"Es indicativo el que tanto la Conferencia de Obispos Católicos como Planned Parenthood expresen su satisfacción por la presunta victoria electoral de la misma persona. Esa unanimidad de consenso recuerda el apoyo entusiasta de las Logias Masónicas con motivo de la elección de Jorge Mario Bergoglio, quién tampoco estaba libre de la sombra del fraude dentro del Cónclave y fue igualmente deseado por el estado profundo, como sabemos claramente por los correos electrónicos de John Podesta y los lazos de Theodore McCarrick y sus colegas con los demócratas y con el propio Biden. Un pequeño y muy agradable grupo de compinches, sin duda alguna. (...) el pactum sceleris [complot para cometer un crimen] entre el estado profundo y la iglesia profunda está confirmado y sellado, la esclavitud de los niveles más altos de la jerarquía católica al Nuevo Orden Mundial, negando la enseñanza de Cristo y la doctrina de la Iglesia."
Traducción tomada de Divulgación Total
El mundo en el que nos
encontramos viviendo es, para usar una expresión del Evangelio, “in se
divisum” (Mt 12, 25). Esta división, me parece, consiste en una separación
entre la realidad y la ficción: la realidad objetiva en por un lado, y la
ficción de los medios por el otro. Esto ciertamente se aplica a la pandemia, la
cual se ha utilizado como una herramienta de ingeniería social que es
fundamental para el Gran Reseteo, pero se aplica incluso más a la
situación política surrealista estadounidense, en la cual la evidencia de un
colosal fraude electoral está siendo censurada por los medios, que ahora
proclaman la victoria de Joe Biden como un hecho consumado.
La realidad de Covid
contrasta descaradamente con lo que los medios masivos quieren que creamos,
pero esto no es suficiente para desmantelar el castillo grotesco de falsedades
al que la mayoría de la población se conforma con resignación. De manera
similar, la realidad del fraude electoral, de flagrantes violaciones de las
reglas y la falsificación sistemática de los resultados contrasta con la
narrativa que nos dan los gigantes de la información, que dicen que Joe Biden
es el nuevo presidente de los Estados Unidos, punto. Y así debe ser:
no hay alternativas, ya sea a la supuesta furia devastadora de una gripe estacional
que provocó el mismo número de muertes que el año pasado, o a la inevitabilidad
de la elección de un candidato corrupto y subordinado al estado profundo. De
hecho, Biden ya ha prometido restaurar el encierro.
La realidad ya no
importa: es absolutamente irrelevante cuando está entre el plan concebido y su
realización. Covid y Biden son dos hologramas, dos creaciones artificiales,
listas para adaptarse una y otra vez a las necesidades contingentes o a
respectivamente ser reemplazados cuando sea necesario con Covid-21 y Kamala
Harris. Las acusaciones de irresponsabilidad lanzadas a los partidarios de Trump
por celebrar mítines desaparecen tan pronto como los partidarios de Biden se
reúnen en las calles, como ya ha sucedido en Demostraciones BLM. Lo que es
criminal para algunas personas está permitido para otros: sin explicaciones,
sin lógica, sin racionalidad. El mero hecho de estar en la izquierda, de votar
por Biden, de ponerse máscara es un pase para hacer cualquier cosa, mientras
que el simplemente estar en la derecha, votar por Trump o cuestionar la
efectividad de las máscaras es suficiente motivo de condena y ejecución que no
requiere ninguna pruebas o juicio: ipso facto son etiquetados
como fascistas, soberanistas, populistas, negadores, y aquellos etiquetados con
estos estigmas sociales se supone que simplemente deben retirarse
silenciosamente.
Volvemos así a esa
división entre gente buena y gente mala, que es ridiculizada cuando la usa un
lado, el nuestro, y viceversa, sostenido como un postulado incontestable cuando
es usado por nuestros adversarios. Nosotros hemos visto esto con los
comentarios despectivos en respuesta a mis palabras sobre los «hijos de la
luz» y los «hijos de las tinieblas«, como si mis «tonos
apocalípticos» fueran el fruto de una mente loca delirante y no la simple
observación de la realidad. Pero al rechazar con desdén esa división Bíblica de
la humanidad, de hecho lo han confirmado, restringiéndo sólo para ellos mismos
el derecho a aprobar la legitimidad social, política y religiosa.
Ellos son los buenos, incluso si apoyan la matanza de inocentes, y se supone que debemos superarlo. Ellos son los que apoyan democracia [es posible que el Arz. Viganò recurra a un recurso retórico ad hominem cuando parece aprobar la democracia liberal. Nota de NP], incluso si para poder ganar las elecciones siempre deben recurrir a engaño y fraude, incluso fraude que es descaradamente evidente. Ellos son los defensores de la libertad, incluso si nos privan de ella día tras día. Ellos son objetivos y honestos, incluso si su corrupción y sus delitos son ahora obvios incluso para los ciegos. El dogma que desprecian y del que se burlan en otros es indiscutible e incontrovertible cuando en realidad son ellos quienes lo promocionan.
