LA LEVADURA EN
LA MASA
Por el P. Christian Bouchacourt
Con ocasión de los atentados que han sumido a
nuestro país en el luto, hemos visto a los hombres permanecer fieles a su deber
de Estado a riesgo de sus vidas. Pienso en particular en el coronel Beltrame.
La emoción suscitada por estos episodios de valentía
nos recuerda que, para nosotros los cristianos, más allá de los héroes de la
ciudad (ya admirables), nuestros
verdaderos héroes deben ser los santos. Ellos también sacrificaron todo,
pero por Dios.
No más que los auténticos héroes, los santos
canonizados no han sido muy numerosos. Y sin embargo, cada uno en su propio género, con el poder del Espíritu
Santo, han cambiado el mundo, guiando a los hombres hacia el bien a través de
su acción y ejemplo, convirtiéndose en modelos e inspiradores, animando a los
más débiles, suscitando imitadores.
Porque no es la cantidad lo que hace la eficacia, sino
la determinación, la entrega total sostenida por la gracia. Recordemos los comienzos de la Iglesia. Eran sólo
doce apóstoles, ignorantes, pobres, asustados. Pero debido a que amaban a Nuestro
Señor Jesucristo más que a nada, y debido a que les había ordenado convertir al
mundo, partieron confiados e intrépidos. Así se cambió la faz del mundo, estableciéndose
la Iglesia Católica en toda la tierra.
Si repasamos la historia de la Iglesia,
comprobaremos que así ha sido de siglo en siglo. Cuando, según la palabra de San Jerónimo, el mundo gemía al
despertarse arriano, el obispo de Alejandría, casi solo en todo Oriente,
defendió la divinidad de Cristo a pesar de las amenazas, las persecuciones y el
exilio. Fue así como san Atanasio salvó la fe católica
frente a la omnipotencia de los emperadores arrianos. Pasando por el Languedoc
y viendo poblaciones infectadas por el maniqueísmo, un canónigo de Osma
(España) se estremeció y se comprometió a predicar la verdadera fe tanto por su
palabra como por sus virtudes. Así es como
Santo Domingo comenzó la obra que llevaría a la fundación de la Orden de Frailes
Predicadores, y a la desaparición de la herejía cátara que asolaba el país.
Cuando una campesina de diecisiete años compareció
ante la Corte del Rey Carlos VII,
reducida entonces a sus últimos extremos en su lucha contra el Rey de
Inglaterra, ¿quién iba a saber que esta intervención de Santa Juana de Arco
revertiría el curso de la Guerra de los Cien Años?
Podríamos continuar indefinidamente. La santidad de
una persona puede transformar el mundo, traer renovaciones que nadie podría
haber anticipado.
Y, muy cercano a nosotros, ¿cómo no evocar la figura
de Mons. Lefebvre? Todo estaba preparado para una "revolución
silenciosa", "en tiara y capa", sin que nadie dijera una
palabra: ¡los conspiradores habían preparado tan bien su golpe!
Pero un hombre se puso de pie, sin dudar en
proclamar que estos cambios no eran de Dios, y sobre todo sin temer la
persecución para seguir haciendo verdaderos sacerdotes y salvar la Misa de
siempre.
Esta conspiración, tan bien concebida, se estrelló
así con una fidelidad inquebrantable, aunque, desgraciadamente, los errores del
Vaticano II sigan haciendo estragos.
Esta verdad nos concierne también a nosotros. A
menudo nos desanimamos porque somos poco numerosos frente a enemigos
formidables. Pero repitamos que el número no lo es todo, y que la
santidad de uno solo puede, con la gracia de Dios, cambiar el rumbo de las
cosas. Entonces, hace falta que una élite surja de entre nosotros para actuar en
el corazón de la Ciudad, en el corazón de la Iglesia, y transformar el mal en
bien.
P. Christian Bouchacourt, Superior del Distrito de Francia de la FSSPX
Fray Rosario
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"Hace falta que una élite surja de entre nosotros para actuar en el corazón de la Ciudad, en el corazón de la Iglesia, y transformar el mal en bien". He allí la manera -no tan sutil- que tiene el Padre Bouchacourt para decir que la élite de las águilas -según P. Simoulin- de la Fraternidad, debe entrar en Roma -el corazón de la Iglesia- para “transformar el mal en bien”.
Pequeño detalle: los santos que menciona en su artículo: Santa Juana de Arco, San Atanasio, Santo Domingo, Mons. Lefebvre; hicieron triunfar su causa -que era la causa de Dios-, pero a costa de sí mismos: Santa Juana quemada en la hoguera, San Atanasio desterrado, Mons. Lefebvre. Excomulgado (y Mons. Lefebvre triunfó estando en el corazón de la Iglesia católica al salir del corazón de la Iglesia conciliar). Es decir, apareciendo ante el mundo como “perdedores”. La diferencia es que la Fraternidad pretende ser de esos santos con el reconocimiento triunfal de Roma y recomendándose a sí misma. Es decir, no quiere pagar el precio que hay que pagar para hacer triunfar la causa de Dios, de la Verdad. El mismo Jesucristo nos lo enseñó, triunfando crucificado; muriendo en una cruz, despreciado, deshonrado, rechazado por casi todos, excomulgado. Pero la Fraternidad ha pedido que le quitaran las “excomuniones” y que cesara la persecución. La Neo-FSSPX ha rechazado la Cruz. Y ahora el P. Bouchacourt tiene el tupé de pretender que la Neo-Fraternidad está en el camino de esos grandes santos que sacrificaron sus vidas…
Fray Rosario