P. Xavier Bauvais
"algunos pueden pensar que por un reconocimiento canónico se podría hacer resonar más la voz de la Tradición; las intenciones son sinceras, pero hemos visto que esto es una ilusión."
Autor: Maubert. Tomado de la revista L'acampado, del Priorato de Marsella, cuyo superior es el R.P. Xavier Bauvais FSSPX. Leído en Tradinews. Se publica un extracto.
Por
"diálogo" no se entiende la conversación ni la discusión, sino un
entendimiento y un intercambio entre personas cuyo pensamiento es divergente, mediante
concesiones doctrinales.
Se
puede decir que los maestros en esta materia, en el siglo XX, fueron los
comunistas. A pesar de las atrocidades que cometieron, con esta arma lograron
seducir a una multitud de cristianos que, sin embargo, habían sido testigos de
sus atropellos.
Es asombroso observar que los métodos
comunistas son casi idénticos a los
utilizados por la Roma modernista con respecto a las comunidades tradicionales.
Diálogo
entre comunistas y católicos en China
Principio
general
En
primer lugar, el principio general es que todo lo que emana de los comunistas
debe interpretarse en el sentido marxista. Cuando hablan de
"patriotismo", es conforme a los principios marxistas, para un
propósito marxista, y por lo tanto materialista.
Hacer
deslizar a los católicos sobre el terreno
político
Para
atraer a los cristianos a unirse a sus movimientos y embarcar a la Iglesia en
la Revolución, comienzan acusándola de ser cómplice del imperialismo. Buscan arrastrarla a la arena política, transformando la religión en un asunto político.
Por lo tanto, el problema está falseado en la base. A partir de entonces, la autoridad civil reivindica
el derecho y el deber de controlar la política del grupo religioso, procediendo
a las purgas necesarias. Todo oponente ya no será un defensor de la fe, sino un
refractario político. De allí el gobierno hace que los católicos fieles sean
combatidos por los progresistas; siembran la desconfianza sobre los primeros, levantan
a los segundos contra ellos. Como el terreno es profano, ya no existe la
cuestión del martirio, por lo que la voluntad de resistencia desaparece.
Fórmulas
ambiguas
La
seducción del diálogo proviene de fórmulas ambiguas empleadas por los
comunistas: se presentan como ardientes defensores del patriotismo. ¿No es el
patriotismo un imperativo del cristianismo? Escuchar a los comunistas convertidos en patriotas, ¿no es ya una victoria del catolicismo?
Las
propuestas presentadas por los comunistas siempre tienen una posible
interpretación católica. Además, ellos dicen querer esta interpretación. Pero
luego, en su propia conducta, ellos utilizan el sentido y los principios
propios. Saben muy bien que las palabras no tienen el mismo significado en
ambos bandos. Toda su política de seducción y acercamiento se basa en este
conocimiento. La Revolución es ante todo una praxis; las palabras son una
simple herramienta.
Las
concesiones
Una
vez que los cristianos son arrastrados a la emboscada, comienzan las
concesiones y los compromisos. En un círculo, alguien hace una acusación contra
un obispo que es considerado antipatriota. Al principio, esto confunde a los
católicos, pero se ven obligados a hacer lo mismo, después de haber admitido el
principio del [falso] patriotismo. Así, actúan en contra de su conciencia; y
rápidamente caen en decadencia moral. El comunismo hace que la Iglesia se
desmorone bajo la corrupción de las conciencias, de la cual uno no se levanta.
Es peor que una apostasía, es una repetición de actos contra la fe, las ideas
se nublan completamente.
A
partir de entonces, la resistencia se vuelve imposible.
No
todos abren los ojos al mismo tiempo; así el bloque católico se divide y
desintegra, pedazo a pedazo.
Conclusión: desde un principio, rechazar el diálogo y preferir el
martirio
Por
lo tanto, debemos rechazar el diálogo, que es injusto y con armas desiguales.
Las sonrisas de los marxistas son infinitamente más peligrosas que sus armas. Para ellos, romper el diálogo no
es deseable; es esencial para su objetivo. ¿Qué hacer? ¿Podemos continuar el
diálogo? No, porque los comunistas arrastran a los católicos
a su dialéctica materialista: lo que está en juego es la fe. Para salvarla,
debemos aceptar la persecución y el martirio. Pues así, haciendo mártires, el comunismo
prepara su propia derrota. “Tened valor, yo he vencido al mundo", dijo el
Rey de los Mártires.
Diálogo entre la Roma conciliar y los tradicionalistas
Principio general
Si
aplicamos todo esto a nuestra situación, el
primer principio es que lo que viene de los modernistas debe ser interpretado
en un sentido modernista. Lo hemos visto, entre otras cosas, en esta expresión: "Concilio visto a la luz de la Tradición". Su objetivo es
involucrar a todos en la dinámica revolucionaria del Vaticano II, es decir, la
evolución de los dogmas y, en última instancia, el ecumenismo, base de la
"nueva evangelización" y, en última instancia, la unidad de la
humanidad en la diversidad de creencias, cada una de las cuales es igual y
libre.