Pero como he dicho
anteriormente, se están olvidando de un pequeño detalle, una cosa particular
que no pueden comprender: la Verdad existe en sí misma; existe
independientemente de si hay alguien que la crea, porque la Verdad posee en sí
misma, ontológicamente, su propia razón de validez. La Verdad no se puede negar
porque es un atributo de Dios; es Dios mismo. Y todo lo que es verdad participa
de esta primacía sobre las mentiras. Por tanto, podemos estar teológica y
filosóficamente seguros de que esas horas de engaños están contadas, porque
será suficiente el alumbrar luz sobre ellos para hacerlos colapsar. Luz y
oscuridad, precisamente. Entonces dejemos que se arroje luz sobre los engaños
de Biden y los Demócratas, sin dar ni un paso atrás: el fraude que han
conspirado contra el presidente Trump y contra Estados Unidos no permanecerá en
pie por mucho tiempo, ni el fraude mundial de Covid, la responsabilidad de la
dictadura china, la complicidad de los corruptos y traidores, y la esclavitud
de la iglesia profunda. Tout se tient [Todo
encaja].
En este panorama de
mentiras construidas sistemáticamente, difundidas por los medios con
inquietante descaro, la elección de Joe Biden no es sólo deseada, sino se
considera indispensable y por lo tanto verdadera y por lo tanto definitiva.
Aunque no se hayan completado los recuentos de votos; a pesar que las
verificaciones y recuentos de votos solo están comenzando; a pesar de que las
demandas legales que alegan fraude acaban de ser presentadas. Biden debe convertirse
en presidente, porque ellos ya han decidido eso: el voto del
pueblo estadounidense es válido solo si ratifica esa narrativa, de lo
contrario, es «reinterpretado», descartado como desviación del plebiscito,
populismo y fascismo.
Por tanto, no es
sorprendente que los demócratas tengan una actitud tan burda y entusiasmo
violento por su candidato in pectore, ni que los medios y los
comentaristas oficiales tengan una satisfacción tan incontenible, ni que los
líderes políticos de todo el mundo estén expresando su apoyo y sujeción
aduladora al estado profundo. Estamos viendo una carrera para ver
quién puede llegar primero, codeandose y extendiéndose para presumir, para que
se vea que siempre han creído en la aplastante victoria de la marioneta
demócrata.
Pero si entendemos que la
adulación de los jefes de estado y secretarios de partido es simplemente una
parte del guión trillado de la izquierda global, quedamos francamente, bastante
perturbados por las declaraciones la Conferencia de Obispos Católicos de los
Estados Unidos, inmediatamente compartida por Vatican News, que con
inquietante mirada bizca se atribuye el haber apoyado al “segundo presidente
católico en la historia de los Estados Unidos ”, aparentemente olvidando el
detalle nada despreciable de que Biden es ávidamente pro-aborto, partidario de la ideología
LGBT y del globalismo anti-católico. El arzobispo de Los Ángeles, José H.
Gómez, profanando la memoria de los mártires cristeros de su país natal, dice
sin rodeos: «El pueblo estadounidense ha hablado«. Los fraudes que han
sido denunciados y ampliamente probados importan poco: la molesta formalidad
del voto del pueblo, aunque adulterado de mil maneras, debe ahora considerarse
concluido a favor de el abanderado del pensamiento convencional y alineado.
Hemos leído, no sin vomitar, los mensajes de James Martin, S.J., y todos esos
cortesanos que manosean para subirse al carro de Biden con el fin de compartir
su efímero triunfo. Los que no están de acuerdo, los que piden claridad,
quienes recurren a la ley para que sus derechos estén protegidos no tienen
ninguna legitimidad y deben guardar silencio, resignarse y desaparecer. O más
bien: deben estar «unidos» con el coro jubiloso, aplaudir y sonreír. Aquellos
que no acepten son amenazantes a la democracia y deben ser condenados al
ostracismo. Como puede verse, todavía hay dos lados, pero esta vez son
legítimos e indiscutibles porque son ellos los que los imponen.
Es indicativo el que
tanto la Conferencia de Obispos Católicos como Planned Parenthood expresen su
satisfacción por la presunta victoria electoral de la misma persona. Esa
unanimidad de consenso recuerda el apoyo entusiasta de las Logias Masónicas con
motivo de la elección de Jorge Mario Bergoglio, quién tampoco estaba libre de
la sombra del fraude dentro del Cónclave y fue igualmente deseado por el estado
profundo, como sabemos claramente por los correos electrónicos de John Podesta
y los lazos de Theodore McCarrick y sus colegas con los demócratas y con el
propio Biden. Un pequeño y muy agradable grupo de compinches, sin duda alguna.
Con esas palabras de la
USCCB el pactum sceleris [complot para cometer un crimen]
entre el estado profundo y la iglesia profunda está
confirmada y sellada, la esclavitud de los niveles más altos de la jerarquía
católica al Nuevo Orden Mundial, negando la enseñanza de Cristo y la doctrina
de la Iglesia. Tomar nota de esto es el primer paso imperativo para comprender
la complejidad de los eventos presentes y considerarlos en una perspectiva
escatológica sobrenatural. Sabemos, de hecho creemos firmemente que Cristo, la
única Luz verdadera del mundo, ya ha conquistado la oscuridad que trata de
oscurecerlo.
Los católicos
estadounidenses deben multiplicar sus oraciones y rogar al Señor por una
protección especial para el presidente de los Estados Unidos. Les pido a los
sacerdotes, especialmente durante estos días, el recitar el Exorcismo contra
Satanás y los ángeles apóstatas, y el celebrar la Misa Votiva Pro Defensione ab
hostibus. Pidamos confiadamente la intervención de la Bendita Virgen María, a
cuyo Inmaculado Corazón consagramos los Estados Unidos de América y el mundo
entero.
+ Carlo Maria Viganò,
Arzobispo
8 de noviembre del 2020
Dominica XXIII Post Pentecosten