobrenatural”» (p. 44). Es exactamente esto lo que señala, pero desde la orilla opuesta de la ortodoxia católica, Romano Amerio en Iota Unum(ed. Ricciardi, Milano-Napoli, 1985, cap. XXXV):
«Pero si los no cristianos están destinados a unirse a los cristianos no ya por una mutación que les lleve fuera de sí al Cristo de la Iglesia católica, sino por una profundización de su misma creencia [los budistas son invitados a ser buenos budistas, los musulmanes buenos musulmanes, etc.] entonces parece que Cristo, esto es el principio del ecumene, se encuentra en el fondo de su conciencia natural y se cae ciertamente en la negación del sobrenatural o en el igualamiento del natural al sobrenatural de la gracia. El principio de la salvación no viene caelitussino funditus: es inmanente a la humana naturaleza y brilla en todos los hombres».
En cuanto al Concilio, R. Amerio escribe:
«El Concilio no habla de luz sobrenatural sino de “plenitud de luz”. El naturalismo que deja su impronta en los dos documentos Ad gentes yNostra aetate está patente también en la terminología, ya que no aperece nunca en ellos el vocablo “sobrenatural”». Y en una nota cita la voz «sobrenatural» en las Concordantiae ya cit., esto es, Delhaye-Gueret-Tombeur, Concilium Vaticanum II. Concordance, Index, Listes de frequence, Tables comparatives, Lovaina, 1974. Por tanto, es verdadera, documentada y documentable, la aserción de Bouillard: el Concilio, bajo el influjo del neomodernismo triunfante, evitó en «sus principales documentos» y, precisamente, en aquellos que se refieren al ecumenismo, el uso del término «sobrenatural». El Concilio habría así sancionado en sus principales documentos la victoria del naturalismo, que es la esencia del modernismo y el fondo secreto, ma non troppo, de la filosofía de Blondel y de la teología de de Lubac y de «su banda». Y entonces – preguntémonos – ¿qué se nos propone hoy sustancialmente a nosotros católicos en nombre del Concilio? Nada más que la «nouvelle théologie» condenada por Pío XII. ¿Y qué se esconde bajo esta nueva enseña? Nada más que el modernismo condenado por San Pío X y que, en sus más coherentes conclusiones, conduce a la más radical negación del hecho histórico de la Divina Revelación, de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y del origen divino de la Iglesia.
«Los que han vencido»
Más recientemente, en 30 Giorni (diciembre de 1991) el mismo p. Henrici S. J., que más arriba ha confirmado oficialmente cuanto ya sabíamos, esto es:
1) que la «nouvelle Théologie», condenada por Pío XII en la Humani Generis, perfectamente en línea con la encíclica de San Pío X contra el modernismo, «se convirtió en la teología oficial del Vaticano II»;
2) que los puestos clave de la Iglesia o están ya o están destinados a estar en manos de los hodiernos exponentes de la «nouvelle théologie», cuyo órgano de prensa es la mencionada revista Communio: «casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de Communio. Un rosario de nombres importantes con perspectiva de la más alta carrera: los alemanes Lehman y Kasper, los suizos von Schönborn y Corecco, el italiano Scola, el francés Léonard, el brasileño Romer. Se lamenta con sorna el jesuita Peter Henrici, docente de Historia de la filosofía moderna en la Gregoriana y redactor de la edición alemana: “Balthasar, de Lubac y Ratzinger, los fundadores, han llegado los tres a ser cardenales. En la segunda generación muchos han sido elegidos obispos. Esto crea a veces problemas de recambio”». Debe añadirse a este rosario de nombres importantes «el dominico Georges Cottier, teólogo[¡ay de nosotros!] de la casa pontificia» y «Jean Duchesne, press-agent del card. Lustiger». Del «hegeliano André Léonard, hoy obispo de Namur»leemos también que es «responsable del Seminario de Saint Paul donde Lustiger [también él de la “banda”, por tanto] envía a sus seminaristas». «Son los que – se dice – han vencido», escribía como conclusión 30 Giorni.
La ruptura
El lector nos perdonará la insistencia, pero la agresión neomodernista a la Iglesia, a su doctrina, a sus instituciones y a las almas es una realidad tan grave, pilotada como es desde lo alto, que no será nunca excesiva la documentación que se ofrezca, con el fin de sacudir el torpor de muchos, poniéndoles en guardia del peligro que les amenaza.
