ACTO DE CANCELED PRIEST
Dubuque (Iowa)
22 de septiembre de 2021
Queridísimos hermanos en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
No revelo nada desconocido si digo que la Iglesia de Cristo atraviesa una crisis gravísima y que la jerarquía católica ha incurrido en dejación de funciones en cuanto a las importantes obligaciones de su misión apostólica y está en buena parte corrompida. El origen de esta crisis y esta apostasía ya es evidente hasta para los más moderados: que se ha querido acomodar a la Iglesia a la mentalidad del mundo, cuyo príncipe –no lo olvidemos– es Satanás: princeps mundi huius (Jn. 12,31).
Como católicos que somos, sabemos y creemos que la Santa Iglesia es indefectible. Es decir, que las puertas del infierno no pueden contra ella, como prometió Nuestro Señor: portae inferí non prevalebunt (Mt.16,18). Pero lo que estamos presenciando nos revela la realidad de una situación terrible en la que una parte corrupta de la jerarquía a la que en aras de la brevedad llamo iglesia profunda se ha sometido por entero al estado profundo. Se trata de una traición de la que tienen una gravísima responsabilidad moral a los pastores y los altos niveles de la Iglesia y que impone a sacerdotes y laicos decisiones valientes que en otros tiempos habría sido difícil aceptar y justificar. Asistimos a una guerra, un enfrentamiento histórico en el que nuestros generales no sólo han dejado de dirigir al ejército haciendo frente al enemigo, sino que de hecho piden que se depongan las armas y se rindan incondicionalmente, apartan a los soldados más valientes y castigan a los oficiales que muestran más lealtad. El estado mayor de la Iglesia Católica ha demostrado en su totalidad que se ha aliado con el enemigo y se ha constituido él mismo en enemigo de aquellos a quienes debería defender: se ha hecho enemigo de Cristo y de quienes se enorgullecen de militar bajo su bandera.
¿Cómo podemos entender a la luz de la Revelación esta tremenda situación, sin precedentes en la historia de la Iglesia? Ante todo, debemos tener una perspectiva sobrenatural para entender que cuanto está sucediendo ha sido permitido por Dios, y que pase lo que pase nunca conseguirán acabar con la Iglesia. La gran apostasía fue predicha en las Escrituras y no debe pillarnos desprevenidos. Iluminados por las palabras del Apocalipsis de San Juan y por las revelaciones privadas aprobadas, podemos entender que el final de los tiempos es necesario para separar al final el trigo de la cizaña, y podemos así ver quién está con Cristo y quién contra Él. Debemos igualmente entender que las tribulaciones que padecemos son el justo castigo a décadas –yo diría siglos– de infidelidades por parte de los católicos y de la jerarquía; infidelidades públicas y privadas que tienen su raíz en el respeto humano, el miedo, desviaciones morales y doctrinales y contemporizaciones con la mentalidad secular y los enemigos de Nuestro Señor. Si tenemos en cuenta que la Revolución Francesa fue un castigo de Dios porque Luis XIV no le había consagrado las banderas del Reino, entenderemos bien las consecuencias que tuvo para el futuro de Europa la desobediencia del monarca francés.
Recordemos el mensaje que encomendó el Señor a Santa Margarita María Alacoque en 1689, pidiéndole que se los transmitiera al rey de Francia, Luis XIV:
«Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón que así como su nacimiento temporal fue fruto de los méritos de mi Santa Infancia, su nacimiento a la gracia y la gloria eterna lo alcanzará mediante la consagración a mi adorable Corazón, que desea triunfar sobre el suyo, y de ese modo sobre los de los grandes de la tierra.
»El Sagrado Corazón quiere reinar en su palacio, figurar en sus banderas y estar grabado en sus armas para que triunfe sobre todos sus enemigos, haciendo que sus altivos y orgullosos adversarios se postren a sus pies para que derrote a todos los enemigos de la Iglesia.
