sábado, 15 de enero de 2022

HA MUERTO EL P. EPINEY, AMIGO DE MONS. LEFEBVRE Y DE LA RESISTENCIA

Monseñor Faure y el P. Epiney. Riddes, Suiza, 3 de junio de 2021. Foto de acá.


El Padre Pierre Épiney murió la mañana de este 15 de enero de 2022 alrededor de las 7 a.m. Ya llevaba mucho tiempo enfermo y parece que el Covid aceleró su fin. Ya había estado en oxígeno y perfusión durante unos días. Murió en paz, no en el hospital, sino en su casa de la Parroquia de Riddes, donde había sido Párroco durante casi 50 años (fue nombrado en 1967 por el obispo Adam).

Un gran hombre que nos acaba de dejar, inexistente para los medios pero grande para la historia. Fue roca inquebrantable en la fidelidad a su bautismo, amigo fiel de Monseñor Lefebvre y sostén invencible de la tradición católica.

Pasó y soportó todas las tormentas, vejaciones, vicisitudes y traiciones. También se negó a guardar silencio ante los vergonzosos intentos acuerdistas de 2012 a 2019 y el espíritu de compromiso.

El 3 de junio de 2021 había celebrado su Jubileo de Diamante en Riddes.

¡Invitamos a todos los lectores de MPI a orar por el descanso del alma de este gran soldado de la Fe, el Padre Epiney, implorando al cielo que se levante una nueva generación de resistentes y combatientes!


Aquí está el sermón que Monseñor Lefebvre pronunció el 29 de mayo de 1986 con motivo de sus 25 años de sacerdocio:

Querido padre,

A usted, en primer lugar, irán mis primeras palabras, para felicitarlo y hacerme intérprete de todos los que aquí han venido, sin duda para el Corpus Christi y para honrar hoy a Nuestro Señor Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía, pero también, por una delicadeza de la Providencia, al mismo tiempo  festejar con usted, durante la Santa Misa, dando gracias a Dios por su sacerdocio, por todas las gracias que usted ha recibido y todas las gracias que usted ha dado.

Le correspondería a usted, querido Padre, expresar todas estas gracias que ha recibido durante su vida, desde su nacimiento hasta el día de hoy, que usted conoce mejor que yo. Entonces usted podría hacerlo con mucha más precisión que yo; y, sin embargo, quisiera decir brevemente, decir lo que el Buen Dios ha hecho por usted y por nosotros ya que está usted muy cerca y muy unido a nosotros:  Sed ego elegi vos (Jn  15,16): “Pero yo os elegí a vosotros”. Elegit Deus sacerdotem suum“Dios ha elegido a su sacerdote”. Creo que podemos decir esto de manera muy especial de usted, querido Padre: verdaderamente el Buen Dios lo ha elegido. Todo nos lo prueba, todo nos lo indica. Él lo eligió haciéndolo nacer en una familia profundamente cristiana. Su madre, aquí presente, le dio, con su padre ahora en el Cielo, una verdadera formación católica, una profunda formación cristiana, en un entorno montañoso que expresa también, de manera muy particular, la grandeza del Buen Dios, la belleza de Dios, y que os dio la oportunidad de ser formado duramente en las verdaderas virtudes cristianas, en este país de clima difícil. Qué recuerdos te debe traer todo esto. Y entonces, el Buen Dios lo eligió para ser su sacerdote.

Ese año sacerdotal de 1961, fue el año de la víspera del concilio que preparaba conmociones, grandes cambios en nuestra Santa Iglesia. Y por una gracia particular del Buen Dios, usted supo conservar el sentido de la fe, el sentido de lo que os fue dado en el seminario. Y, todavía joven vicario, luego joven párroco; con motivo de las reuniones sacerdotales, no vacilaba usted en manifestar su desaprobación por los cambios que veía venir y que le parecían -con razón- contrarios al bien de la Iglesia, contrario al bien de las almas. Así que lo dijo sin rodeos. Y, para mostrar como siempre su vinculación a la Iglesia, conservó usted también su sotana, su hábito eclesiástico, convencido de que esto era una manifestación de su vínculo con la fe y el sacerdocio.

