Lo que hemos visto estos días, con la publicación del documento vaticano que fomenta la blasfemia de bendecir el pecado nefando que llevó a la destrucción de Sodoma y Gomorra (Jud 7), no es otra cosa que la versión moderna de la apostasía que reinó en Israel previa al alzamiento de los macabeos. También entonces la autoridad se puso al servicio del mal:
El rey les autorizó a adoptar la legislación pagana; y entonces, acomodándose a las costumbres de los gentiles, construyeron en Jerusalén un gimnasio, disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se asociaron a los gentiles y se vendieron para hacer el mal.1 Mac 1,13-15
La diferencia es que aunque los apóstatas salían del pueblo de Dios, el rey era pagano y no parte de la nación santa elegida por el Señor. Hoy el monarca es el que ha sido puesto al frente de ese pueblo, con autoridad para atar y desatar a fin de confirmar en la fe, aunque demuestra tener la pretensión de haber recibido una autoridad absoluta, capaz de convertir en bien (bendecir) lo que Dios ha determinado que es mal.
Resulta absurdo debatir siquiera sobre la maldad del texto concebido y parido por la mente de los siervos de Satanás que quieren adueñarse de las almas de los fieles, del alma de la Iglesia. No caben interpretaciones buenistas. No vale de nada apelar a una supuesta ambigüedad. Esta vez los siervos de las tinieblas han decidido disimular poco, y aunque han adornado su inicuidad con la palabrería propia de los fariseos que se oponen a la gracia de Dios, a la verdadera misericordia, a Cristo crucificado, todo el mundo -salvo los ignorantes o los sectarios- ve cuál es el objetivo perverso de ese texto.
Ante el mal, la gran mayoría de los pastores ha optado por callarse, al menos por el momento. Si su silencio persiste, pasarán a ser parte de los tibios, a los que Cristo vomitará de su boca (Ap 3,16). Los que llevan largo tiempo intentando derribar el muro de la fe y la moral católicas exultan de gozo ante la iniquidad vaticana. Roma está por el momento de su parte, como Caifás estuvo entre los que querían crucificar a Cristo. Pero un número creciente de pastores de almas están mostrando el camino a seguir, negándose a aceptar tanta miseria espiritual, doctrinal y pastoral.
Abren de par en par las puertas del infierno quienes en vez de señalar el camino del arrepentimiento optan por bendecir el pecado. Son asesinos de almas, criminales de la peor especie, aquellos de quienes San Pablo dice que “aunque conocían el veredicto de Dios según el cual los que hacen estas cosas son dignos de muerte, no solo las practican sino que incluso aprueban a los que las hacen” (Rom 1,32).
¿Qué hacer? Lo mismo que los Macabeos:
Pero Matatías respondió en voz alta: «Aunque todos los súbditos del rey le obedezcan apostatando de la religión de sus padres y aunque prefieran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la Alianza de nuestros padres. ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres! No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión ni a derecha ni a izquierda».1 Mac 2,19-22
No cabe obedecer a los inicuos. Nada hay que justifique apartarse de la fe católica. Dios se encargará de aquellos que atentan contra la misma, de los criminales espirituales que pretenden llevar a todo el pueblo hacia la apostasía. No ocurre nada que de lo que no se nos haya advertido con anterioridad. Toca pelear la buena batalla de la fe contra los que van a morar en el infierno junto a Satanás y sus ángeles:
Queridos míos, al poner todo mi empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo animándoos a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos. Pues se han infiltrado ciertos individuos cuya condenación está prescrita desde antiguo, impíos que han convertido en libertinaje la gracia de nuestro Dios y rechazan al único Soberano y Señor Jesucristo.Aunque lo habéis conocido todo de una vez para siempre, quiero recordaros, sin embargo, que el Señor habiendo salvado al pueblo de la tierra de Egipto, después exterminó a los que no creyeron; y que a los ángeles que no se mantuvieron en su rango sino que abandonaron su propia morada los tiene guardados para el juicio del gran Día, atados en las tinieblas con cadenas perpetuas.Jud 3-6
Aquella que aplasta la cabeza de la serpiente, aplastará las cabezas de los siervos del Enemigo de nuestras almas.
María, Destructora de las herejías, ruega por nosotros.
Cristo, ¡ven pronto!
Luis Fernando Pérez Bustamante