domingo, 6 de mayo de 2018

MENSAJE ACUERDISTA DEL P. BOUCHACOURT


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LA LEVADURA EN LA MASA

Por el P. Christian Bouchacourt

Con ocasión de los atentados que han sumido a nuestro país en el luto, hemos visto a los hombres permanecer fieles a su deber de Estado a riesgo de sus vidas. Pienso en particular en el coronel Beltrame.
La emoción suscitada por estos episodios de valentía nos recuerda que, para nosotros los cristianos, más allá de los héroes de la ciudad (ya admirables), nuestros verdaderos héroes deben ser los santos. Ellos también sacrificaron todo, pero por Dios.
No más que los auténticos héroes, los santos canonizados no han sido muy numerosos. Y sin embargo, cada uno en su propio género, con el poder del Espíritu Santo, han cambiado el mundo, guiando a los hombres hacia el bien a través de su acción y ejemplo, convirtiéndose en modelos e inspiradores, animando a los más débiles, suscitando imitadores.
Porque no es la cantidad lo que hace la eficacia, sino la determinación, la entrega total sostenida por la gracia. Recordemos los comienzos de la Iglesia. Eran sólo doce apóstoles, ignorantes, pobres, asustados. Pero debido a que amaban a Nuestro Señor Jesucristo más que a nada, y debido a que les había ordenado convertir al mundo, partieron confiados e intrépidos. Así se cambió la faz del mundo, estableciéndose la Iglesia Católica en toda la tierra.
Si repasamos la historia de la Iglesia, comprobaremos que así ha sido de siglo en siglo. Cuando, según la palabra de San Jerónimo, el mundo gemía al despertarse arriano, el obispo de Alejandría, casi solo en todo Oriente, defendió la divinidad de Cristo a pesar de las amenazas, las persecuciones y el exilio. Fue así como san Atanasio salvó la fe católica frente a la omnipotencia de los emperadores arrianos. Pasando por el Languedoc y viendo poblaciones infectadas por el maniqueísmo, un canónigo de Osma (España) se estremeció y se comprometió a predicar la verdadera fe tanto por su palabra como por sus virtudes. Así es como Santo Domingo comenzó la obra que llevaría a la fundación de la Orden de Frailes Predicadores, y a la desaparición de la herejía cátara que asolaba el país.
Cuando una campesina de diecisiete años compareció ante la Corte del Rey Carlos VII, reducida entonces a sus últimos extremos en su lucha contra el Rey de Inglaterra, ¿quién iba a saber que esta intervención de Santa Juana de Arco revertiría el curso de la Guerra de los Cien Años?
Podríamos continuar indefinidamente. La santidad de una persona puede transformar el mundo, traer renovaciones que nadie podría haber anticipado.
Y, muy cercano a nosotros, ¿cómo no evocar la figura de Mons. Lefebvre? Todo estaba preparado para una "revolución silenciosa", "en tiara y capa", sin que nadie dijera una palabra: ¡los conspiradores habían preparado tan bien su golpe!
Pero un hombre se puso de pie, sin dudar en proclamar que estos cambios no eran de Dios, y sobre todo sin temer la persecución para seguir haciendo verdaderos sacerdotes y salvar la Misa de siempre.
Esta conspiración, tan bien concebida, se estrelló así con una fidelidad inquebrantable, aunque, desgraciadamente, los errores del Vaticano II sigan haciendo estragos.
Esta verdad nos concierne también a nosotros. A menudo nos desanimamos porque somos poco numerosos frente a enemigos formidables. Pero repitamos que el número no lo es todo, y que la santidad de uno solo puede, con la gracia de Dios, cambiar el rumbo de las cosas. Entonces, hace falta que una élite surja de entre nosotros para actuar en el corazón de la Ciudad, en el corazón de la Iglesia, y transformar el mal en bien.
                                   P. Christian Bouchacourt, Superior del Distrito de Francia de la FSSPX

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"Hace falta que una élite surja de entre nosotros para actuar en el corazón de la Ciudad, en el corazón de la Iglesia, y transformar el mal en bien". He allí la manera -no tan sutil- que tiene el Padre Bouchacourt para decir que la élite de las águilas -según P. Simoulin- de la Fraternidad, debe entrar en Roma -el corazón de la Iglesia- para “transformar el mal en bien”.

Pequeño detalle: los santos que menciona en su artículo: Santa Juana de Arco, San Atanasio, Santo Domingo, Mons. Lefebvre; hicieron triunfar su causa -que era la causa de Dios-, pero a costa de sí mismos: Santa Juana quemada en la hoguera, San Atanasio desterrado, Mons. Lefebvre. Excomulgado (y Mons. Lefebvre triunfó estando en el corazón de la Iglesia católica al salir del corazón de la Iglesia conciliar). Es decir, apareciendo ante el mundo como “perdedores”. La diferencia es que la Fraternidad pretende ser de esos santos con el reconocimiento triunfal de Roma y recomendándose a sí misma. Es decir, no quiere pagar el precio que hay que pagar para hacer triunfar la causa de Dios, de la Verdad. El mismo Jesucristo nos lo enseñó, triunfando crucificado; muriendo en una cruz, despreciado, deshonrado, rechazado por casi todos, excomulgado. Pero la Fraternidad ha pedido que le quitaran las “excomuniones” y que cesara la persecución. La Neo-FSSPX ha rechazado la Cruz. Y ahora el P. Bouchacourt tiene el tupé de pretender que la Neo-Fraternidad está en el camino de esos grandes santos que sacrificaron sus vidas…

                                                                                                Fray Rosario