Nota explicativa de Michael Matt
Excelencia:
Creo
que encontrará interesante lo que le voy a decir. Como sabe, monseñor Robert
Barron no es, desde luego, el peor prelado de EE.UU. Durante un tiempo me
resultaron muy provechosas sus conferencias, y no es mi intención poner en duda
su sinceridad. Con todo, me resulta problemática en muchos sentidos su postura
sobre el Concilio, la cual expone en detalle en este enlace.
Ignoro
si esta iniciativa tendrá algo que ver con las cartas que ha escrito
últimamente Vuestra Excelencia sobre el tema, pero me parece un intento no muy
disimulado de descalificar (por no decir denostar) la resistencia del
catolicismo tradicional a las desastrosas y no vinculantes novedades
introducidas por el Concilio Vaticano II.
Siento
curiosidad por saber qué le han parecido los argumentos expuestos por monseñor
Barron y sus colaboradores de World on Fire. Si tuviera la
amabilidad de darlo a conocer a nuestros lectores, gustosamente se lo
publicaría. Que Dios lo bendiga y la Virgen lo guarde.
In
Christo Rege,
Michael
J. Matt.
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Estimado
Michael:
He
visto el Catecismo
sobre el Concilio que ha aparecido en World on Fire y,
como me ha solicitado, le mando una breve reflexión. No entraré en los
detalles de las preguntas, que me parecen más apropiadas para un manual de
instrucciones o para la gestión de un locutorio o centro de llamados
telefónicos. Me centraré por el contrario en una frase de la introducción que
hace Benedicto XVI:
«Hoy
en día, defender la verdadera tradición de la Iglesia significa defender el
Concilio. […] Hemos de ser fieles al presente de la Iglesia, no al ayer ni al
mañana. Y el presente de la Iglesia está en los documentos del Concilio
Vaticano II, sin reservas que lo amputen ni arbitrariedades que lo
distorsionen».
Afirma
en tono apodíctico el Santo Padre que “hoy en día defender la verdadera
tradición de la Iglesia significa defender el Concilio” y que “hemos de ser
fieles al presente de la Iglesia”. Estas dos posturas que se complementan
mutuamente carecen del menor apoyo en la Tradición, ya que el presente de la
Iglesia está siempre indisolublemente vinculado a su pasado.
La
Iglesia tiene tres dimensiones: una triunfante en el Cielo, otra militante en
la Tierra y otra purgante en el Purgatorio. Estas tres dimensiones de una misma
Iglesia están estrechamente ligadas entre sí, y es evidente que la triunfante y
la purgante se encuentran en una realidad metafísica metahistórica o
metatemporal. En cambio, la Iglesia militante tiene un presente, una
contingencia que le da el paso del tiempo, y nada puede alterar su esencia, su
misión y, sobre todo, su doctrina. Por tanto, no hay una Iglesia exclusivamente
del presente en la que el ayer haya pasado irremediablemente y el futuro aún no
haya llegado: lo que Cristo nos enseñó ayer lo reiteramos hoy y lo profesarán
mañana sus vicarios. Aquello de lo que dieron testimonio ayer los mártires lo
custodiamos hoy y lo confesarán mañana nuestros hijos.
Después
afirma que «hemos de ser fieles al presente de la Iglesia, no al ayer ni al
mañana», lo cual fue significativamente adoptado por los propulsores del
Concilio ni más ni menos que para dar carpetazo al pasado, afirmar en el
presente de aquel momento la revolución conciliar y preparar la crisis del
mañana en ya nos encontramos. Es más, los novadores que quisieron aquel
concilio actuaron precisamente –parafraseando las palabras de Ratzinger– con
reservas que han amputado el Magisterio ininterrumpido de la Iglesia y con
arbitrariedad lo han distorsionado. No veo por qué lo que hicieron ayer los
innovadores con el Concilio Vaticano II en perjuicio de la Tradición no les
pueda valer hoy: quienes no vacilaron en demoler el edificio doctrinal, moral,
litúrgico, espiritual y disciplinar de la religión de antes, como
ellos la llaman, en nombre de la pastoralidad y del Concilio, no vacilarían hoy
en pretender reivindicar para sus osadas innovaciones la misma sumisión servil
y su negativa a defender dos mil años de Magisterio infalible, y que hay que
manifestar una adhesión incondicional, no a la Tradición, sino al
acontecimiento singular que contradijo y adulteró dicha Tradición. A mí me
parece que esa forma de razonar, nada más de una perspectiva meramente lógica,
no tiene mucha credibilidad; la Iglesia conciliar se limita a reafirmarse y
mirarse el ombligo rompiendo con la enseñanza constante de los sumos pontífices
anteriores.
Por
otra parte, yo diría que la cita de Benedicto XVI contradice la hermenéutica
de la continuidad según la cual no hay que aceptar el Concilio
rompiendo con el pasado de la Iglesia, sino en continuidad –precisamente– con
él: pero si no existe una Iglesia de ayer, ¿a qué se refiere la continuidad de
la presunta hermenéutica conciliar? Otro juego de palabras filosófico que
desgraciadamente da señales de ruina desde su formulación y hoy es desmentido
desde el propio trono pontificio.
Podemos
observar con estupor el empeño de los defensores del Concilio en defender su
concilio, hasta el extremo de redactar una especie de catecismo sobre
él. Si se hubieran tomado la molestia de reafirmar con el mismo ardor la
doctrina inmutable de la Iglesia cuando ésta se negaba o callaba en nombre de
la renovación conciliar, no estarían tan extendidas hoy en día
la ignorancia de la Fe y la confusión. Desgraciadamente, parece más importante
defender el Concilio Vaticano II que el depósito perenne de la Fe.
¡Dios
te guarde!
+Carlo Maria Viganò