jueves, 26 de mayo de 2016

¿ES POSIBLE UN ACUERDO PRÁCTICO ENTRE CATÓLICOS Y MODERNISTAS? POR EL P. CURZIO NITOGLIA


Hoy es la mano del neo-modernismo que parece haber abandonado el odio hacia la Tradición (que era palpable en tiempos de Paulo VI) que parece estar dispuesto a concederle derechos o por lo menos una tolerancia práctica. Lamentablemente el mismo estribillo que estaba en boca de los católicos progresistas de ayer se encuentra en boca de los tradicionalistas de hoy: “finalmente un modernista de “rostro humano”, Francisco I. ¿Cómo se rechazará su “mano extendida” a la Tradición?”


FUENTE

¿ES POSIBLE UN ACUERDO PRÁCTICO ENTRE CATÓLICOS Y MODERNISTAS?

por Don Cruzio Nitoglia


Acuerdo unilateral
Recientemente se discute sobre la posibilidad de un acuerdo “unilateral”[1], solamente práctico y no doctrinal, entre los neo-modernistas y los católicos fieles. Muchas son las opiniones acerca de este problema.

Veamos lo que ha enseñado sobre tal cuestión el campeón del antimodernismo: el Papa José Sarto, del cual cito en el presente artículo tres documentos no muy conocidos, en los cuales muestra la gravedad del error modernista y la falsedad de los modernistas, que son lobos con piel de oveja (Mat. VII, 15), por lo cual, como enseña el Papa, acordar con ellos significa poner a la oveja en la boca del lobo.


Tres enseñanzas de San Pio X

La Iglesia no teme la persecución externa, sino la guerrilla interna

I

En su Alocución “Accogliamo” (18 de abril de 1907) San Pio X pone en evidencia que la Iglesia no teme la persecución abierta como “cuando los edictos del Cesar intimaron a los primeros cristianos a abandonar el culto a Jesucristo o morir”[2].

Lo que San Pio X teme más es la infiltración en la Iglesia de la enfermedad modernista, la cual se esconde en sus vísceras para destruirla, si fuese posible. Hoy en día, por desgracia, este virus no sólo se ha infiltrado en el seno de la Iglesia, sino que ha llegado hasta la cima y opera la “revolución en tiara y capa”.

El modernismo es “la gran herejía” (Marcel de Corte), que no está fuera de la Iglesia para combatirla cara a cara, sino que se esconde en ella para cambiar la sustancia y reemplazarla con un falso cristianismo renovado y modernizado, el cual ha hecho suyo el principio fundamental de la modernidad: el subjetivismo y el relativismo. Según estos principios todo es una producción de la mente del hombre, incluso la religión e incluso Dios, y por lo tanto no existe una verdad objetiva, cierta y absoluta, sino que todo es relativo respecto a lo que piensa el sujeto humano, que toma el lugar de Dios.

San Pio X llama a los modernistas “rebeldes” porque “profesan y difunden de modo sutil, errores monstruosos sobre la evolución del dogma”. Aquí se ponen de relieve dos características principales del modernismo:


1°) El ocultamiento de su verdadera naturaleza bajo la apariencia de verdad y de ortodoxia;
2°) La monstruosidad de su error, que es tan grave que lleva al cambio sustancial de la religión católica si se lo favorece.

En efecto, si el dogma cambia continuamente, intrínseca y sustancialmente, se pasa de una verdad a otra totalmente diferente y por lo tanto a una religión que ya no es la católica tradicional revelada por Jesús y transmitida por los Apóstoles, sino una inventada de la nada por el subjetivismo del pensamiento humano, que se reputa creador de la realidad[3]

Y es por esto que el Papa define el modernismo “no una herejía, sino el compendio y la cloaca de todas las herejías”[4]

Debemos temer la mano extendida del modernismo

Luego, también nosotros como el Papa Sarto, debemos temer no tanto la persecución abierta de la Tradición apostólica, sino la mano extendida del modernismo, que al principio quisiera que se actuara junto a él para luego hacer que inadvertidamente [los unidos a él] se modernicen especulativamente. “Quien no actúa como piensa termina por pensar como actúa”. Si el católico actúa junto a los modernistas terminará pronto por pensar como ellos, sin darse cuenta.



