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El
11 de septiembre de 1976, Mons. Lefebvre fue sorpresivamente citado por Paulo VI a una audiencia en Castelgandolfo. El
día 16 de mayo de 2018, a casi 42 años de esa entrevista, Andrea Tornielli, un influyente
vaticanólogo que está muy al tanto de las tratativas entre Roma apóstata y la
cúpula liberal de la FSSPX, publica en Vatican Insider extractos de una
supuesta transcripción de esa conversación, bajo el título de “He aquí el acta secreta del encuentro entre
Pablo VI y Lefebvre”. Señala Tornielli que el acta ha sido reproducida en el
libro “La barca de Pablo”, del regente de la Casa Pontificia (y gran admirador de
Pablo VI) Leonardo
Sapienza.
¿Por qué se hace justamente ahora esa publicación? No lo sabemos, pero podemos suponer que esta "revelación" forma parte de la estrategia romana para conducir a la FSSPX hacia el acuerdo suicida y traidor. Abajo reproducimos el artículo de Vatican Insider, subrayando las palabras que, nos parece, se querrían presentar como un apoyo a la idea -superada por los hechos y definitivamente desechada por Mons. Lefebvre, pero resucitada por Mons. Fellay- de pedir a Roma que deje a la FSSPX “hacer la experiencia de la Tradición”, siendo Fraternidad reconocida e integrada a la estructura oficial "tal como ella es”. Hasta ahora hay un silencio absoluto de la Fraternidad acerca de esta "acta secreta" que deshonra la memoria de su fundador, presentándolo como un hombre atormentado, exaltado, impredecible, contradictorio y vacilante.
¿Por qué se hace justamente ahora esa publicación? No lo sabemos, pero podemos suponer que esta "revelación" forma parte de la estrategia romana para conducir a la FSSPX hacia el acuerdo suicida y traidor. Abajo reproducimos el artículo de Vatican Insider, subrayando las palabras que, nos parece, se querrían presentar como un apoyo a la idea -superada por los hechos y definitivamente desechada por Mons. Lefebvre, pero resucitada por Mons. Fellay- de pedir a Roma que deje a la FSSPX “hacer la experiencia de la Tradición”, siendo Fraternidad reconocida e integrada a la estructura oficial "tal como ella es”. Hasta ahora hay un silencio absoluto de la Fraternidad acerca de esta "acta secreta" que deshonra la memoria de su fundador, presentándolo como un hombre atormentado, exaltado, impredecible, contradictorio y vacilante.
La transcripción parcial publicada no es
fidedigna. Si se la compara con el relato de Mons. Lefebvre, se hace
evidente que alguien (¿Sapienza?, ¿Benelli?, ¿Macchi?, ¿algún otro?) ha falseado lo dicho en esa reunión, cosa que no nos extraña en modo alguno,
dada la conocida falta de honestidad de los modernistas. Más abajo los lectores podrán
constatar que, en los días siguientes a la reunión, Monseñor Lefebvre acusó al Vaticano de mentir en las informaciones que daba sobre esta audiencia.
En
la presente entrada comenzaremos por publicar lo que sobre esa entrevista informó
Mons. Lefebvre a sus seminaristas durante un retiro sacerdotal en Ecône
(COSPEC 34 A) (Fuente en inglés acá). Luego, podrán leer el artículo de Vatican Insider con los extractos del "acta secreta". Finalmente, hemos puesto lo esencial sobre las acusaciones cruzadas entre Mons. Lefebvre y el Vaticano, acerca de faltar a la verdad en las informaciones acerca de la reunión.
MONSEÑOR LEFEBVRE HABLA SOBRE LA AUDIENCIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1976
"Así que fui a la oficina del Santo
Padre, donde encontré al Santo Padre con Monseñor Benelli a su lado. Saludé al
Santo Padre y saludé a Mons. Benelli. Nos sentamos de inmediato, y la audiencia
comenzó.
El Santo Padre estaba bastante animado al
principio, se podría decir que casi violento en cierto modo: se podía percibir
que estaba profundamente herido y más bien provocado por lo que estamos
haciendo. Él me dijo:
-“Usted me condena, usted me condena. Soy
modernista. Soy protestante. No se puede permitir, usted está haciendo mal, no
debe continuar, está causando escándalo en la Iglesia,” etc. ... con nerviosa
irritabilidad.
Desde luego que yo permanecí en silencio.
Después me dijo:
-“Bien, hable ahora, hable. ¿Qué tiene que
decir?”
Le dije:
-"Santo Padre, vengo aquí, pero no
como la cabeza de los tradicionalistas. Usted ha dicho que soy la cabeza de los
tradicionalistas. Niego rotundamente que yo sea la cabeza de los
tradicionalistas. Soy sólo un católico, un sacerdote, un obispo, entre millones
de católicos, miles de sacerdotes y otros obispos que están desgarrados,
destrozados en la conciencia, en la mente, en el corazón. Por una parte
queremos someternos totalmente a usted, seguirlo en todo, no tener reservas
sobre su persona, y, por otra, somos conscientes de que los lineamientos
adoptados por la Santa Sede desde el Concilio y toda la nueva orientación, nos
alejan de sus predecesores. Entonces ¿qué debemos hacer? Nos vemos
obligados o bien a adherirnos a sus predecesores o bien a adherirnos a su
persona y a separarnos de sus predecesores. Que los católicos sean
desgarrados así es inaudito, increíble. Y no soy yo quien ha provocado eso, no
es un movimiento hecho por mí, es un sentimiento que viene del corazón de los
fieles, de millones de fieles que no conozco. No tengo ni idea de cuántos hay. Están
en todo el mundo, en todas partes.
Todo el mundo se siente intranquilo por el
desorden que se ha producido en la Iglesia en los últimos diez años, por las
ruinas que se acumulan en la Iglesia. He aquí unos ejemplos: hay una actitud
fundamental entre estas personas, una actitud interior que significa que ya no
cambiarán ahora, ya no cambiarán porque han hecho su elección por la Tradición,
por aquellos que mantienen la Tradición. Hay ejemplos como el de las hermanas
religiosas que vi hace dos días, buenas religiosas que desean mantener su vida
religiosa, que enseñan a los niños como sus padres quieren que se les enseñe;
muchos padres traen a sus hijos porque recibirán una educación católica de
estas religiosas. Por lo tanto, las religiosas conservan su hábito
religioso; y sólo porque desean conservar las antiguas oraciones y el catecismo
antiguo, son excomulgadas. La Superiora General ha sido destituida. El
obispo, por cinco veces, les ha exigido que abandonen su hábito religioso porque
han sido reducidas al estado laical. La gente que ve eso, no lo entiende. Y,
al lado de eso, las monjas que desechan su hábito, se vuelven a todas las
vanidades mundanas, ya no tienen una regla religiosa, ya no rezan, ¡están
oficialmente aprobadas por los obispos, y nadie dice una palabra en su contra!
