Un crimen se vuelve Notorio, con notoriedad de ley, sólo
cuando un juez competente ha emitido una sentencia judicial. Pero el papa no
tiene superiores y nadie tiene competencia jurídica para juzgarlo: “La
primer Sede no puede ser juzgada por nadie” [10]. De aquí que cualquier
acto herético de Juan Pablo II no pueda ser Notorio con notoriedad de ley.
¿Podemos decir lo mismo acerca de la notoriedad de hecho
en una herejía del papa? Para hacerlo, el acto deberá ser reconocido
ampliamente, tanto como herejía como moralmente imputable, con Pertinacia
(persistente y determinado hasta el punto de la obstinación). Esto es, que no
sólo deba ser materialmente notorio, es decir que el acto herético es
ampliamente conocido, sino formalmente notorio, que el acto es ampliamente
reconocido como crimen moralmente imputable de herejía formal. Podemos ver esto
en las glosas de los canonistas:
“Una ofensa es Notoria con notoriedad de hecho si es
públicamente conocida y cometida bajo tales circunstancias que no pueda
concederse ningún subterfugio o evasiva, tampoco pueda ser excusada por alguna
causa admitida en la ley, es decir, tanto el hecho de la ofensa como la
imputabilidad o culpabilidad criminal deben ser públicamente conocidas.”
[11]
Así, un acto papal de herejía podría ser notorio de hecho
sólo si el acto es tanto “públicamente conocido” y la “imputabilidad
o culpabilidad criminal” son “públicamente conocidas”. No existe un
juez competente quien pueda juzgar sobre el involucramiento de la culpabilidad
en un acto de un papa, y así, la culpa sólo podría ser Notoria si es
públicamente conocida y deberá ser ampliamente reconocido que este acto es
moralmente imputable. Y sería necesario que no existiesen excusas por las que
se pueda apelar a la “accidentalidad”, alguna clase de “autodefensa”,
o alguna otra excusa legalmente admisible, sería necesario también que “ningún
subterfugio” pudiera concederse.
Vaticano II (1962-1965)
Los conceptos de Notoriedad y Pertinacia son claros en la
teoría, no obstante, su aplicación concreta es extremadamente difícil,
especialmente en el caso del papa. La principal razón es que tal pertinacia
finalmente es determinada por el reconocimiento público de la herejía por una
autoridad legítima. Sería necesario no sólo reconocer que Juan Pablo II ha
cometido una herejía y ésta se ha esparcido por toda la Iglesia universal, lo
cual, obviamente no es el caso, pues sólo una pequeña, pequeñísima minoría,
apenas el 0.1% de la Iglesia lo afirma, pero sería necesario el reconocimiento
de su culpa por herejía formal y pertinaz, que de la misma manera se habría
esparcido por toda la Iglesia. Sería necesario que ningún recurso [atenuante]
pudiera concederse al acto de la culpa, ni apelar a traducciones inciertas del
texto original o a engaños visuales, ni apelar a escritores incapaces, o a
senilidad, ignorancia o confusión de la doctrina en cuestión, ni apelar a
accidentes en la elaboración del discurso, o apelar a que sus dichos “de
alguna manera son compatibles con la doctrina de la Fe si lo entendemos en su
forma ‘filosófica’ moderna”; ni apelar a alguna clase de autodefensa
eclesial ante un ambiente de hostilidad liberal social o eclesiástico. Incluso
si tal crimen no fuese justificado con alguna defensa o excusa legalmente
admisible, todavía subsistiría la grandísima tarea en la Iglesia por saber si
existe culpa moral y si tal acto es moralmente imperdonable. Sería necesario
que los sacerdotes y la prensa católica no encubrieran el crimen a la gente, de
ningún modo, por ningún medio. El hecho es que la Iglesia tiene muchos otros
recursos a la mano y los fieles son tan dóciles y condescendientes que casi
nadie le ha reconocido una herejía al papa, sin mencionar alguna culpabilidad
moral o una excusabilidad legal. Y, de cualquier forma, los sacerdotes y el
pueblo han abrazado las herejías de Juan Pablo II pensando que él está en lo
correcto, o incluso lo consideran “el papa más grande que ha existido”,
como se ha escuchado a muchos exclamar. Incluso la gran mayoría de los
comparativamente pocos quienes no han abrazado todas estas mismas herejías de
él, no ven o no aceptan que el papa sea hereje, y el pequeñísimo número de
quienes pueden verla tienden a excusarla no viendo una pertinacia, sino
atribuyéndola a la situación general de la Iglesia, especialmente desde el
“Vaticano II”, el cual ha cegado casi a todos frente a muchas de las doctrinas
de Fe. La herejía de Juan Pablo II obviamente es formalmente secreta, en
términos canónicos, a pesar de lo claro que pudieran verla los
‘tradicionalistas’ ocasionales: sus actos no han sido reconocidos ni como
heréticos ni como moralmente imputables y legalmente inexcusables. De aquí que
su herejía no sea legalmente reconocida como notoria de hecho, y en
consecuencia, no es notoria; y las condiciones legales que los canonistas han
especificado para que un papa pierda su oficio por herejía no han sido
satisfechas.
¿Podríamos hacer tal afirmación observando la insistencia
del Papa en sus actos y ante la vista de la tradición y los testigos actuales?
Quizás, pero no socialmente, lo cual significa respecto a la pérdida de su
oficio, etc., lo cual no puede ser presumido sino debe ser demostrado, de otra
manera las sociedades podrían colapsar. Uno puede entender que una respuesta
rápida e imprudente a tal pregunta tan difícil podría llevar fácilmente a
hundirse en la posición del Sedevacantismo. Si Juan Pablo II realiza con
suficiente frecuencia afirmaciones o declaraciones que llevan a la herejía, no
puede demostrarse tan fácilmente que él está consciente de estar rechazando
algún dogma de la Iglesia. Según parece, en su comportamiento, Juan Pablo II
está profundamente convencido de que él hace lo mejor en el servicio a la
Iglesia [12]. ¿Cómo es posible que algunos sujetos pretendan demostrar con
certeza moral que el Papa, en su corazón, esto es, en su interior, realmente espera
y desea causar y traer un gran mal sobre sus súbditos y que debido a su maldad
es que el promulga leyes malvadas? No es posible. Como típico liberal, Juan
Pablo II está esparciendo declaraciones y concesiones ambiguas con el fin de
complacer al mundo. Podría suceder que él realice declaraciones heréticas sin
incluso darse cuenta de ello, y así, no podría acusársele de herejía formal
[13]. Por lo tanto, mientras no exista una prueba irrefutable, es más prudente
abstenerse de juzgar. Esta fue la prudente línea de conducta del Arzobispo
Lefebvre.
Nota del blog: lo que se dice del Papa Juan Pablo II puede aplicarse también al Papa Francisco y a los demás Pontífices desde Juan XXIII, inclusive, en adelante, pues fuera de algunas diferencias accidentales, todos son liberales y modernistas.
Nota del blog: lo que se dice del Papa Juan Pablo II puede aplicarse también al Papa Francisco y a los demás Pontífices desde Juan XXIII, inclusive, en adelante, pues fuera de algunas diferencias accidentales, todos son liberales y modernistas.
(sigue)