II

La guerra oculta y el modernismo

En la Encíclica Communium rerum del 21 de abril de 1909, San Pio X vuelve sobre el tema y estigmatiza especialmente “otro género de guerra, interna y doméstica, pero tanto más peligrosa, cuanto que se lleva a cabo más solapadamente. Esta guerra, movida por algunos hijos desnaturalizados, que viven en el seno de la Iglesia para desgarrarlo sigilosamente, sus dardos son lanzados contra la misma alma de la Iglesia, como a la raíz del tronco, para herir con golpe seguro y dirigido"[5]

Aquí es necesario pesar el significado de cada palabra:

1°) “guerra interna y doméstica”, es decir, una especie de guerra civil, que es la peor y más cruel de las guerras porque en ella combaten hermanos contra hermanos, formando parte de la misma sociedad civil temporal. Ahora, la guerra a que se refiere San Pío X es aún peor porque los que luchan en ella son parte de la Iglesia de Cristo, que es una sociedad de orden sobrenatural, cuyos miembros forman el Cuerpo Místico de Cristo y la comunión de los Santos. Por lo tanto, es una guerra interna en la Iglesia

2°). “tanto más peligrosa, cuanto que se lleva a cabo más solapadamente”: la guerra que los modernistas están haciendo contra la Iglesia y sus fieles es muy peligrosa porque es una "guerra encubierta", oculta, secreta. El carácter secreto del modernismo, definido por San Pío X "foedus clandestinum / sociedad secreta" (motu proprio, Sacrorum Antistitum 1 de septiembre de 1910), lo vincula con la masonería, la secta secreta por excelencia y enemiga jurada de la Iglesia, que está en el origen del modernismo, gracias al ocultismo;

3°) “por algunos hijos desnaturalizados”: los modernistas que combaten la Iglesia no son hijos, porque eran católicos pero se hicieron herejes, siendo el modernismo “el compendio de todas las herejías”, por lo que son hijos desnaturalizados. De hecho, un hijo por naturaleza ama a su madre y no la combate;

4°) “que viven en el seno de la Iglesia para desgarrarlo sigilosamente”, el fin de los modernistas es el desgarramiento de la Iglesia y su transformación en una sociedad filantrópica y neo-gnóstica. Para conseguir este objetivo se esconden en su seno, no se manifiestan heréticos, y tratan de transformarla desde dentro sigilosamente. Ellos hacen como el lobo, que hace su nido en el bosque para salir fuera en el momento oportuno y hacer estragos en las ovejas;

5°). “sus dardos son lanzados contra la misma alma de la Iglesia, como a la raíz del tronco”: los modernistas no se conforman con negar uno u otro dogma, como han hecho todos los herejes antes de ellos, sino que quieren golpear el alma misma de la Iglesia para matarla y rehacer de ella una nueva según sus gustos y de su afán de novedad. Ellos llegan hasta la “raíz” del “tronco” (o sea la Iglesia) para desarraigarlo/a o secarlo/a. También esta característica de los modernistas nos enseña su odio implacable hacia la Iglesia y la no conciliación con los católicos fieles a la Tradición apostólica, a la S. Escritura y al Magisterio constante de la Esposa de Cristo. Por lo tanto sería vano creer poder colaborar con los modernistas en restaurar la Iglesia, cuando su objetivo es su destrucción.


El modernismo quiere cambiar la sustancia de la Iglesia de Cristo

El Papa prosigue: “Su propósito es el enturbiar las fuentes de la vida y de la doctrina cristiana y dispersar el sagrado depósito de la fe; de alterar el fundamento de la constitución divina; […] dar a la Iglesia una nueva forma”[6].

Una vez más San Pio X insiste en mostrar la gravedad extrema del modernismo, que ataca la fuente y no solo algún dogma de la religión cristiana y por lo tanto quiere contaminarla totalmente “dispersando el depósito de la fe”. El modernismo ataca el fundamento de la constitución divina de la Iglesia y quiere transformarla sustancialmente en un movimiento de vaga religiosidad sentimentalista. Y por este motivo el Papa califica al modernismo como “enfermedad destructiva”, el cual se incuba latente y ocultamente, como el veneno, en las venas y las entrañas de la sociedad moderna”[7].
Esta es la sociedad o el mundo moderno con quien los modernistas han querido dialogar a partir de Juan XXIII, no para refutarlo o convertirlo, sino para acogerlo.