Deslizar a los tradicionalistas desde el plano doctrinal al plano disciplinario
Para
atraer a los tradicionalistas a este movimiento, empiezan con acusaciones:
"Son disidentes, separados de Roma". O bien, hacen propuestas
tentadoras: las posibilidades de una mayor proyección apostólica; por último,
nada es más eficaz que los regalos: el Motu proprio 2007, el levantamiento de
las excomuniones (2009), la jurisdicción de las confesiones, la delegación
episcopal para nuestros matrimonios.
La ganadora es la Santa Sede,
porque aparece como un buen príncipe, mostrando misericordia; nuestra negativa
a hacer concesiones parecerá aún más odiosa. Por lo tanto, se ejerce presión
psicológica sobre nosotros para que cesemos el combate. Y estos avances
sugieren públicamente que las cosas están mejorando, cuando en realidad, el
problema fundamental, que es doctrinal, permanece intacto.
Los
católicos de la Tradición están invitados a venir "como fieles de la
Tradición"; quieren incorporar la Tradición "tal como ella es" en la
Revolución; deben conservar su "carisma". A través de este juego, la
luz de la Tradición ya no es la que debe iluminar a todo hombre; es una opinión
entre muchas otras.
De
este modo, el proceso de ralliement pone en primer lugar las cuestiones
prácticas y entre paréntesis el problema doctrinal. Es en este nivel donde se opera
este deslizamiento. Ciertamente no negamos la doctrina, pero insistimos en la
regularización. Y a fuerza de hablar principalmente de esto, terminamos
pensando que estamos en una irregularidad. Todo se considera desde este punto
de vista. Así como los comunistas hicieron de la religión una cuestión
política, las autoridades romanas hicieron de la adhesión al Concilio una
cuestión de obediencia. De esta manera,
se elimina el motivo del martirio: la fe. Cualquier reclamo contra errores
conciliares o contra escándalos ecuménicos será etiquetado como desobediencia o
pecado contra la unidad. Así, ya no hay más mártires, y poco a poco la
resistencia desaparece.
La reducción al silencio, o el olvido del bien común de la Iglesia
Esto
nos muestra que, por el mero hecho del reconocimiento canónico reduce
al silencio. Mons. Lefebvre lo dijo sobre Dom Gérard: "No es verdad que ellos no
hayan cedido en nada; ellos han renunciado a la posibilidad de oponerse a Roma. Ellos ya no
pueden decir nada. Deben callarse."
Este
punto es fundamental, porque demuestra que, aunque no se nos exija ninguna
declaración doctrinal sobre el Vaticano II, ya estamos dejando de criticarlo y,
en los hechos, estamos entrando en la máquina revolucionaria que admite a todo
el mundo con sus opiniones, pero a condición de que las opiniones del vecino
sean admitidas como defendibles. Así, de hecho, al permanecer en silencio, la
ideología conciliar es admitida como aceptable; por lo tanto, es un
reconocimiento implícito del Vaticano II. Entonces las cuestiones doctrinales
son rápidamente relativizadas, y los errores modernos son explícitamente
admitidos.
Esto
nos permite dar una importante precisión: la cuestión del bien común. A través
de nuestro combate doctrinal y nuestra oposición pública a los errores
conciliares, defendemos el bien común de la Iglesia. Al permanecer en silencio,
seríamos admitidos en la Iglesia oficial con ventajas ciertas, pero al hacerlo,
pondríamos nuestro bien particular por encima del bien común. Tal es la trampa
liberal: hacer que lo absoluto [la verdad, la Tradición] sea relativo. En
efecto, en este momento, la verdad, la Tradición es considerada como un bien
para ciertas personas retrasadas (nosotros), por lo tanto un bien relativo, pero en
ningún caso un bien necesario para todos, un absoluto.
Al
contrario, nuestra actitud es una actitud de miembros de la Iglesia. El miembro es parte de un todo; la parte es para el todo. Lo que queremos es el bien de la
Iglesia, el bien común, es decir, que Roma recupere su Tradición. Ciertamente,
algunos pueden pensar que por un reconocimiento canónico se podría hacer
resonar más la voz de la Tradición; las intenciones son sinceras, pero hemos
visto que esto es una ilusión. La cabrita del señor Seguin pensó que vencería al
lobo, pero la terrible realidad se le impuso. Lo que cuenta es la realidad
objetiva. Debemos reflexionar sobre esto, porque el bien común aquí es una
cuestión de salvación eterna.