El hombre de la calle, el pobre cristiano,
viendo estas cosas, no puede aceptarlas. Eso es imposible. Lo mismo pasa con
los sacerdotes. Los buenos sacerdotes que celebran bien la Misa, que rezan, que
se encuentran en el confesionario, que predican la verdadera doctrina, que
visitan a los enfermos, que llevan su sotana, que son verdaderos sacerdotes
amados por su pueblo porque celebran la Misa antigua, la Misa de su ordenación;
que enseñan el antiguo catecismo; son arrojados a la calle como criaturas sin
valor, prácticamente excomulgados. Y luego los sacerdotes que van a las
fábricas, que nunca visten de sacerdotes para que se sepa lo que son, que
predican la revolución; son aceptados oficialmente y nadie les dice nada.
En cuanto a mí, estoy en el mismo caso.
Trato de hacer sacerdotes, buenos sacerdotes como se hacían antes; hay muchas
vocaciones, los jóvenes son admirados por la gente que los ve en los trenes, en
el metro; los saludan, los admiran, los felicitan por su vestimenta y su porte;
¡y me suspenden a divinis! Y a los obispos que no tienen más
seminaristas, ni sacerdotes jóvenes, ni nada, y cuyos seminarios ya no hacen
buenos sacerdotes ¡no se les dice nada! Usted entiende: el pobre cristiano
promedio lo ve claramente. Ha elegido y no cederá. Ha llegado a su límite. Es
imposible."
-"Eso no es verdad. Usted no forma
buenos sacerdotes -me dijo-, porque los hace jurar contra el Papa".
-"¡Qué!", contesté. "¿Un
juramento contra el Papa? ¡Yo que, por el contrario, trato de infundirles
respeto por el Papa, respeto por el sucesor de Pedro! Al contrario, rezamos por
el Santo Padre, y usted nunca podrá mostrarme este juramento que hacen contra
el Papa. ¿Puede darme una copia?"
Y ahora, oficialmente, los portavoces
vaticanos han publicado en el periódico de hoy, donde pueden leerlo, la
negación vaticana, diciendo que no es verdad, que el Santo Padre no me dijo
eso: el Santo Padre no me dijo que hice jurar a mis seminaristas y jóvenes
sacerdotes contra el Papa. ¿Pero cómo pude haber inventado eso?
¿Cómo inventar
algo así? Es impensable. Pero ahora lo niegan: el Santo Padre no lo dijo. Es
increíble. Y obviamente no tengo ninguna grabación. No escribí toda la
conversación, así que no puedo probar lo contrario materialmente.
¡Pero mi reacción! No puedo olvidar cómo
reaccioné a esa afirmación del Santo Padre. Todavía puedo verme haciendo gestos
y diciendo: "Pero, Santo Padre, ¿cómo puede decir algo así? ¿Puede
mostrarme una copia del juramento?" Y ahora dicen que no es verdad. ¡Es
extraordinario!
Entonces el Santo Padre me dijo, más
adelante:
"Es verdad. ¿No es verdad que usted
me condena?"
Tenía la fuerte impresión de que
todo concernía más bien a su persona, que estaba personalmente herido:
-"Usted me condena. ¿Qué debo hacer?
¿Debo entregar mi renuncia y dejar que usted ocupe mi lugar?"
-"¡Oh!" Puse mi cabeza en mis
manos.
-"Santo Padre, no diga esas cosas.
¡No, no, no, no, no!" Entonces dije:
"Santo Padre, permítame continuar.
Usted tiene la solución del problema en sus manos. Sólo hace falta decir una
palabra a los obispos: acoged fraternalmente, con comprensión y caridad, a
todos los grupos de tradicionalistas, a todos los que quieran conservar la
oración de los días pasados, los sacramentos como antes, el catecismo como
antes. Recibidlos, dadles lugares de culto, instaladlos para que oren y
permanezcan en relación con vosotros, en íntima relación con sus obispos. Sólo
hace falta decir una palabra a los obispos y todo volverá al orden y en ese
momento no tendremos más problemas. Las cosas volverán al orden. En cuanto al
seminario, yo mismo no tendré dificultad en acudir a los obispos y pedirles que
implanten a mis sacerdotes en sus diócesis: las cosas se harán normalmente. Yo
mismo estoy muy dispuesto a renovar las relaciones con una comisión que usted
podría nombrar de la Congregación de Religiosos para venir al seminario. Pero
claramente mantendremos y deseamos continuar la práctica de la Tradición. Se
nos debe permitir mantener esa práctica. Pero quiero volver a las relaciones
normales y oficiales con la Santa Sede y con las Congregaciones. Más allá de
eso, no quiero nada".
[Como se sabe, después del
fracaso del intento de acuerdo de 1988, Mons. Lefebvre desechó para siempre la posibilidad de que la FSSPX sea integrada a la estructura oficial conciliar, idea exhumada
por la actual cúpula liberal de la FSSPX. Tenga presente el lector que estas
palabras fueron dichas por el Arzobispo en 1976, pero que en su último libro, "Itinerario espiritual siguiendo a Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica", obra escrita a pocos meses de su muerte y que, por tanto, constituye su testamento espiritual; Monseñor Lefebvre expresa estas palabras lapidarias a las que Mons. Fellay jamás se refiere: "Es un deber estricto, para todo sacerdote que quiera permanecer católico, el separarse de esta iglesia conciliar, en tanto que ella no regrese a la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica”]
Entonces me dijo:
-"Debo reflexionar, debo rezar, debo
consultar al Consistorio, debo consultar a la Curia. No puedo darle una
respuesta. Ya veremos."
Después de eso me dijo: "Recemos
juntos."
Dije: "Con mucho gusto, Santo Padre."