»El Sagrado Corazón desea entrar con pompa y magnificencia en los palacios de los príncipes y los reyes para que se le honre tanto hoy como en otro tiempo fue ultrajado, humillado y despreciado durante su Pasión. Desea ver a los grandes de la Tierra postrados y humillados a sus pies como cuando lo mataron a Él.»
Pero si hace más de tres siglos la desobediencia de quienes gobernaban se hizo acreedora a un severo castigo del Rey de reyes, ya nos podemos hacer una idea de las calamidades que puede haber provocado la desobediencia de quienes gobiernan la Iglesia. Así pues, si con la Revolución Francesa la sociedad civil destronó al Rey del Universo de su divina realeza a fin de usurparla y defender los errores del liberalismo y el socialismo, con la revolución conciliar papas y obispos han retirado la tiara de la Cabeza del Cuerpo Místico y de su Vicario, convirtiendo a la Iglesia de Cristo en una especie de república parlamentaria en nombre de la colegialidad y la sinodalidad. Fijémonos bien: no sólo se ha dejado de reconocer a Nuestro Señor Jesucristo como Soberano de todas las naciones, sino que ya ni se lo considera Soberano de su Iglesia, en la que los fines de la gloria de Dios y la salvación de las almas han sido sustituidos por la gloria del hombre y la subsiguiente condenación de las almas. Lo que ayer era vicio hoy es virtud; lo que ayer era virtud, hoy es vicio: todas las actividades de la secta modernista que ha infestado el Vaticano, las diócesis y las órdenes religiosas se caracteriza por ser lo contrario de lo que se nos había enseñado y transmitido.
En este contexto de rebelión e infidelidad, quienes siguen fieles y se esfuerzan por seguir haciendo lo que siempre hicieron son objeto de verdadera persecución. Todo comenzó con la ridiculización de los tradicionalistas, a los que se tildó de lefebvristas o preconciliares. Luego, al más puro estilo que hemos observado en los regímenes totalitarios, se ha calificado de locos o de enfermos a los buenos católicos, con lo que los sociólogos llaman patologización del disenso. No crean que exagero; hace escasos días un sacerdote de Costa Rica fue suspendido de su ministerio y obligado a someterse a tratamiento psiquiátrico por el mero hecho de haber celebrado la Misa de Pablo VI en latín a pesar de la prohibición de su obispo, monseñor Bartolomé Buhigues (aquí). Asistimos a la criminalización de los disidentes, y si todavía no hemos visto su eliminación física, sabemos cuántos de ellos han sido suspendidos a divinis, privados de medios de sustento y apartados de la vida de la Iglesia. Todo esto sucede al mismo tiempo que individuos escandalosos y fornicarios de toda laya no sólo quedan impunes sin que se los aparte del ministerio, sino que son promovidos e inmortalizados en fotos en las que aparecen junto a Bergoglio, que sabe que puede servirse de ellos como mejor le plazca. Entendamos, pues, que la corrupción de los prelados es útil para los planes de la secta conciliar: sus culpas son excelentes para conseguir su obediencia y complicidad para cometer las peores atrocidades contra la Iglesia y contra los fieles.
La Coalition for Canceled Priests es sin duda una reacción a lo que está sucediendo, ya que su finalidad es brindar asistencia a los sacerdotes que son víctima de persecución y de abusos canónicos por parte de obispos infieles y renegados. La autoridad de éstos, usurpada para hacer el mal en vez de gobernar con caridad y sensatez la grey que se les confió, queda anulada en el mismo momento en que se valen de ella para fines contrarios a aquellos para los que estableció. Es cierto que tienen autoridad; pero esa autoridad constituye un abuso tiránico ante el que no podemos ni debemos callar. Tenemos el deber de alzar la voz condenando con firmeza las acciones de los pastores que han demostrado ser asalariados, por no decir lobos rapaces. Y asimismo, no sólo tenemos derecho a desobedecer órdenes ilegítimas, inválidas y nulas, sino también a objetar en conciencia y emprender iniciativas destinadas a defender a las víctimas de esos lobos disfrazados de ovejas.
