EL R.P. DON FÉLIX SARDÁ Y SALVANY
FUENTE (extracto)
Cuando se
lee la obra titánica del P. Felix Sarda y Salvany El
Liberalismo es Pecado, de
1886, la conclusión sólo puede ser que la FSSPX ha abrazado segura y lentamente
la mentalidad liberal católica.
En el
Capítulo 31 [37 en la versión en español], “Una Ilusión de los católicos
liberales”, el P. Salvany advierte de las muchas tentaciones que el liberalismo
presenta a los no liberales, siendo una de las más seductoras, la idea de que
la victoria depende del número de personas que tenga uno a su lado.
Las palabras
del P. Salvany (transcritas abajo en su totalidad) son directamente aplicables
a la situación en que la FSSPX se encuentra en la actualidad.
Actualmente,
obispos como Atanasius Schneider creen que una vez que la Fraternidad sea
“regularizada”, se podrá “unir fuerzas” con otros “dentro” de la Iglesia, y de
este modo permitir que comience finalmente el duro trabajo de reconstruir la
Iglesia de Cristo.
Como un
virus, este argumento se ha alojado en las mentes de muchos fieles y sacerdotes
de la Fraternidad. Frecuentemente se manifiesta de la siguiente manera: “La
Fraternidad tiene aliados en la Iglesia. Ellos nos dicen que necesitan ayuda.
¿Cómo podemos sentarnos sin hacer mientras hay almas en necesidad? ¡Debemos
unirnos con ellos!
Discutiremos más acerca de los efectos
psicológicos de la “regularización” que puede tener la Fraternidad en una
entrada futura. Por ahora, presentamos la sabiduría del P. Salvany:
Es este, como hemos dicho antes, el sueño dorado, la eterna ilusión de muchos de nuestros hermanos. Creen éstos que lo que le importa principalmente a la verdad es sean muchos sus defensores y amigos. Número paréceles sinónimo de fuerza: para ellos sumar, aunque sean cantidades heterogéneas, es siempre multiplicar la acción, así como restar es siempre disminuirla. Vamos a esclarecer un poco más este punto, y a emitir algunas últimas observaciones sobre esta ya agotada materia.
La verdadera fuerza y poder
de todas las cosas, así en lo físico como en lo moral, está más en la
intensidad de ellas que en su extensión. Mayor volumen de igual intensa materia
es claro que da mayor fuerza; más no por el aumento de volumen, sino por el
aumento o suma mayor de intensidades. Es regla, pues, de buena mecánica
procurar aumento en la extensión y número de las fuerzas, más a condición de
que con esto resulten verdaderamente aumentadas las intensidades. Contentarse
con el aumento, sin detenerse a examinar el valor de lo aumentado, es no
solamente acumular fuerzas ficticias, sí que exponerse, como hemos indicado, a
que con ellas salgan paralizadas en su acción hasta las verdaderas, si algunas
hubiere.
Es lo que pasa en nuestro
caso, y que nos costará poquísimo demostrar. La verdad tiene una fuerza
propia que comunica a sus amigos y defensores. No son éstos los que se la dan a
ella; es ella quien a ellos se la presta. Mas a condición de que sea ella
realmente la defendida. Donde el defensor, so capa de defender mejor la
verdad, empieza por mutilarla y encogerla o atenuarla a su antojo, no es ya tal
verdad lo que defiende, sino una invención suya, criatura humana de más o menos
buen parecer, pero que nada tiene que ver con aquella otra hija del cielo.
Esto sucede hoy día a muchos
hermanos nuestros, víctimas (algunos inconscientes) del maldito resabio
liberal. Creen con cierta buena fe defender y propagar el Catolicismo; pero a
fuerza de acomodarlo a su estrechez de miras y a su poquedad de ánimo, para
hacerlo (dicen) más aceptable al enemigo a quien desean convencer, no reparan
que no defienden ya el Catolicismo, sino una cierta cosa particular suya, que
ellos llaman buenamente así, como pudieran llamarla con otro nombre. Pobres
ilusos que, al empezar el combate, y para mejor ganarse al enemigo, han
empezado por mojar la pólvora y por quitarle el filo y la punta a la espada,
sin advertir que espada sin punta y sin filo no es espada, sino hierro viejo, y
que la pólvora con agua no lanzará el proyectil. Sus periódicos, libros y discursos,
barnizados de catolicismo, pero sin el espíritu y vida de él, son
en el combate de la propaganda lo que la espada de Bernardo y la carabina de
Ambrosio, que tan famosas ha hecho por ahí el modismo popular para representar
toda clase de armas que no pinchan ni cortan.
¡Ah! no, no, amigos míos;
preferible es a un ejército de esos una sola compañía, un solo pelotón de bien
armados soldados que sepan bien lo que defienden y contra quién lo defienden y
con qué verdaderas armas lo deben defender.
Denos Dios de esos, que son
los que han hecho siempre y han de hacer en adelante algo por la gloria de su
Nombre, y quédese el diablo con los otros, que como verdadero desecho se los
regalamos.
Lo cual sube de punto si se
considera que no sólo es inútil para el buen combate cristiano tal haz de
falsos auxiliares, sino que es embarazosa y casi siempre favorable al enemigo.
Asociación católica que debe andar con esos lastres, lleva en si lo suficiente
para que no pueda hacer con libertad movimiento alguno. Ellos matarán a la
postre con su inercia toda viril energía; ellos apocarán a los más magnánimos y
reblandecerán a los más vigorosos; ellos tendrán en zozobra al corazón fiel,
temeroso siempre, y con razón, de tales huéspedes, que son bajo cierto punto de
vista amigos de sus enemigos. Y, ¿no será triste que, en vez de tener tal
asociación un solo enemigo franco y bien definido a quien combatir, haya de
gastar parte de su propio caudal de fuerzas en combatir, o por lo menos en
tener a raya, a enemigos intestinos que destrozan o perturban por lo menos su
propio seno? Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica en unos famosos artículos: "Sin
esa precaución, dice, correrían peligro certísimo no solamente de convertirse
tales asociaciones (las católicas) en campo de escandalosas discordias, mas
también de degenerar en breve de los sanos principios, con grave ruina propia y
gravísimo daño de la Religión."
Por lo cual concluiremos
nosotros este capítulo trasladando aquí aquellas otras tan terminantes y
decisivas palabras del mismo periódico, que para todo espíritu católico deben
ser de grandísima, por no decir de inapelable autoridad. Son las siguientes: "Con
sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa anduvieron tan
solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que profesase
abiertamente las máximas del liberalismo, si que a aquellos que, forjándose la
ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son conocidos con
el nombre de católicos liberales".