Entonces dijimos el Pater Noster, Veni
Creator, y un Ave María, y él entonces me acompañó muy amablemente, pero con
dificultad: su caminar era doloroso, arrastrando un poco sus piernas. En la
habitación de al lado esperó a que Domenico viniera a buscarme e hizo que le
dieran una pequeña medalla a Don Domenico. Luego nos fuimos. Y Monseñor Benelli
no abrió la boca, sólo escribió todo el tiempo, como secretario. Entonces yo
diría que no me molestó en absoluto la presencia del Obispo Benelli, que era
como inexistente. Eso no molestó al Santo Padre. Bueno, no me molestó en
absoluto pues no abrió la boca, no protestó. Entonces le dije de nuevo dos
veces que él tenía la solución del problema en sus manos. Luego mostró su
satisfacción por haber tenido esta entrevista, este diálogo. Le dije que
siempre estaba a su disposición. Luego nos fuimos.
Desde entonces, están contando lo que
quieren en los periódicos, las invenciones más fantásticas: que lo acepté todo,
que hice una sumisión completa; luego dijeron que era todo lo contrario: que no
había aceptado nada y no había concedido nada. Ahora me dicen, en efecto,
que mentí, que estoy inventando cosas en la conversación que tuve con el Santo
Padre. Mi impresión es que están tan furiosos que esta audiencia tuvo lugar de
forma imprevista, sin pasar por los canales habituales, que están intentando
por todos los medios desacreditarla, y desacreditarme a mí también. Claramente
tienen miedo de que esta audiencia me vuelva a poner a favor de muchas
personas, que están diciendo: Ahora, si Monseñor ha visto al Santo Padre, no
hay más problemas: ha vuelto con el Santo Padre. De hecho, nunca hemos estado
en contra del Santo Padre y siempre hemos querido estar con el Santo Padre.
Además, acabo de escribirle de nuevo
porque el Cardenal Thiandoum insistió mucho en ello para que pudiera tener una
breve nota mía para entregarla al Santo Padre. Yo le dije: "Bien. Estoy
dispuesto a escribir una breve carta al Santo Padre (aunque estoy empezando a
pensar que esta correspondencia es interminable), quiero agradecer al Santo
Padre por concederme esta audiencia”. Lo hice, y agradecí al Santo Padre…
El Santo Padre había dicho en el curso de
la conversación: "Bueno, al menos tenemos un punto en común: los dos
queremos poner fin a todos estos abusos que existen actualmente en la Iglesia,
para devolver a la Iglesia su verdadero rostro, etc...".
Yo contesté: "Sí, absolutamente".
Así que puse en mi carta que estaba
dispuesto a colaborar con él, habiendo dicho en el transcurso de la audiencia
que por lo menos teníamos un punto en común, para devolverle a la Iglesia su
verdadero rostro y suprimir todos los abusos en la Iglesia. En eso, estaba
dispuesto a colaborar, y de hecho bajo su autoridad. No creo haber dicho
nada que pudiera comprometerme, que pudiera comprometerme demasiado porque eso
es lo que hacemos, no hacemos nada más que dar a la Iglesia su verdadero
rostro. Entonces no lo sé. Eso no cambiará nada. Tengan en cuenta esto, no
cambiará nada. [Idem nota anterior]
También le dije, basándome en el
pluralismo, dije, pero finalmente, con este pluralismo actual, “¿cómo sería
conceder a los que quieren mantener la tradición que se pongan en pie de
igualdad con los demás? Es lo mínimo que se nos puede otorgar.” [Idem. Acá Monseñor usa un argumento ex concessis] Le dije: “No sé si usted sabe, Santísimo
Padre, que ahora hay 23 oraciones eucarísticas oficiales en Francia. ”
Él levantó los brazos al cielo y dijo:
“¡Mucho más, Excelencia, mucho más, mucho más, mucho más, mucho más!”
Entonces le dije:
-"Pero, si hay muchas más, si, aun
así, agrega otra, no veo cómo eso puede dañar a la Iglesia. ¿Es un pecado
mortal mantener la Tradición y hacer lo que la Iglesia siempre ha hecho?"
Ya lo ven, el Papa parece bien informado.
Así que ahora creo que debemos rezar y
mantenernos firmes. Puede haber algunos entre ustedes que se escandalizaron por
la suspensión a divinis y, diría yo,
por mi rechazo de la suspensión a divinis. Por
supuesto. Lo entiendo. Pero ese rechazo es parte, y yo digo que debe ser visto
como parte, de nuestra negativa a aceptar el juicio que nos llegó de Roma. Todo
eso es lo mismo. Es parte del mismo contexto; todo está vinculado entre sí. ¿No
es así? Por lo tanto, no veo por qué debo aceptar esta suspensión, ya que no
acepté la prohibición de las ordenaciones, ni el cierre del seminario, ni el
cierre y la destrucción de la Fraternidad. Eso significaría que debería
haber aceptado desde el momento de la primera sentencia, de la primera condena:
Debí haber dicho sí, estamos condenados, cerramos el seminario y terminamos la
fraternidad... ¿Por qué no lo acepté? Porque se hizo ilegalmente, porque
no se basa en ninguna prueba ni en ningún juicio. No sé si han tenido ocasión
de leer lo que el propio Cardenal Garrone dijo en una entrevista: nuestro
encuentro con Mons. Lefebvre en Roma con los tres Cardenales no fue un
tribunal. Lo dijo abiertamente. Es lo que siempre he dicho yo mismo. Era
una conversación. Nunca me he encontrado ante un tribunal. La Visitación no fue
un tribunal; fue una investigación, no un juicio. Así que no había tribunal, ni
juicio, ni nada: he sido condenado así sin poder defenderme, sin monición, sin
nada por escrito, sin nada. ¡No! No es posible. En todo caso, la justicia
existe. Así que rechacé esa condena, porque era ilegal y porque no pude hacer
mi apelación. La forma en que ocurrió es absolutamente inadmisible. No se nos
han dado razones válidas para nuestra condena. Una vez que esa sentencia ha
sido rechazada, no hay ninguna razón válida para no rechazar a lo demás, porque
lo demás siempre descansa en aquella.
¿Por qué se me ha prohibido ordenar?
Porque la Fraternidad fue "suprimida" y el seminario debería haber
sido cerrado. Así que no tengo derecho a ordenar. Lo rechazo porque se basa en
un juicio falso. ¿Por qué estoy suspendido
a divinis? Porque ordené cuando se me había prohibido hacerlo. Pero no
acepto esa sentencia sobre las ordenaciones precisamente porque no acepto el
juicio que se pronunció. Es una cadena. No acepto la cadena porque no acepto el
primer eslabón sobre el que se construyó toda la condena. No puedo
aceptarlo.