Apertura a la modernidad

El Papa Juan XXIII en su Discurso de apertura del Concilio (11 de octubre de 1962) dijo: “llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que […] no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando. […] Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos” (Enchiridion Vaticanum, Documenti. Il Concilio Vaticano II, EDB, Bologna, IX ed., 1971, p. [39]).

Paulo VI en su Discurso de apertura del 2º periodo del Concilio (29 de septiembre de 1963) dijo: “tratará el Concilio de tender un puente hacia el mundo contemporáneo” (Enchiridion Vaticanum, Documenti. Il Concilio Vaticano II, EDB, Bologna, IX ed., 1971, p. [109]). 

También Paulo VI en su Homilía de la novena sesión del Concilio (7 de diciembre de 1965) dijo: “La religión del Dios que se ha hecho Hombre se ha encontrado con la religión (porque eso es) del hombre que se ha hecho Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. […] Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. […]Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferirle siquiera este mérito y reconocer nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que nadie- somos promotores del hombre. […] Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. […] El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimente diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas”. (Enchiridion Vaticanum, Documenti. Il Concilio Vaticano II, EDB, Bologna, IX ed., 1971,  p. [282-283]). 
Paulo VI dijo también que la Iglesia contemporánea va buscando “algunos puntos de convergencia entre el pensamiento de la Iglesia y la mentalidad característica de nuestro tiempo” (Osservatore Romano, 25 julio 1974). 

Francisco I respondió a Eugenio Scalfari: “El Concilio Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar hacia el futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de entonces, se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo." (Repubblica, 1° octubre 2013, pág. 3).

Nueva forma de la guerra eterna

En todo ello San Pio X ve la nueva forma de la guerra eterna que se libra en contra de la verdad divina y que en el tiempo presente es tanto más peligrosa cuanto más son insidiosas las armas de una vaga religiosidad de las que se sirven y tras las cuales se esconden los enemigos de la Iglesia. Estas armas son definidas por San Pio X: “Instrumentos con los cuales se quieren conciliar las cosas más diferentes, como el delirio de la falsa ciencia humana y la enseñanza de la fe divina, la vana frivolidad del mundo”[8].
En breve, no se puede conciliar lo irreconciliable: el Vaticano II y la Tradición apostólica.

III

Apostasía universal de la fe


En la Encíclica Editae saepe (26 de mayo de 1910), el Papa Sarto advierte que los modernistas “subvierten la doctrina, las leyes y las instituciones de la Iglesia, teniendo en los labios el grito de una humanidad más culta […] porque con estos nombres grandiosos pueden ocultar más fácilmente la maldad de sus intenciones”[9].

Luego añade: “Y cuáles en realidad sean sus miras, cuáles sus tramas, cual la vía que intentan recorrer, ninguno de vosotros lo ignora, y sus designios fueron ya denunciados y condenados por Nos. Ellos se proponen una apostasía universal de la fe y de la disciplina de la Iglesia, una apostasía mucho peor que la antigua herejía que puso en peligro el siglo de Carlos Borromeo; una apostasía que tanto más serpentea oculta en las venas mismas de la Iglesia, tanto más sutilmente lleva los principios erróneos de consecuencias extremas”[10]

Aquí también hace falta pesar cada palabra:

1°)  los modernistas se proponen "una apostasía universal de la fe y de la disciplina de la Iglesia", es decir que el fin del modernismo es no solo la herejía o la negación de uno o más dogmas, sino el cambio sustancial de religión, que se llama apostasía o el abandono de toda la doctrina de la fe;

2°) “una apostasía mucho peor que la antigua herejía que puso en peligro el siglo de Carlos Borromeo”; de hecho, en el siglo de San Carlos serpenteaba la herejía luterana, que negaba muchos dogmas de la fe, pero no toda la doctrina de la fe;

