Con
ocasión de la consagración de la iglesia San Jose de Montréal de l’Aude
(Francia), el domingo 1 de mayo de 2016, Mons. Bernard Fellay, Superior General
de la FSSPX, pronunció un sermón sobre el sentido espiritual de esta magnífica
ceremonia litúrgica. En la última parte, evocó el estado actual de las
relaciones de la Fraternidad con Roma.
(…) Pidamos al Buen Dios el comprender un poco
mejor este misterio, de comprender que a pesar de todas las miserias humanas, a
pesar de que haya un papa que sostiene ahora discursos inconcebibles sobre la
moral, que nos está diciendo que el pecado es el estado de gracia -¡es inconcebible,
inaudito lo que se puede escuchar hoy! pues bien, a pesar de esto, este papa
puede todavía ejecutar actos que santifican, que salvan. El Buen Dios no le ha
quitado el poder de atar y desatar (Mat. 16, 19). Él puede hacer el bien, y lo
hace todavía. Es la misma cosa para los obispos. Son grandes misterios. Esto no
quiere decir que se apruebe lo que se hace mal, al contrario, lo rechazamos,
nos protegemos de eso. Pero al mismo tiempo reconocemos que en la Iglesia hay
algo más fuerte, hay algo más grande que las cosas que vemos: está Dios, Dios
infinito, infinitamente santo, infinitamente bueno. Está el único camino que
nos ha sido dado para salvarnos, pues no hay otro. Si queremos ir al Cielo, hay
que pasar por la Iglesia, la Iglesia católica y romana, no hay otro camino.
Podemos tratar de inventar todo lo que se desee, es un fracaso anticipado. Sólo
hay este camino. Por lo tanto no se debe abandonar la Iglesia. [Mons. Fellay, como es su costumbre, omite la distinción entre Iglesia Católica e iglesia conciliar, identificando ambas. Contrariamente, Mons. Lefebvre dijo estas palabras que son su última voluntad respecto a las relaciones de la FSSPX con Roma: "Todo sacerdote que quiere permanecer católico tiene el estricto deber de separarse de esta iglesia conciliar, mientras ella no recupere la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica." ("Itinerario Espiritual", 1990)].
Hay
cosas escandalosas en lo que sucede hoy en día, es verdad, pues lo que vemos
ahora es una situación de confusión que aumenta, una situación más y más
caótica. Se le pregunta a un obispo lo que piensa, se le pregunta a otro lo que
piensa, nos responden cosas contradictorias, y esto sobre lo esencial: la fe,
lo que es necesario hacer para salvarse. Así que es gravísimo. Y entre más se
avanza, más vemos que esta situación se extiende.
Y
al mismo tiempo vemos cómo el buen Dios trabaja en su Iglesia. Al mismo tiempo
vemos que, sobre todo en los más jóvenes, hay un principio de reacción, e
incluso en lo alto de la jerarquía. Hay cardenales, hay obispos que comienzan a
decir “es demasiado”. Ellos empiezan a hablar. Yo diría que de repente vemos
que nosotros ya no somos los únicos en protestar, en reaccionar; hay otros.
Esto es nuevo. [Los sempiternos brotes primaverales esperanzadores con que sueña Mons. Fellay... Esta cantinela del Superior General está sumamente trillada. Tampoco es nuevo ese grupúsculo de clérigos "conservadores" que -a veces, sólo a veces- se anima a criticar algo de la espantosa crisis de la Iglesia, aunque cuidándose de usar ciertas palabras mal sonantes como "liberales", modernistas", "herejes", "apóstatas", "traidores", etc. La idea que subyace en las palabras de Mons. Fellay es ésta: esos críticos esperan nuestra regularización para unir fuerzas y salvar a la Iglesia. Pura ilusión.]
La
adhesión al Concilio ya no sería el criterio de pertenencia a la Iglesia.
Y
en las relaciones que tenemos con Roma, hay cosas todavía más sorprendentes y
que nosotros relacionamos a esta situación caótica. Recientemente, por primera
vez, pudimos escuchar en Roma que nosotros ya no estábamos obligados a
aceptar el Concilio. Ustedes se dan cuenta: ¡Es enorme! Nos han dicho: “Ustedes
tienen el derecho de mantener esta opinión”. Todavía no es: “nos equivocamos”,
todavía no es: “el Concilio fue malo”, sino que es: “el Concilio no puede
obligar”. No podemos obligar a alguien a aceptar el Concilio para ser católico.