Además, el mismo Santo Padre no me habló
de la suspensión, no me habló del seminario, de nada. Sobre ese tema,
nada, nada en absoluto.
Esta es la situación actual. Creo que para
ustedes, claramente -y lo comprendo- es un drama, como lo es para mí; y creo
que deseamos de todo corazón que se reanuden las relaciones normales con la
Santa Sede. [Idem] ¿Pero quién fue el que rompió las relaciones
normales? Se rompieron en el Concilio. Fue en el Concilio donde se
rompieron las relaciones normales con la Iglesia, fue en el Concilio donde la
Iglesia, separándose de la Tradición, apartándose de la Tradición, adoptó una
actitud anormal hacia la Tradición. Es lo que no podemos aceptar; no podemos
aceptar una separación de la Tradición.
Como le dije al Santo Padre: "En la
medida en que se desvíe de sus predecesores, no podremos seguirlo." Eso
está claro. No somos nosotros los que nos desviamos de sus predecesores.
Cuando le dije: "Pero mire de nuevo
los textos sobre la libertad religiosa, dos textos que se contradicen
formalmente, palabra por palabra (importantes textos dogmáticos, el de Gregorio
XVI y el de Pío IX, Quanta Cura, y luego el de la libertad religiosa, se
contradicen palabra por palabra). ¿Cuáles debemos escoger?”
Él contestó: "Oh, deje esas cosas. No
empecemos discusiones".
Sí, pero todo el problema está ahí. En la
medida en que la nueva Iglesia se separa de la antigua, no podemos seguirla.
Esa es la posición, y por eso mantenemos la Tradición, nos mantenemos firmes en
la Tradición; y estoy seguro de que estamos prestando un inmenso servicio a la
Iglesia. Debo decir que el seminario de Ecône es fundamental para la batalla
que estamos librando. Es la batalla de la Iglesia, y es con esa idea que
debemos posicionarnos.
Desgraciadamente, debo decir que esta
conversación con el Santo Padre me ha dejado una impresión dolorosa. Tenía
precisamente la impresión de que lo que él defendía era su propia persona:
-"¡Usted está en mi contra!"
-"No estoy en contra de usted, estoy
en contra de lo que nos separa de la Tradición; estoy en contra de lo que nos
atrae hacia el Protestantismo, hacia el Modernismo."
Tenía la impresión de que estaba
considerando todo el problema como algo personal. No es la persona, no es
Monseñor Montini: lo consideramos el sucesor de Pedro, y como sucesor de Pedro
debe transmitirnos la fe de sus predecesores. En la medida en que no
transmite la fe de sus predecesores, ya no es el sucesor de Pedro. Se convierte
en una persona separada de su deber, negando su deber, no cumpliendo con su
deber. No hay nada que pueda hacer: Yo no tengo la culpa.
Cuando Fesquet de Le Monde -él estaba en
la segunda fila hace dos o tres días- dijo: "Pero de hecho usted está
solo. Solo contra todos los obispos. ¿Qué es lo que puede hacer? ¿Qué
sentido tiene un combate de ese tipo?"
Yo respondí: "¿Qué quiere decir? No
estoy solo, tengo toda la Tradición conmigo. Además, incluso aquí no estoy
solo. Sé que muchos obispos piensan en privado como nosotros. Tenemos muchos
sacerdotes con nosotros, y están el seminario y los seminaristas y todos los que
vienen hacia nosotros".
Y la Verdad no está hecha por números: los
números no hacen la Verdad. Aunque esté solo, y aunque todos mis seminaristas
me abandonen, aunque sea abandonado por toda la opinión pública, es lo mismo
para mí. Estoy apegado a mi catecismo, apegado a mi Credo, apegado a la
Tradición que santificó a todos los santos del cielo.
No me preocupo por los demás: ellos hacen
lo que quieren; pero yo quiero salvar mi alma. Conozco muy bien la opinión
pública: fue la opinión pública la que condenó a Nuestro Señor después de
haberle aclamado unos días antes. Primero el Domingo de Ramos y luego el
Viernes Santo. Ya lo sabemos. No se puede confiar en la opinión pública. Hoy es
por mí, mañana es contra mí. Lo que importa es la fidelidad a nuestra fe. Debemos
tener esa convicción y mantener la calma.
Cuando el Santo Padre me dijo:
-"Pero, después de todo, ¿no siente
dentro de usted algo que le reprocha lo que está haciendo? Está haciendo un
gran escándalo en la Iglesia. ¿No hay algo que le reproche?"
Le contesté: "¡No, Santo Padre, para
nada!"
Él contestó: "¡Oh! Entonces usted es irresponsable."
"Tal vez", dije. No podría decir
lo contrario. Si tuviera algo que reprocharme, lo dejaría de inmediato.
Oren bien durante su retiro, porque creo
que van a suceder cosas. Han estado sucediendo por mucho tiempo, pero cuanto
más lejos vamos, más llegamos a un punto crítico.
Sin embargo, el hecho de que Dios me haya
permitido encontrarme con el Santo Padre, decirle lo que pensamos, y dejar toda
la responsabilidad de la situación, ahora, en sus manos, eso es algo querido
por Dios. Nos queda orar, rogando al Espíritu Santo que lo ilumine y le dé
valor para actuar de una manera que claramente podría ser muy difícil para él.
No veo otra solución. Dios tiene todas las
soluciones. Podría morir mañana. Debemos orar también por los fieles que
mantienen la Tradición para que siempre mantengan una actitud fuerte y firme,
pero no una actitud de desprecio hacia las personas, de insulto hacia las
personas, de insulto hacia los obispos. Tenemos la ventaja de poseer la Verdad
-no estamos en el error- así como la Iglesia tiene la superioridad sobre el
error al tener la Verdad: esa superioridad es de Ella.
