La serpiente, que era el más astuto de todos los animales que había hecho Dios, dijo a la FSSPX:
-¿Cómo es que Mons. Lefebvre os ha mandado rechazar a Roma?
Respondió la FSSPX a la serpiente:
-No rechazamos la Roma eterna, sino a la Roma liberal y modernista que destruye la fe, por la cual rezamos para que se convierta y vuelva a la Tradición. Mons. Lefebvre ha dicho: “Muchos de los que nos han abandonado para unirse a Roma (conciliar) no comprendieron justamente lo que es el liberalismo y cómo las autoridades romanas, desde el concilio Vaticano II, están infestadas de estos errores. Si lo hubieran comprendido, hubieran huido, la hubieran evitado, se hubieran quedado con nosotros. Pero ellos no quieren creer en estos errores ¡Es grave! Porque al acercarse a estas autoridades, uno se contamina forzosamente. Estas autoridades están imbuidas (…) de los principios del liberalismo: necesariamente, ellas actúan de conformidad con su manera de pensar. Por consiguiente, cuando ellas comienzan a tener relaciones con nosotros, ellas imponen estas ideas, puesto que son las autoridades. Son las autoridades, nosotros somos los inferiores, entonces ellas nos impondrán sus ideas. Mientras ellas no se deshagan de estos errores, del liberalismo y del modernismo, no habrá medio de entenderse con ellas.”
Replicó la serpiente a la FSSPX:
-De ninguna manera os contaminaréis ni ellos os impondrán sus ideas. Sabía bien Mons. Lefebvre que el día que acordárais sería porque Roma ofrecería las garantías para que podáis hacer vuestro apostolado con mayor eficacia por todo el mundo sin impedimentos, señal de su buena voluntad.
Y como viese la FSSPX que el árbol romano era apetecible y la prelatura una delicia para los ojos, tomó este fruto y lo aceptó y comió, y dio también a sus fieles para que comieran y estos comieron. Efectivamente, se les abrieron a muchos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban limpios de las cicatrices del combate; por lo cual recurrieron a la pompa litúrgica para taparse y justificar su reconocimiento, tratando de hacer creer que nada malo había ocurrido.