Y entonces, la Providencia quiso que su obispo lo nombrara en Riddes, sabiendo perfectamente que se trataba de un ministerio particularmente difícil: Riddes no era conocida por su fervor cristiano, y por lo tanto fue a un un ambiente donde había mucho que hacer y donde su celo podría ser ejercido, donde su obispo lo envió. Y no sólo para evangelizar, sino también para construir una nueva iglesia: así como había que construir, en última instancia, la Iglesia espiritual, también había que construir la iglesia material. Y eso es lo que hizo usted: ha hecho ambas cosas, querido Padre, dando a Riddes su fe de antaño, le ha dado a Riddes una iglesia, una nueva iglesia. Pero, estando en Riddes, erais al mismo tiempo el párroco de Écône. Y de nuevo por una gracia particular de la Santa Providencia, Écône se convirtió en lo que conocemos hoy: el seminario de Écône, con la autorización del obispo de Sion. Y por tanto no era difícil, al contrario, en que el seminario estuviera muy unido a la parroquia de Riddes, que era nuestra Parroquia. Y encontramos precisamente al sacerdote que el Buen Dios nos había preparado. Firme en la fe, apegado a la Tradición, dispuesto a luchar si es necesario para conservar su fe, para conservar su sacerdocio de manera integral.

Así, en adelante, Ecône y el párroco de Riddes han establecerían lazos que se han mantenido con una fidelidad admirable. Y aquí es donde usted tuvo que hacer una elección, querido Padre: a pesar del dolor de la aparente ruptura con la diócesis, prefirió mantener la Tradición, mantener la fe, en lugar de ver el desastre en su parroquia así como otras parroquias, ver las parroquias desiertas como el Seminario de Sion, que cerró sus puertas para enviar a Friburgo a los pocos alumnos que quedaban. Prefirió usted continuar tu ministerio sacerdotal como lo había recibido de manos de su obispo y como le habían enseñado en el seminario.

No quería usted cambiar y seguía siendo el sacerdote, el sacerdote católico para siempre. Por ello, lo felicitamos de todo corazón. A pesar de las pruebas que tuvo que soportar, se mantuvo fiel.

Y ahora han pasado veinticinco años de sacerdocio. Y gracias a usted, querido Padre, el Valais sigue siendo católico. Creo que podemos decirlo y debemos decirlo. Sin duda me dirán: pero Écône se ha convertido también en el símbolo de la catolicidad, el símbolo de la fidelidad a la Iglesia de todos los tiempos. Pero no fue Écône quien mantuvo la fe en el querido Valais, fue usted, querido Padre, fue a través de usted. Si no hubierais estado allí, no habríamos experimentado esta afluencia de habitantes de Valais. No habríamos sabido de este mantenimiento de la fe católica en los corazones de los Valaisanos.

También pienso que las personas aquí presentes, que además son un pequeño número entre los representados por todos los centros católicos del Valais, os agradecen mucho por haberles ayudado a mantener la fe, por haber sido el sacerdote, el sacerdote católico que mantiene la educación cristiana de los niños; que mantiene la santificación de las familias; que mantiene el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Qué gracias para los fieles del Valais. Y si podemos decir que si Écône también está rodeada de estos queridos fieles, pues se lo debemos a usted, querido Padre.

Y si esta fidelidad a Ecône, a pesar de las penalidades que también nosotros hemos atravesado durante los últimos quince años, se manifiesta siempre de manera permanente e impecable, es precisamente a usted a quien también nosotros se lo debemos, porque, en medio de estos pruebas, siempre ha estado usted presente. Usted nunca ha cambiado; nunca dudó. Ha permanecido como una roca, fiel a Écône y fiel a la fe, fiel a la Iglesia. Eso es lo que queremos ser, eso es lo que tenemos que ser.