Porque tenemos la convicción de que
estamos defendiendo la Verdad, la Verdad debe trazar nuestro curso, la Verdad
debe convencer. No es nuestra persona, no son los arrebatos de ira, o el
insulto a la gente, lo que le dará más peso a la Verdad. Por el contrario, eso
podría poner en duda nuestra posesión de la Verdad. Enojarse e insultar muestra
que no confiamos completamente en el peso de la Verdad, que es el peso de Dios
mismo. Es en Dios en quien confiamos, en la Verdad que es Dios, que es nuestro
Señor Jesucristo. ¿Qué puede ser más seguro que eso? Nada. Y poco a poco
esa Verdad hace, y hará, su camino. Debe ser así. Así que resolvamos que en
nuestras expresiones y actitudes no despreciemos ni insultemos a la gente, sino
que nos mostremos firmes contra el error. Firmeza absoluta, sin compromiso, sin
relajación, porque estamos con Nuestro Señor; es una cuestión de Nuestro Señor
Jesucristo. El honor de Nuestro Señor Jesucristo, la gloria de la
Santísima Trinidad está en juego, no la gloria infinita en el cielo, sino la
gloria aquí abajo en la tierra. Es la Verdad; y la defendemos a cualquier
precio, pase lo que pase.
Les agradezco a todos por orar por estas
intenciones, como creo que lo hicieron durante las vacaciones, y agradezco a
todos aquellos que tuvieron la amabilidad de escribirme unas palabras durante
las vacaciones para decir y mostrarme su simpatía y afecto durante estos
tiempos, que siempre son algo así como una prueba. Dios ciertamente nos ayuda
en esta lucha: eso es absolutamente cierto. Pero, de todos modos, es una prueba.
Sería una gran alegría trabajar con todos aquellos que tienen responsabilidad
en la Iglesia y que deberían trabajar con nosotros por el Reinado de Nuestro
Señor.
Permanecemos unidos. Hagan un buen retiro para que puedan emprender un año provechoso de estudios.
Permanecemos unidos. Hagan un buen retiro para que puedan emprender un año provechoso de estudios.
____________________________
He aquí el acta secreta del encuentro
entre Pablo VI y Lefebvre
En el libro del padre Sapienza se
encuentra la transcripción de la conversación del 11 de septiembre de 1976 entre
el obispo tradicionalista y Montini. Documento útil para comprender ciertas dinámicas internas en la Iglesia
de hoy. [Nos
preguntamos: ¿qué dinámicas internas en la Iglesia tenemos que comprender? ¿Acaso
la de la inminente absorción de la FSSPX por la Roma liberal y modernista?]
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
«Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis
escritos; pero no he querido referirme a su persona, nunca he tenido esa
intención… Yo no puedo comprender por qué de repente se me condena porque formo
a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia». «No
es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué
se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca… Usted lo ha dicho y lo
ha escrito. Sería un Papa modernista. Aplicando un Concilio Ecuménico,
yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese,
tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la
Iglesia».
Se trata de un dramático documento, un
mecanografiado en lengua italiana con algunas partes en francés. El Papa
Montini recibió el 11 de septiembre de 1976 en Castel Gandolfo al arzobispo
francés Marcel Lefebvre, jefe de la Fraternidad San Pío X y gran crítico del
Concilio. El redactor del
acta fue, por voluntad del mismo Pablo VI, el Sustituto de la Secretaría de
Estado, Giovanni Benelli (que pocos meses después fue promovido a arzobispo de
Florencia y creado cardenal). Participó también en el encuentro su secretario
particular, Pasquale Macchi. Benelli fue, pues, un asistente excepcional: diez
años antes había sido pro-nuncio en Senegal, en donde fue obispo misionero el
prelado francés. La transcripción de ese encuentro (entre el Papa que condujo
el Concilio hacia su conclusión y que promulgó la reforma litúrgica, y el
obispo rebelde que desafiaba la autoridad del Pontífice) ahora es publicada en
el libro “La barca de Pablo”, escrito por el regente de la Casa Pontificia
Leonardo Sapienza.
Antes de indicar cuáles son las partes más importantes de esta conversación, es importante recordar que Giovanni Battista Montini y Marcel Lefebvre se conocían desde hacía tiempo. En los archivos de la diócesis de Milán hay una carta dirigida por el prelado francés al entonces arzobispo ambrosiano sobre los problemas misioneros del episcopado africano. Montini respondió diciéndose complacido «por la acción apostólica» de Lefebvre. Además, tanto el cardenal Montini como Lefebvre habían participado en las sesiones de trabajo de la Comisión central preparatoria del Concilio. Durante el Vaticano II, Lefebvre fue uno de los protagonistas de la minoría conservadora que se formó alrededor del “coetus internationalis patrum”. Estaba en primera línea en la lucha contra la colegialidad, pidió la condena del comunismo y dio una lucha feroz contra la libertad religiosa, derecho que el Concilio habría garantizado con la declaración “Dignitatis humanae”. Pero hay que recordar que el arzobispo francés firmó tanto la Constitución conciliar sobre la liturgia como la misma declaración sobre la libertad religiosa. [Monseñor Lefebvre lo negó y Mons. Faure piensa que pudieron falsificar algunas de las la firmas de Mons. Lefebvre que aparecerían en las actas conciliares] También hay que recordar que Lefebvre celebró la misa de 1965 con las primeras reformas experimentales introducidas por el “consilium” guiado por el cardenal Giacomo Lercaro y por el entonces padre Annibale Bugnini. [“Celebré la Misa de acuerdo con las nuevas instrucciones litúrgicas de 1965, pero nunca de acuerdo con las definitivas de 1968, y que llevan la firma de Monseñor Bugnini” Cita de Mons. Lefebvre de acá]
Después de haber dejado el puesto de superior de su congregación, Lefebvre fundó en 1970 la Fraternidad sacerdotal San Pío X, con un seminario propio en Ecône, en la diócesis suiza de Friburgo y con el reconocimiento del obispo diocesano, François Charrière. La Fraternidad se niega a celebrar según el nuevo misal romano, y en 1974 el arzobispo indica que las novedades introducidas por el Concilio Vaticano II son «novedades destructoras de la Iglesia». Pierre Mamie, el obispo que sucedió a Charrière, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, retira el reconocimiento canónico al seminario de Ecône y pide su clausura.
La Santa Sede trata de dialogar con Lefebvre: el Papa instituye una comisión para escuchar las instancias del prelado, conformada por los cardenales Garrone, prefecto de la Educación Católica, John Joseph Wright, prefecto del clero, y Arturo Tabera Araoz, prefecto de los religiosos. En 1975, Roma invita a Lefebvre a cerrar el seminario de Ecône y a no proceder con nuevas ordenaciones sacerdotales. En tres ocasiones Pablo VI escribió al arzobispo y envió prelados de confianza a visitar la sede de los tradicionalistas. Pero después del enésimo “no”, Lefebvre fue suspendido “a divinis”, es decir de los derechos y deberes que derivan del sacerdocio y del episcopado. Ya no podía celebrar, pero, a pesar de ello, en agosto de ese año, preside la misa ante diez mil fieles y cuatrocientos periodistas, obteniendo una enorme resonancia mediática. En septiembre de 1976 Lefebvre fue recibido por el Papa Montini para una audiencia en Castel Gandolfo.
