San Luis María Grignion de Montfort y la Santísima Virgen María
Dice Nuestro
Señor en el Evangelio de hoy: semejante es el reino de los cielos a la
levadura que toma una mujer y la esconde en tres medidas de harina hasta que
todo haya fermentado. La levadura, que hace crecer la masa, es la
caridad, que en el Bautismo es puesta por Dios en nuestras almas, que se pierde
enteramente con cualquier pecado mortal, que se recupera cuando Dios perdona
nuestros pecados mortales, y que crece ilimitadamente en nuestras almas si
nosotros queremos que crezca, porque Dios quiere que crezca.
Y sigue diciendo Nuestro Señor: semejante es el reino de los cielos a un grano de
mostaza que tomó un hombre y sembró en su campo. Ésta es la menor de las semillas,
pero después que crece, es mayor que todas las legumbres, y se hace un árbol,
de modo que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas.
A propósito de ese árbol, San Luis María Grignion de
Montfort, en su libro “El Secreto de María”, compara la devoción a la Sma. Virgen María con un árbol plantado por el Espíritu Santo en
nuestros corazones, al que llama árbol
de la Vida. Has de poner todo cuidado -dice- en cultivarlo para que dé fruto a su tiempo. Esta devoción es el grano
de mostaza de que habla el Evangelio, que siendo, al parecer, el más pequeño de
los granos, llega, sin embargo, a ser una planta muy grande.
Forma de cultivar este árbol, según el santo:
1.- Plantado
este árbol en un corazón muy fiel, quiere estar expuesto a todos los vientos
sin apoyo alguno humano; de modo que uno no debe apoyarse en sus esfuerzos, o
en sus capacidades naturales, o en su prestigio, o en los hombres; sino que hay que recurrir a María y apoyarse en su
socorro.
Esto no significa que no haya que hacer esfuerzos o recurrir muchas veces a la
ayuda humana, sino que lo primero y lo que constantemente debemos hacer en las
dificultades, es recurrir a la Sma. Virgen, poniendo una absoluta confianza en
su intercesión.
2.-El alma en la
que este árbol ha sido plantado, como
buen jardinero, ha de estar siempre cuidándolo.
Porque este árbol que es vivo y debe producir frutos de vida, quiere que se le
cultive y haga crecer. ¿Cómo cultivarlo y hacerlo crecer? Prestándole
atención. Siendo conscientes de lo espiritual. Queriendo amar a la Madre de
Dios. Evitando vivir en la superficialidad, en la ceguera del mundo que se
separa siempre más de Dios.
3.- Y así, hay
que arrancar y cortar las espinas y
cardos que con el tiempo pudieran ahogar este árbol e impedir que dé
fruto... es decir, hay que ser fiel en cortar,
con la mortificación y abnegación de sí mismo, todos los placeres inútiles y
las vanas ocupaciones respecto de las criaturas; en otros términos: crucificar
la carne, controlar la lengua y mortificar los sentidos. Y
dejarse podar por la cruces involuntarias (enfermedades, fracasos, injusticias,
persecuciones, etc.).
4.- Hay que
tener cuidado de que las orugas no le
dañen. Estas orugas que comen las hojas verdes y destruyen las hermosas
esperanzas de fruto que había en el árbol, son el excesivo amor propio y el
excesivo amor a las comodidades... porque no se pueden conciliar en manera
alguna el egoísmo y el amor de María.
5.- No hay que dejar que los animales se
acerquen a él. Estos animales son los pecados
(mortales) que… matan este Árbol de la Vida. Ni siquiera hay
que permitir que lo alcancen con su aliento, esto es, los pecados veniales, que
son siempre muy peligrosos si no les damos importancia.
6.- Hay que regar este árbol divino, frecuentando
la oración y los sacramentos, sin lo cual dejaría de dar fruto. En la
Resistencia no se puede asistir a misa y comulgar todos los días, pero todos
los días se puede rezar. Recen el Rosario. Está comprobado que las familias en
las que se reza el Rosario van bien y aquéllas que no, van mal.
7. No hay que entristecerse si el viento lo
agita y sacude, porque es necesario que el viento de las tentaciones sople para derribarle, y
que las nieblas y heladas lo rodeen para destruirlo; es decir, que esta
devoción a la Santísima Virgen, necesariamente ha de ser atacada y contradicha;
pero si se persevera en cultivarla nada hay que temer.
Si así cultivas
tu Árbol de la Vida, plantado en ti por el Espíritu Santo, en poco tiempo
crecerá tan alto, que las aves del cielo harán morada en él y vendrá a ser tan
perfecto que dará a su tiempo el fruto de honor y de gracia, es decir, el
amable Jesús, que siempre ha sido y siempre será el único fruto de María. Es
decir, que daremos a Dios el fruto de una vida realmente unida a Cristo, de la
vida de Cristo en nuestras vidas. San Pablo decía: “no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí”.
Dichosa el alma
en quien está plantado el Árbol de la
Vida -termina
diciendo el santo-, que es [la devoción a] María; y más dichosa aquella en que éste ha
podido crecer y florecer;
dichosísima aquella en que da su fruto (las
buenas obras, la obediencia a la voluntad de Dios, la vida en Cristo) y lo conserva hasta la muerte, y por los
siglos de los siglos.