Así que por todo esto damos gracias a Dios y damos gracias a usted, querido Padre, deseándole con motivo de estos veinticinco años de sacerdocio, muchos años más de ministerio, que siga manteniendo y desarrollando la verdadera fe, la fe católica en este país que ha sido fuente de tantas vocaciones, vocaciones en la diócesis, vocaciones fuera de la diócesis; tantos misioneros, tantos religiosos y religiosas han venido de estas familias Valais. ¿Qué familia no contaba entre sus miembros o parientes, monjes, monjas, sacerdotes? Así que con su acción, con su celo, está usted reconstruyendo y manteniendo lo que todavía se puede mantener en las familias cristianas. Y de allí vienen también las vocaciones.

Este año tendremos la alegría de ordenar cinco nuevos sacerdotes suizos. Esta es verdaderamente una gran gracia. Y precisamente a su ejemplo ya su oración debemos estas vocaciones, querido Padre.

Que el Buen Dios os bendiga, que el Buen Dios siga dando a usted salud y todas las gracias que necesite, para continuar su magnífico apostolado para gloria del Buen Dios y para la salvación de las almas.

Mis muy queridos hermanos, no quisiera alargar mucho este sermón ya que hoy tenemos una ceremonia bastante larga con la procesión del Santísimo Sacramento que seguirá a esta misa, pero gracias a Dios, mis muy queridos hermanos, que esta fiesta del el sacerdocio tiene lugar precisamente el día del Corpus Christi, el día de la Eucaristía, el día de la Misa al fin, ya que la Eucaristía es el fruto maravilloso, milagroso de la Santa Misa, del Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, es también la fiesta del sacerdocio y la fiesta de la Eucaristía.

Demos gracias al Buen Dios y comprendamos, mantengamos esta convicción de que sin el sacerdocio ya no hay vida cristiana. Sin sacerdocio no hay más familias cristianas, sin sacerdocio no hay ciudad cristiana. Todo está unido al sacerdote. El Buen Dios lo quiso así. Nuestro Señor lo ha querido: Haced esto en memoria mía. Dijo a sus sacerdotes: Haced esto en memoria mía. A ellos les confió el Sacrificio de la Misa. A ellos les confió la Eucaristía. A ellos les encomendó la enseñanza de la doctrina cristiana; que le encomendó la santificación de las almas y la guía de las almas. Aquí está el sacerdote. ¡Qué don tan extraordinario! Un sacerdote santo es un don maravilloso.

Estoy seguro de que oráis, mis carísimos hermanos, con todo el corazón, con toda el alma, para que el Buen Dios multiplique a los santos Sacerdotes. Santos Sacerdotes como el querido Cura de Riddes, enteramente devotos, celosos, por el bien de las almas, por el bien de las familias, por el bien de la sociedad.

El sacerdote está en el origen de toda la civilización cristiana, con el Santo Sacrificio de la Misa, por el Santo Sacrificio de la Misa, por Nuestro Señor Jesucristo, para el reinado de Nuestro Señor Jesucristo.

Vamos a cantar, luego, las alabanzas a Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. No podemos hacerlo mejor; que Jesús reine sobre nosotros; que Él reine en nosotros, en nuestras almas; que Él reine en nuestras familias; que reine en nuestros pueblos; que reine en nuestro Valais. Que este Valais vuelva a ser un Valais católico, honrando a Nuestro Señor Jesucristo, respetando las leyes de Nuestro Señor Jesucristo; no poniendo nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo.

San Benito dio como lema a sus monjes:  Christo omninum nihi preponant  : Que los monjes no pongan nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo; que Nuestro Señor sea verdaderamente el primero en ser servido, el primero en ser honrado, el primero en ser amado.

Pues que sea también aquí hoy, con motivo de la fiesta del sacerdocio del Padre y de la fiesta de la Sagrada Eucaristía, nuestro lema: No poner nada por encima de Nuestro Señor Jesucristo. Que Jesús reine en nosotros, en nuestros hogares, en nuestras ciudades, por mediación e intercesión de la Santísima Virgen María.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Fuente: Médias-Presse-Info

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