martes, 25 de febrero de 2020

AYUNO Y ABSTINENCIA DURANTE LA CUARESMA: LA SAJM ABANDONA LA PRÁCTICA CUARESMAL MODERNISTA



PabloVI, mediante la Constitución Apostólica Pӕnitemini, de 17 de febrero de 1966, destruyó la práctica cuaresmal tradicional del ayuno y la abstinencia.

El año 2018, el Monseñor Faure, Superior general de la SAJM, dispuso que la congregación abandone para siempre la práctica cuaresmal modernista, y se rija por lo que prescribe el Código de Derecho Canónico de 1917:


Canon 1250. La ley de la abstinencia prohíbe comer carne y caldo de carne, pero no prohíbe comer huevos, lacticinios y cualesquiera condimentos, aunque sean de grasa de animales.

Canon 1251.  §1. La ley del ayuno prescribe que no se haga sino una sola comida al día; pero no prohíbe tomar algún alimento por la mañana y por la tarde, con tal que se observe, respecto de la cantidad y la calidad, la costumbre aprobada en cada lugar.
§2. Tampoco está prohibido mezclar carne y pescado en la misma comida; ni cambiar la colación de la noche con la comida del mediodía.

Canon 1252.  §1. La ley de sola la abstinencia se ha de observar todos los viernes del año.
§2. Obliga la ley de la abstinencia con ayuno el miércoles de Ceniza, los viernes y sábados de Cuaresma y los tres días de las Cuatro Témporas, las vigilias de Pentecostés, de la Inmaculada Concepción, de la fiesta de Todos los Santos y de la Natividad del Señor.
§3. La ley de solo el ayuno se ha de observar todos los restantes días de Cuaresma.
§4. Cesa la ley de la abstinencia, o de la abstinencia y del ayuno, o del ayuno solo, en los domingos o fiestas de precepto, exceptuadas las fiestas que caigan en Cuaresma, y no se anticipan las vigilias; cesa también dicha ley el Sábado Santo después de mediodía.

Canon 1254.  §1. Están obligados a guardar abstinencia cuantos hayan cumplido los siete años de edad.
§2. Obliga la ley del ayuno a todos desde que han cumplido veintiún años de edad hasta que hayan comenzado el sexagésimo.


DE UN SERMÓN DE MONS. LEFEBVRE:

Nuestro Señor nos dio el ejemplo durante Su vida, aquí en la tierra: orar y hacer penitencia. Nuestro Señor, siendo libre de la concupiscencia y el pecado, hizo penitencia y ofreció reparación por nuestros pecados, mostrándonos así que nuestra penitencia puede ser beneficiosa no sólo para nosotros mismos, sino también para otros. 
Orad y haced penitencia. Haced penitencia con el fin de orar mejor, con el fin de estar más cerca de Dios Todopoderoso. Eso es lo que todos los santos hicieron, y es lo que nos recuerdan todos los mensajes de la Santísima Virgen.
¿Osaríamos decir que esta necesidad es menos importante en nuestros días que lo que fue en tiempos pasados? Por el contrario, podemos y debemos afirmar que hoy, más que nunca, la oración y la penitencia son necesarias porque se ha hecho todo lo posible para disminuir y denigrar estos dos elementos fundamentales de la vida cristiana.
Nunca antes se había visto que el mundo buscase satisfacer, sin ningún límite, los desordenados instintos de la carne, incluso hasta el punto de asesinar a millones de inocentes niños no nacidos. 
En estos tiempos, cuando incluso los hombres de Iglesia se alinean con el espíritu del mundo, somos testigos de la desaparición de la oración y la penitencia, particularmente en su carácter de reparación de pecados y para obtener el perdón de las culpas. 
En el Concilio los obispos pidieron una disminución del ayuno y la abstinencia en tal manera que las prescripciones prácticamente han desaparecido. Debemos reconocer el hecho de que esta desaparición es consecuencia del espíritu ecumenista y protestante que niega la necesidad de nuestra participación para la aplicación de los méritos de Nuestro Señor para cada uno de nosotros en la remisión de nuestros pecados y la restauración de nuestra filiación divina, esto es, nuestro carácter de hijos adoptivos de Dios.
En el pasado los mandamientos de la Iglesia preveían:
  • Ayuno obligatorio todos los días de la Cuaresma (excepto los Domingos), los días de las Témporas y en muchas vigilias;
  • Abstinencia todos los Viernes del año, los Sábados de Cuaresma y, en numerosas diócesis, todos los Sábados del año.
Lo que quedó de esas prescripciones fue el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia para el Miércoles de Ceniza y los Viernes de Cuaresma.
Uno se sorprende ante los motivos de tan drástica disminución. 
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad, pues serán saciados. La santidad se obtiene por medio de la Cruz, la penitencia y el sacrificio. Si verdaderamente buscamos la perfección, debemos seguir el Camino de la Cruz.
Escuchemos, durante este tiempo de Cuaresma, el llamado de Jesús y María, y comprometámonos a seguirlos en esta Cruzada de Oración y Penitencia.
Que nuestras oraciones, nuestras súplicas y nuestros sacrificios nos alcancen del Cielo la gracia para aquellos que están en lugares de responsabilidad en la Iglesia retornen a la verdadera y santa tradición, que es la única solución para revivir y florecer nuevamente las instituciones de la Iglesia.