3°) “una apostasía que tanto más serpentea oculta en las venas mismas de la Iglesia, tanto más sutilmente lleva los principios erróneos de consecuencias extremas”; la novedad y la fuerza del modernismo es querer serpentear, como una víbora venenosa, en lo más íntimo de la Iglesia, sin querer salir de ella como hicieron los luteranos; además saca de sus perversos principios las conclusiones más radicales y extremas; el modernista no se queda a medias, sino que llega a las consecuencias más extremas, si inicialmente no lo hace pública y abiertamente (Juan XXIII) es solo para seguir oculto y continuar serpenteando en el interior de la Iglesia para transformarla, estropearla y esparcir de allí su veneno a manos llenas (Francisco I).

La conciliación entre el catolicismo tradicional y el modernismo es inviable

Por tanto el acuerdo, la conciliación entre catolicismo tradicional y modernismo es inviable. En efecto, o el modernista se convierte, abandona el subjetivismo relativista y se hace católico; o bien el católico, inadvertidamente, poco a poco, se vuelve al menos prácticamente, si no teóricamente, modernista.

Atención a la mano extendida y al acuerdo presentado como unilateral, el cual, si se acepta, se vuelve bilateral.

Ayer la “mano extendida” al catolicismo era la del comunismo de “rostro humano” (Gramsci, Bloch, Rodano) y muchos católicos se volvieron apóstatas pasando al comunismo materialista y ateo afirmando: “¿cómo se va a rechazar una “mano extendida” unilateralmente por parte de una entidad que parecía tan temible pero que ahora se muestra tan caritativa?”

Hoy es la mano del neo-modernismo que parece[11] haber abandonado el odio hacia la Tradición (que era palpable en tiempos de Paulo VI) que parece estar dispuesto a concederle derechos o por lo menos una tolerancia práctica. Lamentablemente el mismo estribillo que estaba en boca de los católicos progresistas de ayer se encuentra en boca de los tradicionalistas de hoy: “finalmente un modernista de “rostro humano”, Francisco I. ¿Cómo se rechazará su “mano extendida” a la Tradición?”

Mejor sigamos la advertencia de León XIII, el cual, recomendando la concordia y la unidad en el combate del error, afirma: “…ha de procurarse, en esta materia, el no dejarse fácilmente arrastrar hacia el error, o transigiendo en parte con él, o no oponiéndole sino una leve resistencia, con daño para la verdad”. [12]

Los verdaderos católicos que tienen la segura posesión de la verdad y la justicia, no hacen transacciones y no buscan atenuar el cristianismo. Ellos exigen el pleno respeto de sus derechos, que son los de Dios. Aquellos que no se sienten seguros de la posesión de la verdad (por cansancio o ingenuidad) no logran salir al campo solos, sin formar parte de aquellos que reclaman el respeto de los propios derechos con base en otros principios. ¡He aquí la trampa del “compromiso histórico/teológico”! ¡He aquí David dando la mano a Goliat, sin golpearlo en la frente con la honda, la piedra y el auxilio del Señor!

El concepto de igualdad de culto (misa de San Pio V y Novus Ordo Missae) y de la tolerancia por principio (doble pertenencia a la Tradición y al modernismo) es un producto del subjetivismo relativista filosófico (Descartes), del libre examen religioso (Lutero) de la multiplicidad de las confesiones (Locke) y de la concesión socio-política (Rousseau). En fin, es una consecuencia lógica de la opinión de los modernistas que consideran que en la religión no hay lugar para los dogmas y las fórmulas dogmáticas, y que solo la conciencia o mejor “la experiencia religiosa” de cada individuo es el criterio y la norma para la profesión de la fe y del ejercicio del culto. Es la aceptación del diálogo con la Modernidad, iniciado por Juan XXIII y llevado a sus últimas consecuencias por Francisco I, hecho solo con la misericordia, o mejor dicho, la sumisión sin la justicia, es decir, sin refutar los errores.

Consecuencias funestas de un acuerdo con el modernismo

Un acuerdo práctico con el neo-modernismo llevaría inevitablemente, poco a poco, al encerramiento de la Tradición en la sacristía con el reconocimiento oficial de parte del modernismo, como le sucedió a los indios americanos, encerrados en las reservas y regularmente reconocidos.