Permítaseme igualmente proponer que, además de la loable iniciativa que acabo de mencionar, se cree una fundación a la que puedan contribuir con sus donativos los fieles en vez de contribuir a las parroquias y diócesis confabuladas con el régimen bergogliano. Es posible que cuando los obispos se vean afectados en su cuenta corriente moderen su ostracismo contra los buenos sacerdotes. Cuando los tribunales, civiles o eclesiásticos, se pongan de parte de los perseguidos, puede ser que los perseguidores procuren no abusar de su autoridad. Mientras tanto, iniciativas como Coalition for Canceled Priests y otras por el estilo, tendrán una oportunidad de practicar las obras de misericordia y ganar méritos ante Dios. Cada uno según nuestros medios podemos hacer una contribución concreta –no necesariamente de tipo económico– simplemente destinando las ofrendas a quienes las merecen en vez de a quienes las utilizan para oprimir a los buenos sacerdotes.
Eso sí, no olvidemos que además de a prestar ayuda material todos estamos llamados a redescubrir el sentido comunitario, ese del que tanto le gusta hablar a la jerarquía conciliar sin ponerlo jamás en práctica en un sentido católico. Si somos verdaderamente hermanos en Cristo, debemos ayudarnos como hermanos acogiendo a nuestros sacerdotes, ofreciéndoles alojamiento y construyendo un altar casero ante el que podamos congregarnos con nuestras amistades. Tenemos que poner a su servicio lo que sepamos hacer, por humilde que sea, como cocinar, reparar un tejado o levantar una pared, para los que han sido expulsados de la casa parroquial y han quedado en la calle. Pensemos también en los jóvenes que han respondido generosamente a la vocación al sacerdocio o a la vida monástica dentro de la Tradición y ven cómo su ordenación o su profesión religiosa corren peligro si no aceptan las desviaciones morales y doctrinales que les impone la secta conciliar. Tenemos que dejar claro a los pocos obispos y cardenales que siguen fieles al Magisterio que no es posible el diálogo con quienes han demostrado sobradamente que están de parte del enemigo. También debemos rogar a la Divina Majestad, por la intercesión de la Reina del Cielo y Madre de los Sacerdotes, que se digne aceptar nuestros padecimientos y los de esos buenos sacerdotes por la conversión de la jerarquía que se ha corrompido desde arriba.
A los muchos –demasiados– sacerdotes, religiosos y otros clérigos –entre los cuales, no lo olvidemos, hay numerosas monjas–, les brindo mi más caluroso recuerdo, participando de su sufrimiento y exhortándolos a todos a ofrecerse como víctimas expiatorias por los pecados de los ministros de la Iglesia. Uníos al Santo Sacrificio de la Misa en la ofrenda de la Víctima divina, pura, santa e inmaculada. Que vuestra vida sea un sacrificio agradable a Dios con verdadero espíritu sacerdotal. Y ojalá antes del final de vuestra vida repitáis lo del cántico de Simeón: quia viderunt oculi mei salutare tuum (Lc.2,30).
Más arriba he recordado la causa de los males presentes: la rebelión contra la Realeza Universal de Nuestro Señor Jesucristo. La consagración de cada uno de nosotros, familias, sociedades, naciones y la Santa Iglesia al Sacratísimo Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María puede mover a compasión a la Santísima Trinidad y acabar con esta terrible plaga, o al menos abreviarla y acelerar el triunfo del Rey de reyes sobre el enemigo de la especie humana. Tal es mi más sincero deseo; y ésa es la noble intención que debe animar cada una de nuestras acciones y el requisito para la tremenda e inexorable frustración de los planes de Satanás. Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
Fuente: Adelante la Fe