Cuando el diablo trata de persuadirnos a pecar, enfatiza la supuesta bondad de la acción mala que quiere que hagamos, mientras que eclipsa los aspectos que son necesariamente contrarios a los mandamientos de Dios. No nos dice: peca y ofende al Señor que murió por ti en la Cruz, porque sabe que una persona normal no quiere el mal en sí mismo, sino que suele hacer el mal bajo la apariencia del bien.
Esta estrategia de engaño se repite invariablemente. Para inducir a una madre a abortar, Satanás no le pide que se complazca con el asesinato del hijo que lleva en su vientre, sino que piense en las consecuencias del embarazo, en el hecho de que perderá su trabajo, o en que es demasiado joven e inexperta para criar y educar a un niño; y casi parece que esa madre, al hacerse asesina mediante el infanticidio, muestra sentido de responsabilidad al querer evitar a la inocente criatura una vida sin amor. Para convencer a un hombre de que cometa adulterio, el espíritu tentador le muestra las supuestas ventajas de encontrar una salida en una relación extramatrimonial, todo ello en beneficio de la paz de la familia. Para instar a un sacerdote a aceptar las desviaciones heréticas de sus superiores, hace hincapié en la obediencia a la autoridad y en la preservación de la comunión eclesial.
Evidentemente, estos engaños sirven para arrastrar a las almas lejos de Dios, para borrar en ellas la gracia, para mancharlas de pecado, para oscurecer su conciencia, de tal manera que la próxima caída sea tanto más casual cuanto más grave sea. En cierto modo, la acción del demonio se expresa como la “ventana de Overton”, haciendo menos horrible la ofensa a Dios, haciéndonos creer que el castigo que nos espera es menos terrible, y más aceptables las consecuencias de nuestra culpa.
El Señor es bueno: perdona a todos, nos susurra, cuidando de alejarnos del pensamiento de la Pasión de Cristo, del hecho de que cada golpe de azote, cada bofetada, cada espina clavada en su cabeza, cada clavo clavado en su carne es fruto de nuestros pecados. Y luego, si caes en la tentación, no es culpa tuya sino de tu fragilidad. Y una vez hundida, pecado tras pecado, en el hábito del mal y del vicio, el alma se deja arrastrar más y más abajo, hasta que la petición del demonio se presenta en todo su horror: Rebélate contra Dios, recházalo, blasfémalo, ódialo porque te ha privado de tu derecho a la felicidad con preceptos opresivos.
Este, bien mirado, es el elemento recurrente en la tentación, desde el pecado de Adán: mostrar el mal bajo falsas apariencias de bien, y el bien como un obstáculo molesto para el cumplimiento de la propia voluntad rebelde.
La Iglesia, que es nuestra Madre, sabe bien lo peligroso que es para un alma cristiana ignorar esta estrategia infernal. Confesores, directores espirituales y predicadores consideraron esencial explicar a los fieles cómo actúa el demonio, para que comprendieran con la inteligencia el fraude del maligno, a fin de poder oponerse a él con la voluntad, ayudados en esto por la asiduidad en la oración y el uso frecuente de los sacramentos. Por otra parte, ¿cómo imaginar a una madre que anima a su hijo a no progresar en el amor de Dios, y que asegura que el Señor le concederá la salvación incondicionalmente? ¿Qué madre asistiría a la ruina de su hijo, sin intentar advertirle e incluso castigarle para que comprenda la gravedad de sus actos y no se haga daño para toda la eternidad?
La delirante Declaración Fiducia supplicans publicada recientemente por la parodia del antiguo Santo Oficio rebautizado como Dicasterio, descorre definitivamente el velo de hipocresía y engaño de la jerarquía bergogliana, mostrando a estos falsos pastores por lo que realmente son: siervos de Satanás y sus más celosos aliados, empezando por el usurpador que se sienta – abominación de la desolación – en el Trono de Pedro. El propio incipit del documento suena, como todos los emitidos por Bergoglio, burlón y engañoso: porque la confianza en el perdón de Dios sin arrepentimiento se llama presunción de salvación sin méritos, y es un pecado contra el Espíritu Santo.