Análogas voces de triunfo y confesiones indirectas de la traición pueden señalarse en toda la producción neomodernista de este postconcilio. Vaticano II/Balance y Perspectivas veinticinco años después/1962-1987, a cargo de René Latourelle S. J. «es la obra – así afirma Avvenire – realizada por tres instituciones universitarias de la Compañía de Jesús en Roma (Universidad Gregoriana, Instituto Bíblico e Instituto Oriental)»; 68 colaboradores de 20 naciones, todos (salvo dos) miembros de la «Compañía», ilustran en ella el triunfo de la «nueva teología» y el favor a ella concedido por el papa Montini (cfr. sì sì no nodel 15 de mayo de 1988, pp. 1 ss.). «Si no se puede ciertamente hablar de excomuniones y de sucesivas canonizaciones… – escribe el p. Martina S. J. en la p. 46 – algunos grandes teólogos fueron, sin embargo, objeto en aquellos años de diversas medidas restrictivas, para asumir después un papel relevante entre los principales peritos conciliares e influyeron ampliamente en la génesis de los decretos del Vaticano II. Algunos libros, en 1950, fueron eliminados de las bibliotecas, pero, después del Concilio, sus autores llegaron a ser cardenales (de Lubac, Daniélou). Algunas iniciativas pastorales (curas obreros) fueron condenadas e interrumpidas para ser después retomadas durante y después del Concilio».
La Humani Generis de Pío XII (1950) era tan pronto, a pocos años de distancia, completamente desautorizada por otro Papa, que favoreció activamente el triunfo de aquellos que su predecesor había condenado. Ante lo cual los católicos mejor informados, que habían seguido fielmente las directivas romanas, se preguntaban a quién debían obediencia: si al Papa de ayer en línea con todos sus Predecesores o al Papa de hoy en evidente ruptura con la orientación constante de la Iglesia.
Finalmente, más bien recientemente, L’Osservatore Romano(septiembre pasado [1992, ndt]), con ocasión del aniversario de la muerte de de Lubac, ha dedicado la entera p. 6 a celebrar las «grandes tesis de un precursor [de Lubac] del Concilio Vaticano II». Se lee allí:
«Pensamos en Blondel, en Gilson, en Mounier y en Maritain, y naturalmente en de Lubac, en Chenu y en tantos otros que tanto en el plano filosófico como en el teológico fueron los que prepararon actitudes, costumbres mentales y metodológicas que después obtuvieron del Concilio Vaticano II una amplia tematización».
Por tanto, si alguna duda fuera todavía posible, tienen razón los «neomodernistas»: la «nueva teología», condenada por Pío XII en la Humani Generis como cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los fundamentos de la doctrina católica» se ha convertido hoy en «la teología oficial del Vaticano II» (P. Henrici S. J., Communio arriba citado). ¿Y por qué Pablo VI nunca se sorprendía de la «autodemolición»de la Iglesia?
El largo desprecio del Papado
Como conclusión de esta introducción a nuestro estudio sobre la «nueva teología» recordaremos cuanto se lee en las Actas de la canonización de San Pío X a propósito de una carta del card. Maffi al Secretario de Estado pro tempore card. De Lai:
«Esta carta refleja crudamente el conjunto de críticas, que serpenteaban aquí y allí, en aquellos años, no sólo contra la prensa así llamada intransigente, sino en general contra el gobierno de Pío X, y sobre todo contra los que estaban cerca de él. Era en el fondo la reacción a la acción enérgica de Pío X contra el modernismo y a las medidas tomadas por él, en todos los sectores, para restablecer la disciplina eclesiástica. Era la expresión de la resistencia a menudo pasiva, pero real, que oponían a las directivas de la Santa Sede, no sólo los modernistas y sus simpatizantes, que no conocían, sin embargo, o no veían la gravedad del peligro y el verdadero fondo de las cosas, como se veía desde lo alto» (Disquisitio circa quasdam obiectiones modum agendi Servi Dei respicientes in modernismi debellatione).
Es esta larga «resistencia a menudo pasiva, pero real» del mismo episcopado la que preparó la actual crisis en la Iglesia, la cual crisis no es sino el triunfo (temporáneo, naturalmente) del modernismo en la Iglesia católica. No es en absoluto superfluo, por tanto, sino más bien necesario y urgente conocer un poco mejor quiénes son y qué quieren «los que han vencido», o, mejor, piensan que han vencido solamente porque no creen en el «non praevalebunt»
(continúa)
Hirpinus