Así que eso es lo que hemos escuchado hasta ahora. Hasta hace dos años, era: “Si
ustedes quieren ser católicos, deben aceptar el Concilio, deben aceptar la
bondad de la nueva misa”. ¡Pues bien! Ahora nos dicen: “No, ustedes no deben,
porque esto no tiene el grado de
obligación”, ellos utilizan términos no muy precisos. [Mons. Fellay no comprende el liberalismo. No entiende que los liberales aborrecen toda obligación, sencillamente porque ellos adoran la libertad. Lo que hace notar el Superior General no es un cierto movimiento desde el liberalismo al tradicionalismo, o un debilitamiento del liberalismo en favor del tradicionalismo o de la verdad; sino todo lo contrario: una profundización o agravamiento del liberalismo. Por eso el súper liberal Francisco es capaz de regularizar la FSSPX, porque, como el gran liberal que es, aborrece la misma idea de obligación, de coacción, de coerción; y todo lo que, según los liberales, coarta la sacrosanta libertad.] Nos dicen: “No es
doctrinal, es pastoral”. Es un poco lo que nosotros mismos hemos dicho: “este
Concilio es pastoral y no quiso obligar”. De repente ahora, nos lo conceden: “Es
verdad, este concilio no quiso obligar”.
¿Qué
nos dará esto más adelante? Veremos, pero es un paso que, para mí, es capital.
Estamos viviendo un momento que es, pienso, una bisagra en la historia de la
Iglesia, en la historia de esta época en que nos encontramos, incluso podemos
decir en la historia de este concilio. Es la primera vez que nos dicen -y lo
dicen abiertamente- que la no aceptación de la libertad religiosa, del
ecumenismo, de la nueva liturgia no es un criterio de rechazo de la Iglesia católica.
Ya no se tiene el derecho de decir que alguien ya no sería católico si no está
de acuerdo en Notra Aetate, las
relaciones con las religiones no cristianas, el ecumenismo, la libertad
religiosa. Es la primera vez que escuchamos esto ¡desde hace 50 años! [Pero lo que Mons. Fellay no entiende es que todo eso se reduce a esta máxima tan profundamente liberal como mundana, anticatólica y apóstata de Francisco: "vive y deja vivir". Eso, exactamente, está diciendo hoy el Vaticano a la FSSPX: vive entre nosotros, pero deja vivir. Vive libre y deja vivir libres a los demás. Y por eso el Superior General se ha cuidado de hacer críticas varoniles y frontales al demoledor Francisco]
Y
para nosotros, parece que a través de estas proposiciones, que parecen poco
fuertes, de hecho ya hay una línea coherente que se dibuja desde hace un año y
medio, una línea verdaderamente nueva respecto a nosotros. Otra vez, nosotros
vamos a ver cómo las cosas se desarrollan; hemos aprendido a ser más bien
prudentes [!!!!!!] en todos estos asuntos. ¿Es
sólo un momento? En nuestra opinión ¡no! A partir del momento en
que han abandonado este punto, ya no pueden retomarlo. Si han llevado al
concilio al nivel de la opinión, ya no se puede decir después, de repente, que
no, que era obligatorio. Estas son por lo tanto cosas muy importantes que están
sucediendo. [¿Qué más decir? Que la Fraternidad está en manos de un gran iluso].
Esto
no quiere decir en absoluto, queridísimos hermanos, que es el triunfo. Es una
nueva fase en la guerra. Esto no quiere decir que, ya que ellos dicen esto,
nosotros tendremos ahora la paz. Absolutamente no. Por otra parte, hasta diré
que es una parte en Roma que declara esto, mientras que otra parte continúa
diciendo que somos cismáticos. El papa no lo dice, él dice que somos católicos,
pero otros dicen que no. Es verdaderamente una situación increíble en la cual
nos encontramos. [En el pensamiento de Mons. Fellay, el papa Francisco está por sobre esta confrontación entre los buenos conservadores y los malvados progresistas. Doblemente falso: Francisco hace parte del bando de los liberales y modernistas extremos, al que a veces y en cierta medida se opone el bando de los liberales y modernistas moderados. Mons. Fellay ha olvidado estas cuatro palabras inmortales del P. Sardá y Salvany: "el liberalismo es pecado".]