La falsa solicitud pastoral de Bergoglio y sus cortesanos respecto a adúlteros, concubinos y sodomitas debe ser denunciada en primer lugar por los presuntos beneficiarios del documento vaticano, que son las primeras víctimas del sulfuroso fariseísmo conciliar y sinodal. Es su alma inmortal la que se sacrifica al ídolo Woke, porque el día del Juicio Particular descubrirán que han sido engañados y traicionados por quienes en la Tierra ostentan la autoridad de Cristo. La culpa de la que el Señor acusará a estos desgraciados no sólo se referirá a los pecados cometidos, sino también y sobre todo a haber querido creer en una mentira diabólica, en un fraude de falsos pastores -empezando por Bergoglio y Tucho- que la conciencia les había mostrado como tal. Mentira que quieren creer muchos miembros de la Jerarquía, que esperan tarde o temprano poder recibir la misma bendición junto a sus cómplices en el vicio, ratificando ese estilo de vida sacrílego y pecaminoso que ya practican, y con la ostentosa anuencia de Bergoglio.
El hecho de que la declaración de Tucho Fernández aprobada por Bergoglio reitere que la bendición de una pareja irregular no debe parecer una forma de rito nupcial, y que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer, forma parte de la estrategia de engaño. Porque de lo que se trata no es de si el matrimonio puede ser contraído por dos hombres o dos mujeres, sino de si las personas que viven en estado de pecado grave pueden merecer, como pareja irregular, una bendición impartida por un diácono o un sacerdote, con la única precaución de que no dé la impresión de ser una celebración litúrgica.
La atención del sanedrín vaticano se dirige enteramente a tranquilizar al pueblo cristiano diciéndole que no tienen intención de formalizar nuevas formas de matrimonio, mientras se pasa totalmente por alto el estado de pecado mortal y grave escándalo de quienes recibirían tal bendición, y el peligro de condenación eterna que pesa sobre esas pobres almas. Por no hablar del impacto social que esta declaración tendrá sobre quienes no son católicos, y que gracias a ella se considerarán con derecho a excesos mucho peores. Cabe preguntarse si en esta carrera por legitimar la sodomía -lograda sin llegar a celebrar matrimonios entre sodomitas- hay un conflicto de intereses en quienes la proponen con tanta insistencia: es como si los gobernantes se protegieran con un escudo legal contra la responsabilidad antes de imponer a la población un suero genético experimental sobre cuyos efectos adversos no están ajenos.
No cabe duda: es un duro despertar para los llamados conservadores, que se encuentran descaradamente burlados por el prefecto Tucho, quien se preocupa de que la bendición de una pareja no parezca un matrimonio, pero no tiene nada que decir sobre la pecaminosidad intrínseca del concubinato público y la sodomía. Lo importante es que los moderados -defensores del Vaticano II- puedan darse por satisfechos con esa apostilla jesuítica (en este caso: que esas bendiciones espontáneas y no rituales no son un matrimonio) que tendría que salvar la doctrina sobre el papado mientras empuja a las almas a la condenación.
Para los sacerdotes que no accedan a bendecir a estos desgraciados, se preparan dos vías: la primera, ser expulsados de la parroquia o de la diócesis ad nutum Pontificis; la segunda, resignarse a trocar su derecho a disentir a cambio del reconocimiento del derecho de otros cofrades a aprobar; algo ya visto en el ámbito litúrgico con Summorum Pontificum. En resumen, la operación de Bergoglio es un desahogo de la Fe, donde se puede encontrar de todo, desde los ritos de la Semana Santa anterior a 1955 hasta las “Eucaristías” LGBT, siempre que no se cuestione nada de su “pontificado”.
A esto se añade el escándalo para los católicos, que, ante los horrores de la secta de Santa Marta, se ven tentados a abrazar el cisma o a abandonar la Iglesia. Y de nuevo: ¿con qué amargura y sentimiento de desilusión mirarán a Roma aquellas personas que, conscientes de su situación de irregularidad objetiva, han buscado y buscan con todas sus fuerzas y con la gracia de Dios no pecar y vivir conforme a los Mandamientos? ¿Cómo se sentirán esas personas que piden una voz paterna que les exhorte a continuar por el camino de la santidad, y no el reconocimiento ideológico de sus vicios que saben incompatibles con la moral natural?
Preguntémonos: ¿qué quiere conseguir Bergoglio? Nada bueno, nada verdadero, nada santo. No quiere que las almas se salven; no proclama el Evangelio oportunamente, importunando para llamar a las almas a Cristo; no les muestra al Salvador flagelado y ensangrentado para espolearlas a cambiar de vida. No. Bergoglio quiere su condenación como un tributo infernal a Satanás y un desafío descarado a Dios.