El encuentro, se lee en el acta ahora publicada, duró poco más de media hora, de las 10.27 a las 11.05. La transcripción mecanografiada llena ocho páginas. «Su Santidad ha encargado al Sustituto que haga constar en acta Su conversación con Mons. Lefebvre: si, durante el coloquio, hubiere considerado oportuna su intervención, le habría hecho un gesto». Pero no parece que haya intervenido Benelli. A pesar de la presencia de dos testigos, el Sustituto y el secretario Macchi, el diálogo siempre se desarrolla entre el Papa y Lefebvre, alternando entre el francés y el italiano.
«Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa, –comienza Pablo VI. ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un pobre hombre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad».
Antes de indicar cuáles son las partes más importantes de esta conversación, es importante recordar que Giovanni Battista Montini y Marcel Lefebvre se conocían desde hacía tiempo. En los archivos de la diócesis de Milán hay una carta dirigida por el prelado francés al entonces arzobispo ambrosiano sobre los problemas misioneros del episcopado africano. Montini respondió diciéndose complacido «por la acción apostólica» de Lefebvre. Además, tanto el cardenal Montini como Lefebvre habían participado en las sesiones de trabajo de la Comisión central preparatoria del Concilio. Durante el Vaticano II, Lefebvre fue uno de los protagonistas de la minoría conservadora que se formó alrededor del “coetus internationalis patrum”. Estaba en primera línea en la lucha contra la colegialidad, pidió la condena del comunismo y dio una lucha feroz contra la libertad religiosa, derecho que el Concilio habría garantizado con la declaración “Dignitatis humanae”. Pero hay que recordar que el arzobispo francés firmó tanto la Constitución conciliar sobre la liturgia como la misma declaración sobre la libertad religiosa. [Monseñor Lefebvre lo negó y Mons. Faure piensa que pudieron falsificar algunas de las la firmas de Mons. Lefebvre que aparecerían en las actas conciliares] También hay que recordar que Lefebvre celebró la misa de 1965 con las primeras reformas experimentales introducidas por el “consilium” guiado por el cardenal Giacomo Lercaro y por el entonces padre Annibale Bugnini. [“Celebré la Misa de acuerdo con las nuevas instrucciones litúrgicas de 1965, pero nunca de acuerdo con las definitivas de 1968, y que llevan la firma de Monseñor Bugnini” Cita de Mons. Lefebvre de acá]
Después de haber dejado el puesto de superior de su congregación, Lefebvre fundó en 1970 la Fraternidad sacerdotal San Pío X, con un seminario propio en Ecône, en la diócesis suiza de Friburgo y con el reconocimiento del obispo diocesano, François Charrière. La Fraternidad se niega a celebrar según el nuevo misal romano, y en 1974 el arzobispo indica que las novedades introducidas por el Concilio Vaticano II son «novedades destructoras de la Iglesia». Pierre Mamie, el obispo que sucedió a Charrière, de acuerdo con la Conferencia Episcopal helvética y con el Vaticano, retira el reconocimiento canónico al seminario de Ecône y pide su clausura.
La Santa Sede trata de dialogar con Lefebvre: el Papa instituye una comisión para escuchar las instancias del prelado, conformada por los cardenales Garrone, prefecto de la Educación Católica, John Joseph Wright, prefecto del clero, y Arturo Tabera Araoz, prefecto de los religiosos. En 1975, Roma invita a Lefebvre a cerrar el seminario de Ecône y a no proceder con nuevas ordenaciones sacerdotales. En tres ocasiones Pablo VI escribió al arzobispo y envió prelados de confianza a visitar la sede de los tradicionalistas. Pero después del enésimo “no”, Lefebvre fue suspendido “a divinis”, es decir de los derechos y deberes que derivan del sacerdocio y del episcopado. Ya no podía celebrar, pero, a pesar de ello, en agosto de ese año, preside la misa ante diez mil fieles y cuatrocientos periodistas, obteniendo una enorme resonancia mediática. En septiembre de 1976 Lefebvre fue recibido por el Papa Montini para una audiencia en Castel Gandolfo.
El encuentro, se lee en el acta ahora publicada, duró poco más de media hora, de las 10.27 a las 11.05. La transcripción mecanografiada llena ocho páginas. «Su Santidad ha encargado al Sustituto que haga constar en acta Su conversación con Mons. Lefebvre: si, durante el coloquio, hubiere considerado oportuna su intervención, le habría hecho un gesto». Pero no parece que haya intervenido Benelli. A pesar de la presencia de dos testigos, el Sustituto y el secretario Macchi, el diálogo siempre se desarrolla entre el Papa y Lefebvre, alternando entre el francés y el italiano.
«Espero encontrarme frente a un hermano, un hijo, un amigo. Desgraciadamente, la posición que usted ha tomado es la de un antipapa, –comienza Pablo VI. ¿Qué quiere que diga? Usted no ha consentido ninguna medida en sus palabras, en sus actos, en su comportamiento. No se ha negado a venir a verme. Y a mí me gustaría poder resolver un caso tan penoso. Escucharé; y le invitaré a reflexionar. Sé que soy un pobre hombre. Pero aquí no es la persona la que está en juego: es el Papa. Y usted ha juzgado al Papa como infiel a la Fe de la que es supremo garante. Tal vez sea esta la primera vez en la historia que sucede. Usted ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es modernista, y cosas así. Debo, sí, ser humilde. Pero usted se encuentra en una posición terrible. Lleva a cabo actos, ante el mundo, de extrema gravedad».
Lefebvre se defiende diciendo que no era su intención atacar la persona del Papa y admite: «Tal vez haya habido algo poco apropiado en mis palabras, en mis escritos». Y añade que no es el único, pues con él están «obispos, sacerdotes, numerosos fieles». Afirma que «la situación en la Iglesia después del Concilio» es «tal que nosotros ya no sabemos qué hacer. Con todos estos cambios o corremos el peligro de perder la fe o damos la impresión de desobedecer. Yo quisiera ponerme de rodillas y aceptar todo; pero no puedo ir contra mi conciencia. No soy yo quien ha creado un movimiento», sino los fieles «que no aceptan esta situación. Yo no soy el jefe de los tradicionalistas… Yo me comporto exactamente como me comportaba antes del Concilio. Yo no puedo comprender cómo, de repente, se me condene porque formo a sacerdotes en la obediencia de la santa tradición de la santa Iglesia».
