Menciona en
la Epístola tres cosas que, para nuestro escarmiento, sucedieron a los antiguos
judíos durante la travesía por el desierto. Empieza diciendo San Pablo: No
tengamos malos deseos, como ellos tuvieron. El pecado es de pensamiento, palabra y obra, y por eso
menciona primero las malos deseos.
En cuanto
a los pecados de obra pone tres ejemplos: idolatría, fornicación y tentación a
Dios. Por eso sigue diciendo: Ni seamos adoradores de los ídolos, como fueron
algunos de ellos, según esta escrito: se sentó el pueblo a comer y a beber, y
se levantó a jugar (o a divertirse o a bailar, según ciertas
traducciones). Se sentó el pueblo a comer y a beber delante del ídolo (el
becerro de oro), venerándolo con eso, y se levantó a hacer en su honor, según
las costumbres de la época, juegos o danzas y cosas parecidas.
Luego dice: Ni forniquemos, como algunos de
ellos fornicaron, y murieron en un día veintitrés mil.
Ni tentemos a Cristo, -desconfiando de su poder, precisa
Santo Tomás- como hicieron algunos de ellos, y perecieron mordidos por las serpientes. Se comete el
pecado de tentar a Dios cuando sin necesidad se pone
a prueba el poder de Dios (ST, II II, c 97,
a 1). Por ejemplo: el que por
afán de diversión escala
una montaña arriesgando la vida
y espera ser protegido por Dios. El que sin necesidad conduce a
velocidad excesiva, esperando que Dios lo preserve de sufrir un accidente. El
que antes de asistir a un espectáculo inmoral, se encomienda a Dios para no
ceder a las tentaciones que sabe le sobrevendrán. El estudiante negligente que
pide a Dios aprobar un examen.
Después del pecado de pensamiento
y del pecado de obra, San Pablo se refiere al pecado de palabra, y nos previene
acerca del vicio de murmurar: Ni murmuréis, como algunos de ellos
murmuraron, y fueron muertos por el (ángel) exterminador. No debemos
murmurar de Dios ni de los mayores o superiores, como algunos de ellos
murmuraron contra Moisés, por cuyo motivo fueron muertos por el ángel
exterminador y se condenaron. No son pecado las quejas y críticas en contra del clero liberal y
modernista, destructor de la fe, servidor, en cuanto hereje, del diablo. La
crítica y la guerra abierta en contra los traidores que nos quieran poner bajo
el poder de la Jerarquía conciliar, tampoco lo es, por lo mismo.
Sigue
diciendo San Pablo: Por eso el que crea estar en pie, cuide de no caer. Para que
no nos suceda como a estos antiguos judíos que cayeron hasta el infierno, debemos
estar vigilantes para no caer, es decir, para no perder la gracia por un pecado
mortal. Y el secreto para no caer -enseña Santo Tomás- está en no dar lugar a
la tentación, en huir de las ocasiones de pecado. Vigilad y orad para que no
entréis en tentación, dice N. Señor. El que vigila evita las ocasiones
peligrosas. No basta una cosa sin la otra. Ambas son indispensables: la
vigilancia y la oración de súplica.
Dice
Santo Tomás que esos judíos, aunque favorecidos de Dios con grandes beneficios,
murieron y se condenaron por ingratos y por sus muchos pecados. Por eso quien
juzga por alguna conjetura (pues nadie puede tener certeza al respecto) que
está firme, o sea, que está en gracia de Dios, debe cuidar, con esmerada
atención o diligencia, de no caer, pecando o haciendo pecar a otros.
Enseña
Santo Tomás que entre las cosas que nos impulsan a caer están estas ocho: 1) La
debilidad de las fuerzas, como en
los niños, los enfermos y los viejos, y esto sucede, en lo espiritual, por la
tibieza e inconstancia en bien obrar. 2) La acumulación de pecados, como el animal de carga con peso excesivo,
por causa de la negligencia en hacer penitencia por los pecados cometidos. 3)
El ejemplo de muchos, que arrastra al
pecado, como si de un árbol o una casa tira una multitud: se vienen a
tierra. 4) Lo resbaladizo del camino,
como los que caminan sin cautela y caen en lo resbaloso, y esto sucede cuando
no guardamos o cuidamos los sentidos. 5) La diversidad de los ataques que sufrimos (lo que ha ido empeorando en
la historia). 6) La ignorancia, como
los ciegos, que caen con facilidad, y esto sucede por la negligencia o pereza en
aprender lo que necesitamos saber (y en estos tiempos, además por las deficientes
enseñanzas de padres, maestros y Sacerdotes). 7) La imitación de los malos, como cayeron los ángeles por seguir a
Lucifer (y la generalidad de los católicos, por seguir a los Papas liberales, y
la FSSPX, por seguir a un superior liberal). 8) Finalmente, el arrastre del cuerpo que lleva consigo
al alma, como la piedra al cuello de un nadador, y esto sucede por cuidar
demasiado de lo corporal y dar gustos a la carne.
Sigue la
Epístola: Hasta ahora no habéis sido tentados más allá de las fuerzas humanas;
pero fiel es Dios, que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino
que de la misma tentación os dará el auxilio para que podáis resistir. Fiel es Dios: Dios siempre está listo
para socorrer al que es tentado dándole el poder para resistir, lo cual se
alcanza con la humildad, según dice San Agustín. Y con la misma tentación nos
hará obtener los méritos del que combate y la victoria con su auxilio, con su
gracia. Por eso dice el Apóstol Santiago: Tened
por gran dicha ser tentados y probados (Sant 1, 2).
Que por
la intercesión de la Virgen Fidelísima, podamos conservar siempre nuestras
almas en gracia de Dios, pues eso es lo
único realmente necesario (Lc 10,
42).