Pero el espíritu católico “no se dejará nunca encerrar en las cuatro paredes del templo. La separación entre la religión y la vida, entre la Iglesia y el mundo es contraria a la idea cristiana y católica", (Pio XII, Discurso a los Párrocos de Roma, 16-03 -1946).

“La sociedad moderna está afligida de una fiebre de renovación que da miedo y está infestada de hombres que se valen de nuestro sufrimiento para construir el imperio de su arbitrio, la tiranía de sus vicios, el nido de su lujuria y de sus rapiñas. Nunca el mal había asumido características tan vastas y apocalípticas, nunca se había conocido tanto peligro. De una hora a la otra, nosotros podemos perder no solamente la vida, sino toda la civilización y toda esperanza. Parece que también a nosotros el Señor nos dice: “aún no ha llegado mi hora”, pero la Inmaculada, la Madre de Dios, la Virgen que es la imagen y la tutela de la Iglesia, Ella nos dio, ya en Caná, la prueba de saber y poder obtener el anticipo de la hora de Dios. Y nosotros necesitamos que esta hora venga pronto, venga anticipada, venga inmediatamente, porque casi podríamos decir: “¡Oh Madre, nosotros ya no podemos más!” Por nuestros pecados nosotros merecemos las últimas atrocidades, las más despiadadas ejecuciones. Nosotros hemos echado a su Hijo de las escuelas y de las oficinas, de los campos y de la ciudad, de la calle y de las casas. Lo han echado incluso de las iglesias, hemos preferido a Barrabás. Verdaderamente es la hora de Barrabás […] Con todo esto, confiados en María, creemos que es la hora de Jesús, la hora de la redención […]. Diga María, como en Cana: No tienen más vino; y que lo diga con la misma fuerza de intercesión y, si Él vacila, si se niega, venza su vacilación como vence, por su piedad maternal, nuestra indignidad. Sed Madre piadosa con nosotros, Madre Imperiosa con Él. Acelera su hora, que es la hora nuestra. Nosotros no podemos más, Oh María. La generación humana perece, si Tú no te mueves. Habla por nosotros, oh silenciosa, ¡habla por nosotros, Oh María!” [13]


[1] Un acuerdo (“acordar: unidad de ideas y de intenciones. Convenir entre dos o más personas”, N. Zingarelli) por definición se hace entre dos partes, por lo que si se propone por una sola parte, debe ser aceptado por la otra y así se convierte en acuerdo bilateral, de otro modo no es acuerdo sino desacuerdo o disensión. El ardid del acuerdo “unilateral” es una contraddictio in terminis y muestra la falta de sinceridad de quien lo propone y su intención de ofrecer un pastel envenenado a la otra parte con la esperanza de que lo acepte.
[2] U. Belocchi, Todas las Encíclicas y principales documentos pontificios emanados desde 1740, Ciudad del Vaticano, LEV, vol. VII, Pio X, 1999, pág. 232.
[3] Cfr. Pio X, Enciclica Pascendi, 8 septiembre 1907; Decreto Lamentabili, 3 luglio 1907; Pio XII, Enciclica Humani generis, 12 agosto 1950; R. Garrigou-Lagrange,Le sens commun. La philosophie de l’etre et les formules dogmatiques, París, 1909; F. Marin Sola, L’évolution homogène du dogme catholique, París, 1924.  
[4] Ibíd, pag. 232. 
[5] U. Belocchi, Todas las Encíclicas y principales documentos pontificios emanados desde 1740, Ciudad del Vaticano, LEV, vol. VII, Pio X, 1999, pág. 354.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ib., p. 356. 
[9] Ib., p. 396.
[10] Ib., p. 397.
[11] En realidad no es absolutamente cierto: véase el caso de los Franciscanos de la Inmaculada del P. Manelli; así como se rompió el pacto estipulado por el Instituto del “Buen Pastor”.
[12] Leon XIII, Encíclica Immortale Dei, de 1-11-1885.
[13] A. Ottaviani, Il baluardo, Ares, Roma, 1961, pp. 279-283.