Pero hay un propósito más inmediato y sencillo de conseguir: provocar a los católicos para que se aparten de su Iglesia y le dejen vía libre para convertirla en la concubina del Nuevo Orden Mundial. Las mujeres sacerdotes, las bendiciones a homosexuales, los escándalos sexuales y financieros, el negocio de la inmigración, las campañas de vacunación forzosa, la ideología de género, el ecologismo neomalthusiano, la gestión tiránica del poder son las herramientas con las que escandalizar a los fieles, asquear a los que no creen, desacreditar a la Iglesia y al papado. Pase lo que pase, Bergoglio ya ha conseguido su objetivo, que es la premisa para asegurarse el consentimiento de herejes y fornicarios que le reconozcan como Papa, expulsando cualquier voz crítica.
Si este documento, junto con otros pronunciamientos más o menos oficiales, tuviera realmente como finalidad el bien de los adúlteros, concubinarios y sodomitas, debería haberles señalado el heroísmo del testimonio cristiano, recordarles la abnegación que Nuestro Señor pide a cada uno de nosotros y enseñarles a poner su confianza en la gracia de Dios para superar las pruebas y vivir en conformidad con Su Voluntad. Por el contrario, les anima, les bendice como irregulares, como si no lo fueran; pero al mismo tiempo les priva del matrimonio, y de este modo admite que son irregulares. Bergoglio no les pide que cambien de vida, sino que autoriza una farsa grotesca en la que dos hombres o dos mujeres podrán presentarse ante un ministro de Dios para ser bendecidos, junto con sus familiares y amigos, y luego celebrar esta unión pecaminosa con un banquete con corte de la tarta y regalos. Pero no es una boda, que quede claro…
Me pregunto qué va a impedir que esta bendición se imparta no a una pareja, sino a varias personas en nombre del poliamor, o a menores en nombre de la libertad sexual que la élite globalista está introduciendo a través de la ONU y otras organizaciones internacionales subversivas. ¿Bastará con señalar que la Iglesia no aprueba las uniones polígamas ni la pederastia para que se bendiga a polígamos y pederastas? ¿Y por qué no extender este truco a los que practican la zoofilia? Siempre sería en nombre de la acogida, de la integración, de la inclusividad.
La misma falsificación diabólica está teniendo lugar para las mujeres sacerdotes. Si, por una parte, el Sínodo sobre la sinodalidad no abordó la ordenación de las mujeres, por otra, ya se está planificando una forma de “ministerio no ordenado” que les permitiría presidir celebraciones espurias con el pretexto de que ya no hay sacerdotes ni diáconos. También en este caso, los fieles ven en el altar a una mujer con alba leyendo el Evangelio, predicando, distribuyendo la Comunión, igual que haría un sacerdote, pero sin serlo. Se hace con la nota a pie de página vaticana de que es un ministerio que no cuestiona el sacerdocio católico.
El distintivo de la Iglesia conciliar y sinodal, de esta secta de rebeldes y pervertidos, es la falsedad y la hipocresía. Su propósito es intrínsecamente malo, porque arrebata el honor de Dios, expone a las almas al peligro de condenación, les impide hacer el bien y las incita a hacer el mal. Los que continúan siguiendo la doctrina y los preceptos de la Iglesia católica en la iglesia bergogliana, están fuera de lugar y tarde o temprano acabarán separándose de ella o claudicando.
La Iglesia católica es la única arca a través de la cual el Señor ha ordenado la salvación y santificación de la humanidad. Dondequiera que lo que parece ser la Iglesia actúa y trabaja para la condenación de la humanidad, no es la Iglesia, sino más bien su falsificación blasfema. Lo mismo sucede con el papado, que la providencia quiso como vínculo de caridad en la verdad, y no como instrumento para dividir, escandalizar y condenar a las almas.
Exhorto a todos los que han recibido la dignidad cardenalicia, a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los clérigos y a los fieles, a que se opongan con la mayor firmeza a esta loca carrera hacia el abismo a la que una secta de apóstatas renegados quiere forzarnos. Imploro a los obispos y ministros de Dios -por las santísimas llagas de Nuestro Señor Jesucristo- no sólo que alcen su voz para defender la enseñanza inmutable de la Iglesia y condenar las desviaciones y herejías, bajo cualquier apariencia que aparezcan; sino también que adviertan a los fieles e impidan estas bendiciones sacrílegas en sus diócesis. El Señor nos juzgará basándose en su santa ley, y no en las seducciones farisaicas de quienes sirven al enemigo.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo