La Sanidad mundial, piloteada por la OMS se ha convertido en una auténtica multinacional que tiene como finalidad el beneficio de los accionistas (empresas farmacéuticas y las denominadas fundaciones filantrópicas) y el medio para conseguirlo es la transformación de los ciudadanos en enfermos crónicos. Y es evidente: las empresas farmacéuticas quieren ganar dinero vendiendo medicamentos y vacunas. Si la eliminación de enfermedades y la producción de medicamentos efectivos conduce a una reducción en el número de pacientes y por lo tanto en las ganancias, al menos será lógico esperar que los medicamentos sean ineficaces y que las vacunas sean herramientas que sirvan más para propagar enfermedades, que para erradicarlas. Y eso es realmente lo que sucede. ¿Cómo pensar que se promueve la búsqueda de curas y terapias, si quienes las financian se benefician de manera desproporcionada, por medio de la persistencia de las patologías?
Puede parecer difícil convencerse de que quienes deben garantizar la salud quieran asegurar la continuación de las enfermedades: tal cinismo -con toda razón- repele a quienes son ajenos a la mentalidad que se ha instaurado en el sector de la Sanidad. Sin embargo, esto es lo que está sucediendo ante nuestros ojos y no solo involucra a la emergencia del Covid y a las vacunas -en particular las vacunas contra la influenza, que se generalizaron en el año 2019, justamente en aquellas áreas en las que el Covid ha cobrado el mayor número de víctimas-. También involucra a todos los tratamientos, terapias, partos y asistencia a los enfermos. Este cinismo, que asquea al código ético, ve en cada uno de nosotros a una fuente de ingresos, en lugar de ver en cada paciente el rostro de Cristo sufriente. Por lo tanto, apelamos a los muchos médicos católicos y médicos de buena voluntad, para que no traicionen el juramento hipocrático ni el corazón mismo de su profesión, la cual está hecha de misericordia y compasión, de amor por los que sufren y de ayuda desinteresada a los más débiles, recordando las palabras de Nuestro Señor: “Siempre que hacías esto a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacías” (Mt 25, 40)
La Iglesia Católica, especialmente en las últimas décadas, ha podido intervenir con autoridad en este debate, también gracias a la Pontificia Academia para la Vida, fundada por Juan Pablo II. Sus integrantes, hasta hace algunos años daban indicios de carácter médico-científico, que no entraban en conflicto con los inviolables principios morales de todo católico.
Pero al igual que en la sociedad civil, que hemos atestiguado una pérdida progresiva de la responsabilidad de los individuos y de los gobernantes en las diversas esferas de la vida pública, que incluyen a la atención de la salud, en la “iglesia de la misericordia” nacida en el año 2013, se prefirió adecuar el compromiso de los Dicasterios Pontificios y la Academia para la Vida a una visión líquida, diría perversa, ya que niega la verdad y abraza las exigencias del ambientalismo, con fuertes connotaciones del malthusianismo. La lucha contra el aborto, que se opone a la desnaturalización pretendida por el Nuevo Orden Mundial, ya no es una prioridad para muchos Pastores. Durante las manifestaciones Provida, como las que se llevaron a cabo en Roma en los últimos años, ¡el silencio y la ausencia de la Santa Sede y de la Jerarquía, fueron vergonzosos!
Obviamente, los principios morales en los que están fundamentadas las reglas que norman el campo médico siguen siendo válidos siempre, y no podría ser de otra manera. La Iglesia es la guardiana de la Enseñanza de Cristo y no tiene autoridad para modificarla o adaptarla a nuestro gusto. Sin embargo, está el desconcierto al presenciar el silencio de Roma, que parece tener más en cuenta los métodos de separación de desperdicios -hasta el punto de escribir una Encíclica-, que la vida de los no nacidos, la salud de los más débiles y la asistencia a los enfermos terminales. Este es sólo un aspecto de un problema mucho mayor, de una crisis mucho más grave, que como he dicho varias veces, se remonta al momento en que la parte desviada de la Iglesia, con lo que una vez fue la Compañía de Jesús a la cabeza, ha tomado el poder haciéndose esclava de la mentalidad del mundo.
