domingo, 12 de mayo de 2019

SANTOS Y PSEUDO-SANTOS FRENTE A LA HEREJÍA Y EL ERROR


Doré: San Miguel y sus ejércitos venciendo a Lucifer y sus tropas 


Leemos en un nuevo y valiente artículo del Profesor de Mattei, unas palabras del santo Don Orione, del 26 de junio de 1913:

«El modernismo y el semimodernismo no tienen remedio; tarde o temprano se llega al protestantismo o a un cisma en la Iglesia que será el más terrible que haya conocido el mundo».

Algunos piensan que estamos ad portas de un “gran cisma en la Iglesia”, cuando, en realidad, desde hace medio siglo está sucediendo no sólo esa catástrofe, sino las dos (*) profetizadas por Don Orione: el Vaticano II ha desviado a la Iglesia, de modo inadvertido y general, hacia el protestantismo y el cisma. En efecto, el católico de hoy es más o menos hereje y más o menos cismático, y, gracias a la astucia diabólica, este increíble e inconmensurable desastre se ha producido pacíficamente desde que el modernismo, triunfante en el Vaticano II, ocupó la Iglesia inaugurando los tiempos aciagos de la nueva religión humanista parida en ese concilio: la herejía hoy profesada, en mayor o menor grado, por toda la Iglesia. Un cisma típico, normal y formal -como el que consideran posible algunos cuyos ojos se están abriendo ante la devastación sin precedentes de todo lo auténticamente católico, obrada por el papa actual- al menos habría dejado sana una parte considerable de la Iglesia. Pero lo cierto es que el modernismo conciliar pudrió a toda la Iglesia (totalidad moral, que da la tónica general), quedando libre de él una “pequeña grey” resistente, que es nada a los ojos de los hombres.

Pero a lo que ahora queremos ir, es a la claridad con que los santos -en este caso San Luis Orione- son capaces de ver el mal de frente, sin “anteojos rosados”. Alguien decía que los santos son los únicos que creen en el mal. Lejos de la imagen de estampita bobalicona y almibarada, los santos veían con claridad y sin engañarse a sí mismos, la obra del diablo. Sus combates contra los enemigos de Cristo -empezando ese combate en sí mismos- los llevaban a darse cuenta de las cosas. Vivían en la realidad. Como dice un sacerdote: “La Santidad es consustancial a un sagrado belicismo”. Hay amigos y enemigos, y la distancia no la franquea el diálogo ecuménico, sino la espada de la palabra, la Verdad, sostenida en la verdad de la propia vida. En palabras del mismo sacerdote: “Lo que más necesita la Iglesia es un testimonio inequívocamente corajudo, un testimonio puro y total, sin ninguna negociación, un testimonio radical, absoluto, martirial”.

Por el contrario, los pseudo-santos, los beatos de apariencia sonriente de nuestros días, obnubilados por el liberalismo, ya no creen en el poder del mal, lo subestiman, lo disminuyen, buscando mediante diálogos, diplomacias y acuerdos, “curarlo”, “limpiarlo”, “cambiarlo”, acusando a quienes disienten de ellos de “pesimistas”, “exagerados”, “imprudentes”, etc. Así tenemos que mientras el dulce e intransigente Don Orione (y así era también Mons. Lefebvre) decía que “el modernismo y el semimodernismo no tienen remedio”, la empecinada estupidez de Mons. Fellay y sus colaboradores en la Neo-FSSPX los llevó a pretender "curar" el modernismo romano mediante "conversaciones doctrinales" y cordiales y amistosas  “reuniones discretas pero no secretas”.

Como resultado, tenemos una profundización de la enfermedad (o grieta, como se usa decir ahora) que corroe cada vez más a la congregación cuya vocación fue la de ser un “baluarte” de la Tradición.

Nos permitimos citar al Dr. Antonio Caponnetto, del cual, aunque se pueda disentir en tal o cual postura, nadie podrá negar su claridad conceptual sostenida con viril gallardía, en lo que concierne al combate por el reinado de Nuestro Señor Jesucristo, manifestados particularmente ahora en sus diatribas contra el actual ocupante de la sede petrina. Las palabras del destacado intelectual argentino, que citaremos, nos parecen más actuales que nunca en relación a la FSSPX, en su deplorable e inadmisible deserción del combate, cuando la Iglesia arde en llamas, y la máxima responsable de la catástrofe es la Jerarquía vaticana:

“Dios muda su sexo, decía Donoso Cortés, a los pueblos sin coraje y sin dignidad para librar sus lides justicieras. Los desarma, paraliza y adormece. Y convertidos en poblaciones mujerzuelas, les manda conquistadores para que les quiten la honra. Lo estamos viviendo.
Pero es entonces (…) el momento en que reaccionan los héroes. Y aquella edad crepuscular y tenebrosa, mercantilista y zafia, se recupera por ellos -por su sacrificio y su lucidez- hasta la vertical exacta de los tiempos áureos, de la que nunca debió descender.
Por eso, nadie tiene derecho a desesperarse. Precisamente por lo que está ocurriendo. Es la peripecia, de la que nos recuperaremos perseverando en la recta vía. Es el laberinto, del que se sale de arriba.
Cada cual tiene la obligación moral de anhelar y de ejercitar el heroísmo. Ese heroísmo en lo poco que nos hará merecedores mañana de ser fieles en lo mucho. Ese heroísmo que diga basta, y que contagie con su ejemplo a los que estén dispuestos a preferir un día en la claridad de la Historia Universal a cien años de amnesia e impudicia.”
(Antonio Caponnetto, “Del Proceso a De la Rúa” Ediciones Nueva Hispanidad, 2001).

Decía Papini que “hoy la tierra atraviesa el otoño de los tibios”. Una vez más, tenemos que insistir, a ver si alguien reacciona con el heroísmo de los santos, para que el fuego de Notre Dame arda en nuestros pechos, a fin de destruir la tibieza que tanto a Dios asquea.

Juan Infante

(*): ..."nosotros estamos contra la iglesia conciliar que es cismática en la práctica, incluso si ellos no lo aceptan. En la práctica, es una iglesia virtualmente excomulgada, porque es una iglesia modernista" (Mons. Lefebvre, Fideliter n° 70, pág. 8). "Todos aquellos que cooperan a la aplicación de esta alteración, los que aceptan y se adhieren a esta nueva iglesia conciliar, como la designó Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirigió en nombre del Santo Padre el 25 de junio pasado, entran en cisma." (Declaración de Mons. Lefebvre a Le Figaro del 4 de agosto de 1976 e Itinéraires). "La iglesia que afirma semejantes errores, es a la vez cismática y herética." (Carta de Mons. Lefebvre en Le Sel de la Terre 36).