domingo, 15 de noviembre de 2020

SERMÓN PARA EL VI DOMINGO DE EPIFANÍA - P. Trincado

 
San Luis María Grignion de Montfort y la Santísima Virgen María

Dice Nuestro Señor en el Evangelio de hoy: semejante es el reino de los cielos a la levadura que toma una mujer y la esconde en tres medidas de harina hasta que todo haya fermentado. La levadura, que hace crecer la masa, es la caridad, que en el Bautismo es puesta por Dios en nuestras almas, que se pierde enteramente con cualquier pecado mortal, que se recupera cuando Dios perdona nuestros pecados mortales, y que crece ilimitadamente en nuestras almas si nosotros queremos que crezca, porque Dios quiere que crezca.

Y sigue diciendo Nuestro Señor: semejante es el reino de los cielos a un grano de mostaza que tomó un hombre y sembró en su campo. Ésta es la menor de las semillas, pero después que crece, es mayor que todas las legumbres, y se hace un árbol, de modo que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas.

A propósito de ese árbol, San Luis María Grignion de Montfort, en su libro “El Secreto de María”, compara la devoción a la Sma. Virgen María con un árbol plantado por el Espíritu Santo en nuestros corazones, al que llama árbol de la Vida. Has de poner todo cuidado -dice- en cultivarlo para que dé fruto a su tiempo. Esta devoción es el grano de mostaza de que habla el Evangelio, que siendo, al parecer, el más pequeño de los granos, llega, sin embargo, a ser una planta muy grande.

Forma de cultivar este árbol, según el santo:

1.- Plantado este árbol en un corazón muy fiel, quiere estar expuesto a todos los vientos sin apoyo alguno humano; de modo que uno no debe apoyarse en sus esfuerzos, o en sus capacidades naturales, o en su prestigio, o en los hombres; sino que hay que recurrir a María y apoyarse en su socorro. Esto no significa que no haya que hacer esfuerzos o recurrir muchas veces a la ayuda humana, sino que lo primero y lo que constantemente debemos hacer en las dificultades, es recurrir a la Sma. Virgen, poniendo una absoluta confianza en su intercesión.

2.-El alma en la que este árbol ha sido plantado, como buen jardinero, ha de estar siempre cuidándolo. Porque este árbol que es vivo y debe producir frutos de vida, quiere que se le cultive y haga crecer. ¿Cómo cultivarlo y hacerlo crecer? Prestándole atención. Siendo conscientes de lo espiritual. Queriendo amar a la Madre de Dios. Evitando vivir en la superficialidad, en la ceguera del mundo que se separa siempre más de Dios.

3.- Y así, hay que arrancar y cortar las espinas y cardos que con el tiempo pudieran ahogar este árbol e impedir que dé fruto... es decir, hay que ser fiel en cortar, con la mortificación y abnegación de sí mismo, todos los placeres inútiles y las vanas ocupaciones respecto de las criaturas; en otros términos: crucificar la carne, controlar la lengua y mortificar los sentidos. Y dejarse podar por la cruces involuntarias (enfermedades, fracasos, injusticias, persecuciones, etc.).

4.- Hay que tener cuidado de que las orugas no le dañen. Estas orugas que comen las hojas verdes y destruyen las hermosas esperanzas de fruto que había en el árbol, son el excesivo amor propio y el excesivo amor a las comodidades... porque no se pueden conciliar en manera alguna el egoísmo y el amor de María.

5.- No hay que dejar que los animales se acerquen a él. Estos animales son los pecados (mortales) que… matan este Árbol de la Vida. Ni siquiera hay que permitir que lo alcancen con su aliento, esto es, los pecados veniales, que son siempre muy peligrosos si no les damos importancia.

6.- Hay que regar este árbol divino, frecuentando la oración y los sacramentos, sin lo cual dejaría de dar fruto. En la Resistencia no se puede asistir a misa y comulgar todos los días, pero todos los días se puede rezar. Recen el Rosario. Está comprobado que las familias en las que se reza el Rosario van bien y aquéllas que no, van mal.

7. No hay que entristecerse si el viento lo agita y sacude, porque es necesario que el viento de las tentaciones sople para derribarle, y que las nieblas y heladas lo rodeen para destruirlo; es decir, que esta devoción a la Santísima Virgen, necesariamente ha de ser atacada y contradicha; pero si se persevera en cultivarla nada hay que temer.

Si así cultivas tu Árbol de la Vida, plantado en ti por el Espíritu Santo, en poco tiempo crecerá tan alto, que las aves del cielo harán morada en él y vendrá a ser tan perfecto que dará a su tiempo el fruto de honor y de gracia, es decir, el amable Jesús, que siempre ha sido y siempre será el único fruto de María. Es decir, que daremos a Dios el fruto de una vida realmente unida a Cristo, de la vida de Cristo en nuestras vidas. San Pablo decía: “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.

Dichosa el alma en quien está plantado el Árbol de la Vida -termina diciendo el santo-, que es [la devoción a] María; y más dichosa aquella en que éste ha podido crecer y florecer; dichosísima aquella en que da su fruto (las buenas obras, la obediencia a la voluntad de Dios, la vida en Cristo) y lo conserva hasta la muerte, y por los siglos de los siglos.