Considerando la nueva orientación de la Pontificia Academia para la Vida (cuya presidencia ha sido confiada a un personaje, reconocido por haber dado lo mejor de sí mismo cuando era Obispo de Terni), no podemos esperar ninguna condena de quienes utilizan tejidos fetales de niños que fueron voluntariamente abortados. De hecho, sus miembros esperan la vacunación masiva y la Fraternidad Universal del Nuevo Orden Mundial, contradiciendo con ello, pronunciamientos previos de la propia Academia Pontificia [1]. A esta malformada ola, en días recientes se le ha sumado la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales [2] que por un lado ha reconocido que “la Iglesia está en contra de la producción de vacunas que utilicen tejidos derivados de fetos abortados y reconocemos la incomodidad que sienten muchos católicos cuando se enfrentan a la decisión de no vacunar a su hijo o de figurar como cómplices del aborto”, y sin embargo, luegó en una muy grave contradicción con los principios irreformables dictados por la moral católica [3], [la misma Conferencia] afirmó que “la Iglesia enseña la importancia fundamental de la salud de un niño y de otras personas vulnerables, podría permitir a los padres utilizar una vacuna que en el pasado ha sido desarrollada utilizando estas líneas celulares diploides“. Esta afirmación carece de autoridad doctrinal y más bien se alinea con la ideología dominante promovida por la OMS, cuyo principal patrocinador es Bill Gates así como las empresas farmacéuticas.
Desde un punto de vista moral, para todo católico que pretenda permanecer fiel a su Bautismo, es absolutamente inadmisible aceptar una vacuna que en su proceso de producción utilice materiales de fetos humanos: el Obispo estadounidense Joseph E. Strickland también lo reiteró con autoridad en su Carta Pastoral del pasado 27 de abril [4], así como en uno de sus tuits del pasado 1 de agosto [5].
Por lo tanto, debemos rezar al Señor para que le dé voz a los Pastores, con el fin de crear un frente unido que se oponga al poder excesivo de la élite globalista que quiere subyugarnos a todos. Hay que recordar que mientras las farmacéuticas únicamente avanzan por la senda del interés económico, en lo ideológico operan personajes que aprovechando la oportunidad de la vacuna, también quieren implantar dispositivos de identificación de personas, y que estas nanotecnologías -me refiero al proyecto ID2020, puntos cuánticos y otros análogos- estén patentadas por los mismos individuos que han patentado los virus así como su vacuna. Además en un delirio de omnipotencia que hasta ayer podría haber sido descartado como una perorata más de los teóricos de la conspiración, pero que hoy ya se ha iniciado en algunos países, como Suecia y Alemania, se ha patentado un proyecto de criptomonedas para permitir no solo la identificación sanitaria, sino también la identificación personal y bancaria. Estamos viendo tomar forma ante nuestros ojos a las palabras de San Juan: “Se aseguró de que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, recibieran una marca en la mano derecha y en la frente; y que nadie pudiera comprar ni vender sin tener dicha marca“(Ap. 13, 16-17).
Dada la gravedad de la situación, también debemos pronunciarnos sobre estos aspectos: no podemos quedarnos callados, en caso de que la Autoridad pública hiciera obligatorias vacunas que planteen serios problemas éticos o morales o que más prosaicamente, no garanticen la obtención de los efectos previstos y que se limitan prometer beneficios que desde un punto de vista científico, son absolutamente cuestionables. ¡Que ante este ataque sistemático contra Dios y el hombre, los Pastores de la Iglesia, finalmente, alcen la voz para defender al rebaño que les ha sido confiado!
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[1] Cfr. Pontificia Accademia per la Vita, Nota circa l’uso dei vaccini, 31 Luglio 2017: http://www.academyforlife.va/content/pav/it/the-academy/activity-academy/note-vaccini.html
[2] Cfr. Conferenza Episcopale dell’Inghilterra e del Galles, The Catholic position on vaccination, https://www.cbcew.org.uk/wp-content/uploads/sites/3/2020/03/catholic-position-on- vaccination-290720.pdf
[3] Cfr. Pontificia Accademia per la Vita, Riflessioni morali circa i vaccini preparati a partire da cellule provenienti da feti umani abortiti, 5 Giugno 2005:
https://www.amicidilazzaro.it/index.php/riflessioni-morali-circa-i-vaccini-preparati-a-partire- da-cellule-provenienti-da-feti-umani-abortiti/
https://www.amicidilazzaro.it/index.php/riflessioni-morali-circa-i-vaccini-preparati-a-partire- da-cellule-provenienti-da-feti-umani-abortiti/
[4] Mons. Joseph E. Strickland, Pastoral Letter from Bishop Joseph E. Strickland On the Ethical Development of COVID-19 Vaccine, 23 Aprile 2020:
https://stphilipinstitute.org/2020/04/27/pastoral-letter-from-bishop-joseph-e-strickland-on-the- ethical-development-of-covid-19-vaccine/
https://stphilipinstitute.org/2020/04/27/pastoral-letter-from-bishop-joseph-e-strickland-on-the- ethical-development-of-covid-19-vaccine/
[5] “I renew my call that we reject any vaccine that is developed using aborted children. Even if it originated decades ago it still means a child’s life was ended before it was born & then their body was used as spare parts. We will never end abortion if we do not END THIS EVIL!”