La
Autoridad del Arzobispo – II
La autoridad viene de arriba, no de abajo.
Cortada arriba, no hay forma que siga fluyendo.
Cortada arriba, no hay forma que siga fluyendo.
DCLV
– en teoría, la autoridad del Papa es indispensable para la Iglesia. DCLVI – en
teoría, los sacerdotes necesitan absolutamente al Papa para unirlos. DCLVII –
en la práctica, la autoridad de Monseñor Lefebvre se vio seriamente perjudicada
por no tener al Papa viviente detrás de él. DCLVIII – en la práctica, el
Arzobispo ejerció la autoridad que aún tenía al menos de tres maneras diferentes,
dependiendo de los sujetos sobre los que la ejerció: aquellos que le pidieron
que ejerciera la autoridad sobre ellos en sus términos de él, o aquellos que
sólo pidieron una autoridad parcial en sus propios términos, o aquellos que no
pidieron ninguna.
Fíjese
primero en cómo la clasificación no es hecha por la autoridad, sino por los que
están bajo ella. En otras palabras, los súbditos son los que “llevan la voz
cantante”. Esta situación anormal en la Iglesia es el resultado directo del
Vaticano II, donde la Autoridad Católica se socavó a sí misma radicalmente por
su traición a la Verdad Católica, cuando intentó reemplazar la religión
objetiva de Dios con un sustituto hecho por el hombre, y cambiar la Iglesia
Católica centrada en Dios por la Neo-iglesia centrada en el hombre. Por este
Concilio todos los sacerdotes católicos fueron esencialmente desacreditados,
como lo siguen siendo hasta hoy, y lo seguirán siendo, hasta que los
eclesiásticos vuelvan a decir la Verdad de Dios. Entonces recuperarán su plena
autoridad.
Quienes
pidieron al Arzobispo que ejerciera su autoridad en sus términos de él fueron,
naturalmente, los miembros de las Congregaciones Católicas que él mismo fundó,
en particular la de los Sacerdotes seculares, pero también la de los Religiosos
y Religiosas y la de los Terciarios. Estas Congregaciones las hizo lo más
normales posibles, con grados de obediencia a sí mismo como Superior General,
con votos en las ordenaciones para los sacerdotes, y promesas solemnes en la
entrada formal de los Sacerdotes, Hermanos o Hermanas en sus correspondientes
Congregaciones. Los votos fueron a Dios, y en caso de necesidad han sido a
veces disueltos (discretamente) por la autoridad romana, como es normal. Las
promesas han dependido más bien de la elección de quienes las hicieron, y aquí
la autoridad del Arzobispo fue seriamente socavada, como se dijo en los
“Comentarios” de la semana pasada, al ser condenado oficialmente por el Papa y
sus cofrades obispos. Si un sacerdote decidía dejar la Fraternidad por el liberalismo
de la izquierda o por el sedevacantismo de la derecha, el Arzobispo no podía,
como él decía, hacer nada más que cortar todo contacto futuro, para que tales
sacerdotes no pudieran pretender que todavía estaban en buenos términos con la
Fraternidad. Habían elegido estar por su cuenta.
Aquellos
que, en segundo lugar, pidieron al Arzobispo que ejerciera su autoridad en sus
propios términos de ellos, por ejemplo, para recibir el sacramento de la
Confirmación, él lo hacía gustosamente, en la medida de lo posible dentro de
las normas de la Iglesia, debido a la crisis de la Iglesia que hace
cuestionable la validez de las Confirmaciones conferidas con el Neo-rito de la
Confirmación. Por un lado, decía, los católicos tienen derecho a sacramentos
ciertamente válidos, y si por otro lado no querían tener más nada que ver con
él, esa era su elección y su responsabilidad ante Dios.
Y
en tercer lugar, para aquellos que no le pidieron que ejerciera autoridad sobre
ellos de modo alguno, como un gran número de sacerdotes Tradicionales que
simpatizaban con su Fraternidad pero que nunca quisieron unirse a ella, él
siempre fue generoso con cualquier contacto, amistad, estímulo o consejo que le
pudieran haber pedido, pero nunca fingió ni se comportó ni remotamente como si tuviera
alguna autoridad sobre ellos. Y lo mismo con los laicos. Muchos católicos nunca
estuvieron de acuerdo con la postura que tomó, aparentemente opuesta al Papa,
pero fue impecablemente cortés y listo para responder a las preguntas, si tan
solo el que preguntaba era remotamente merecedor de una respuesta. Y fue la
objetividad y lo razonable de sus respuestas lo que convirtió a muchos
neo-eclesiásticos en Tradicionalistas que se pondrían bajo su ministerio o bajo
la guía de sus sacerdotes.
En
resumen, el Concilio paralizó a la Autoridad de la Iglesia, pero donde había
voluntad había un camino, o al menos un camino sustituto, para que las almas
buscaran la salvación eterna, lo cual es extremadamente difícil sin los
sacerdotes. A través del Arzobispo, especialmente pero no únicamente, Dios
garantizó este camino sustituto para las almas, el cual todavía está ahí.
Kyrie
eleison.