In te, Domine, speravi : non confundar in æternum
En
tal situación, es evidente que hay que crecer en la fe, enraizarse en la fe. Y
estas ceremonias nos ayudan a ello. Es necesario sobre todo regresar al buen
Dios, a los medios sobrenaturales, a la Santísima Virgen María, a los santos
que están allá, que son vencedores. Ellos ganaron, dominaron la batalla, la
guerra en la cual estamos. Ellos son vencedores. Si permanecemos apegados a
ellos, a la Santísima Virgen María, si buscamos su protección, la protección de
los santos, nosotros nos ponemos del lado vencedor. Evidentemente esto no nos
retira nuestras obligaciones, la obligación de combatir [letra muerta...], la obligación de
nutrir nuestra fe. Pero aquél que se apega al buen Dios, a esta consolación, e incluso
a esta certeza que viene de la virtud de la esperanza: éste no será confundido. [Dios no ayuda a los que lo traicionan]. Al final de la ceremonia, cantaremos el Te
Deum, cuya última palabra es: “He esperado en ti, yo no seré confundido eternamente”. Si nosotros confiamos en el buen Dios, es seguro
que llegaremos al Cielo. [¿Y la Verdad?] Por supuesto, hay que seguir sus mandamientos, hay que
obedecerlo, pero estamos seguros de llegar al Cielo. Porque el buen Dios
prometió su ayuda, prometió su gracia, a aquél que la quiera, esta gracia, que
la pide al buen Dios, él la recibirá. [Mensaje subyacente: confíen. Haremos el acuerdo con Roma. Confíen. Sobreviviremos. Confíen. No nos sucederá a nosotros como a todos los que fueron regularizados por Roma. Confíen.]
No
estamos en la tierra en una situación donde habría un cincuenta por ciento de
oportunidad de ganar o de perder. Esto no es verdad: cincuenta por ciento de
oportunidad de ir al Cielo, cincuenta por ciento de riesgo de condenarse.
¡Absolutamente no! El buen Dios no quiere de ninguna manera que nos perdamos.
Es Él quien permite estos sufrimientos, todas estas pruebas, no para hacernos
caer, sino para hacernos ir al Cielo, para que a través de estas pruebas,
nosotros crezcamos en virtud. Cada vez que Él permite una prueba, nos ofrece la
gracia que nos es necesaria para ser vencedores. Él nos quiere vencedores, Él
no nos quiere perdedores. No se dejen tener estas visiones derrotistas,
temerosas, que vienen del diablo. Es el único que quiere desalentarlos,
haciéndoles ver sus debilidades, -¡y todos nosotros las tenemos! Pero el buen
Dios nos da su gracia para volvernos fuertes, para volvernos vencedores. [Confíen. Venceremos cuando seamos reconocidos por Roma. Confíen. No sean miedosos ni amargos. Confíen.]
Así
que ahora levantemos nuestras miradas hacia el Cielo, la Iglesia no sólo está en
la tierra. Cuando se consagra justamente esta iglesia, pensamos en la Iglesia
del Cielo, la que se llama la Jerusalén celeste. Entonces llevemos nuestras
miradas hacia el Cielo. Nosotros estamos en la tierra para esto, solo para
esto: para ir al Cielo. Y allí hay una miríada de hombres que estuvieron como
nosotros aquí en la tierra y que ahora están en el Cielo; y que son nuestros
amigos [los santos no son amigos de traidores], y para quienes nuestra suerte no es indiferente. Pidámosles su ayuda,
otra vez, y especialmente a la Virgen María. Si ella se tomó el trabajo de
bajar a la tierra para recordar a sus hijos esta urgencia de la oración, de la
penitencia, es para ir al Cielo. Que este lugar ahora consagrados sea uno de
esos lugares que verdaderamente abren la puerta del Cielo, que los conduzcan, a
todos ustedes que vendrán a esta iglesia, al Cielo para admirar durante toda la
eternidad la gloria de Dios, la gloria de la Santísima Trinidad, unidos a todos
los santos y los ángeles del Cielo.
Así
sea.
La serpiente era más astuta que cualquiera de los animales... Y la serpiente dijo a la mujer: ciertamente no moriréis... (Gn 3, 1 y 4).
La serpiente era más astuta que cualquiera de los animales... Y la serpiente dijo a la mujer: ciertamente no moriréis... (Gn 3, 1 y 4).