Pablo VI interviene para desmentir: «No es cierto. Se le dijo y escribió muchas veces que usted se equivocaba y por qué se equivocaba. Usted no ha querido escuchar nunca. Continúe con su exposición». Lefebvre retoma la palabra: «Muchos sacerdotes y muchos fieles piensan que es difícil aceptar las tendencias que se hicieron día después [sic! Así aparece en la transcripción, ndr.] del Concilio Ecuménico Vaticano II, sobre la liturgia, sobre la libertad religiosa, sobre la formación de los sacerdotes, sobre las relaciones de la Iglesia con los Estados católicos, sobre las relaciones de la Iglesia con los protestantes. Y, repito, no soy yo el que lo piensa. Hay mucha gente que piensa de esta manera. Gente que se aferra a mí y me empuja, a menudo contra mi voluntad, a no abandonarla… En Lille, por ejemplo, no fui yo el que quiso esa manifestación…». «Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Sería un Papa modernista. Aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia».
«Pero, ¿qué está diciendo?», interrumpe el Papa Montini. «No soy yo… es la televisión», balbucea Lefebvre para defenderse. «Pero la televisión –replica Pablo VI, que se demuestra bien informado sobre todo– transmitió lo que usted dijo. Fue usted el que habló, y de manera durísima, contra el Papa». El arzobispo francés insiste culpando a los periodistas: «Usted lo sabe, a menudo son los periodistas los que obligan a hablar… Y yo tengo derecho de defenderme. Los cardenales que me han juzgado en Roma me han calumniado: y creo que tengo el derecho de decir que son calumnias… Ya no sé qué hacer. Trato de formar sacerdotes según la fe y en la fe. Cuando veo los demás Seminarios sufro terriblemente: situaciones inimaginables. Y luego: los religiosos que llevan el hábito son condenados o despreciados por los obispos: los que son apreciados, en cambio, son los que viven una vida secularizada, los que se comportan como la gente del mundo».
El Papa Montini observa: «Pero nosotros no aprobamos estos comportamientos. Todos los días trabajamos con gran esfuerzo y con igual tenacidad para eliminar ciertos abusos, no conformes a la ley vigente de la Iglesia, que es la del Concilio y de la Tradición. Si usted se hubiera esforzado por ver, comprender lo que hago y digo todos los días, para asegurar la fidelidad de la Iglesia al ayer y la correspondencia al hoy y al mañana, no habría llegado este punto doloroso en el que se encuentra. Somos los primeros en deplorar los excesos. Somos los primeros y los más preocupados para encontrar un remedio. Pero este remedio no se puede encontrar en un desafío a la autoridad de la Iglesia. Se lo he escrito en repetidas ocasiones. Usted no ha tenido en cuenta mis palabras».
Lefebvre responde afirmando querer hablar de la libertad religiosa, porque «lo que se lee en el documento conciliar va en contra de lo que han dicho sus predecesores». El Papa dice que no son argumentos que se discutan durante una audiencia, «pero –asegura– tomo nota de su perplejidad: es su actitud contra el Concilio…». «No estoy en contra del Concilio –interrumpe Lefebvre–, sino solamente en contra de algunos de sus textos». «Si no está en contra del Concilio –responde Pablo VI– debe adherirse a él, a todos sus documentos». El arzobispo francés replica: «Hay que elegir entre lo que ha dicho el Concilio y lo que han dicho sus Predecesores».
Después Lefebvre dirige al Papa una petición: «¿No sería posible prescribir que los obispos aprueben, en las iglesias, una capilla en la que la gente pueda rezar como antes del Concilio? Ahora se le permite todo a todos: ¿por qué no permitirnos algo también a nosotros?» Responde Pablo VI: «Somos una comunidad. No podemos permitir autonomías de comportamiento a las diferentes partes». Lefebvre argumenta: «El Concilio admite la pluralidad. Pedimos que tal principio también se aplique a nosotros. Si Su Santidad lo hiciese, se resolvería todo. Habría un aumento de las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio quieren ser formados en la piedad verdadera. Su Santidad tiene la solución del problema en las manos…». Después el arzobispo tradicionalista francés se dice dispuesto a que alguien de la Congregación para los Religiosos «vigile mi Seminario», se dice listo para dejar de dar conferencias y a quedarse en su Seminario «sin salir».
Pablo VI le recuerda a Lefebvre que el obispo Adam (Nestor Adam, obispo de Sión, ndr.) «vino para hablarme en nombre de la Conferencia Episcopal Suiza, para decirme que ya no podía tolerar su actividad… ¿Qué debo hacer? Trate de volver al orden. ¿Cómo pueden considerarse en comunión con Nosotros, cuando toma posiciones contra la Iglesia?». «Nunca ha sido mi intención…», se defiende Lefebvre. Pero el Papa Montini replica: «Usted lo ha dicho y lo ha escrito. Que sería un Papa modernista. Que aplicando un Concilio Ecuménico, yo habría traicionado a la Iglesia. Usted comprenderá que, si así fuese, tendría que renunciar; e invitarle a usted a ocupar mi sitio para dirigir a la Iglesia». Y Lefebvre responde: «La crisis de la Iglesia existe». Pablo VI: «Sufrimos por ello profundamente. Usted ha contribuido para empeorarla, con su solemne desobediencia, con su desafío abierto contra el Papa».
Lefebvre replica: «No se me juzga como se debería». Montini responde: «El Derecho Canónico le juzga. ¿Se ha dado cuenta del escándalo y del daño que ha provocado en la Iglesia? ¿Está consciente de ello? ¿Le gustaría ir así ante Dios? Haga un diagnóstico de la situación, un examen de conciencia y luego pregúntese, ante Dios: ¿qué debo hacer?».
