Vamos a tratar de explicar algunas de las palabras de San Pablo en la epístola de hoy, que resultan difíciles de comprender por su gran profundidad.
¿No sabéis, hermanos -dice el Apóstol- que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? En el bautismo se simboliza la muerte de Cristo a la vida mortal, vida que en nosotros nunca está exenta de pecado. Por eso los que hemos sido bautizados hemos muerto al pecado, si queremos. Si estamos muertos al pecado, no debemos vivir en él, sino que debemos conservar nuestras almas en gracia de Dios. Entonces: San Pablo no exagera; es muy importante tener claro que por la gracia de Cristo tenemos el poder para evitar siempre todo pecado mortal. No existe nadie que no pueda evitar el pecado grave. Todo el que comete pecado grave lo comete porque quiere. Todo el que se condena, se condena porque quiere. Porque quiso amar algo más que a Dios.
Por eso, mediante el bautismo, fuimos sepultados junto con El en la muerte. A alguien le puede sonar oscuro y lúgubre este lenguaje. ¿Qué es eso de que fuimos sepultados? Bien, la sepultura es para los muertos y mediante el bautismo el hombre pecador que hay en cada uno de nosotros fue sepultado en y con Cristo, de ahí que antiguamente en el bautismo se sumergiera tres veces en el agua a las personas: tres, por la fe en la Trinidad y por representar los tres días de la sepultura de Cristo. Ahí está el símbolo de la muerte que hay en el bautismo. Y porque los sacramentos hacen realidad lo que significan, la sepultura espiritual que se efectúa mediante el bautismo, realiza verdaderamente la muerte al pecado en el que es bautizado, aunque sin quitarle la libertad.
Pero a la muerte de Cristo siguió su resurrección, por lo que continúa diciendo San Pablo: a fin de que así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. La vida nueva es una vida pasada en buenas obras que lleva a la Vida eterna. La vida vieja es la vida de pecado, que se dice “vejez” porque lleva a la muerte eterna, como la vejez física lleva a la muerte física. Cada uno de nosotros elige el pecado o el bien, la muerte o la vida. Dios, cuando da la gracia no quita la libertad, por eso los bautizados también cometen pecados mortales y también van al infierno. El bautismo hace que tengamos un pie en el cielo, pero no los dos.
Sigo citano la epístola: Para que andemos en vida nueva, sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado de una vez. El hombre viejo, la tendencia al pecado que hay en todos nosotros, fue crucificado y destruido cuando Cristo se dejó crucificar para salvarnos. Por eso es que podemos vencer a ese hombre viejo que hay en nosotros si queremos. Lo vencemos con el poder de Dios. Queramos vencerlo. Hay que elegir entre la vida vieja y la vida nueva, el hombre viejo y el hombre nuevo, entre servir a Dios y servir al demonio y a la carne. No existe término medio: “todo el que comete pecado es esclavo del pecado” dice Nuestro Señor en Juan 8, 34.
Sigue diciendo San Pablo: Si hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos también con Él. El que muere con Cristo muerto, vive con Cristo resucitado. Y Cristo resucitó de entre los muertos para nunca más volver a morir; luego, el que muere al pecado, de tal manera vive con Cristo resucitado que realmente tiene el poder de vencer siempre al mal con el bien, de nunca cometer pecados mortales.
Y por eso San Pablo termina diciendo: así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. No hay cosa más horrorosa y negra que un alma en pecado mortal, dice Santa Teresa de Ávila, a quien Dios le hizo ver eso. Y agrega que si los hombres entendiesen esto, todos evitarían pecar. En consecuencia, entre nosotros hay mucha ceguera y poca fe y caridad, en la misma medida que abunda el pecado mortal.
Que por la intercesión de Nuestra Madre Santísima queramos vivir como verdaderos hijos de Dios, cumpliendo siempre los Mandamientos divinos y evitando siempre todo pecado mortal.