La Tierra no gime, Su Santidad. Los burros rebuznan, los búhos ululan, los pajarillos cantan y los necios profieren sandeces. Pero la Tierra no gime, ni ladra, ni llora, ni habla ni sufre. Déjese de metáforas personificadoras, porque rozan la idolatría y dan la sensación de que nuestro planeta fuera un dios al que adorar y rendir sacrificios. Por ejemplo, los niños abortados; los ancianos y enfermos eliminados por la eutanasia.
Cada vez que alguien me quiere salvar, pongo el trasero contra la pared. Salvador no hay más que uno: Jesucristo. Y Cristo no predicó contra el cambio climático ni ofreció un mundo terrenal utópico, un nuevo paraíso terrenal: nos ofreció la vida eterna, la bienaventuranza de los santos en el cielo. Y para ellos predicó la conversión, el Reino de Dios; y que la felicidad y la libertad se consiguen obedeciendo la voluntad de Dios y cumpliendo sus Mandamientos. Y para que pudiéramos cumplir los mandamientos y salvarnos, nos dejó los sacramentos. El primero de todos, el bautismo, que nos hace hijos adoptivos de Dios en Jesucristo. Y después la confesión de los pecados y la Santa Misa. La felicidad y la libertad se alcanzan comulgando en gracia de Dios: esa es la unión del alma con Dios, que anticipa la bienaventuranza en el cielo.
Todas las almas de los hombres son inmortales. Pero las de los justos, además de inmortales, son divinas. Los justos, los humildes; los pobres que saben que sin Dios no pueden hacer nada y que sus vidas están en manos de su Creador y Señor; los que tienen hambre y sed de justicia; los que lloran a causa de tanto pecado, de tanta oscuridad, de tanto mal… Los guerreros de Dios, los hijos de María, vivirán y triunfarán, aunque mueran.
El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Este mundo desparecerá, cuando Dios quiera.
Acabar con las guerras y la devastación ambiental solo se podrá conseguir cuando todos los pueblos se arrodillen ante Cristo. Es el pecado quien provoca las guerras. Todo mal viene del pecado. Y el único que quita el pecado del mundo es Cristo. ¿Por qué no se lo dice el Santo Padre con claridad y por caridad a los mahometanos, a los budistas, a los hinduistas, a los animistas y a todos los que viven en el error y en la idolatría.
Maldita la falta que hace una conversión ecológica. Hace falta una conversión a Cristo.
Leer artículo completo en Infocatólica.