El arzobispo propone: «A mí me parece que abriendo un poco el abanico de las posibilidades de hacer hoy lo que se hacía en el pasado, todo se ajustaría. Esta sería la solución inmediata. Como he dicho, yo no soy el jefe de ningún movimiento. Estoy listo a permanecer encerrado para siempre en mi Seminario. La gente entra en contacto con mis sacerdotes y queda edificada. Son jóvenes que tienen el sentido de la Iglesia: son respetados en la calle, en el metro, por todas partes. Los demás sacerdotes ya no llevan el hábito talar, ya no confiesan, ya no rezan. Y la gente ha elegido: estos son los sacerdotes que queremos». (Los sacerdotes formados por monseñor Lefebvre, anota quien está escribiendo el acta.)
Entonces Lefebvre le pregunta al Papa si está al corriente de que hay «por lo menos catorce cánones que se utilizan en Francia para la oración Eucarística». Pablo VI responde: «No solo catorce, sino cientos… Hay abusos; pero es grande el bien que ha traído el Concilio. No quiero justificar todo; como he dicho, estoy tratando de corregir en donde sea necesario. Pero es un deber, al mismo tiempo, reconocer que hay signos, gracias al Concilio, de vigorosa recuperación espiritual entre los jóvenes, un aumento del sentido de responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos».
El arzobispo responde: «No digo que todo sea negativo. Yo quisiera colaborar en la edificación de la Iglesia». Y afirma Montini: «Pero no es así, lo que es seguro es que usted concurre en la edificación de la Iglesia. Pero, ¿está usted consciente de lo que hace? ¿Está consciente de que va directamente contra la Iglesia, contra el Papa, contra el Concilio Ecuménico? ¿Cómo puede adjudicarse el derecho de juzgar un Concilio? Un Concilio, después de todo, cuyas actas, en gran medida, fueron firmadas también por usted. Recemos y reflexionemos, subordinando todo a Cristo y a su Iglesia. También yo reflexionaré. Acepto con humildad sus reproches. Yo estoy al final de mi vida. Su severidad es para mí una ocasión de reflexión. Consultaré también mis oficinas, como, por ejemplo, la S.C. para los obispos, etc. Estoy seguro de que usted también reflexionará. Usted sabe que le estimo, que he reconocido sus beneméritos, que nos hemos encontrado de acuerdo, en el Concilio, sobre muchos problemas…». «Es cierto», reconoce Lefebvre.
«Usted comprenderá –concluye Pablo VI– que no puedo permitir, incluso por razones que llamaría “personales”, que usted se vuelva culpable de un cisma. Haga una declaración pública, con la que se retiren sus recientes declaraciones y sus recientes comportamientos, de los cuales todos tienen noticia como actos no para edificar la Iglesia, sino para dividirla y hacerle daño. Desde que usted se encontró con los tres cardenales romanos, ha habido una ruptura. Debemos volver a encontrar la unión en la oración y en la reflexión». El Sustituto Benelli concluye la transcripción de la conversación con esta anotación: «El Santo Padre después ha invitado a Mons. Lefebvre a recitar con Él el “Pater Noster”, el “Ave María”, el “Veni Sancte Spiritus”».
Como se sabe, las esperanzas y las peticiones del Papa Montini cayeron en saco roto. Aunque el cisma lefebvriano se concretaría más de diez años después, durante el Pontificado de Juan Pablo II, cuando Lefebvre, ya cerca de la muerte, decidió ordenar nuevos obispos sin el mandato del Papa. Monseñor John Magee, segundo secretario de Pablo VI, recordó que Montini, después de aquella audiencia «esperaba que el arzobispo (Lefebvre, ndr.) hubiera decidido cambiar su manera de conducir los ataques contra la Iglesia y contra la enseñanza del Concilio, pero todo fue inútil. Desde ese momento, Pablo VI comenzó a ayunar. Recuerdo bien que no quería comer carne, quería reducir la cantidad de comida que tomada, aunque ya comiera demasiado poco. Decía que tenía que hacer penitencia, para ofrecerle al Señor, en nombre de la Iglesia, la justa reparación por todo lo que estaba sucediendo».
Así
finaliza el artículo de Vatican Insider.
El
Vaticano faltó a la verdad en 1976 y, como vemos, mantiene las mentiras acerca de la reunión del 11
de septiembre de ese año.
Mons.
Lefebvre fue acusado de mentir por el Vaticano, porque informó que Pablo VI,
durante la entrevista, lo acusó de exigir a sus seminaristas un juramento en contra del Papa. En un comunicado de la Sala de Prensa del Vaticano del 17 de septiembre
de 1976, se lee:
Mons. Lefebvre dijo que durante su audiencia con el Santo Padre,
se enteró que era falsamente acusado de pedir a sus seminaristas un juramento
en contra del Papa. Ayer por la tarde; hablando en “Antenne 2” de la televisión
francesa, dijo lo mismo con aún más detalles, afirmando que el Santo Padre le
dijo: “Usted requiere de sus seminaristas un juramento en contra del Papa”. De
acuerdo al ex Arzobispo de Tulle, esto probaría que el Papa está mal informado e
incluso es objeto de calumnias, "sin duda para impedir que lo
reciba". Mons. Lefebvre, según el relato, retó al Papa a que le mostrara
el texto del juramento.
Bien, puedo asegurarles que en el curso de la audiencia con el
Papa nunca hubo ninguna cuestión acerca de un juramento contra el Papa que
Mons. Lefebvre supuestamente exigió a sus seminaristas. Esta es una novedad
para la Santa Sede, que sólo ha oído hablar de esto de boca de Mons. Lefebvre
en la entrevista en cuestión y en la conferencia de prensa del día siguiente.
Nunca antes se había oído hablar de esto, ni siquiera como una teoría. El Papa
nunca ha dicho nada parecido. Mons. Lefebvre nunca ha pedido al Papa que le dé
el texto del juramento. […]
El
18 de Septiembre de 1976, Mons. Lefebvre respondió con este comunicado:
El Director de la Oficina de Prensa del Vaticano alega que en la audiencia que tuve con el Santo Padre el sábado 11 de septiembre, el Papa no me acusó de hacer que mis seminaristas prestaran juramento contra el Papa. Estoy dispuesto a jurar sobre el Crucifijo que esa acusación fue hecha por el Papa. Conmocionado por esa acusación le pedí si podía conseguirme el texto del juramento. ¿De qué otra manera podría haber pensado en poner esa declaración en la boca del Santo Padre? Porque el juramento nunca existió, ni de hecho ni en mi mente. Es increíble que el Director diga tales mentiras. Econe, 18 de septiembre de 1976. (Itineraires n° 208, p. 135).
Lea ambos comunicados y otros textos de interés acerca de la audiencia de 11-09-76, en este enlace.